“Me hice periodista porque no quería depender de los periódicos para obtener información”. -Christopher Hitchens
En periodismo las malas noticias venden. “Si sangra, lidera” es un famoso eslogan de la industria, que explica por qué los crímenes violentos, la guerra, el terrorismo y los desastres naturales son omnipresentes en las noticias de televisión. El hecho de que los periodistas y sus colaboradores ganen dinero con acontecimientos preocupantes es algo que los investigadores rara vez exploran. Pero incluso si parece desagradable, es importante comprender el vínculo entre las noticias negativas y las ganancias. Como historiador de los medios, creo que estudiar este tema puede arrojar luz sobre las fuerzas que dan forma al periodismo contemporáneo.
El asesinato de John F. Kennedy hace 60 años ofrece un caso de estudio. Después de que un hombre armado matara al presidente, los noticieros televisivos ofrecieron una cobertura ininterrumpida de pared a pared a un costo considerable para las cadenas. Esto le valió a los noticieros televisivos una reputación de espíritu público que dura décadas. Esta reputación (que puede parecer sorprendente ahora pero que fue ampliamente aceptada en su momento) ocultó el hecho de que las noticias por televisión pronto se volverían grandes rentables. Esas ganancias se deben en parte a que las malas noticias atraen a grandes audiencias, lo que sigue siendo así hoy en día.
Poco después de que Kennedy fuera asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963, las cadenas de televisión demostraron su sensibilidad ante la tragedia cancelando comerciales y dedicando todo su tiempo al aire a la historia durante varios días. El presidente de CBS, Frank Stanton, la llamaría más tarde “la historia ininterrumpida más larga en la historia de la televisión”. En un momento dado, el 93% de todos los televisores estadounidenses estaban sintonizados con la cobertura. Las estimaciones varían, pero la decisión de las cadenas de renunciar a los anuncios puede haberles costado hasta 19 millones de dólares, lo que equivale a 191 millones de dólares en 2023.
Durante décadas, las cadenas mostraron la cobertura de sus asesinatos como el epítome del servicio público. Y una y otra vez, ejecutivos de cadenas y periodistas argumentaron que las noticias televisivas estaban excepcionalmente protegidas de las presiones económicas que se encuentran en otras partes de la radiodifusión. Las noticias de televisión a principios de la década de 1960 fueron “la principal pérdida que permitió a NBC, CBS y ABC justificar las enormes ganancias obtenidas por sus divisiones de entretenimiento”, recordó Ted Koppel de ABC News en The Washington Post en 2010. Añadió : “Nunca ocurrió a los altos mandos de la cadena que la programación de noticias podría ser rentable”.
La narrativa de servicio público que echó raíces en noviembre de 1963 ignoró el hecho de que las enormes audiencias que recurrían a las noticias televisivas en busca de información y consuelo pronto se volverían muy lucrativas. Sólo dos meses antes del asesinato de Kennedy, en septiembre de 1963, las cadenas ampliaron sus noticieros nocturnos a 30 minutos. Anteriormente habían durado 15 minutos y ofrecían poco más que titulares. Los noticieros ampliados agotaron inmediatamente todas sus oportunidades publicitarias, ya que los noticieros televisivos se atrajeron a las audiencias masivas diarias predecibles que ansiaban los patrocinadores.
La cobertura del asesinato de Kennedy, combinada con la ampliación de los noticieros, aumentó significativamente el valor comercial de las noticias televisivas. A lo largo de la década de 1960, el periodismo televisivo comenzó a madurar hasta convertirse en el género de programación más lucrativo de la televisión estadounidense. En la temporada televisiva 1965-1966, “The Huntley-Brinkley Report” de NBC generó 27 millones de dólares en publicidad al año, lo que lo convertía en el programa más lucrativo de la cadena, superando incluso a “Bonanza”, el programa de entretenimiento más importante. “The CBS Evening News” estaba recaudando 25,5 millones de dólares en publicidad, lo que lo convertía en el segundo programa más rentable de la televisión estadounidense. Por esa época, las cadenas les decían a los reguladores que habían sacrificado millones de dólares por el servicio público a través del periodismo. Por ejemplo, en un testimonio de 1965 ante la Comisión Federal de Comunicaciones, ejecutivos de ABC, CBS y NBC dijeron que sus divisiones de noticias tenían motivos más elevados que simplemente ganar dinero.
