Veintitrés días después de nuestro casamiento y cuatro días luego de retornar de nuestro viaje de bodas, a Oscar, mi marido, le fue solicitado viajar a Arizona a comprar computadoras para la empresa donde trabajaba. Fue un impacto. Comenzando nuestras vidas juntos, el destino ya nos separaba. Para condimentar esta tragedia, Oscar me comunicó que sería un viaje de cuatro días. Para que el volcán explotara (agaché mi cabeza, continué acomodando cosas, no emití una sola palabra) mi esposo comentó que sería acompañado por Rosa, del departamento de contabilidad. ¡Rosa!
¿Quién era Rosa? ¿Por qué Rosa debía acompañarlo? ¿Sabría Rosa que Oscar era un hombre casado? ¿Por qué Rosa no viajaba sola? Todas estas preguntas se apoderaron de mis pensamientos hasta que, para mi salud mental, decidí comentar esto con Marsha, una mujer con la altura de un pigmeo y el temperamento de un gigante. Y el sentido común de una piedra.
“Lo que tienes que hacer es saber quien es esta Rosa, que hace, si es casada, si tiene novio, como viste, como luce…” dijo casi empujándome contra la pared.
Pensando que era una buena idea, dos días antes del viaje, me dejé caer por la oficina de Oscar con la excusa de llevarle el almuerzo, pero con el propósito de dejar sentado que era su esposa, y ver si podía distinguir a la famosa Rosa entre los cientos de empleados de la compañía. Dejé una ensalada y un emparedado de pollo en sus manos y me perdí entre otras oficinas a desplegar mis dotes de detective. Al cabo de quince minutos, me sentía que mi objetivo estaba lejano, pero no podía preguntar por ella. Hubiera sido demasiado evidente y escalado a una posible acusación de celos. Resignada, y de camino a la salida, el sol iluminó un pequeño cartel en la pared de un cubículo donde varias mujeres tipeaban sus teclados con furia descontrolada: Rosa Sánchez.
Permanecí inmóvil hasta que vi como la puerta del baño se abría y de allí, rodeada de una brisa que agitaba sus cabellos y un halo de luz propio, una mujer envuelta en unas minifaldas que escandalizarían a un nudista y una camisa blanca que dejaba ver más de lo que un degenerado pretendería observar. Tomó posesión del cubículo y se recostó sobre la silla al contestar el teléfono. Comencé a caminar hacia atrás sin despegar mi vista de esa come-hombres de pelo ondeado y agresivos pechos. Allí, en ese instante, Rosa Sánchez se convirtió en mi enemiga natural.
Aguardé esa tarde en la acera de enfrente al edificio hasta que Rosa salió y caminó meneando sus caderas y atrayendo todas las miradas hacia una tienda de ropas. Esta espía fue testigo de las compras de osadas ropas de lencería y escandalosos vestidos de fiesta. “Ella tiene un plan” pensé casi en vos alta “Y su plan es una escapada con mi esposo”
Durante el viaje, llamé a Oscar durante las noches con la mejor de mis actitudes, pero varias veces durante el día para descubrir a Rosa en su habitación, oír su voz y cortar. Claro está que, o bien nadie atendía o era Oscar. Y entonces yo cortaba la conversación.
Los días de ausencia de Oscar fueron reemplazados por la presencia de Marsha que revoloteaba a mi alrededor.
“Tienes que viajar y sorprenderlos con las manos en la masa”, “Págale con la misma moneda y consíguete un amante”. “Te presto a mi marido si es necesario”, “Llámalo y exige que te confiese”.
Los días transcurrieron, las botellas de vino se acabaron y los frascos de aspirina se agotaron.
Cuando retornó, insistí en buscarlo al aeropuerto. Allí, con las únicas minifaldas que poseía, y una camisa blanca desabotonada que dejaba ver un obsceno corpiño rojo, me paré junto a las escaleras mecánicas con una pose de dama de la noche, solo vista en películas europeas. Oscar descendía y agitó sus manos plagadas de paquetes de regalos al verme. Luego de un beso y un abrazo, Oscar se volvió para descubrir a un hombre mayor, bajito, calvo y con ciertos kilos de más.
“Señor Rozzak, este es Vida, mi esposa. Vida, el es el señor Rozzak, del Departamento Contable”
El hombre me extendió su mano, pero las mías estaban muy preocupadas tratando de extender el largo de mis faldas y cubrir mis pechos.
🕵🏾♂️
Por Vida Bolt.
