En la década del 50 en todas las ciudades había círculos de intelectuales que consideraban la organización de la sociedad y planeaban corregir sus errores y subsanar sus fallas. En Tucumán también, aunque todavía yo no había nacido.Así me lo recuerdan mis amigos apreciados. La biblioteca, los diarios y los libros. Debo decir que no muerden. Mis camaradas inseparables que analizaron ese ambiente en el que campeaba el marxismo, la ideología de moda que pretendía ser una política “científica” que con generosidad buscaba soluciones a los más necesitados. Y en el grupo me decían, siempre existían los que se decían dispuestos a llegar a la violencia, es decir, a la entrega de sus vidas en aras de esos ideales. Les llamó la atención un jovencito, estudiante de la facultad.Le decían Juan Puebloy parecía por las versiones de mis amistades que ése era el único que iba a morir en las trincheras. Y fueron adivinos. El muchachito se llamaba como dije Juan y le decían pueblo. La Iglesia ha condenado el irenismo. “Irene” en griego significa paz. Por lo que se llama irenismo al movimiento que aspira a la paz a todo trance.La paz es buena, sí, pero la paz que surge de la justicia. La paz que imponen los dominadores al margen de lo justo, es sólo un camino para usufructuar su poder. La justicia tiene un valor superior, está primero que la paz. Nuestro Señor empleó la violencia contra los mercaderes que hacían del templo un mercado. Con eso nos enseñó que la violencia, bien aplicada, es buena; hasta puede ser santa. ¿En qué circunstancias se justifica?¡Ah!, eso precisa de un prudente criterio, como los de San Martín y de Belgrano y la de mis amigos. Sabemos el mal que causó el terrorismo y el proceso que asoló al país, y adherimos al dolor sufrido por sus víctimas. Pero al mismo tiempo respetamos a quienes con altruismo, convencidos de que construirían una patria mejor, lucharon con fervor.El primero, Juan, por su coraje, por su notoriedad, por su inteligencia, por su estrategia, por la devoción de sus adeptos. Vete que se viene la matanza, le dijeron. Pero él sintió que luchaba por la justicia, valor superior a la paz, y se las aguantó hasta el final. Pudo huir (hoy, derrotadas las fuerzas armadas, en vez de acomodarse como otros terroristas él seguiría su lucha). Tuvo una muerte con tiros y sin velorio.La hora le llegó. La fotografía de su cadáver, con una hermosa serenidad en el rostro, indica que murió con la conciencia en paz.El agujero que una bala le hizo en la frente, sobre el arco superciliar, muestra el acierto de mis amigos en su vaticinio.Que Dios lo tenga en su gloria. A sus víctimas también. Me gustaría que este escrito sea compartido en honor a las víctimas que con sus ideales- de ambos lados – cayeron con honor y seguramente están en paz contemplando beatíficamente al Señor.
Por Jorge B. Lobo Aragón.
Los recuerdos de mis amigos…
Reflexión:
En la década del 50 en todas las ciudades había círculos de intelectuales que consideraban la organización de la sociedad y planeaban corregir sus errores y subsanar sus fallas. En Tucumán también, aunque todavía yo no había nacido. Así me lo recuerdan mis amigos apreciados. La biblioteca, los diarios y los libros. Debo decir que no muerden. Mis camaradas inseparables que analizaron ese ambiente en el que campeaba el marxismo, la ideología de moda que pretendía ser una política “científica” que con generosidad buscaba soluciones a los más necesitados. Y en el grupo me decían, siempre existían los que se decían dispuestos a llegar a la violencia, es decir, a la entrega de sus vidas en aras de esos ideales. Les llamó la atención un jovencito, estudiante de la facultad. Le decían Juan Pueblo y parecía por las versiones de mis amistades que ése era el único que iba a morir en las trincheras. Y fueron adivinos. El muchachito se llamaba como dije Juan y le decían pueblo. La Iglesia ha condenado el irenismo. “Irene” en griego significa paz. Por lo que se llama irenismo al movimiento que aspira a la paz a todo trance. La paz es buena, sí, pero la paz que surge de la justicia. La paz que imponen los dominadores al margen de lo justo, es sólo un camino para usufructuar su poder. La justicia tiene un valor superior, está primero que la paz. Nuestro Señor empleó la violencia contra los mercaderes que hacían del templo un mercado. Con eso nos enseñó que la violencia, bien aplicada, es buena; hasta puede ser santa. ¿En qué circunstancias se justifica? ¡Ah!, eso precisa de un prudente criterio, como los de San Martín y de Belgrano y la de mis amigos. Sabemos el mal que causó el terrorismo y el proceso que asoló al país, y adherimos al dolor sufrido por sus víctimas. Pero al mismo tiempo respetamos a quienes con altruismo, convencidos de que construirían una patria mejor, lucharon con fervor. El primero, Juan, por su coraje, por su notoriedad, por su inteligencia, por su estrategia, por la devoción de sus adeptos. Vete que se viene la matanza, le dijeron. Pero él sintió que luchaba por la justicia, valor superior a la paz, y se las aguantó hasta el final. Pudo huir (hoy, derrotadas las fuerzas armadas, en vez de acomodarse como otros terroristas él seguiría su lucha). Tuvo una muerte con tiros y sin velorio. La hora le llegó. La fotografía de su cadáver, con una hermosa serenidad en el rostro, indica que murió con la conciencia en paz. El agujero que una bala le hizo en la frente, sobre el arco superciliar, muestra el acierto de mis amigos en su vaticinio. Que Dios lo tenga en su gloria. A sus víctimas también. Me gustaría que este escrito sea compartido en honor a las víctimas que con sus ideales- de ambos lados – cayeron con honor y seguramente están en paz contemplando beatíficamente al Señor.
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