Pero estaban ganando dinero, y mucho. En 1969, “Huntley-Brinkley” ganó 34 millones de dólares en publicidad con un presupuesto de producción de 7,2 millones de dólares, lo que convertía al programa –según la revista Fortune– en “la mayor fuente de ingresos que la N.B.C. La cadena tiene… más grande que ‘Laugh-In’ o ‘The Dean Martin Show’”. Una década antes, “Huntley-Brinkley” había estado ganando sólo 8 millones de dólares en ingresos por publicidad y patrocinio. Sin embargo, las cadenas no promocionaron sus ganancias. En cambio, promovieron continuamente sus esfuerzos cubriendo la guerra de Vietnam, los disturbios civiles y los asesinatos de la década de 1960 como un servicio al interés público. También afirmaron que la producción de noticias les costaba millones y ocultaron los ingresos publicitarios acumulados por la programación de noticias en otras partes de sus presupuestos corporativos. Hacer esto les dio una ventaja en privilegios regulatorios, como la renovación de licencias de estaciones.
En última instancia, la década caótica, cacofónica y confusa de los años 1960 terminaría lanzando el mundo de los medios hipercomerciales en el que vivimos hoy. Buscar historias de investigación sensacionalistas, como Watergate y el escándalo Irán-Contra de armas por rehenes, generaría índices de audiencia más altos y más ingresos por publicidad, y convertiría a los periodistas televisivos en celebridades nacionales. Los valores originales que animaron el periodismo televisivo en sus inicios se rendirían ante formatos más lucrativos. “60 Minutes” –una producción de CBS News– eventualmente se convirtió en la propiedad de programación propiedad de una cadena más valiosa en la historia de la televisión estadounidense, y en la década de 1980 casi todas las estaciones de noticias locales habían lanzado su propio grupo de investigaciones “I-Team”.
Con el tiempo, el profesionalismo que atrajo a las audiencias a las noticias televisivas tras el asesinato de Kennedy en 1963 sería suplantado por estrategias de crecimiento de audiencia vendidas por los consultores de noticias televisivas. Los análisis de audiencia, las métricas de participación minuto a minuto y los Q-scores que calibran la “simpatía” del presentador estandarizarían los formatos y homogeneizarían la recopilación de noticias en el intento de maximizar las ganancias. Sin embargo, a lo largo de las décadas, permanece una constante: las malas noticias venden. Es una perogrullada de la industria de los medios de comunicación, nos guste o no estudiarla, y los noticieros que se transmiten hoy, 60 años después de los acontecimientos de noviembre de 1963, lo demuestran.
A mis doce años Frederick Forsyth era William Shakespeare. Solo mencionando los títulos en el orden en que los leí, y no en el turno en que fueron publicados, Los Perros de la Guerra, Los Archivos de Odessa y El Día del Chacal (Aún hoy una fabulosa novela, que hubiera sido más si -cambiando el curso de la historia- Forsyth hubiera asesinado a De Gaulle) eran dulces licores para mis ojos. Al final del día, Shannon o Peterkin Miller eran tan importantes como mis héroes deportivos. Luego, con una La Alternativa del Diablo tan llena de referencias y particularidades económicas, confieso que le perdí el rastro. Pero ningún autor de espionaje político me atrapó para darle una nueva oportunidad (A pesar de esporádicas lecturas, como El Fantasma de Manhattan o El Afgano, las que debí obligarme a terminar). O cambié. Descubrir no ficción y autores como Russell, Hitchens o Chomsky -tan iguales, tan distintos- abrió un abanico que mostraba que, sin importar la ideología, buenas ideas son buenas ideas. De todas maneras, hay una enorme diferencia entre una novela y un tratado o un ensayo, o una biografía o una entrevista. El Problema del Terrorismo es una hipótesis, una pregunta y una respuesta en suspenso. Si el Terrorismo es un problema o no (Al no tener solución) es el eje de las tribulaciones de Españadero y si bien no es Woody Allen -que, al no encontrarle significado a la vida, se dedica a hacer geniales bromas al respecto- el autor atrapa concediendo presencia a lo no excepcional y lo no excepcional es el comportamiento humano. Si todos -como generalmente decimos- somos tan buenos, tan honestos, tan compasivos, tan humanitarios (ese yo-yo interno que funciona como el mejor reloj suizo) no necesitaríamos de autoridades, de recolectores de impuestos y viviríamos despojados de la eterna inseguridad. La gran falla de Karl Marx y su idea romántica es que no todos somos iguales. Proclamamos que tenemos los mismos derechos, pero somos diferentes. Creemos en la paz, pero no somos pacíficos. Apreciamos nuestra vida y la de los nuestros, pero no las vidas de otros. Aplaudimos a quien nos dice lo que queremos escuchar, mientras nos pone un pie en el cuello. ¿Cuántas veces condenamos al terrorismo o al narcotráfico y vivimos en países que constantemente pisotean sus leyes, sus códigos, sus Cartas Magnas?
