Últimamente, en Argentina, el término “genocidio” ha sido víctima de un uso jurídico erróneo, pero peor aún: de una banalización política obscena. Durante cuatro décadas, los mercaderes de los derechos humanos lo aplicaron con la ligereza de quien dice “hola” en la calle, calificando como genocidio las consecuencias de una guerra sucia librada contra el terrorismo. Una guerra sucia, sí, pero guerra al fin.
Ahora, en un acto de incontinencia oral, Javier Milei se permite equiparar una derrota parlamentaria —propinada por un puñado de tarambanas que apenas saben hacer la “O” con el traste— con un genocidio. Según él, esos irresponsables no solo obstaculizan su gobierno: son genocidas en potencia.
Esta banalización no es solo absurda, es peligrosa. Relativiza la magnitud de un crimen que debería estar a salvo de todo manoseo retórico. Llamar “genocidio” a la muerte o desaparición de unos 9.000 pistoleros que intentaban volar por los aires el orden social mediante bombas, secuestros y asesinatos, es de una deshonestidad cínica. Y calificar como genocidas a políticos irresponsables, corruptos y ladrones —que, si Dios se digna algún día a mirar hacia esta tierra, terminarán pagando sus pecados tras las rejas— no es solo una burrada: es un insulto a la historia.
Porque si todo es genocidio, entonces nada lo es. Y no, la verborragia presidencial no alcanza para equiparar el circo de hoy con lo ocurrido en Turquía en 1920, el Holodomor de Ucrania, la Shoá en la Alemania nazi, las matanzas de Camboya o la masacre de Ruanda. Comparar lo incomparable es, en definitiva, mezquino. Y cobarde.
Así que sí: seamos cautos. Porque cuando un presidente, enceguecido por la bronca y la falta de tacto, banaliza una palabra como “genocidio”, lo que queda claro no es la magnitud del crimen… sino la pequeñez de quien lo invoca.
JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com
Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.
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Últimamente, en Argentina, el término “genocidio” ha sido víctima de un uso jurídico erróneo, pero peor aún: de una banalización política obscena. Durante cuatro décadas, los mercaderes de los derechos humanos lo aplicaron con la ligereza de quien dice “hola” en la calle, calificando como genocidio las consecuencias de una guerra sucia librada contra el terrorismo. Una guerra sucia, sí, pero guerra al fin.
Esta banalización no es solo absurda, es peligrosa. Relativiza la magnitud de un crimen que debería estar a salvo de todo manoseo retórico. Llamar “genocidio” a la muerte o desaparición de unos 9.000 pistoleros que intentaban volar por los aires el orden social mediante bombas, secuestros y asesinatos, es de una deshonestidad cínica. Y calificar como genocidas a políticos irresponsables, corruptos y ladrones —que, si Dios se digna algún día a mirar hacia esta tierra, terminarán pagando sus pecados tras las rejas— no es solo una burrada: es un insulto a la historia.
Porque si todo es genocidio, entonces nada lo es. Y no, la verborragia presidencial no alcanza para equiparar el circo de hoy con lo ocurrido en Turquía en 1920, el Holodomor de Ucrania, la Shoá en la Alemania nazi, las matanzas de Camboya o la masacre de Ruanda. Comparar lo incomparable es, en definitiva, mezquino. Y cobarde.
Así que sí: seamos cautos. Porque cuando un presidente, enceguecido por la bronca y la falta de tacto, banaliza una palabra como “genocidio”, lo que queda claro no es la magnitud del crimen… sino la pequeñez de quien lo invoca.
JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com
Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 28, 2025
Tags: Cambodia, Genocidio, RuandaRelated Posts
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