Panamá, compuerta entre dos océanos y dos tiempos geopolíticos

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Por François Soulard.

  Fundador de Dunia*

 

 (Fuente del mapa: Limes, Italia. En gris, área de fuerte volatilidad y probabilidad de conflicto)

A fines de 2024, el nuevo mandatario de los Estados Unidos volvió a poner a Panamá en el centro de la tormenta. La metáfora no es exagerada. Cruce de importantes flujos transnacionales y compuerta inédita entre dos océanos, Panamá es hoy uno de los puntos de contacto entre las dos principales potencias del momento y entre dos eras geopolíticas. Desde 1999, el istmo no es más el protectorado de otrora, controlado unilateralmente por los Estados Unidos. No es tampoco una nación totalmente soberana, teniendo sus márgenes de maniobra definitivamente asegurados. Es hoy un lugar de altísima interdependencia, donde se libra la confrontación híbrida entre los dos bloques geopolíticos del momento en el marco de una nueva Guerra fría.

El destino manifiesto de Panamá

Algunas naciones tienen un destino manifiesto. Panamá es una de ellas. El auge del transporte marítimo en las cuatro últimas décadas, su geografía interoceánica y su proximidad con los Estados Unidos hicieron de ella un lugar triplemente neurálgico. Su infraestructura marítima conecta a 160 países y 1700 puertos a nivel global. Permite el tránsito de alrededor de 6% del comercio marítimo global y 70% del comercio estadounidense. A la vez nodo aéreo, marítimo, financiero y migratorio, la economía panameña se desarrolló en gran parte sobre esta predisposición a operar dentro de los flujos transnacionales, inevitablemente también en el campo de la economía ilícita.

El país se hizo cargo de este destino en 1999, luego de los acuerdos de transferencia Carter-Torrijos firmados en 1977. La “renta estratégica” conseguida a partir de esta colosal herencia le permitió gozar de un modelo de crecimiento destacado en la región, posicionándose en los diez primeros países (en términos de PBI per capita).

No quita que esta prosperidad está asentada sobre un arcaísmo político-institucional. La cultura política responde a un perfil sociológico bastante característico del “enclave” territorial. El ejercicio del poder se suele concebir como un privilegio reservado a una minoría selectiva, llegando así a distorsionar las reglas básicas del estado de derecho y amputar el dinamismo local.

La reforma del Contrato Minero -en octubre 2023- puso este contraste en superficie. Mientras el poder legislativo ratificaba un marco minero confuso y discrecional, la ciudadanía se movilizaba masivamente para denunciar a la vez el contenido del proyecto y la captura abusiva del poder.

La matriz conflictiva de China

La trama conflictiva que envuelve el istmo panameño no es fácil de radiografiar. Lo es porque tanto Estados Unidos como China han desarrollado culturas de combate sistémicas, extendidas y sigilosas, que trabajan en la permanencia de una lógica dual, a la vez visible e invisible, realizadas en múltiples campos. Se enmarca dentro de una guerra de “quinta generación” o de una “guerra sin límites” para retomar el léxico chino asentado en la doctrina de Unrestricted Warfare (1991).

Según las propias palabras del Partido Comunista chino -expresadas en mayo 2019– esta ofensiva contra los Estados Unidos es “total”, es decir justamente “sin límites” entre los dominios de confrontación. La llegada a un nuevo umbral de confrontación, observable en varias áreas y puntos del planeta, diseña ahora un escenario de Guerra fría más nítido, dicho de otra manera una guerra total y multidominio, librada en tiempo de paz.

El relativo silencio de la dirigencia y de la comunidad estratégico contribuye a esta falta de mapeo. Además, como lo resaltaba Mike Studeman, almirante retirado de la Marina estadounidense, Washington ha resignado voluntariamente a comunicar sobre esta conflictividad, perdiendo así terreno en una confrontación que envuelve muy fuertemente la dimensión psicológica e informacional.

En esencia, China teje por un lado una trama diplomática, económica y cultural que permea a la sociedad panameña y la envuelve en dependencias.

