Al nacer, el humano trae consigo un inmenso potencial, pero careciendo de toda posibilidad de emplearlo. Esto, por su nulo conocimiento y carencia de fuerza. Sin su madre cuidándolo fervorosamente, morirá.
Y tiene en ella un mundo seguro, sin temores, que le permite ya ser lo que es. En ese calor humano de su madre, con que lo cobijó, no solo físicamente, sino amorosamente, nace su derecho a la vida. Su derecho a ser. Igual que cualquier otro humano. Pero también diferente.
Ese nacer es traumático. Es un cambio de ambiente vertiginoso, donde del calor amoroso enfrenta otro; frio, agresivo, insensible, implacable. Con otros humanos, con multitud de conductas que desconoce, y quizás descubre entre ellas muchas agresivas hacia él. Y también desde su interior, una imperiosa necesidad de vivir. Su derecho a la vida.
Pero a la vez, siente la intensa seguridad que le proporciona dos brazos, sin mucha fuerza, pero con total determinación, capaz de mostrar una energía asombrosa porque está decidida a que viva.
No hablaré de lo anormal. Esto es lo que vivencio como natural, y por eso para mí es lo normal. Y de esto voy a tratar.
¿Qué es el derecho a la vida para un humano? ¿Es satisfacer sus necesidades vegetativas? Y es seguro que estas, forman parte de la vida. PERO NO ES TODO. Aparecen contrapuestos, el instinto de conservación y el instinto de solidaridad. Lo llamaré “el egoísmo” por un lado y el “altruismo” por el otro.
En estos instintos, el humano va ser lo que es. Primitivamente “egoísta” se acostumbra a no ver a los demás, sino en función de sus necesidades y sus nacientes deseos.
Pero a medida que comienza a desarrollarse, va descubriendo la necesidad de vivir con otros. Es un instinto que poco a poco se va contraponiendo al instinto de conservación. Pero también la necesidad de interactuar entre ambos. Primero va viendo que la necesidad en un mundo naturalmente hostil, lo impulsa a asociarse con sus semejantes, de unir sus fuerzas, para hacer más eficiente el esfuerzo común. Pero que no le hace ignorar, que entre sus semejantes hay humanos con los cuales actuarán juntos, y de otros que resultan hostiles, de los cuales debe defenderse. Van surgiendo los sentimientos, en especial el de amor que se contrapone al de odio.
Y estos sentimientos, van emergiendo con sus instintos de conservación y de solidaridad.
A medida que va creciendo, va desarrollando su persona, y va descubriendo que ese mundo hostil; a la vez se manifiesta como un instrumento que es útil y necesario para su desenvolvimiento en la vida.
Pero, aun así, percibe que la desigualdad entre los humanos, se encuentra en presencia, en todo lo que proyecta, y esto es inamovible porque los seres humanos son únicos, es decir no idénticos, aunque fueran mellizos.
Y dentro de ese mundo hostil, que hoy vivimos, diferentes a los que existieron con las mismas variables en el tiempo, pero que van siendo modificados día a día por la naturaleza… un poco, pero por el conocimiento que adquieren los humanos, hoy minuto a minuto. Es un cambio vertiginoso, que no da tiempo ni para conocerlo ni para llegar a aplicarlo. Pero a la vez, que la mayoría de los humanos ni siquiera llegan a conocerlo. Y de ahí la insistencia sobre la necesidad de la educación. Quizás en este punto diría instrucción. La educación es la fundamentadora de la conducta. En esta incide la autoformación que termina el día de nuestra muerte. La instrucción es el conocimiento.
No es posible mejorar nuestra vida si no conocemos lo que el mundo nos va ofreciendo, a través de los admirables científicos. Podríamos decir que esto – hoy – es posible de lograr. Los gobiernos, hasta los más depravados, destacan la necesidad de educar. Claro que para algunos gobiernos educar es dar conocimiento para que los sigan votando. Y en eso ya no están “educando ni instruyendo” sino usando un instrumento necesario, para ambiciones personales cubiertas con un manto de benevolencia que emerge de esos complicados aparatos.
Esto no lo descubro hoy yo. Lo descubrió el cristianismo, aunque muchos católicos poderosos, hicieron lo mismo. Vamos a educar para convertir a los legos en servidores nuestros, en nombre de Cristo.
