RECEPCIÓN PROTOCOLAR EN LEUBUCÓ

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Tenían los ojos transidos por la fatiga, los ojos cansados y los uniformes polvorientos, que apenas si resaltaban en la desolada vastedad del desierto pampeano. Varios días llevaba la tropa cabalgando hacia el norte, rumbo a Leubucó (actual Departamento de Loventué, provincia de La Pampa) localidad cercana al límite actual de La Pampa con San Luis. Al frente del Regimiento iba el Comandante Lucio V. Mansilla, obsesionado por un único objetivo: llegar a tiempo a Leubucó para entrevistarse con el legendario Cacique Ranquel Mariano Rosas (descendiente de Painé). Tal había el pacto acordado por el Jefe Indio con el Mayor Rivadavia, enviado de Mansilla que por poco tiempo atrás se había adelantado con una pequeña escolta hasta las tolderías ranqueles.

Por fin, una mañana los soldados divisaron las tolderías de Leubucó y, un poco más allá, la bulliciosa formación de indígenas que aguardaban el arribo de Mansilla, encabezados por el propio Rosas. Mansilla relata así su primera impresión: “allí es Leubucó, me dijeron, señalándome la faja negra. Fije la vista y, lo confieso, la fijé como si después de una larga peregrinación por las vastas y desoladas llanuras de la Tartaria, al acercarme a la raya de la China, me hubieran dicho. ¡Allí es la gran muralla!

Los indios cargaron entonces a todo galope sobre las tropas y el encontronazo pareció inevitable. Se trataba en realidad de una amigable formalidad protocolar; cuando estuvieron a sólo unos veinte metros de los soldados, frenaron bruscamente sus cabalgaduras y de entre las filas aborígenes se adelantó un indio corpulento y ricamente ataviado. Era el Embajador de Mariano Rosas y se acercaba para presentar los formales saludos del Cacique. Durante quince minutos el emisario habló sin interrumpirse ante la mirada atenta y perspicaz del Comandante Mansilla. Cuando hubo terminado, el jefe Criollo pidió a su intérprete que tradujera las palabras del indígena. La sorpresa de Mansilla fue mayúscula: toda la perorata del embajador podía resumirse en dos o tres conceptos. Se había limitado a saludar y preguntar si habían tenido algún inconveniente en su travesía por el desierto. Claro que para ello – y así se explica el tiempo que demoró el discurso – el indio había hecho gala de singulares dotes oratorias; había repetido cada una de las frases unas cuatro o cinco veces, alterando el orden de los términos, pronunciándolos de atrás para adelante o variando la entonación.

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Desde ese momento nuevos grupos de indígenas  se acercaron a Mansilla y su gente y se sucedieron los interminables discursos, mientras el resto de los aborígenes se entregaba a ruidosas muestras de algaraza haciendo resonar sus trompetas y profiriendo estentóreos alaridos. Sin embargo, aún le restaba superar una última prueba. Los principales caciques de la tribu se aproximaron a Mansilla y durante largos minutos observaron su rostro con detenimiento; trataban de cerciorarse de sus buenas intenciones por medio del estudio de su fisonomía. Pasado este último examen, todo quedó dispuesto para que Mansilla y Mariano Rosas, verdadero emperador del desierto, se dispusieran finalmente a conferenciar.

Envío y colaboración: Sr. Patricio Anderson

 


PrisioneroEnArgentina.com

Abril 23, 2021


 

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