Todo parece ser válido a la hora de humillar a las Fuerzas Armadas

Fuerte carta del Coronel Duarte al Ministro Aguad
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El Coronel José Martiniano Duarte quién combatió en Malvinas  descubrió con asombro la posibilidad de que los militares sean apartados de la conducción del IOSFA, la obra social del personal en actividad y retirado de las Fuerzas Armadas. Esto ha creado una gran preocupación dentro de la estructura castrense.

 

Buenos Aires, 18 de febrero de 2019.
Señor Ministro de Defensa
Dr. Oscar Aguad
En relación a la ofensa que hiciera el presidente del directorio del IOSFA a todos los miembros de las instituciones armadas, en la persona del señor general José Luis Figueroa, tengo el agrado de intentar informarle por este medio, algunos conceptos que creo Usted desconoce.
Me pregunto por qué la conducción del Ministerio de Defensa provoca esto en este momento. Las causas podrían ser de distinto tenor: ¿incompetencia, ignorancia, política? No encuentro una respuesta. Hace décadas que el Ministerio de Defensa ha dejado de ser un área trascendente de las políticas públicas para los diferentes gobiernos. Y pareciera ser todo válido a la hora de humillar a las Fuerzas Armadas.
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Ahora, que prácticamente han sido borradas de toda consideración y, aparentemente, ya no tienen ningún otro tema para el escarnio, se la toman con nuestra Obra Social, que es lo mismo decir con nuestras familias. Es fácil, lo reconozco; los militares no tenemos sindicato, no hacemos paros ni movilizaciones y los políticos que deberían defendernos el salario y la salud, son simple aficionados que desconocen la particular problemática de la cuestión militar.
Tal vez Usted no lo sepa, pero la obra social de las fuerzas armadas posee particularidades que la hacen muy diferente a otras. Las enormes distancias y la dispersión territorial hacen que los costos de la atención sanitaria a sus afiliados sean altísimos ya que nuestro país posee unidades y destacamentos -que incluyen a Gendarmería Nacional- desde Tartagal, hasta Ushuaia, desde Puente del Inca, hasta Buenos Aires, incluso en lugares muy poco accesibles. Por eso existe dentro de la logística de personal de las Fuerzas, una Sanidad Militar que, de hecho y de práctica, no es de uso exclusivo de los militares en actividad, sino que se entrelaza y converge diariamente con la obra social. El médico militar que atiende a un suboficial en Río Mayo con el bonete de la Sanidad Militar, es el mismo que asiste a su esposa embarazada con el bonete de IOSFA.
Esta realidad -que los ministros de defensa de las últimas décadas y sus asesores que provienen en el mejor de los casos de la función pública, y nada saben de Defensa y, menos aún, de fuerzas armadas-, es la que hace que nuestra obra social se haya transformado en un instituto muy particular.
La primera en concurrir en auxilio de un familiar afectado (IOSFA) y ante una emergencia es la Sanidad Militar. Usted me dirá que la obra social hará el reintegro correspondiente, y yo le replicaré que no y que, lamentablemente, muchas veces no ocurre así. Por ejemplo, si se debe evacuar a un niño de la localidad de Río Mayo hasta el Hospital Militar de Comodoro Rivadavia por una urgencia -yo he vivido esa situación-, lo que ocurrirá es que el comandante de la Brigada Mecanizado IX ordenará a un helicóptero de su dependencia realizar el traslado (600 kilómetros, ida y vuelta), y lo hará sin consultar a la obra social ni esperar la autorización de la misma, porque hay una vida que salvar. Ese es el costo de tener Defensa en un País que es el octavo territorio del mundo. Esto ocurre, señor Ministro, porque el enorme despliegue y el aislamiento de muchas unidades de las Fuerzas, imponen que nuestra obra social y la Sanidad Militar vivan en emergencia permanente. Lo mismo se hace cuando acontece una catástrofe natural: primero concurren con los medios disponibles y, después, dan la novedad. Todo al propio costo y riesgo.
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Un pacto de soldados
Por José Martiniano Duarte

Esa mañana del 26 de mayo de 1982, el avión Hércules C-130 que llevaba a bordo a la Compañía de Comandos 602, había despegado de la base aérea de El Palomar a treinta kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos Aires y estaba aterrizado para hacer combustible en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, el centro geográfico del golfo San Jorge, en la provincia del Chubut.

Dos horas después rodaba pesada y lentamente para alcanzar la cabecera de pista. Su destino era Puerto Argentino, la capital de las Islas Malvinas y el trámite, en principio, parecía que iba a ser rápido.

Había que llegar a como sea. ¿Acaso no era eso lo que querían y deseaban, no era eso para lo que se habían preparado desde muy jóvenes? Todo había ocurrido hasta aquí según lo conjeturado y planeado por su mentor. Mucho más rápido aún de lo que él mismo imaginaba hacía apenas unas semanas. Ahora la suerte estaba echada.