Lo redescubrió el liberalismo, pero buscando el culpable descubre a los gobiernos. Y llega a la conclusión que no hay que tener gobierno, para que el ser humano naturalmente bueno, logre hacer su vida sin intromisión de nadie. Y en esto, a mi juicio cometió dos gravísimos errores: olvidar que el ser humano no es ni bueno ni malo. Vive en una lucha entre su egoísmo y su altruismo. Es decir, el ser humano es un promedio (no solo cuantitativo sino cualitativo) de acciones buenas y malas, y posiblemente solo Dios sea capaz de juzgarlo colocando en la balanza, no solo acciones, sino intenciones y muchas cosas que quizás hasta hoy, no hemos advertido.
Y les pido no entrar en otro temazo que me aparta de este que es muy complicado. No estoy hablando de Dios personalizado en algo. Aceptemos un Ser superior a nosotros, capaz de crear lo existente. Se llamará Jehová, Cristo, Alá, Buda o de otra manera, o quizás su nombre sea uno que ni conocemos. Pero es capaz de crear un universo, donde nosotros, todos juntos, somos menos que un microbio. Y esto no lo va a cambiar el filósofo que elija. Ni tampoco el sacerdote de la religión que sienta como correcta. Todos ellos muchos erran y mucho traen bajo el poncho. Y sobre esto no hablo más, pues hoy no es mi tema. No digo que tengan razón. No digo que sea un dislate. Dejémoslo para tratarlo si les interesa, pero cuando pueda terminar esto.
Siguiendo con nuestro tema, el liberalismo no percibió el egoísmo del ser humano, y solo captó el concepto de altruismo. Y tienen el impagable mérito de por lo menos haber descubierto que el ser humano merece se le reconozcan “derechos inalienables”, es decir “derechos humanos”. No tuvo en cuenta que estos necesitan un equilibrio, para contener el egoísmo que, por defectos educativos, todos tenemos en demasía. Sin querer y sin buscarlo, transformó a los derechos en algo indiscutible, que permitía ejercerlo lesionando los derechos de los demás. Y ¿Cuál es la gravedad de esto? Que dieron piedra libre al egoísmo, que solo acostumbrado a ver el interés propio, no le interesa el ajeno cuando lo perturba. Si no lo perturba lo usa como bandera, pero si le conviene lo bastardea.
Y desde el marxismo al liberalismo, se sacó principios contradictorios, pero convenientes: si me lesiona mi derecho, aplico la “ley de talión” pero mejorada. Si me matan un hijo, yo le mato dos. Porque vulneró el derecho a la vida de mi hijo. Claro el otro dirá me mató dos voy por tres.
Aclaro que no ataco a la “ley de Talión” aunque como cristiano estoy en la vereda de enfrente. Pero ruego que perciban, que esta ley establece “diente por diente” y no “dentadura por diente”. Esto no lo entienden los marxistas, pero también muchos que no lo son.
Pero en su benevolencia, el liberalismo consideró a los gobiernos, los instigadores de la maldad humana. Y no tuvieron en cuenta que los gobierno son herramientas de todo grupo social que idealmente debe ser defensor de los derechos humanos de todos y de favorecer que todos nos convenzamos que es un deber someternos a ellos cuando se trata de nuestros prójimos, sean como el “cambalache” de Discépolo que creo se quedó corto.
No sé si lo que digo vale. Es lo que pienso que es necesario decir. Gracias a Dios Ud. es libre de no perder tiempo con esto, o de mostrarme otra manera de ver las cosas, o de etiquetarme despectivamente. Es su derecho, y yo tengo el deber de respetarlo. Un abrazo paciente lector.[1]
Si el editor lo permite, y el tiempo que debo dedicar a mi libro también, se la sigo – si interesa- próximamente.
[1] Cuando digo Ud. señor o señora, o lector o lectora, involucro los dos sexos, y si hay 3 también. Cuando quiera excluir a alguno, lo indicaré expresamente y si es necesario lo explicaré. Pero resulta pesado al escribir poner señor señora, todos y todas, etc. etc. Casi diría que es un trato más discriminador. Dígame haragfán pero involucro a todos los sexos. Gracias por perdonarme.
Por Carlos Españadero.