Algunas frases emanadas por Maquiavelo (“es más seguro ser temido que amado”) o atribuidas al gran Thomas Jefferson (“el árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y de los tiranos”) pueden ser dirigidas tanto a terroristas como a estadistas, dictadores o empresarios. Se debe ser cuidadoso con el contexto. Ha habido Terrorismo desde el comienzo de los tiempos y se han creado, escrito y vociferado incontables soluciones. Todas ellas expresiones de deseo. En nuestro tiempo, las Naciones Unidas han comprometido comisiones, politólogos y filósofos en busca de la piedra fundamental, y los resultados están a la vista. No han pasado doscientos años del fin de la segregación en Estados Unidos de América y aún no nos hemos dado cuenta de lo mal que se ha tratado a los esclavos. Pasarán otros doscientos para que aún no nos demos cuenta del daño infligido a los animales o al medio ambiente. Nunca, de la pena ocasionada a nuestros vecinos. Españadero lucha por salir de este laberinto irrespirable y lo consigue al localizar que el Terrorismo es uno solo, pero son varias sus caras. El mejor ejemplo es su pasaje sobre Kofi Annan y sus ideas para combatir este problema. Pero Annan mismo se convirtió -en Ruanda- en un terrorista al ignorar los informes desgarradores del Coronel Dallaire, quien estaba en las puertas del infierno, con su reporte de inteligencia fehacientemente comprobado. Hoy los resultados de la historia lo verifican.
Españadero es incansable y despliega con complicada simpleza los diferentes departamentos del Terrorismo. Así sea por ideales, fanatismo o ignorancia, es una adicción a la violencia que nadie puede curar, ni siquiera con los años. Pero esas ideas sobreviven y como la criatura de la película Alien, se desarrollan en el vientre y explotan en el momento menos pensado. Al señalar la naturaleza de sus opiniones, Carlos Españadero puede comprender al terrorista y sus motivos, no al Terrorismo y a sus acciones. En un acto de Terror no hay -como bien diría el General Heriberto J. Auel- “Caballeros de la Guerra”.
El Napoleón y el Bola de Nieve de George Orwell vivían en la misma casa. Se puede estar en desacuerdo con el segundo, pero no es posible no temer al primero. Es como las muertes buenas y las muertes malas de las que habla Españadero. Los nazis contra los judíos, Stalin contra su propia gente, Estados Unidos y el incidente en Timor del Este. ¿Cuál es el verdadero bien en el sacrificio de unos pocos en beneficio de muchos?
Antes señalado, la concepción y ejecución de este notable trabajo va a dejar un montón de preguntas con múltiples opciones de respuestas. No hace apología del Terrorismo, pero si comprende su origen y sus motivaciones, aunque no las comparta, y si habla de los Estados que no analizan esas génesis y en oportunidades actúan como sus enemigos. La mesa de la controversia está servida. Solo faltan comensales que se atrevan a probar el primer bocado.
