Hace ya muchos años yo vivía con mis padres, provisoriamente, en un caserón de los últimos que quedaban a demoler para la ampliación de lo que es hoy la Avenida 9 de julio. Vale decir que el centro era mi “barrio” y lo recorría habitualmente. Con mis escasos 11 o 12 años solía acompañar caminando con mi padre por la Plaza Lavalle para llegar hasta la Comisaria 3ra., en la calle Sarmiento, donde mi padre cumplía servicio como oficial principal. Allí yo alternaba conversaciones con el personas de su tercio y de los mismos aprendí algunos gags de la profesión y por supuesto a hablar lunfardo de corrido.
En una de esas caminatas por plaza Lavalle, me detuve a mirar el admirable edificio de tribunales. Fue entonces que le pregunte a mi padre que era ese imponente edificio. El dirigiendo su vista al Palacio, dijo: “Ese es el palacio de las injusticias”. Seguimos caminando y esa respuesta, dicha con voz muy grave, me quedó en la mente hasta el día de hoy. No alcance en ese momento a comprender la magnitud ni el sentido que tenían esas palabras sentenciosas, pero siempre resonaron en mis oídos.
Hoy acabo de leer el libro, no vuelto a editar, titulado “LA HORA 25” de Constant V. Gheorghiu. En el momento de terminar sus páginas, me cayó la ficha; pero en forma contundente, me dejó paralizado y pensando, ya con la conciencia abierta que dan los años, en las sabias palabras que había dicho mi padre.
GheorghiuKussman
Paralelamente a seguir la carrera de mi padre me dedique a escribir, creí que con mis escritos podría mejorar, modificar, conmover, como soltando perlas para que otros encontraran el sentido de la vida a través de los buenos ejemplos. Pensé que era una especie de “reencarnacion” de Daniel, amansando al león para que no lo devorara en la arena del circo romano. Inútil, los hombres, ciudadanos o como quiera llamárselos, no gustan, en general, de la literatura. Por eso yo que como escritor también me consideraba un domador, he llegado a la conclusión de que no vale la pena seguir escribiendo pues muy pocos les interesa la historia o dramas. El “hombre” ha sido devorado por la máquina y su cerebro esta condicionado a una máquina bastarda que llaman corazón.
En mi condición de prisionero político he buscado por muchos medios ser escuchado. He utilizado el estilo jurídico ante los representantes de la ley; he utilizado el diplomático ante los organismos internacionales y la santa Sede y el estilo telegráfico a diversos medios. Utilizé también el estilo suplicante ante las autoridades gubernamentales, he pedido justicia por todos los medios, pero nunca recibí una respuesta.
Aprovechando mi exposición ante el tribunal que me juzgó, llegué a decirles, de buen modo, las verdades mas descarnadas, pero no se mostraron enfadados. Me he sumergido en la humillación, pero no se apiadaron. Les enrostre sus inicuas maniobras fraudulentas, pero no se han sentido ofendidos. No he podido provocar la menor reacción, tal cual que si le hubiera hablado a las piedras. La piedad es algo extraño a ellos. El hombre ha podido domar a todos los animales salvajes pero no ha logrado despertar una pizca de humanismo en el cerebro ciudadano.
Estamos a expensas de una maquinaria sin corazón. Puede ésta auto llamarse “derechos humanos” o “democracia”. Eslogans, carteles o etiquetas de falso contenido que encierran en el fondo un nuevo modo de esclavitud.
Creanme que perdono de todo corazón a todos aquellos que participaron y participan del engranaje político que ha sabiendas me llevo a mi y a muchos a condenas inicuas por una órden maquinal llamada “política de Estado”. En quienes sufrimos tales aberraciones, como dijo Claudio Kussman, nos queda el orgullo de haber cumplido con nuestro deber. En la conciencia de quienes manejaron los juicios, perdurara, hasta mas allá de la muerte el dolor de haber cometido la mas grande de las injusticias.
