Dios existe, eso lo saben aun los que se dicen ateos o no creyentes. Es imposible pensar lo contrario. Hay demasiadas pruebas de su existencia como para que una persona que esté en sus cabales pueda pensar seriamente que Dios no existe. No sólo es evidente que Dios existe sino que, además, también lo es que ha creado todas las cosas de la nada y las ha dispuesto de tal manera que el universo material funciona ordenadamente en forma constante. No sólo las cosas puramente materiales sino también el hombre que es un compuesto de alma (espiritual) y de cuerpo. Es decir que, por lo menos, hay algo creado que no es materia, o sea, el alma humana que sin duda también tiene su orden a seguir, sólo que éste, a diferencia de lo material, ese orden depende de la voluntad libre que es una cualidad del alma y se rige por leyes naturales y divinas. Los fingidos ateos no pueden negar a Dios pero sí pueden atreverse a negar los ángeles, puros espíritus, porque no hay evidencia tan notoria de su existencia pero para eso, tienen que tener la audacia de negar la Revelación para lo cual tienen que negar la existencia de los milagros con los que ha sido corroborada durante todos los siglos, especialmente desde que se produjo el mayor de todos ellos que es la Encarnación del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y toda la vida y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
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Para negar los milagros hay que negar toda la Historia porque los datos que tenemos de sus personajes no están mejor probados que los milagros, que son otros tantos datos de la Historia. Si negamos que Nuestro Señor Jesucristo resucitó, también podemos negar que existió Julio César y hasta otros potentados más cercanos a nuestro tiempo a los cuales no hemos visto ni hablado como para poder sostener que sólo creemos en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Luego, no hay más remedio que declararse ignorante irremediable o aceptar el testimonio del pasado, debidamente estudiado y acreditado. Y bien, ese pasado prueba que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana fue fundada por Nuestro Señor Jesucristo sobre la base de la autoridad de Pedro y que existe todo un cuerpo de doctrinas de fe y moral que son mandatos de Dios mismo, puesto que su Fundador es Dios hecho hombre y habla como Dios. Negarlo sería asemejarse a los fariseos que se enfurecieron cuando Jesús curó al ciego. Este pobre hombre les dio una lección cuando “lo llenaron de maldiciones” por decir que el Señor lo había curado de su ceguera acusándolo de idólatra por reconocer al Salvador como Hijo de Dios alegando ellos que no sabían quién era ni de dónde venía. Y el ex-ciego con toda sencillez les contestó: “Aquí está la maravilla, que vosotros no sabéis de donde es este y con todo ha abierto mis ojos. Lo que sabemos es que Dios no oye a los pecadores; sino a aquel que honra a Dios y hace su voluntad , éste es a quien Dios oye. Desde que el mundo es mundo no se ha oído jamás que alguno haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no fuese de Dios no podría hacer nada.” (San Juan, 9, 28-33) Luego, ese cuerpo de doctrina que dejó Nuestro Señor en manos de la Santa Iglesia, ampliado sin contradicción por obra del Espíritu Santo reflejada en la Tradición, es un mandato para toda la humanidad pues el mismo Señor mandó predicarlo a todas la naciones y dijo expresamente: “Id por todo el mundo ; predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare se salvará ; pero el que no creyere será condenado” (San Marcos 16, 15-16). No sólo creer, sino también cumplir con la ley de Dios y sus divinos mandatos, con la ayuda esencial de la gracia. Siendo Dios Creador y Legislador, también es Juez de las naciones. A veces nos parece que Dios no vigila a los hombres y los deja contrariarlo gravemente sin castigarlos, a la espera del Juicio Final. Pero quien estudie la Historia de la Iglesia y de la