Cuando la obra de Robert Conquest, El Gran Terror, apareció ante los ojos de Occidente, fue como una voz de alarma ante los horrores de las purgas de Josef Stalin. Se trataba de un trabajo apartidista y el más acertado sobre el tema. Esta exploración recorre una odisea de sadismo, locura y muerte propiciada por el Hombre de Hierro de la Unión Soviética. Mucho se ha dicho de las fuentes no-oficiales de las cuales se nutrió Conquest para su trabajo, pero en 1968, cuando aún estaba lejos la revelación de los archivos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el libro permitió entender que los grandes procesos se insertaban en una lógica de represión de masas, determinada por la ideología y causante de, según sus estimados, más de veinte millones de muertos. Cuando se produjo esa apertura de información, Conquest se encontró con más material para documentar una nueva edición. Allí, no dejó escapar el mínimo detalle incorporando notas y expedientes secretos sobre los tres grandes Juicios de Moscú y las ejecuciones sin pruebas al por mayor.
Un par de días atrás, Mauricio Ortín tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar en español, lo que hizo que desempolvara una versión en inglés de mi biblioteca, cuyas páginas no había tocado en mucho tiempo, solo para comprobar que era el relato revisado de 1990. En efecto, de ese se trataba. En el mismo, Conquest fue adhiriendo los resultados de una abundante sovietología, con enmiendas en cuanto al número de víctimas, que llegaban casi a las nueve cifras. La apertura de los archivos en Moscú ha confirmado todas las hipótesis y conclusiones, solo corrigiendo sus cálculos. El gran escritor y pensador Christopher Hitchens, un marxista en su juventud, sostenía a El Gran Terror como el análisis superior del cruel accionar del comunismo en la Rusia soviética.
Agradecimiento a Mauricio Ortín por su notable colaboración y en su indirecto comportamiento, para refrescar mi memoria, ayudar a comprender y obligar a utilizar el pensamiento crítico de una porción confundida de los argentinos de hoy.
El asesinato de Kennedy y el auge de las noticias televisivas
◘
Por Susan Bobic.
-Christopher Hitchens
En periodismo las malas noticias venden. “Si sangra, lidera” es un famoso eslogan de la industria, que explica por qué los crímenes violentos, la guerra, el terrorismo y los desastres naturales son omnipresentes en las noticias de televisión. El hecho de que los periodistas y sus colaboradores ganen dinero con acontecimientos preocupantes es algo que los investigadores rara vez exploran. Pero incluso si parece desagradable, es importante comprender el vínculo entre las noticias negativas y las ganancias. Como historiador de los medios, creo que estudiar este tema puede arrojar luz sobre las fuerzas que dan forma al periodismo contemporáneo.
El asesinato de John F. Kennedy hace 60 años ofrece un caso de estudio. Después de que un hombre armado matara al presidente, los noticieros televisivos ofrecieron una cobertura ininterrumpida de pared a pared a un costo considerable para las cadenas. Esto le valió a los noticieros televisivos una reputación de espíritu público que dura décadas. Esta reputación (que puede parecer sorprendente ahora pero que fue ampliamente aceptada en su momento) ocultó el hecho de que las noticias por televisión pronto se volverían grandes rentables. Esas ganancias se deben en parte a que las malas noticias atraen a grandes audiencias, lo que sigue siendo así hoy en día.
Poco después de que Kennedy fuera asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963, las cadenas de televisión demostraron su sensibilidad ante la tragedia cancelando comerciales y dedicando todo su tiempo al aire a la historia durante varios días. El presidente de CBS, Frank Stanton, la llamaría más tarde “la historia ininterrumpida más larga en la historia de la televisión”. En un momento dado, el 93% de todos los televisores estadounidenses estaban sintonizados con la cobertura. Las estimaciones varían, pero la decisión de las cadenas de renunciar a los anuncios puede haberles costado hasta 19 millones de dólares, lo que equivale a 191 millones de dólares en 2023.