Pekín ya está presente en la infraestructura del canal bioceánico con el grupo Hutchison Holdings, con vínculos demostrados con la inteligencia y el Partido comunista Chino. Junto con un puñado de otros grupos, el grupo Hutchison es un vector de conquista de los nodos logísticos a nivel global. Opera desde el año 1996 en Panamá en los dos principales puertos del canal. No sólo controla los dos puertos extremos, sino también las áreas aledañas que estaban bajo supervisión de Washington, inclusive las antiguas bases militares Rodman y Albrook Air Force Base. Pese a llegar en cuarto lugar en la licitación, el contrato fue arreglado para un periodo de 25 años -con reconducción automática- mediante el método conocido de soborno.

Su presencia como operador le permite determinar ciertas reglas de control -o no control- de las naves, encubrir actividades de inteligencia y eventualmente cerrar el acceso en caso de conflicto bélico con los Estados Unidos. En 1991 el mismo grupo había sido vetado por las autoridades filipinas ante la posibilidad de operar el puerto de Subic Bay en el mismo país.

Esta implantación logística de larga data en Panamá va de la mano con otros elementos. La comunidad china en Panamá ya es la más importante de América Central, contando con 200.000 ciudadanos. Los niveles de inversión en infraestructura no han parado de aumentar desde 2010, con presencia creciente en otros puertos atlánticos y pacíficos a nivel regional. La megaobra del cuarto puente vial pasando arriba del canal de Panamá ha sido ganada por operadores chinos.

La inversión logística está dirigida también a Nicaragua, Costa Rica, Ecuador, México, Brasil, Salvador, Argentina, modificando así el paisaje de la logística marítima. El último ejemplo es el mega puerto de Chancay, recién lanzado en Perú, cuya operación queda bajo órbita china. Ante semejante evolución, un general hondureño declaraba al respecto: “China no conquista el mundo. China se vuelve el mundo”).

Estos avances fueron acompañados de la afirmación de nuevas líneas rojas dirigidas a Washington de parte de la diplomacia china. Estas “líneas rojas” forman parte del escudo informacional mediante el cual China puede ocupar el terreno con el consentimiento de los actores locales y blanquear su finalidad conflictiva. Pivotea en cinco aspectos tácticos:

  • legitimar la acción de China -valorización del derecho al desarrollo y defensa a la soberanía de los países iberoamericanos-
  • enfatizar las ventajas de cooperación con ella,
  • limitar las reticencias locales y externas,
  • incentivar las divergencias en el campo opuesto,
  • neutralizar las reacciones y las maniobras.

Estos elementos han sido rápidamente visibles luego de las declaraciones de Donald Trump sobre la “reconquista” del canal de Panamá a fines de 2024. Resultan de una acción íntimamente coordinada entre los ámbitos gubernamentales, los medios de comunicación y la influencia local -mediante repetidores-.

En paralelo y de modo más encubierto, Pekín instrumentaliza el narcotráfico y las migraciones para librar una ofensiva directa a los Estados Unidos. Fomenta la distribución de precursores de fentanilo por las vías logísticas abiertas hasta la sociedad norteamericana. Lo mismo ocurre con los flujos migratorios. El territorio oriental del Darien Gap, fronterizo con Colombia, forma una plataforma de acogimiento de migrantes de los cinco continentes (alrededor de 150 nacionalidades censadas). Está sostenido por las agencias internacionales -OIM, AHNUR, CRUZ ROJA, ONU- y los Estados Unidos.

Algunos observadores estiman el flujo de ingreso hacia el norte entre 4.000 y 10.000 migrantes por día. Se observa una cantidad importante de ciudadanos chinos. Este flujo migratorio se ha naturalmente convertido en una preocupación securitaria para los panameños. El nuevo presidente electo en julio 2024 prometió reducir el flujo de tránsito. Tomó medidas todavía tímidas al respecto. El flujo, articulado entre varios países donde la influencia china pesa estructuralmente -Venezuela, Colombia, Brasil, México-, sigue todavía muy activo.

