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  Por Vida Bolt.

A mis trece años, mi prima Stella vino a pasar las vacaciones a nuestra casa y hasta ese entonces, no sabía que yo era familiar de una de las mas bellas chicas de este mundo. Stella tenía mi misma edad, pero ya se había desarrollado como mujer más plenamente que yo o mis hermanas. Stella tenía impresionantes ojos verdes, pelo ondulado, pero no grueso, ni rizado. Y la sonrisa del millón de dólares. De todas maneras, y a pesar de que intenté con todas las fuerzas al principio, era tan buena que sería imposible odiarla hasta nuestros días. Ayudaba con los quehaceres, me ayudaba con mis tareas de las clases dominicales de religión y hasta me halagaba por demás si conversábamos con algún muchacho que me gustara.

El único gran problema que Stella tenía era que, si corría, si hacía algún esfuerzo, si se reía o si se asustaba, un olor fétido inundaría el lugar. Las primeras veces me sorprendió, luego pensé que lo hacía adrede. Pero no era su caso.

A través de los años supe de algunas de sus historias románticas, pero ninguna duraba demasiado. El simple hecho de decir “Eres hermosa” ciertamente puede tener su encanto, pero también puede sugerir que la persona en cuestión se enfoca completamente en la apariencia y no logra capturar ninguna de las esencias de una persona. En cuanto a Stella, los pretendientes si capturaban otras esencias. Lamentables aromas, repelentes fragancias, perfumes distintos.

En los tiempos en que debió asistir a la universidad, Stella eligió La universidad de Webster, a treinta minutos de mi casa, para estudiar Recursos Humanos.

Dos semanas más tarde, Stella se encontró conmigo para almorzar y me relató con mucho entusiasmo, que había conocido al asistente de su profesor en la materia de finanzas. Lo describió como un joven apuesto y muy centrado. A sus 25 años, Benjamín, ya estaba a punto de ser propietario de una casa, tenía auto y una carrera académica muy prometedora. Esa noche, sería su primera cita.

Dos semanas y un día después, Stella me llamó sollozando. Me contó que su cita había ido mejor de lo imaginado, hasta que llegaron a su casa con intenciones de tener un momento íntimo. Fue allí donde sus problemas salieron a la luz. Stella me confesó que cada vez que el se acercaba, ella dejaba escapar uno de sus impactantes flatos.

Luego de algunas arremetidas detenidas por el fuego interno, el hombre (estimo que no contaba con una máscara antigás) decidió excusarse y retirarse.

La tristeza de Stella no tenía límites. Incluso llegó a preguntar si tenía píldoras para dormir.

Sin embargo, ella recibió un llamado telefónico de ese hombre, Benjamín, quien le dio el número de un médico especialista.

Stella logró una cita con el doctor, quien luego de un par de test, encontró que sufría de una enfermedad muy poco discutida en ese entonces. Stella era celíaca. Una dieta correcta terminó con años de pena y vergüenza. Stella dejó atrás una historia de hedientes gases y relaciones destrozadas por malos -precisamente- vientos devastadores.

Curiosamente, Stella nunca más se encontró con Benjamín. Con su nuevo status, decidió explorar otros aires para finalmente, luego de varias aventuras, casarse con Otto. ¿Su profesión? Operario reparador de aire acondicionado.

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Marzo 14, 2022


 

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