Durante décadas, las cadenas mostraron la cobertura de sus asesinatos como el epítome del servicio público. Y una y otra vez, ejecutivos de cadenas y periodistas argumentaron que las noticias televisivas estaban excepcionalmente protegidas de las presiones económicas que se encuentran en otras partes de la radiodifusión. Las noticias de televisión a principios de la década de 1960 fueron “la principal pérdida que permitió a NBC, CBS y ABC justificar las enormes ganancias obtenidas por sus divisiones de entretenimiento”, recordó Ted Koppel de ABC News en The Washington Post en 2010. Añadió : “Nunca ocurrió a los altos mandos de la cadena que la programación de noticias podría ser rentable”.
La narrativa de servicio público que echó raíces en noviembre de 1963 ignoró el hecho de que las enormes audiencias que recurrían a las noticias televisivas en busca de información y consuelo pronto se volverían muy lucrativas. Sólo dos meses antes del asesinato de Kennedy, en septiembre de 1963, las cadenas ampliaron sus noticieros nocturnos a 30 minutos. Anteriormente habían durado 15 minutos y ofrecían poco más que titulares. Los noticieros ampliados agotaron inmediatamente todas sus oportunidades publicitarias, ya que los noticieros televisivos se atrajeron a las audiencias masivas diarias predecibles que ansiaban los patrocinadores.
La cobertura del asesinato de Kennedy, combinada con la ampliación de los noticieros, aumentó significativamente el valor comercial de las noticias televisivas. A lo largo de la década de 1960, el periodismo televisivo comenzó a madurar hasta convertirse en el género de programación más lucrativo de la televisión estadounidense. En la temporada televisiva 1965-1966, “The Huntley-Brinkley Report” de NBC generó 27 millones de dólares en publicidad al año, lo que lo convertía en el programa más lucrativo de la cadena, superando incluso a “Bonanza”, el programa de entretenimiento más importante. “The CBS Evening News” estaba recaudando 25,5 millones de dólares en publicidad, lo que lo convertía en el segundo programa más rentable de la televisión estadounidense. Por esa época, las cadenas les decían a los reguladores que habían sacrificado millones de dólares por el servicio público a través del periodismo. Por ejemplo, en un testimonio de 1965 ante la Comisión Federal de Comunicaciones, ejecutivos de ABC, CBS y NBC dijeron que sus divisiones de noticias tenían motivos más elevados que simplemente ganar dinero.
Pero estaban ganando dinero, y mucho. En 1969, “Huntley-Brinkley” ganó 34 millones de dólares en publicidad con un presupuesto de producción de 7,2 millones de dólares, lo que convertía al programa –según la revista Fortune– en “la mayor fuente de ingresos que la N.B.C. La cadena tiene… más grande que ‘Laugh-In’ o ‘The Dean Martin Show’”. Una década antes, “Huntley-Brinkley” había estado ganando sólo 8 millones de dólares en ingresos por publicidad y patrocinio. Sin embargo, las cadenas no promocionaron sus ganancias. En cambio, promovieron continuamente sus esfuerzos cubriendo la guerra de Vietnam, los disturbios civiles y los asesinatos de la década de 1960 como un servicio al interés público. También afirmaron que la producción de noticias les costaba millones y ocultaron los ingresos publicitarios acumulados por la programación de noticias en otras partes de sus presupuestos corporativos. Hacer esto les dio una ventaja en privilegios regulatorios, como la renovación de licencias de estaciones.
En última instancia, la década caótica, cacofónica y confusa de los años 1960 terminaría lanzando el mundo de los medios hipercomerciales en el que vivimos hoy. Buscar historias de investigación sensacionalistas, como Watergate y el escándalo Irán-Contra de armas por rehenes, generaría índices de audiencia más altos y más ingresos por publicidad, y convertiría a los periodistas televisivos en celebridades nacionales. Los valores originales que animaron el periodismo televisivo en sus inicios se rendirían ante formatos más lucrativos. “60 Minutes” –una producción de CBS News– eventualmente se convirtió en la propiedad de programación propiedad de una cadena más valiosa en la historia de la televisión estadounidense, y en la década de 1980 casi todas las estaciones de noticias locales habían lanzado su propio grupo de investigaciones “I-Team”.