Por lo tanto Pekín no trabaja solamente para un objetivo ganador-ganador, como lo pretenden varios actores atrapados en su influencia. No implementa solamente una política de conquista económica en pos de competir con su rival occidental. Al igual que los Estados Unidos su cultura de combate pivotea sobre un principio de dualidad y de desborde. Su involucramiento en el campo estratégico de las percepciones es imprescindible para asentar la legitimidad de su potencia -derecho al desarrollo, comunidad de destino, cooperación win-win, defensa de la soberanía panameña, etc.-, mientras construye dependencias económicas apuntado a construir nuevas formas de dominación geopolítica y librar simultáneamente una ofensiva a los Estados Unidos.

La estrategia de desborde consiste en no confrontar frontalmente a sus adversarios, sino de modo indirecto, tomando posiciones en terrenos donde no pueden -o no quieren- estar Washington y los países iberoamericanos.

Esta caracterización no desacredita la cooperación con Pekín. De hecho no es posible hoy desacoplarse de China. No obstante, la naturaleza de esta realidad conflictiva implica un giro copernicano en cuanto al modo de enmarcar esta cooperación y organizar la sociedad para tal fin. Ya colocó a Panamá en un tejido creciente de dependencias y de renta política de la que una fracción de las élites extraen de su influencia. Hace de Panamá copartícipe de su diseño conflictivo, arrastrándolo hacia una zona de exposición mayor en el marco de la confrontación global que mencionamos. Otros países en Asia y África muestran ejemplos de ello.

Estados Unidos.

¿Es posible que los Estados Unidos no hayan podido prevenir y contener un desborde de esa índole en su hemisferio desde la visión monroista o de otro referencial de seguridad hemisférica? Cualquier potencia, consciente de este despliegue multidominio y de las vulnerabilidades de los países suramericanos, hubiese emprendido una acción defensiva u ofensiva frente a tal riesgo sistémico. Por cierto, esta estrategia tuvo algunas manifestaciones. La intervención militar en Panamá en 1989 demostró un límite no transable respecto al manejo del pase bioceánico. Panamá tuvo que seguir siendo socio de Washington en los temas principales de la agenda internacional.

Pero una visión más amplia obliga a comprobar que esta agenda ha sido a la vez parcial, subejecutada e inclusive funcional a su rival chino. Por un lado Washington ha ejercido un cerco comercial hacia Panamá, característico de su modelo de hegemonía. El Tratado de Promoción Comercial pactado en los años ´80 trajo resultados desfavorables para el istmo. El libre comercio ha sido el paraguas informal, detrás del cual Washington estableció una correlación de fuerza ventajosa en términos comerciales. Los panameños encontraron una relación económica más fluida con Pekín para valorizar su sector agrícola y manufacturero, que sostiene un tercio de la fuerza laboral del país.

Panamá no tuvo otra solución que abrirse a los flujos globales y a China para conseguir otros ingredientes de prosperidad. En 2017 dio vuelta su postura respecto a Taiwán, junto a otros países sureños, a pedido de China. El mismo año, fue el primero a nivel regional en sumarse al proyecto de Ruta de la Seda (BRI). Mientras el distanciamiento de Washington se afirmó a fines de los años ´90, su economía orientó gradualmente sus exportaciones hacia Asia.

Por otro lado Washington trabajó para inducir esta evolución, a punto de jugar en contra de sus propios intereses. Tal paradoja encuentra su explicación en la fractura interna que se abrió en el mundo angloamericano. Ésta se exportó hacia Panamá y al conjunto de la región. Es una línea divisoria más honda que un mero quiebre partidario entre demócratas y conservadores o neoliberales y proteccionistas. Tiene que ver con lo que podríamos denominar la “cuarta guerra de independencia” que Washington libra desde hace décadas para extirparse de la influencia umbilical” del Reino Unido.