Al nacer, el humano trae consigo un inmenso potencial, pero careciendo de toda posibilidad de emplearlo. Esto, por su nulo conocimiento y carencia de fuerza. Sin su madre cuidándolo fervorosamente, morirá.
Y tiene en ella un mundo seguro, sin temores, que le permite ya ser lo que es. En ese calor humano de su madre, con que lo cobijó, no solo físicamente, sino amorosamente, nace su derecho a la vida. Su derecho a ser. Igual que cualquier otro humano. Pero también diferente.
Ese nacer es traumático. Es un cambio de ambiente vertiginoso, donde del calor amoroso enfrenta otro; frio, agresivo, insensible, implacable. Con otros humanos, con multitud de conductas que desconoce, y quizás descubre entre ellas muchas agresivas hacia él. Y también desde su interior, una imperiosa necesidad de vivir. Su derecho a la vida.
Pero a la vez, siente la intensa seguridad que le proporciona dos brazos, sin mucha fuerza, pero con total determinación, capaz de mostrar una energía asombrosa porque está decidida a que viva.
No hablaré de lo anormal. Esto es lo que vivencio como natural, y por eso para mí es lo normal. Y de esto voy a tratar.
¿Qué es el derecho a la vida para un humano? ¿Es satisfacer sus necesidades vegetativas? Y es seguro que estas, forman parte de la vida. PERO NO ES TODO. Aparecen contrapuestos, el instinto de conservación y el instinto de solidaridad. Lo llamaré “el egoísmo” por un lado y el “altruismo” por el otro.
En estos instintos, el humano va ser lo que es. Primitivamente “egoísta” se acostumbra a no ver a los demás, sino en función de sus necesidades y sus nacientes deseos.
Pero a medida que comienza a desarrollarse, va descubriendo la necesidad de vivir con otros. Es un instinto que poco a poco se va contraponiendo al instinto de conservación. Pero también la necesidad de interactuar entre ambos. Primero va viendo que la necesidad en un mundo naturalmente hostil, lo impulsa a asociarse con sus semejantes, de unir sus fuerzas, para hacer más eficiente el esfuerzo común. Pero que no le hace ignorar, que entre sus semejantes hay humanos con los cuales actuarán juntos, y de otros que resultan hostiles, de los cuales debe defenderse. Van surgiendo los sentimientos, en especial el de amor que se contrapone al de odio.
Y estos sentimientos, van emergiendo con sus instintos de conservación y de solidaridad.
A medida que va creciendo, va desarrollando su persona, y va descubriendo que ese mundo hostil; a la vez se manifiesta como un instrumento que es útil y necesario para su desenvolvimiento en la vida.
Pero, aun así, percibe que la desigualdad entre los humanos, se encuentra en presencia, en todo lo que proyecta, y esto es inamovible porque los seres humanos son únicos, es decir no idénticos, aunque fueran mellizos.
Y dentro de ese mundo hostil, que hoy vivimos, diferentes a los que existieron con las mismas variables en el tiempo, pero que van siendo modificados día a día por la naturaleza… un poco, pero por el conocimiento que adquieren los humanos, hoy minuto a minuto. Es un cambio vertiginoso, que no da tiempo ni para conocerlo ni para llegar a aplicarlo. Pero a la vez, que la mayoría de los humanos ni siquiera llegan a conocerlo. Y de ahí la insistencia sobre la necesidad de la educación. Quizás en este punto diría instrucción. La educación es la fundamentadora de la conducta. En esta incide la autoformación que termina el día de nuestra muerte. La instrucción es el conocimiento.
No es posible mejorar nuestra vida si no conocemos lo que el mundo nos va ofreciendo, a través de los admirables científicos. Podríamos decir que esto – hoy – es posible de lograr. Los gobiernos, hasta los más depravados, destacan la necesidad de educar. Claro que para algunos gobiernos educar es dar conocimiento para que los sigan votando. Y en eso ya no están “educando ni instruyendo” sino usando un instrumento necesario, para ambiciones personales cubiertas con un manto de benevolencia que emerge de esos complicados aparatos.
Esto no lo descubro hoy yo. Lo descubrió el cristianismo, aunque muchos católicos poderosos, hicieron lo mismo. Vamos a educar para convertir a los legos en servidores nuestros, en nombre de Cristo.