Veintitrés días después de nuestro casamiento y cuatro días luego de retornar de nuestro viaje de bodas, a Oscar, mi marido, le fue solicitado viajar a Arizona a comprar computadoras para la empresa donde trabajaba. Fue un impacto. Comenzando nuestras vidas juntos, el destino ya nos separaba. Para condimentar esta tragedia, Oscar me comunicó que sería un viaje de cuatro días. Para que el volcán explotara (agaché mi cabeza, continué acomodando cosas, no emití una sola palabra) mi esposo comentó que sería acompañado por Rosa, del departamento de contabilidad. ¡Rosa!
¿Quién era Rosa? ¿Por qué Rosa debía acompañarlo? ¿Sabría Rosa que Oscar era un hombre casado? ¿Por qué Rosa no viajaba sola? Todas estas preguntas se apoderaron de mis pensamientos hasta que, para mi salud mental, decidí comentar esto con Marsha, una mujer con la altura de un pigmeo y el temperamento de un gigante. Y el sentido común de una piedra.
“Lo que tienes que hacer es saber quien es esta Rosa, que hace, si es casada, si tiene novio, como viste, como luce…” dijo casi empujándome contra la pared.
Pensando que era una buena idea, dos días antes del viaje, me dejé caer por la oficina de Oscar con la excusa de llevarle el almuerzo, pero con el propósito de dejar sentado que era su esposa, y ver si podía distinguir a la famosa Rosa entre los cientos de empleados de la compañía. Dejé una ensalada y un emparedado de pollo en sus manos y me perdí entre otras oficinas a desplegar mis dotes de detective. Al cabo de quince minutos, me sentía que mi objetivo estaba lejano, pero no podía preguntar por ella. Hubiera sido demasiado evidente y escalado a una posible acusación de celos. Resignada, y de camino a la salida, el sol iluminó un pequeño cartel en la pared de un cubículo donde varias mujeres tipeaban sus teclados con furia descontrolada: Rosa Sánchez.
Permanecí inmóvil hasta que vi como la puerta del baño se abría y de allí, rodeada de una brisa que agitaba sus cabellos y un halo de luz propio, una mujer envuelta en unas minifaldas que escandalizarían a un nudista y una camisa blanca que dejaba ver más de lo que un degenerado pretendería observar. Tomó posesión del cubículo y se recostó sobre la silla al contestar el teléfono. Comencé a caminar hacia atrás sin despegar mi vista de esa come-hombres de pelo ondeado y agresivos pechos. Allí, en ese instante, Rosa Sánchez se convirtió en mi enemiga natural.
Aguardé esa tarde en la acera de enfrente al edificio hasta que Rosa salió y caminó meneando sus caderas y atrayendo todas las miradas hacia una tienda de ropas. Esta espía fue testigo de las compras de osadas ropas de lencería y escandalosos vestidos de fiesta. “Ella tiene un plan” pensé casi en vos alta “Y su plan es una escapada con mi esposo”
Durante el viaje, llamé a Oscar durante las noches con la mejor de mis actitudes, pero varias veces durante el día para descubrir a Rosa en su habitación, oír su voz y cortar. Claro está que, o bien nadie atendía o era Oscar. Y entonces yo cortaba la conversación.
Los días de ausencia de Oscar fueron reemplazados por la presencia de Marsha que revoloteaba a mi alrededor.
“Tienes que viajar y sorprenderlos con las manos en la masa”, “Págale con la misma moneda y consíguete un amante”. “Te presto a mi marido si es necesario”, “Llámalo y exige que te confiese”.
Los días transcurrieron, las botellas de vino se acabaron y los frascos de aspirina se agotaron.
Cuando retornó, insistí en buscarlo al aeropuerto. Allí, con las únicas minifaldas que poseía, y una camisa blanca desabotonada que dejaba ver un obsceno corpiño rojo, me paré junto a las escaleras mecánicas con una pose de dama de la noche, solo vista en películas europeas. Oscar descendía y agitó sus manos plagadas de paquetes de regalos al verme. Luego de un beso y un abrazo, Oscar se volvió para descubrir a un hombre mayor, bajito, calvo y con ciertos kilos de más.
“Señor Rozzak, este es Vida, mi esposa. Vida, el es el señor Rozzak, del Departamento Contable”
El hombre me extendió su mano, pero las mías estaban muy preocupadas tratando de extender el largo de mis faldas y cubrir mis pechos.
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 15, 2021