La cordillera luce majestuosa bajo ese sol radiante de la mañana. El aeropuerto está próximo. Se levanta de su asiento y atraviesa el pasillo hasta llegar al baño. Se mira en el espejo, ajusta su esmoquin y le pone el silenciador a la pistola. Sale tranquilamente y se acerca al hombre solitario que dormita en la cabina de primera clase. Apunta su arma y le dispara un balazo en la cabeza. El hombre parece seguir durmiendo. Vuelve a su asiento, despliega un periódico y le pide a la azafata un whisky. ¿Señor…? Bond, James Bond. Y dos cubos de hielo, por favor.
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[ezcol_1quarter] [/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter]Por Manuel Pastrana Lozano
[/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter]La cordillera luce majestuosa bajo ese sol radiante de la mañana. El aeropuerto está próximo. Se levanta de su asiento y atraviesa el pasillo hasta llegar al baño. Se mira en el espejo, ajusta su esmoquin y le pone el silenciador a la pistola. Sale tranquilamente y se acerca al hombre solitario que dormita en la cabina de primera clase. Apunta su arma y le dispara un balazo en la cabeza. El hombre parece seguir durmiendo. Vuelve a su asiento, despliega un periódico y le pide a la azafata un whisky. ¿Señor…? Bond, James Bond. Y dos cubos de hielo, por favor.
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Setiembre 17, 2020