Cristiandad, verá que no es así. La Divina Providencia muchas veces ha castigado a las naciones antes del fin del mundo y de una manera terrible. La Historia está llena de pruebas de esa divina indignación, desde los más antiguos tiempos de la Iglesia. Si se lee, por ejemplo, la historia de las Cruzadas se ve cómo una gesta generosa como esa, sin embargo, se corrompió por la codicia de los príncipes y lo que empezó como una gloriosa epopeya terminó en una horrenda hecatombe en la que salieron victoriosos los criminales islamitas y miles de católicos fueron asesinados o vendidos como esclavos. Lo mismo puede verse en la historia moderna. La revolución francesa, vomitada desde el infierno dominó una nación tras otra, por la guillotina, la ferocidad de Napoleón y de los demás sectarios de la nefasta revolución, hasta conquistar todo el antiguo Occidente cristiano e imponer sus impíos dogmas y los del comunismo, hijo sacrílego de ella, a todo el orbe. Desde hace más de dos siglos esa lepra moral está infectando a todo el mundo y los pueblos la están aceptando con una fruición masoquista. Miremos ahora el asunto desde el punto de vista teológico. ¿Cuáles han sido las consecuencias de ese desafío a la ley de Dios de proporciones apocalípticas? Un castigo también apocalíptico: dos guerras mundiales con millones de muertos, el triunfo del comunismo con más millones de muertos, el desbocamiento satánico del islamismo y otras sectas infernales con millones de crímenes cometidos en todo el mundo. ¿Quién se atreve a negar la relación de causa y efecto entre aquellos pecados inmensos del mundo ex-cristiano y las tragedias de las que apenas he mencionado los casos más notables?
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La Anunciación (circa 1650) Bartolomé Esteban Murillo
Alberto Fernández y Cristina Fernández
Mauricio Macri y Miguel Pichetto
José Luis Espert
Juan José Gómez Centurión
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Traspongamos estos razonamientos a la argentina. Desde su fundación, en 1810, hemos aceptado el dominio de la masonería liberal enemiga de Dios y la consecuencia de esa apostasía ha sido el peronismo que se impuso hace 60 años, destruyó la convivencia social y acabó con casi todos restos del Estado de Derecho. A pesar de la evidente perversidad de la ideología nacional-marxista del peronismo, pertinazmente nos hemos negado a formar una clase política mínimamente justa y capaz para enfrentarlo eficazmente, aceptando con un especie de sadismo suicida que el gobierno del país esté exclusivamente en las manos de una “dirigencia” corrupta e inepta, toda ella peronista y atea práctica, inmoral y destructiva. Para colmo del cinismo hemos convertido a Macri, un farsante adúltero, pro-homosexual, corruptor de la niñez y de la adolescencia, abortista, deshonesto, peronista pseudo-capitalista , como la única opción frente a una banda de asaltantes simpatizantes del comunismo que nos tiranizó durante doce años. El haber convertido a un inmoral como Macri, que después de tres años y medio de inepcia ilícita ha demostrado que está muy lejos de ser una alternativa aceptable a la mencionada banda y muy lejos de haberla desprestigiado sino más bien ha dado indicio claros de tener un pacto con ella que la ha dejado impune y al borde de tomar nuevamente el poder, constituye un pecado grave de las “clases cultas” de la argentina, especialmente de las más altas. Para colmo, en vez de arrepentirnos y hacer todos los esfuerzos que fueran necesarios para reparar el daño que le hemos hecho al país y a su población, especialmente a los más débiles, esas “clases cultas” y la prensa que las adoctrina, propone reelegir a Macri, pasando por alto la ofensa a Dios que significa mantener como Presidente de la Nación a un adúltero, que vive públicamente en concubinato en abierta violación de la ley de Dios, que favorece el aborto y es responsable de todo lo que he dicho más arriba para no caer en manos del