Volviendo hacia atrás, Londres trabajó desde el siglo XVIII para mantener un imperio “informal” con las Américas. Luego de haber debilitado al imperio hispánico, fracasó su intento de unificación angloamericana. Pasados los tres conflictos intra-anglosajones, parte de su gran estrategia ha sido evitar que los Estados Unidos sean una potencia excesivamente unipolar. En paralelo, Londres ayudaba a la revolución rusa y francesa, en pos de debilitar las potencias monárquicas de aquel tiempo. Abonó a la “Primera Guerra Fría” en pos de diseñar un orden global más orientado a un equilibrio de potencias, compatible con sus intereses. Después de la Segunda Guerra mundial, empujó el crecimiento de China parar formar un contrapeso global a los Estados Unidos.

En esta perspectiva, el genio estratégico inglés consistió en lograr instalar una ideología “globalista” en las élites occidentales. Esta ideología colectivista y autoritaria híbridó la ideología comunista con la del capitalismo y del estatismo. Su matriz de combate es amplia. Recure a todos los recursos de una guerra de “quinta generación”. Si bien es desconocida por el público en general, esta ideología se beneficia de un estatuto hegemónico. Fue propagada muy eficazmente en las élites americanas para encarnarse particularmente en figuras tales como Wilson, Kissinger, Carter, Brzezinski, Soros, Obama, Clinton, Bush, Biden y muchos otros. Fueron generaciones de dirigentes envueltos en este horizonte cognitivo cuya finalidad apuntaba a debilitar a la esfera estadounidense y concentrar los medios para ejercer un dominium postnacional. Richard Poe y el joven Sean Stone son dos historiadores norteamericanos contemporáneos que más han penetrado en la fábrica de esta corriente.

Luego de décadas de presencia en los Estados Unidos, Donald Trump rompe con esta corriente ideológica, primero en el 2016. Es un hecho mayor, no percibido como tal. Parte de su nueva administración va a seguir inevitablemente relacionada con esta corriente. China ha entendido este movimiento desde sus inicios en la medida en que fue directamente beneficiada desde el giro operado por Deng Xiaoping en 1979 y la normalización llevada adelante por Henry Kissinger. Lo usó naturalmente a su favor, al igual que otras potencias del tablero internacional que contestan el orden occidental.

Las consecuencias directas de estos periodos bajo órbita “globalista” han sido varias. Se subejecutó la agenda de Washington respecto a su seguridad hemisférica, en el marco de la tradición monroista. Contribuyó además a la erosión de la sociedad hispanoamericana y norteamericana, mediante el apoyo sigiloso a la lucha armada castrista, al marxismo cultural, a las migraciones irregulares, al narcotráfico y a regímenes políticos adversos, así como también el ingreso de Rusia y China en el hemisferio. Hoy en Panamá, las agencias internacionales -OIM, ONU, HIRAS, CRUZ ROJA INTERNACIONAL- y Washington y Pekín apoyan la acción de desestabilización mediante el flujo migratorio en Panamá y otros países.

Uno de los primeros gestos fue justamente el acto de transferencia del canal a Panamá a partir de 1977 por iniciativa de Jimmy Carter, en condiciones que iban a garantizar una dispersión estratégica. La mayor presencia de actores chinos en la infraestructura del canal de Panamá y más ampliamente en la economía de América Central se vincula con esta retirada no declarada pero ejecutada. Inevitablemente las élites panameñas han sido influenciadas por esta corriente. La muestra de esto es que, en vez de asistir a la asunción de Donald Trump en enero 2025, el presidente panameño José Raúl Mulino participará en la máxima reunión del círculo globalista, el Foro económico mundial de Davos.

La provocación retórica de Donald Trump recubre entonces este espesor histórico. Tiene que ver con la intención, por ahora confusamente enunciada, de recuperar un área de influencia dañada. Los compromisos respectivos, firmados en el Tratado entre Panamá y Washington, dan un puntapié al nuevo mandatario para ingresar en una agenda estratégica más amplia. Se abre hoy una ventana de oportunidad primero para deconstruir los posicionamientos diplomáticos consolidados. Se abre eventualmente la posibilidad de colocar de nuevo a Panamá como protagonista de la reparación de la brecha de seguridad hemisférica.

