Alfred Bernhardt Nobel estuvo directamente involucrado en armamentos a través de la compra de acero en 1894. La productora Bofors, que el químico sueco puso en marcha, llegó a convertirse en uno de los líderes fabricantes de armas militares que contribuyen a la muerte de muchas personas, no solo en guerras. Alfred Nobel tuvo la idea de usar su dinero para los premios anuales después de que su hermano, Ludvig, murió en 1888 y un periódico francés erróneamente pensó que había sido Alfred Nobel mismo quien había muerto. El diario publicó el obituario con el título: “El mercader de la muerte está muerto”, pasando a declarar: “Dr. Alfred Nobel, que se hizo millonario al encontrar nuevas maneras de matar a más y más rápido que nunca a seres humanos, murió ayer “.
Ese es -muy livianamente- el macabro origen de uno de los galardones más famosos del mundo moderno y el nacimiento entre sus categorías, el de la paz, el que más desvela a los dirigentes políticos.
En 1973, Henry Kissinger, la mano hábil detrás de Richard Nixon, se convirtió en un candidato al premio, alegando que su proeza negociadora en las conversaciones de paz de París estaba poniendo fin a la guerra de Vietnam. Finalmente, el premio fue concedido conjuntamente con el general y diplomático vietnamita Le Duc Tho. Este y el americano nacido en Alemania fueron claves en la firma del tratado. El acuerdo fue suscrito por ambos funcionarios y el presidente vietnamita Nguyen Van Thieu, permitió un cese de fuego y un intercambio de prisioneros de guerra. Sin embargo, Le Duc Tho no aceptó la condecoración con el pequeño argumento de que en Vietnam no había paz. Esto es registrado por la brillante periodista italiana Oriana Fallaci quien preguntó al consejero de seguridad nacional americano si se encontraba decepcionado. Ante la sorpresa de este, la florentina espetó: “Se han firmado los tratados de paz, pero la guerra continúa, y la violencia es superior”. El gran descuido del comité del Nobel fue la historia detrás de la historia. Kissinger, el orquestador de cuatro años de bombardeos en Camboya, de las masacres de Timor del Este, Bangladesh, la invasión a Chipre o políticas intervencionistas en Chile, Rodesia y Argentina, no había detenido la violencia en Vietnam, algo poco emparentado con la paz.
Una vez hubo un tal Yasser Arafat. Arafat, visto como el padre de la lucha palestina por la estadidad por sus partidarios y un terrorista no arrepentido por sus detractores, tiene un legado polémico. Si hay algo que es irrefutable es que, durante la mayor parte de su carrera en la escena pública, Arafat fue un firme motor del uso de la violencia para lograr objetivos políticos. O como lo expresó después de la fundación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP): “Revolución armada en todas partes de nuestro territorio palestino para hacer de ella una guerra de liberación. Rechazamos todos los acuerdos políticos”.
La facción de Arafat dentro de la OLP, Fatah- estuvo implicada en numerosos ataques armados contra civiles, tanto en Israel como en el extranjero, incluyendo la masacre de 1972 en los Juegos Olímpicos de Munich y el secuestro de 1985 del buque de crucero Achille Lauro. Mantuvo estrechas relaciones personales con dictadores como Saddam Hussein e Idi Amin.
Arafat reconoció a Israel en 1988 y firmó una serie de acuerdos de paz, incluyendo los Acuerdos de Oslo de 1993, por los que compartió el Nobel con Shimon Peres e Yitzhak Rabin. Pero rechazó un acuerdo propuesto en la Cumbre de Camp David en el año 2000, elevando sospechas sobre si estaba realmente interesado en encontrar soluciones no belicosas.
El Comité del premio Nobel cita el trabajo de Kofi Annan en el fortalecimiento de las alianzas de las Naciones Unidas con la sociedad, en su énfasis en el desarrollo de la fundación del Fondo Mundial de Sida y Salud.