Con el tiempo, el profesionalismo que atrajo a las audiencias a las noticias televisivas tras el asesinato de Kennedy en 1963 sería suplantado por estrategias de crecimiento de audiencia vendidas por los consultores de noticias televisivas. Los análisis de audiencia, las métricas de participación minuto a minuto y los Q-scores que calibran la “simpatía” del presentador estandarizarían los formatos y homogeneizarían la recopilación de noticias en el intento de maximizar las ganancias. Sin embargo, a lo largo de las décadas, permanece una constante: las malas noticias venden. Es una perogrullada de la industria de los medios de comunicación, nos guste o no estudiarla, y los noticieros que se transmiten hoy, 60 años después de los acontecimientos de noviembre de 1963, lo demuestran.
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 17, 2023
LA CAPTURA DEL DETALLE. Un pantallazo al libro EL PROBLEMA DEL TERRORISMO de Carlos Españadero
A mis doce años Frederick Forsyth era William Shakespeare. Solo mencionando los títulos en el orden en que los leí, y no en el turno en que fueron publicados, Los Perros de la Guerra, Los Archivos de Odessa y El Día del Chacal (Aún hoy una fabulosa novela, que hubiera sido más si -cambiando el curso de la historia- Forsyth hubiera asesinado a De Gaulle) eran dulces licores para mis ojos. Al final del día, Shannon o Peterkin Miller eran tan importantes como mis héroes deportivos. Luego, con una La Alternativa del Diablo tan llena de referencias y particularidades económicas, confieso que le perdí el rastro. Pero ningún autor de espionaje político me atrapó para darle una nueva oportunidad (A pesar de esporádicas lecturas, como El Fantasma de Manhattan o El Afgano, las que debí obligarme a terminar). O cambié. Descubrir no ficción y autores como Russell, Hitchens o Chomsky -tan iguales, tan distintos- abrió un abanico que mostraba que, sin importar la ideología, buenas ideas son buenas ideas. De todas maneras, hay una enorme diferencia entre una novela y un tratado o un ensayo, o una biografía o una entrevista. El Problema del Terrorismo es una hipótesis, una pregunta y una respuesta en suspenso. Si el Terrorismo es un problema o no (Al no tener solución) es el eje de las tribulaciones de Españadero y si bien no es Woody Allen -que, al no encontrarle significado a la vida, se dedica a hacer geniales bromas al respecto- el autor atrapa concediendo presencia a lo no excepcional y lo no excepcional es el comportamiento humano. Si todos -como generalmente decimos- somos tan buenos, tan honestos, tan compasivos, tan humanitarios (ese yo-yo interno que funciona como el mejor reloj suizo) no necesitaríamos de autoridades, de recolectores de impuestos y viviríamos despojados de la eterna inseguridad. La gran falla de Karl Marx y su idea romántica es que no todos somos iguales. Proclamamos que tenemos los mismos derechos, pero somos diferentes. Creemos en la paz, pero no somos pacíficos. Apreciamos nuestra vida y la de los nuestros, pero no las vidas de otros. Aplaudimos a quien nos dice lo que queremos escuchar, mientras nos pone un pie en el cuello. ¿Cuántas veces condenamos al terrorismo o al narcotráfico y vivimos en países que constantemente pisotean sus leyes, sus códigos, sus Cartas Magnas?
Algunas frases emanadas por Maquiavelo (“es más seguro ser temido que amado”) o atribuidas al gran Thomas Jefferson (“el árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y de los tiranos”) pueden ser dirigidas tanto a terroristas como a estadistas, dictadores o empresarios. Se debe ser cuidadoso con el contexto. Ha habido Terrorismo desde el comienzo de los tiempos y se han creado, escrito y vociferado incontables soluciones. Todas ellas expresiones de deseo. En nuestro tiempo, las Naciones Unidas han comprometido comisiones, politólogos y filósofos en busca de la piedra fundamental, y los resultados están a la vista. No han pasado doscientos años del fin de la segregación en Estados Unidos de América y aún no nos hemos dado cuenta de lo mal que se ha tratado a los esclavos. Pasarán otros doscientos para que aún no nos demos cuenta del daño infligido a los animales o al medio ambiente. Nunca, de la pena ocasionada a nuestros vecinos. Españadero lucha por salir de este laberinto irrespirable y lo consigue al localizar que el Terrorismo es uno solo, pero son varias sus caras. El mejor ejemplo es su pasaje sobre Kofi Annan y sus ideas para combatir este problema. Pero Annan mismo se convirtió -en Ruanda- en un terrorista al ignorar los informes desgarradores del Coronel Dallaire, quien estaba en las puertas del infierno, con su reporte de inteligencia fehacientemente comprobado. Hoy los resultados de la historia lo verifican.
