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avogadro-11Por Guillermo Enrique Avogadro.

“El momento más peligroso llega con la victoria”.

Napoleón Bonaparte

El Gobierno no puede quejarse. Los nueve meses transcurridos desde que llegó al poder fueron, en general, exitosos: salió del default y del cepo, devaluó prudentemente, controló la inflación, hizo un giro copernicano en materia de política exterior y en el alineamiento geopolítico, renegoció satisfactoriamente los contratos con China, normalizó la relación con el FMI, redujo el costo del endeudamiento externo, recuperó la credibilidad y modificó la visión del país ante los inversores internacionales, la economía y el empleo han comenzado a recuperarse, etc. Todo ello, a pesar de la adopción de medidas dolorosas pero imprescindibles, hace que la opinión pública lo siga estimando, aunque la CGT, para no quedar fuera de la pelea por la conducción del peronismo, anunciara ayer la realización de un paro general.

Claro que todas esas buenas noticias fueron acompañadas de algunas bastante malas, todas ellas incrementadas por la falta de sinceramiento de la crisis que heredó de los Kirchner: la dramática falta de energía, los impagables subsidios, el desesperante déficit público, la verdadera magnitud de la pobreza y de la indigencia, la informalidad laboral, la situación educativa y sanitaria, la alucinante corrupción, la recesión, la caída en el poder adquisitivo del salario, y tantas otras situaciones apocalípticas.

Los éxitos se reflejaron en la reunión de la “mini-Davos”, que mostró cuánto ha cambiado la percepción internacional sobre nuestro país, y en la promesa de concretas inversiones privadas, confirmada por el incremento en las cotizaciones de los bonos y de las acciones argentinas. Por lo demás, el Gobierno está acelerando su programa de infraestructura, que augura un crecimiento del empleo en un área tan definitoria y multiplicadora como la construcción; seguramente, y como efecto colateral, también traerá aparejada una sensible disminución en la cantidad de empleados públicos, con su natural incidencia positiva en el gasto del Estado.

El Presidente, inexplicablemente, metió la pata en uno de los asuntos más irritantes para la piel nacional: me refiero a Malvinas. No entiendo por qué cometió la torpeza de decir que el tema de la soberanía había sido abordado en su breve conversación con Theresa May, algo que fue desmentido rápidamente tanto por los británicos cuanto por los mismos funcionarios locales.

 A todos nos duelen los muertos, los mutilados y los suicidas de la guerra, pero eso no cambia la realidad: la perdimos. La limitada longitud de esta nota no me permite una amplia reflexión sobre las motivaciones que llevaron a los jefes militares de entonces a retomar las islas, pero de algo estoy seguro: con las acciones bélicas se retrocedió enormemente en el prolongado proceso de recuperación legal del territorio colonizado. No basta con decir que ese camino no había producido avances significativos, porque también es cierto que, una vez ocupado pacíficamente Puerto Argentino, aparecieron distintas soluciones diplomáticas -dos o tres banderas, etc.- que fueron desechadas por los integrantes de la Junta, que prefirieron priorizar la temporaria ventaja que significó el enorme apoyo popular para un régimen ya agónico.

Gran Bretaña, acosada por sus problemas internos -y el Brexit no es un tema menor- está harta de soportar el peso presupuestario que significa mantener la defensa militar de un enclave tan lejano. Pero no le es desdeñable la privilegiada situación que le otorga la ilegal posesión de nuestras islas ante la inminente renegociación del tratado internacional de la Antártida y, también, frente a todo el escenario geopolítico del Atlántico Sur.

Argentina sólo recuperará la soberanía en Malvinas cuando el mundo se convenza que somos un país serio y respetable, y en ese camino estamos desde diciembre del año pasado. Porque, aunque no corresponda preguntar a los kelpers cuál es su decisión al respecto, tampoco se puede desconocer su existencia o, simplemente, expulsarlos; entonces, donde debemos trabajar, y muy intensamente, es en recuperar la confiabilidad, ya que la cercanía determinará una natural integración de la actual población británica, en materia de educación, de salud, de relaciones sociales, de seguridad jurídica, de comercio, de industria, de recursos naturales, etc.

Mauricio Macri, en su esfuerzo por reinsertarnos en el mundo, avanzó demasiado rápido en la normalización de todas las relaciones con Londres, sobre todo porque se encuentra vigente una ley que sanciona a las empresas que realicen actividades comerciales con compañías que trabajen en las islas. Pero huir hacia adelante, inventando la mención de algo tan significativo como la soberanía en su ligera conversación diplomática, se convirtió en un error mayúsculo y el Presidente debería hacerse asesorar mejor.

Cambiando absolutamente de tema, quiero dejar constancia de mi preocupación por el fusilamiento del oficial retirado de la Policía Federal Héctor Gonçalves Pereyra en ocasión de un presunto robo a un camión que transportaba ropa. Me sorprendieron varios aspectos del confuso episodio, que tanto me recordó la muerte de Pedro Tomás Viale, el agente de la SIDE apodado “el Lauchón”, cuando el grupo Halcón, de la Policía bonaerense, ingresó a su casa a los tiros. Me pregunté si los emparentaba haber sabido demasiado.

Al camión que custodiaba Gonçalves lo emboscaron nada menos que cuatro automóviles y nada fue robado; demasiada logística para un botín tan magro que, además, fue “olvidado”. Y se trataba de un testigo clave en el asesinato de Alberto Nisman, cuyo teléfono sorpresivamente se comunicó con algunos espías y funcionarios antes de que se conociera el fallecimiento del Fiscal que acusaba a Cristina Kirchner y a varios otros integrantes de la banda.

Me parece llamativo, en especial en un país como el nuestro, que tantas muertes sospechosas colecciona; todos recordamos, entre muchos otros, a Héctor Echegoyen, el Administrador de Aduanas “suicidado” con la mano equivocada; a Lourdes de Natale, la secretaria de Emir Yoma, cuñado de Carlos Menem, que se “tiró” por la ventana; a Juan Castro, un periodista que investigaba a la ex Presidente; etc. Tal como dijo Carlos Manfroni, “el desprecio absoluto por el papel de las conspiraciones en la historia es tan irreal como la convicción de que todo procede de una conspiración”.

Es muy factible, diría que hasta harto probable, que nos encontremos frente a un entramado mafioso -¡uno más!- dispuesto a cualquier cosa con tal de no arriesgar posiciones logradas; y el narcotráfico ha conseguido, en la pasada década y obviamente asociado a los Kirchner, una penetración enorme. En esta materia el Gobierno debiera prepararse mucho mejor para pelear en una guerra que, mundialmente, se ha transformado en la más grave y peligrosa.

 

Bs.As., 24 Sep 16

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