kirchnerismo, también enemigo de Dios pero que molesta más a las “clases cultas” porque es abiertamente marxista y corrupto. He ahí la situación. Elegir entre dos males moralmente inaceptables. Frente a ese descarado insulto a Dios sostengo que ninguno de los dos males es elegible. Tampoco las pequeñas salidas ilusorias de un abortista liberal como Espert, ni la del macrista hasta ayer nomás, Gonzalez Centurión, verdadero “colector” de votos macristas “desencantados”. De la izquierda, ni hablar. ¿Qué se puede hacer? Le digo lo que a mí me parece a la luz del preámbulo teológico que he expuesto más arriba: Elegir ofender a Dios votando a Macri o a sus comparsas, es una falsa opción por el “mal menor”. En materia grave de moral -como se da en el caso de ambas alternativas políticas- no existe mal menor: ambos son mal mayor. Si elegimos el mal nos hacemos cómplices de esas dos corrientes políticas y contribuimos deliberadamente a ofender a Dios. Y creyendo que evitamos un mal con la excusa de que es mayor, nos atraemos un castigo que no puede tardar de la Justicia divina. Le aconsejo abandonar toda idea optimista de que Dios hace “la vista gorda” ante las reiteradas ofensas que cometemos contra Él. Pregunten a los europeo del siglo XX como les fue en ese siglo. Aquí todavía no hemos tenido castigos extraordinarios como las dos guerras mundiales (aunque el peronismo ha sido un castigo no pequeño por los primeros años de liberalismo masónico). Pero hay otras formas de castigar que pueden caer sobre nosotros y sin duda caerán. Miremos a nuestro alrededor. Simplemente en Iberoamérica ya hay cuatro países comunistas: Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. No me extrañaría nada que fuéramos el quinto, llevados a empujones por el Kerensky Macri o por la ex-usurpadora Kirchner. Por eso, frente al atolladero sin salida moralmente aceptable en que nos hemos puesto para las próximas elecciones, creo que la única solución lógica es votar por nadie y hacer penitencia por nuestra cobardía política de tantos años aceptando con resignación cristiana el castigo que Dios pueda mandar a la argentina, sin dejar de rezar para que Su misericordia nos perdone y nos dé una solución inesperada e inmerecida.——————————————
ELECCIONES PRESIDENCIALES 2019
Por COSME BECCAR VARELA
Dios existe, eso lo saben aun los que se dicen ateos o no creyentes. Es imposible pensar lo contrario. Hay demasiadas pruebas de su existencia como para que una persona que esté en sus cabales pueda pensar seriamente que Dios no existe. No sólo es evidente que Dios existe sino que, además, también lo es que ha creado todas las cosas de la nada y las ha dispuesto de tal manera que el universo material funciona ordenadamente en forma constante. No sólo las cosas puramente materiales sino también el hombre que es un compuesto de alma (espiritual) y de cuerpo. Es decir que, por lo menos, hay algo creado que no es materia, o sea, el alma humana que sin duda también tiene su orden a seguir, sólo que éste, a diferencia de lo material, ese orden depende de la voluntad libre que es una cualidad del alma y se rige por leyes naturales y divinas. Los fingidos ateos no pueden negar a Dios pero sí pueden atreverse a negar los ángeles, puros espíritus, porque no hay evidencia tan notoria de su existencia pero para eso, tienen que tener la audacia de negar la Revelación para lo cual tienen que negar la existencia de los milagros con los que ha sido corroborada durante todos los siglos, especialmente desde que se produjo el mayor de todos ellos que es la Encarnación del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y toda la vida y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
