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  Por Caroline Rae.

En el Código de Hammurabi, una de las colecciones de leyes escritas más antiguas, se establecía que todo ciudadano babilónico tenía derecho a una ración diaria de al menos dos litros de cerveza.

Y para los cerveceros que fueran sorprendidos diluyendo la preciada bebida, se aplicaba la pena capital: eran condenados a beber hasta morir ahogados.

En el siglo XI, Eduardo el Confesor, rey sajón de los ingleses, también se preocupó por la adulteración de la cerveza que producía.

Por ello, estableció un método de control muy original.

Se vertía un poco de cerveza sobre un taburete de madera, en el que se sentaban los inspectores, vestidos con pantalones de cuero.

Si tenían dificultades para levantarse, significaba que se había añadido azúcar a la cerveza: algo absolutamente ilegal.

Se dice que Donald Glaser, premio Nobel de Física en 1960 por “la invención de la cámara de burbujas”, tuvo la idea de este detector de partículas al observar las columnas de burbujas en un vaso de cerveza.

Era una tarde de 1952 y Glaser, un sencillo ayudante de física de veinticinco años de la Universidad de Michigan, estaba sentado en la barra contemplando las burbujas que subían en su cerveza Pilsner…

Por otra parte, Benjamin Franklin ya lo dijo:

“La cerveza es una prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices”.


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Enero 27, 2025