Españadero es incansable y despliega con complicada simpleza los diferentes departamentos del Terrorismo. Así sea por ideales, fanatismo o ignorancia, es una adicción a la violencia que nadie puede curar, ni siquiera con los años. Pero esas ideas sobreviven y como la criatura de la película Alien, se desarrollan en el vientre y explotan en el momento menos pensado. Al señalar la naturaleza de sus opiniones, Carlos Españadero puede comprender al terrorista y sus motivos, no al Terrorismo y a sus acciones. En un acto de Terror no hay -como bien diría el General Heriberto J. Auel- “Caballeros de la Guerra”.
El Napoleón y el Bola de Nieve de George Orwell vivían en la misma casa. Se puede estar en desacuerdo con el segundo, pero no es posible no temer al primero. Es como las muertes buenas y las muertes malas de las que habla Españadero. Los nazis contra los judíos, Stalin contra su propia gente, Estados Unidos y el incidente en Timor del Este. ¿Cuál es el verdadero bien en el sacrificio de unos pocos en beneficio de muchos?
Antes señalado, la concepción y ejecución de este notable trabajo va a dejar un montón de preguntas con múltiples opciones de respuestas. No hace apología del Terrorismo, pero si comprende su origen y sus motivaciones, aunque no las comparta, y si habla de los Estados que no analizan esas génesis y en oportunidades actúan como sus enemigos. La mesa de la controversia está servida. Solo faltan comensales que se atrevan a probar el primer bocado.
Fabian Kussman
email@PrisioneroEnArgentina.com
www.PrisioneroEnArgentina.com
@FabianKussman
Mayo 4, 2017
EL GRAN TERROR
Cuando la obra de Robert Conquest, El Gran Terror, apareció ante los ojos de Occidente, fue como una voz de alarma ante los horrores de las purgas de Josef Stalin. Se trataba de un trabajo apartidista y el más acertado sobre el tema. Esta exploración recorre una odisea de sadismo, locura y muerte propiciada por el Hombre de Hierro de la Unión Soviética. Mucho se ha dicho de las fuentes no-oficiales de las cuales se nutrió Conquest para su trabajo, pero en 1968, cuando aún estaba lejos la revelación de los archivos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el libro permitió entender que los grandes procesos se insertaban en una lógica de represión de masas, determinada por la ideología y causante de, según sus estimados, más de veinte millones de muertos. Cuando se produjo esa apertura de información, Conquest se encontró con más material para documentar una nueva edición. Allí, no dejó escapar el mínimo detalle incorporando notas y expedientes secretos sobre los tres grandes Juicios de Moscú y las ejecuciones sin pruebas al por mayor.
Un par de días atrás, Mauricio Ortín tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar en español, lo que hizo que desempolvara una versión en inglés de mi biblioteca, cuyas páginas no había tocado en mucho tiempo, solo para comprobar que era el relato revisado de 1990. En efecto, de ese se trataba. En el mismo, Conquest fue adhiriendo los resultados de una abundante sovietología, con enmiendas en cuanto al número de víctimas, que llegaban casi a las nueve cifras. La apertura de los archivos en Moscú ha confirmado todas las hipótesis y conclusiones, solo corrigiendo sus cálculos. El gran escritor y pensador Christopher Hitchens, un marxista en su juventud, sostenía a El Gran Terror como el análisis superior del cruel accionar del comunismo en la Rusia soviética.
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Agradecimiento a Mauricio Ortín por su notable colaboración y en su indirecto comportamiento, para refrescar mi memoria, ayudar a comprender y obligar a utilizar el pensamiento crítico de una porción confundida de los argentinos de hoy.
PrisioneroEnArgentina.com
Marzo 3, 2017