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Para negar los milagros hay que negar toda la Historia porque los datos que tenemos de sus personajes no están mejor probados que los milagros, que son otros tantos datos de la Historia. Si negamos que Nuestro Señor Jesucristo resucitó, también podemos negar que existió Julio César y hasta otros potentados más cercanos a nuestro tiempo a los cuales no hemos visto ni hablado como para poder sostener que sólo creemos en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Luego, no hay más remedio que declararse ignorante irremediable o aceptar el testimonio del pasado, debidamente estudiado y acreditado. Y bien, ese pasado prueba que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana fue fundada por Nuestro Señor Jesucristo sobre la base de la autoridad de Pedro y que existe todo un cuerpo de doctrinas de fe y moral que son mandatos de Dios mismo, puesto que su Fundador es Dios hecho hombre y habla como Dios. Negarlo sería asemejarse a los fariseos que se enfurecieron cuando Jesús curó al ciego. Este pobre hombre les dio una lección cuando “lo llenaron de maldiciones” por decir que el Señor lo había curado de su ceguera acusándolo de idólatra por reconocer al Salvador como Hijo de Dios alegando ellos que no sabían quién era ni de dónde venía. Y el ex-ciego con toda sencillez les contestó: “Aquí está la maravilla, que vosotros no sabéis de donde es este y con todo ha abierto mis ojos. Lo que sabemos es que Dios no oye a los pecadores; sino a aquel que honra a Dios y hace su voluntad , éste es a quien Dios oye. Desde que el mundo es mundo no se ha oído jamás que alguno haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no fuese de Dios no podría hacer nada.” (San Juan, 9, 28-33) Luego, ese cuerpo de doctrina que dejó Nuestro Señor en manos de la Santa Iglesia, ampliado sin contradicción por obra del Espíritu Santo reflejada en la Tradición, es un mandato para toda la humanidad pues el mismo Señor mandó predicarlo a todas la naciones y dijo expresamente: “Id por todo el mundo ; predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare se salvará ; pero el que no creyere será condenado” (San Marcos 16, 15-16). No sólo creer, sino también cumplir con la ley de Dios y sus divinos mandatos, con la ayuda esencial de la gracia. Siendo Dios Creador y Legislador, también es Juez de las naciones. A veces nos parece que Dios no vigila a los hombres y los deja contrariarlo gravemente sin castigarlos, a la espera del Juicio Final. Pero quien estudie la Historia de la Iglesia y de la Cristiandad, verá que no es así. La Divina Providencia muchas veces ha castigado a las naciones antes del fin del mundo y de una manera terrible. La Historia está llena de pruebas de esa divina indignación, desde los más antiguos tiempos de la Iglesia. Si se lee, por ejemplo, la historia de las Cruzadas se ve cómo una gesta generosa como esa, sin embargo, se corrompió por la codicia de los príncipes y lo que empezó como una gloriosa epopeya terminó en una horrenda hecatombe en la que salieron victoriosos los criminales islamitas y miles de católicos fueron asesinados o vendidos como esclavos. Lo mismo puede verse en la historia moderna. La revolución francesa, vomitada desde el infierno dominó una nación tras otra, por la guillotina, la ferocidad de Napoleón y de los demás sectarios de la nefasta revolución, hasta conquistar todo el antiguo Occidente cristiano e imponer sus impíos dogmas y los del comunismo, hijo sacrílego de ella, a todo el orbe. Desde hace más de dos siglos esa lepra moral está infectando a todo el mundo y los pueblos la están aceptando con una fruición masoquista. Miremos ahora el asunto desde el punto de vista teológico. ¿Cuáles han sido las consecuencias de ese desafío a la ley de Dios de proporciones apocalípticas? Un castigo también apocalíptico: dos guerras mundiales con millones de muertos, el triunfo del comunismo con más millones de muertos, el desbocamiento satánico del islamismo y otras sectas infernales con millones de crímenes cometidos en todo el mundo. ¿Quién se atreve a negar la relación de causa y efecto entre aquellos pecados inmensos del mundo ex-cristiano y las tragedias de las que apenas he mencionado los casos más notables?
