Share

  Por Holly Sawa. 

Durante la Segunda Guerra Mundial, en lo profundo del territorio ocupado de Manchuria, el Ejército Imperial Japonés operó una de las instalaciones militares más horripilantes y secretas de la historia moderna: la Unidad 731. Oficialmente conocida como el Departamento de Prevención de Epidemias y Purificación de Agua del Ejército de Kwantung, esta unidad encubierta era responsable de la investigación de guerra biológica y la experimentación humana a una escala que rivaliza con las peores atrocidades del siglo XX.

Fundada en 1936 bajo el liderazgo del general Shirō Ishii, la Unidad 731 tenía su sede en Pingfang, cerca de Harbin, en el noreste de China. Las instalaciones se extendían a lo largo de seis kilómetros cuadrados y albergaban más de 150 edificios, incluyendo laboratorios, celdas de detención y crematorios. Su misión: desarrollar armas biológicas y estudiar los efectos de las enfermedades, los traumas y los agentes químicos en el cuerpo humano. Los sujetos de estos experimentos eran principalmente civiles chinos, pero también incluían rusos, coreanos y otros prisioneros de guerra, incluyendo niños y mujeres embarazadas.

Los métodos empleados por la Unidad 731 eran escalofriantes. Los prisioneros eran infectados deliberadamente con patógenos mortales como la peste, el cólera, el ántrax y la fiebre tifoidea. Se realizaban vivisecciones sin anestesia para observar la progresión de la enfermedad. Se amputaban extremidades y se las reunía en lados opuestos del cuerpo. Los experimentos de congelación consistían en congelar extremidades y golpearlas para medir su fragilidad. Algunos cautivos eran expuestos a armas químicas o colocados en cámaras de presión hasta la muerte.

Internamente, a las víctimas se les llamaba “maruta”, que significa “troncos”, un término que las deshumanizaba y reflejaba la naturaleza industrial de los experimentos. Se estima que más de 3000 personas murieron dentro de las instalaciones, mientras que las armas biológicas desarrolladas por la Unidad 731 provocaron la muerte de hasta 200 000 civiles en toda China.

Tras la rendición de Japón en 1945, la Unidad 731 intentó borrar su existencia. Las instalaciones fueron destruidas, los registros quemados y los cautivos restantes ejecutados. Sin embargo, el legado de la Unidad 731 no desapareció. En una decisión controvertida, Estados Unidos otorgó inmunidad a muchos de sus principales científicos, incluido Ishii, a cambio de los datos de sus investigaciones. Este acuerdo mantuvo las atrocidades ocultas al escrutinio público durante décadas.

Solo en los últimos años se ha revelado la magnitud de los crímenes de la Unidad 731. Sobrevivientes, historiadores y activistas han luchado para preservar las pruebas y exigir responsabilidades. En 2002, un tribunal de Tokio reconoció el uso de la guerra biológica por parte de Japón en China, aunque el gobierno aún no ha emitido una disculpa formal.

La Unidad 731 sigue siendo un capítulo oscuro en la historia bélica de Japón: un recordatorio de los peligros del militarismo desenfrenado y del vacío ético que puede surgir en nombre de la ciencia. A medida que surgen nuevas evidencias, el llamado al reconocimiento y al recuerdo se hace más fuerte, para garantizar que las víctimas de este “laboratorio del diablo” no sean olvidadas.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Agosto 21, 2025