Panamá

Entre herencia “incestuosa” del intervencionismo estadounidense y el desafío de edificar una cultura nacional, las élites panameñas parecen todavía estar lejos de estas circunstancias. A riesgo de ser demasiado caricatural, aprovecharon los privilegios que les fueron ofrecidos -respectivamente- por cada potencia en su momento. El pase del Canal a manos de Panamá -en 1978- alimentó una lógica de “corporatocracia” que vive en cierta medida de la gestión discrecional y depredadora del país, en detrimento de la agenda nacional y de la seguridad hemisférica. Desde hace dos décadas, las abundantes inversiones chinas cumplen un rol de seducción similar.

No impidió al país liderar los rankings de crecimientos durante algunos años, junto con Costa Rica, Chile y Uruguay. Pero esta situación ha cambiado. La ciudadanía pujante ha demostrado entre los años 2022 y 2024 que le costaba más aceptar los planteos de una élite política privilegiada. La infraestructura del canal bioceánico acusa un desgaste relativo. Como expresión de la ideología mencionada más arriba, el episodio de sequía relativa del año 2023 fue utilizado por las autoridades políticas para disimular un desmanejo del recurso hídrico del canal. Como se suele practicar ahora -en varios ámbitos- el argumento del cambio climático dio puntapié para ocultar un problema de gestión. En el fondo, los problemas hídricos no han sido enfrentados correctamente por las autoridades del canal. La corrupción y ante todo el crony capitalism panameño -es decir la cartelización de su economía- en íntima asociación con la esfera política, sintetiza una tendencia ya conocida a nivel regional.

Los Estados Unidos y China, especialmente, aprovecharon este arcaísmo institucional para avanzar sus intereses. A mayor debilidad institucional, mayor capacidad de influencia y coerción. Estos factores contribuyen directamente a bajar la competitividad económica del canal, en un mundo más conflictivo. Con el apoyo de China, países como México, Nicaragua, Perú y Colombia han anunciado nuevas infraestructuras que pretenden competir con el paso bioceánico. Falta todavía mucho para eso. Panamá sigue siendo una compuerta central. Pero un nuevo paisaje logístico va tomando forma como lo mencionamos más arriba.

Panamá tiene hoy tres principales adversarios: China, los Estados Unidos y él mismo. El futuro del Canal de Panamá depende en gran parte de una capacidad genuina para efectuar un aggiornamento interno. Es decir cambiar sus estructuras político-institucionales y sus modos de entender las fuerzas que diseñan la realidad. Sin esta actualización genuina en el contexto actual, Panamá tendrá toda la suerte de seguir en un estado estacionario o en degradación, caminando hacia un foco abierto de conflicto. Más allá de nuevas inversiones y de los “planes de modernización” anunciados en la superficie, se trata de liberar los motores de generación de riqueza con un marco institucional más abierto, ordenado y transparente.

En el fondo, se trata de enfrentar a dos potencias que introdujeron brechas en el equilibrio hemisférico y en la sociedad panameña. En esta perspectiva, la participación de la comunidad estratégica, del sector privado y de la sociedad civil es central para modificar el status quo. La sociedad panameña es más polarizada. Expresa un resentimiento legítimo hacia Washington y en parte hacia su sistema político. Sin embargo, su estado de movilización en favor de una mayor estabilidad y modernización es un punto de apoyo. Puede contribuir a actualizar el marco de comprensión de la conflictividad panameña incidir en su percepción, modificar la correlación de fuerzas y buscar aliados internacionales.

Nos guste o no, Panamá es hoy un centro de gravedad que vincula a la región con el escenario de Guerra fría 2.0 que se afirma a nivel global. Es una zona de interés regional que debe ser analizada con precisión y profundidad.

 

 

Dunia investiga esta nueva matriz conflictiva. Acompaña instituciones y actores civiles y privados en:

  1. el mapeo de los riesgos geopolíticos y geoeconómicos.

  2. el armado de prospectivas y escenarios y

  3. las estrategias de combate económico e informacional.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Enero 6, 2024


 

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