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La Anunciación (circa 1650) Bartolomé Esteban Murillo
Alberto Fernández y Cristina Fernández
Mauricio Macri y Miguel Pichetto
José Luis Espert
Juan José Gómez Centurión
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Traspongamos estos razonamientos a la argentina. Desde su fundación, en 1810, hemos aceptado el dominio de la masonería liberal enemiga de Dios y la consecuencia de esa apostasía ha sido el peronismo que se impuso hace 60 años, destruyó la convivencia social y acabó con casi todos restos del Estado de Derecho. A pesar de la evidente perversidad de la ideología nacional-marxista del peronismo, pertinazmente nos hemos negado a formar una clase política mínimamente justa y capaz para enfrentarlo eficazmente, aceptando con un especie de sadismo suicida que el gobierno del país esté exclusivamente en las manos de una “dirigencia” corrupta e inepta, toda ella peronista y atea práctica, inmoral y destructiva. Para colmo del cinismo hemos convertido a Macri, un farsante adúltero, pro-homosexual, corruptor de la niñez y de la adolescencia, abortista, deshonesto, peronista pseudo-capitalista , como la única opción frente a una banda de asaltantes simpatizantes del comunismo que nos tiranizó durante doce años. El haber convertido a un inmoral como Macri, que después de tres años y medio de inepcia ilícita ha demostrado que está muy lejos de ser una alternativa aceptable a la mencionada banda y muy lejos de haberla desprestigiado sino más bien ha dado indicio claros de tener un pacto con ella que la ha dejado impune y al borde de tomar nuevamente el poder, constituye un pecado grave de las “clases cultas” de la argentina, especialmente de las más altas. Para colmo, en vez de arrepentirnos y hacer todos los esfuerzos que fueran necesarios para reparar el daño que le hemos hecho al país y a su población, especialmente a los más débiles, esas “clases cultas” y la prensa que las adoctrina, propone reelegir a Macri, pasando por alto la ofensa a Dios que significa mantener como Presidente de la Nación a un adúltero, que vive públicamente en concubinato en abierta violación de la ley de Dios, que favorece el aborto y es responsable de todo lo que he dicho más arriba para no caer en manos del kirchnerismo, también enemigo de Dios pero que molesta más a las “clases cultas” porque es abiertamente marxista y corrupto.
He ahí la situación. Elegir entre dos males moralmente inaceptables. Frente a ese descarado insulto a Dios sostengo que ninguno de los dos males es elegible. Tampoco las pequeñas salidas ilusorias de un abortista liberal como Espert, ni la del macrista hasta ayer nomás, Gonzalez Centurión, verdadero “colector” de votos macristas “desencantados”. De la izquierda, ni hablar. ¿Qué se puede hacer? Le digo lo que a mí me parece a la luz del preámbulo teológico que he expuesto más arriba: Elegir ofender a Dios votando a Macri o a sus comparsas, es una falsa opción por el “mal menor”. En materia grave de moral -como se da en el caso de ambas alternativas políticas- no existe mal menor: ambos son mal mayor. Si elegimos el mal nos hacemos cómplices de esas dos corrientes políticas y contribuimos deliberadamente a ofender a Dios. Y creyendo que evitamos un mal con la excusa de que es mayor, nos atraemos un castigo que no puede tardar de la Justicia divina. Le aconsejo abandonar toda idea optimista de que Dios hace “la vista gorda” ante las reiteradas ofensas que cometemos contra Él. Pregunten a los europeo del siglo XX como les fue en ese siglo. Aquí todavía no hemos tenido castigos extraordinarios como las dos guerras mundiales (aunque el peronismo ha sido un castigo no pequeño por los primeros años de liberalismo masónico). Pero hay otras formas de castigar que pueden caer sobre nosotros y sin duda caerán. Miremos a nuestro alrededor. Simplemente en Iberoamérica ya hay cuatro países comunistas: Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. No me extrañaría nada que fuéramos el quinto, llevados a empujones por el Kerensky Macri o por la ex-usurpadora Kirchner. Por eso, frente al atolladero sin salida moralmente aceptable en que nos hemos puesto para las próximas elecciones, creo que la única solución lógica es votar por nadie y hacer penitencia por nuestra cobardía política de tantos años aceptando con resignación cristiana el castigo que Dios pueda mandar a la argentina, sin dejar de rezar para que Su misericordia nos perdone y nos dé una solución inesperada e inmerecida.——————————————
Doctor Cosme Beccar Varela
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PrisioneroEnArgentina.com
Julio 22, 2019
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