Una tarde de mediados de septiembre de 1955, John Nash llegó tarde al aula magna del MIT para su conferencia sobre “Análisis matemático para ingenieros”, una asignatura que también era obligatoria para los estudiantes de doctorado especializados en física.
Sin saludar a nadie con la mirada ni con una palabra al entrar, con expresión arrogante y aburrida, sin reparar en el calor sofocante del día, cerró todas las ventanas para poder oír mejor el sonido de su propia voz y evitar que los ruidos externos distrajeran a los estudiantes.
Abrió de golpe su ejemplar de “Cálculo avanzado para ingenieros” de F. B. Hildebrand y comenzó una conferencia sobre ecuaciones diferenciales ordinarias.
Mientras seguía hablando con su voz monótona y soporífera, el aula se volvió sofocante.
Los estudiantes comenzaron a abanicarse en señal de protesta.
Entonces, primero uno, y luego varios estudiantes se animaron e interrumpieron al profesor, pidiendo permiso para abrir las ventanas.
Nash hizo como si nada hubiera pasado, los ignoró por completo, sin mostrar reacción alguna.
Estaba tan absorto en sí mismo que no escuchó las peticiones de sus alumnos.
Su actitud fría e indiferente parecía decir:
“Callaos y tomad notas”.
En ese momento, Alicia Larde, una de las dos estudiantes de física de la clase de ese año, tomó las riendas de la situación, se puso de pie sobre unos vertiginosos tacones, corrió hacia las ventanas y las abrió de par en par, girando la cabeza cada vez para mirar a Nash.
De vuelta a su asiento, miró directamente a los ojos de Nash, casi retándolo a hablar y cerrar las ventanas.
Pero no lo hizo.
Así comenzó una de las historias de amor más fascinantes e improbables del siglo pasado, entre dos personas aparentemente a años luz de distancia.
Un amor que, entre altibajos, entre triunfos académicos y oscuros periodos de lucha contra la enfermedad que azotó al genial matemático estadounidense en varias ocasiones durante más de 30 años, duró 60 años, hasta aquel trágico 23 de mayo de 2015.
Aquel día, Nash y su mujer Alicia (que se casó en 1957, se divorció y luego se reunió años después y volvió a casarse) fallecieron juntos en un accidente de coche.
Iban a bordo de un taxi en la Turnpike, una carretera muy ancha, de más de diez carriles, que atraviesa Nueva Jersey.
El taxista perdió el control de su Ford Crown Victoria al intentar adelantar a un Chrysler y se estrelló contra el guardarraíl.
El premio Nobel y su mujer, que al parecer no llevaban puesto el cinturón de seguridad, salieron catapultados fuera del coche.
En un trágico giro del destino, el taxi los llevaba a casa desde el aeropuerto, regresando de la ceremonia del Premio Abel, que Nash y Louis Nirenberg habían ganado por sus descubrimientos que “produjeron técnicas robustas y versátiles que se han convertido en herramientas esenciales para el estudio de ecuaciones diferenciales parciales no lineales”.
○
Por J.G. Shear.
Una tarde de mediados de septiembre de 1955, John Nash llegó tarde al aula magna del MIT para su conferencia sobre “Análisis matemático para ingenieros”, una asignatura que también era obligatoria para los estudiantes de doctorado especializados en física.
Sin saludar a nadie con la mirada ni con una palabra al entrar, con expresión arrogante y aburrida, sin reparar en el calor sofocante del día, cerró todas las ventanas para poder oír mejor el sonido de su propia voz y evitar que los ruidos externos distrajeran a los estudiantes.
Abrió de golpe su ejemplar de “Cálculo avanzado para ingenieros” de F. B. Hildebrand y comenzó una conferencia sobre ecuaciones diferenciales ordinarias.
Mientras seguía hablando con su voz monótona y soporífera, el aula se volvió sofocante.
Los estudiantes comenzaron a abanicarse en señal de protesta.
Entonces, primero uno, y luego varios estudiantes se animaron e interrumpieron al profesor, pidiendo permiso para abrir las ventanas.
Nash hizo como si nada hubiera pasado, los ignoró por completo, sin mostrar reacción alguna.
Estaba tan absorto en sí mismo que no escuchó las peticiones de sus alumnos.
Su actitud fría e indiferente parecía decir:
“Callaos y tomad notas”.
En ese momento, Alicia Larde, una de las dos estudiantes de física de la clase de ese año, tomó las riendas de la situación, se puso de pie sobre unos vertiginosos tacones, corrió hacia las ventanas y las abrió de par en par, girando la cabeza cada vez para mirar a Nash.
De vuelta a su asiento, miró directamente a los ojos de Nash, casi retándolo a hablar y cerrar las ventanas.
Pero no lo hizo.
Así comenzó una de las historias de amor más fascinantes e improbables del siglo pasado, entre dos personas aparentemente a años luz de distancia.
Un amor que, entre altibajos, entre triunfos académicos y oscuros periodos de lucha contra la enfermedad que azotó al genial matemático estadounidense en varias ocasiones durante más de 30 años, duró 60 años, hasta aquel trágico 23 de mayo de 2015.
Aquel día, Nash y su mujer Alicia (que se casó en 1957, se divorció y luego se reunió años después y volvió a casarse) fallecieron juntos en un accidente de coche.
Iban a bordo de un taxi en la Turnpike, una carretera muy ancha, de más de diez carriles, que atraviesa Nueva Jersey.
El taxista perdió el control de su Ford Crown Victoria al intentar adelantar a un Chrysler y se estrelló contra el guardarraíl.
El premio Nobel y su mujer, que al parecer no llevaban puesto el cinturón de seguridad, salieron catapultados fuera del coche.
En un trágico giro del destino, el taxi los llevaba a casa desde el aeropuerto, regresando de la ceremonia del Premio Abel, que Nash y Louis Nirenberg habían ganado por sus descubrimientos que “produjeron técnicas robustas y versátiles que se han convertido en herramientas esenciales para el estudio de ecuaciones diferenciales parciales no lineales”.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 6, 2024
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