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Hace ya muchos años yo vivía con mis padres, provisoriamente, en un caserón de los últimos que quedaban a demoler para la ampliación de lo que es hoy la Avenida 9 de julio. Vale decir que el centro era mi “barrio” y lo recorría habitualmente. Con mis escasos 11 o 12 años solía acompañar caminando con mi padre por la Plaza Lavalle para llegar hasta la Comisaria 3ra., en la calle Sarmiento, donde mi padre cumplía servicio como oficial principal. Allí yo alternaba conversaciones con el personas de su tercio y de los mismos aprendí algunos gags de la profesión y por supuesto a hablar lunfardo de corrido.
En una de esas caminatas por plaza Lavalle, me detuve a mirar el admirable edificio de tribunales. Fue entonces que le pregunte a mi padre que era ese imponente edificio. El dirigiendo su vista al Palacio, dijo: “Ese es el palacio de las injusticias”. Seguimos caminando y esa respuesta, dicha con voz muy grave, me quedó en la mente hasta el día de hoy. No alcance en ese momento a comprender la magnitud ni el sentido que tenían esas palabras sentenciosas, pero siempre resonaron en mis oídos.
Hoy acabo de leer el libro, no vuelto a editar, titulado “LA HORA 25” de Constant V. Gheorghiu. En el momento de terminar sus páginas, me cayó la ficha; pero en forma contundente, me dejó paralizado y pensando, ya con la conciencia abierta que dan los años, en las sabias palabras que había dicho mi padre.
Paralelamente a seguir la carrera de mi padre me dedique a escribir, creí que con mis escritos podría mejorar, modificar, conmover, como soltando perlas para que otros encontraran el sentido de la vida a través de los buenos ejemplos. Pensé que era una especie de “reencarnacion” de Daniel, amansando al león para que no lo devorara en la arena del circo romano. Inútil, los hombres, ciudadanos o como quiera llamárselos, no gustan, en general, de la literatura. Por eso yo que como escritor también me consideraba un domador, he llegado a la conclusión de que no vale la pena seguir escribiendo pues muy pocos les interesa la historia o dramas. El “hombre” ha sido devorado por la máquina y su cerebro esta condicionado a una máquina bastarda que llaman corazón.
En mi condición de prisionero político he buscado por muchos medios ser escuchado. He utilizado el estilo jurídico ante los representantes de la ley; he utilizado el diplomático ante los organismos internacionales y la santa Sede y el estilo telegráfico a diversos medios. Utilizé también el estilo suplicante ante las autoridades gubernamentales, he pedido justicia por todos los medios, pero nunca recibí una respuesta.
Aprovechando mi exposición ante el tribunal que me juzgó, llegué a decirles, de buen modo, las verdades mas descarnadas, pero no se mostraron enfadados. Me he sumergido en la humillación, pero no se apiadaron. Les enrostre sus inicuas maniobras fraudulentas, pero no se han sentido ofendidos. No he podido provocar la menor reacción, tal cual que si le hubiera hablado a las piedras. La piedad es algo extraño a ellos. El hombre ha podido domar a todos los animales salvajes pero no ha logrado despertar una pizca de humanismo en el cerebro ciudadano.
Estamos a expensas de una maquinaria sin corazón. Puede ésta auto llamarse “derechos humanos” o “democracia”. Eslogans, carteles o etiquetas de falso contenido que encierran en el fondo un nuevo modo de esclavitud.
Creanme que perdono de todo corazón a todos aquellos que participaron y participan del engranaje político que ha sabiendas me llevo a mi y a muchos a condenas inicuas por una órden maquinal llamada “política de Estado”. En quienes sufrimos tales aberraciones, como dijo Claudio Kussman, nos queda el orgullo de haber cumplido con nuestro deber. En la conciencia de quienes manejaron los juicios, perdurara, hasta mas allá de la muerte el dolor de haber cometido la mas grande de las injusticias.
JORGE MUÑOZ
Comisario General (R) PFA- Preso político
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 20, 2021