Lo redescubrió el liberalismo, pero buscando el culpable descubre a los gobiernos. Y llega a la conclusión que no hay que tener gobierno, para que el ser humano naturalmente bueno, logre hacer su vida sin intromisión de nadie. Y en esto, a mi juicio cometió dos gravísimos errores: olvidar que el ser humano no es ni bueno ni malo. Vive en una lucha entre su egoísmo y su altruismo. Es decir, el ser humano es un promedio (no solo cuantitativo sino cualitativo) de acciones buenas y malas, y posiblemente solo Dios sea capaz de juzgarlo colocando en la balanza, no solo acciones, sino intenciones y muchas cosas que quizás hasta hoy, no hemos advertido.
Y les pido no entrar en otro temazo que me aparta de este que es muy complicado. No estoy hablando de Dios personalizado en algo. Aceptemos un Ser superior a nosotros, capaz de crear lo existente. Se llamará Jehová, Cristo, Alá, Buda o de otra manera, o quizás su nombre sea uno que ni conocemos. Pero es capaz de crear un universo, donde nosotros, todos juntos, somos menos que un microbio. Y esto no lo va a cambiar el filósofo que elija. Ni tampoco el sacerdote de la religión que sienta como correcta. Todos ellos muchos erran y mucho traen bajo el poncho. Y sobre esto no hablo más, pues hoy no es mi tema. No digo que tengan razón. No digo que sea un dislate. Dejémoslo para tratarlo si les interesa, pero cuando pueda terminar esto.
Siguiendo con nuestro tema, el liberalismo no percibió el egoísmo del ser humano, y solo captó el concepto de altruismo. Y tienen el impagable mérito de por lo menos haber descubierto que el ser humano merece se le reconozcan “derechos inalienables”, es decir “derechos humanos”. No tuvo en cuenta que estos necesitan un equilibrio, para contener el egoísmo que, por defectos educativos, todos tenemos en demasía. Sin querer y sin buscarlo, transformó a los derechos en algo indiscutible, que permitía ejercerlo lesionando los derechos de los demás. Y ¿Cuál es la gravedad de esto? Que dieron piedra libre al egoísmo, que solo acostumbrado a ver el interés propio, no le interesa el ajeno cuando lo perturba. Si no lo perturba lo usa como bandera, pero si le conviene lo bastardea.
Y desde el marxismo al liberalismo, se sacó principios contradictorios, pero convenientes: si me lesiona mi derecho, aplico la “ley de talión” pero mejorada. Si me matan un hijo, yo le mato dos. Porque vulneró el derecho a la vida de mi hijo. Claro el otro dirá me mató dos voy por tres.
Aclaro que no ataco a la “ley de Talión” aunque como cristiano estoy en la vereda de enfrente. Pero ruego que perciban, que esta ley establece “diente por diente” y no “dentadura por diente”. Esto no lo entienden los marxistas, pero también muchos que no lo son.
Pero en su benevolencia, el liberalismo consideró a los gobiernos, los instigadores de la maldad humana. Y no tuvieron en cuenta que los gobierno son herramientas de todo grupo social que idealmente debe ser defensor de los derechos humanos de todos y de favorecer que todos nos convenzamos que es un deber someternos a ellos cuando se trata de nuestros prójimos, sean como el “cambalache” de Discépolo que creo se quedó corto.
No sé si lo que digo vale. Es lo que pienso que es necesario decir. Gracias a Dios Ud. es libre de no perder tiempo con esto, o de mostrarme otra manera de ver las cosas, o de etiquetarme despectivamente. Es su derecho, y yo tengo el deber de respetarlo. Un abrazo paciente lector.[1]
Si el editor lo permite, y el tiempo que debo dedicar a mi libro también, se la sigo – si interesa- próximamente.
[1] Cuando digo Ud. señor o señora, o lector o lectora, involucro los dos sexos, y si hay 3 también. Cuando quiera excluir a alguno, lo indicaré expresamente y si es necesario lo explicaré. Pero resulta pesado al escribir poner señor señora, todos y todas, etc. etc. Casi diría que es un trato más discriminador. Dígame haragfán pero involucro a todos los sexos. Gracias por perdonarme.
PrisioneroEnArgentina.com
Enero 7, 2017
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