El martes 27 asistí, como abogado defensor en el juicio que se llevó a cabo en la ciudad de Santa Fe, a una admirable demostración de valentía, coraje y amor de esposas, madres, hijas, nietas, hijos y amigos, que desde temprano se concretaron para apoyar a los presos políticos que ese día recibirían sentencia. No eran señoras “paquetas” del barrio Guadalupe, eran maestras, porteras, estudiantes, señoras mayores que caminaban lentamente son su bastón, niñas adolescentes, jóvenes que solo portaban algunos carteles hechos a mano pidiendo justicia.
Todo era corazón y emoción. Pero, tristemente no hubo camaradas, compañeros, retirados o autoridades de las fuerzas de seguridad o militares que los acompañaran, salvo algunas honrosas excepciones que se debe destacar y que concurrieron a título personal. Solo un reducido grupo de policías que el mismo Tribunal Oral había dispuesto para controlar la seguridad, que miraban con asombro y curiosidad a este grupo de personas y obviamente prestos a cumplir las órdenes, con temor reverencial, que les daban los referentes de los denominados organismos de derechos humanos, furiosos porque este grupo de mujeres les habían ganado “su lugar”.
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Con solo banderas argentinas y entonando el himno nacional enronquecieron sus gargantas pidiendo justicia. Rápidamente todas las esperanzas se desvanecieron cuando, una vez más, la venganza se vistió de sentencia judicial y sin prueba alguna comenzaron a resonar las absurdas condenas.
Desolados los familiares, ya sin más lagrimas que derramar, quebradas sus almas por el dolor, pero con los puños llenos de impotencia y bronca, demostraron una vez más su hidalguía y dignidad, al casi sin aliento gritar a los maridos, esposos y abuelos que salían rumbo a cumplir las condenas: “van salir… se los prometemos”.
Ante tamaña demostración de valentía, coraje y amor, dignas del mayor respeto y admiración, no pude dejar de entristecerme ante la total ausencia de camaradas, retirados, compañeros, jefes, superiores o autoridades, que escondiéndose bajo el disfraz de la prudencia que en realidad es miedo, abandonan a sus camaradas de armas, o intentando acallar el reclamo de sus conciencias homenajean a los muertes olvidándose de los vivos, que se pudren en una cárcel o esperan lentamente la muerte en sus domicilios.
OBSERVACIONES DE UN ABOGADO
El martes 27 asistí, como abogado defensor en el juicio que se llevó a cabo en la ciudad de Santa Fe, a una admirable demostración de valentía, coraje y amor de esposas, madres, hijas, nietas, hijos y amigos, que desde temprano se concretaron para apoyar a los presos políticos que ese día recibirían sentencia. No eran señoras “paquetas” del barrio Guadalupe, eran maestras, porteras, estudiantes, señoras mayores que caminaban lentamente son su bastón, niñas adolescentes, jóvenes que solo portaban algunos carteles hechos a mano pidiendo justicia.
Todo era corazón y emoción. Pero, tristemente no hubo camaradas, compañeros, retirados o autoridades de las fuerzas de seguridad o militares que los acompañaran, salvo algunas honrosas excepciones que se debe destacar y que concurrieron a título personal. Solo un reducido grupo de policías que el mismo Tribunal Oral había dispuesto para controlar la seguridad, que miraban con asombro y curiosidad a este grupo de personas y obviamente prestos a cumplir las órdenes, con temor reverencial, que les daban los referentes de los denominados organismos de derechos humanos, furiosos porque este grupo de mujeres les habían ganado “su lugar”.
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Con solo banderas argentinas y entonando el himno nacional enronquecieron sus gargantas pidiendo justicia. Rápidamente todas las esperanzas se desvanecieron cuando, una vez más, la venganza se vistió de sentencia judicial y sin prueba alguna comenzaron a resonar las absurdas condenas.
Desolados los familiares, ya sin más lagrimas que derramar, quebradas sus almas por el dolor, pero con los puños llenos de impotencia y bronca, demostraron una vez más su hidalguía y dignidad, al casi sin aliento gritar a los maridos, esposos y abuelos que salían rumbo a cumplir las condenas: “van salir… se los prometemos”.
Ante tamaña demostración de valentía, coraje y amor, dignas del mayor respeto y admiración, no pude dejar de entristecerme ante la total ausencia de camaradas, retirados, compañeros, jefes, superiores o autoridades, que escondiéndose bajo el disfraz de la prudencia que en realidad es miedo, abandonan a sus camaradas de armas, o intentando acallar el reclamo de sus conciencias homenajean a los muertes olvidándose de los vivos, que se pudren en una cárcel o esperan lentamente la muerte en sus domicilios.
Gonzalo Pablo Miño
Abogado Defensor
Agosto 29, 2019
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 29, 2019
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