Para casi todos esos hombres, el despegue en esas condiciones, era una experiencia cotidiana; la visión caótica, aparentemente anárquica del fuselaje desnudo, las vibraciones que provoca el roncar furibundo de las turbinas, el tintineo metálico de una escalerilla floja, los arneses cuadriculados de los largos asientos de paracaidistas, el zumbido intermitente de los cables de mando al moverse, el bamboleo y traqueteo que produce el rodaje previo al despegue, el olor a JP-1 quemándose en los motores.

Para unos pocos en ese viaje, dos o tres suboficiales y tres soldados conscriptos, era una vivencia nueva que no habían conocido nunca y que no iban a olvidar jamás. La visión de un tripulante auxiliar enfundado de gris brillante con escudos en los hombros y en los brazos, grandes auriculares y micrófono, que pasó tomándose del cable estático y los parantes de aluminio, caminando sobre los asientos, enfrascado vaya a saber en qué tarea y hablando con palabras inentendibles quien sabe con quién, los llenó de asombro y los liberó por unos segundos de la aprensión, de la ansiedad y del miedo.

Porque ahora iban a enfrentar al océano en una travesía incierta. Y es que en estos casos de extremo peligro, donde se está entregado a las cosas que no dependen de uno, en realidad, siempre es mejor la inexperiencia y la ignorancia. Conocer, saber mucho, implica estar plenamente consciente de la realidad; y saber de tal manera, estimula la imaginación. Entender todo lo que podría pasar, todas las probabilidades, puede aterrorizar.

Casi todos eran paracaidistas y contabilizaban más decolajes que aterrizajes sobre una aeronave. Algunos rezaban en silencio, otros ponían la mente en blanco, algunos recordaban a sus familiares cercanos, esposa, hijos…; según era el método propio ensayado para superar la impaciencia del despegue y anular la imaginación, a la espera de que pase ese momento de angustia previo a la partida. Una situación que estaba más allá de su control…

Esta vez no era un lanzamiento en paracaídas o un desembarco de rutina, estaban partiendo para cumplir la que creían que era, con seguridad, la misión más importante de sus vidas. Para muchos, iba a ser la última misión de sus vidas. A algunos de ellos los separaban el mar y apenas 48 horas de su combate final. ¿Quién podía saberlo con certeza, pero quién podía descartarlo en aquel momento? Ninguno; muchos, seguramente lo presentían.

Iban sentados sobre los asientos de paracaidistas en cuatro hileras a lo largo del avión, dos y dos frente a frente y el equipo prolijamente aparcado con precisión aeronáutica sobre la gran rampa trasera. Al oír rugir los motores un acto reflejo aprendido y repetido cientos de veces les hizo entrecruzar los brazos unos con otros, aferrándose mutuamente.

La fuerza de los motores al ser liberada los empujó hacia el fondo de la aeronave obligándolos a resistir hombro con hombro, brazo con brazo. El avión se elevó rápidamente y sólo lo necesario. Lo suficiente para sortear los obstáculos que lo separaban del mar. Luego, poco a poco, fue acercando su panza gris al agua azul. Iba a hacer la travesía en vuelo táctico, casi rozando la superficie del agua, para intentar eludir los radares de vigilancia de la flota enemiga, que había establecido el cerco a las Islas y que era, o intentaba ser, inexpugnable. (Fuente: Zona-Militar)

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Pareciera que aquello que el doctor Pedro Barrios -del que desconozco su idoneidad en la materia- cree saber tan apropiadamente como para aplicar a los militares, lo ignora en el caso propio.
Pretender comparar al IOSFA y su funcionamiento con otras obras sociales, da cuenta del desconocimiento que se tiene sobre lo que son y necesitan las Fuerzas Armadas. Manifiesta una profunda ignorancia sobre la misión, la organización, el despliegue y las actividades de su conjunto, y de los elementos que la componen, así como las dificultades que permanentemente atraviesan.
Por lo anteriormente expuesto, es que enfatizo en la necesidad que quien ejerza las funciones de presidente del Directorio del IOSFA sea una persona formada no solo en el manejo de la salud o la administración de una obra social, sino que sea idónea en el conocimiento de la complejidad específica de las Fuerzas Armadas.
En caso que no sea posible encontrar a alguien que reúna esas condiciones, y Usted no quiera designar a un militar en ese puesto le solicito, por favor, que escoja a alguien que, por lo menos, quiera sus soldados.
Saludo a Usted con atenta consideración.

 

José Martiniano Duarte
Coronel VGM (R)
DNI: 8.604.927

 


PrisioneroEnArgentina.com

Febrero 18, 2019


 

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