Pero la biografía de Annan también tiene capítulos oscuros. Durante el genocidio cometido en Ruanda en 1994, fue el director de misiones de paz de la ONU. El general canadiense Romeo Dallaire, que comandó la misión de mantenimiento de la paz en ese momento, ha acusado a Annan de impedir que las tropas de las Naciones Unidas intervengan para detener el asesinato en masa y modificar y destruir los informes de Dallaire a Nueva York. En su libro Estrechando la Mano del Diablo, el militar declara: “Pudimos haber salvado cientos de miles de vidas”. Pero Annan tenía otra visión, y la misma se encontraba cercana a los extremistas Hutus. El papel de Annan fue criticado en una revisión interna de la ONU y se ha disculpado por no actuar con más fuerza durante el conflicto.
Un panel nombrado por la ONU también criticó a Annan en 2005 por su mala administración del programa de Petróleo por Alimentos de las Naciones Unidas, que terminó canalizando 1,700 millones de dólares en sobornos en las arcas de Saddam Hussein. El informe también sugirió que el hijo de Annan, empleado de una compañía petrolífera suiza, se había beneficiado de la posición de su padre para obtener lucrativos contratos petroleros iraquíes, aunque no se encontró evidencia de que Annan haya intervenido personalmente en nombre de su hijo.
El comité de los premios nos tomó por sorpresa otorgando los laureles a Barack Obama. El presidente norteamericano no había terminado de jurar su primer término como mandatario de la potencia más grande del planeta cuando se produjeron las nominaciones. Obama mismo reconoció que “Comparado con algunos de los gigantes de la historia que han recibido este premio – Schweitzer y King; Marshall y Mandela – mis logros son leves “. Sin embargo, la mayor sorpresa recayó en el hecho de utilizar gran parte de su discurso de aceptación al Nobel en defensa del uso legítimo de la fuerza.
De hecho, el Nobel parece haber sido dado al candidato Obama -el definido por su oposición a la guerra en Irak, aquel que prometió cerrar Guantánamo y se comprometió a fomentar el diálogo con gobiernos hostiles- y no al presidente Obama, más conocido por el conflicto en Afganistán -una guerra ampliamente expandida- una intervención militar en Libia y las ejecuciones de Anwar al-Awlaki y Osama bin Laden. Sin mencionar que Guantánamo todavía está activo y que ha habido pocos progresos en la paz en el Medio Oriente. Estas acciones pueden ser justificables, pero es probable que no cuajen con la definición de un hombre de paz. Al menos reconozco el poder de visión de futuro de los seleccionadores del Nobel: El homenaje a los terroristas argentinos por él, y el presidente Macri prodigado, si se ajusta a sus manuales.
Usted podría incluir a Adolfo Pérez Esquivel, discutir a Al Gore o al menos dudar de Mohamed Elbaradei y su Agencia Internacional de Energía Atómica pero no se puede excluir a Juan Manuel Santos y sus acuerdos por la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas. La consecuencia de la derrota del tratado impulsado por Santos no fue precisamente el revés en sí, sino la división de un país. El presidente, en vez de honrar el poder del pueblo en su propia propuesta de consulta popular, traicionó a quienes pensaron que la democracia era innegociable. Ese 3 de octubre, los ciudadanos dijeron “no”, pero no a la impunidad de los crímenes cometidos por las Farcs, cosa que no significaba rechazar la paz. El 7 de octubre, el comité del Nobel, cuya presidente, la fallecida Kaci Kullmann, fue ministra de Comercio y sostuvo un alto cargo de Statoil, la petrolera noruega con intereses en Colombia, anunció el galardón a Santos. Este comité intentó un sermón de castigo: “Esta honra debería ser tributo al pueblo colombiano, que a pesar de las dificultades y abusos no ha perdido las esperanzas de una justa paz, y a todos aquellos que contribuyeron al proceso de paz; y a las incontables víctimas de la guerra civil”.
En su discurso de aceptación del premio a su ego, el Jefe de Estado colombiano recurre a García Márquez y su Macondo mágico y contradictorio insinuando que eso era Colombia antes de su búsqueda por la paz. Considerando esa grieta que el mismo cavó, Colombia continúa apresada en la atmósfera de Cien Años de Soledad.
Santos no solo no respeta la elección democrática de su propio pueblo, como buen político va más allá: “El Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz, de la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, concluyó –luego de un estudio detallado de los 34 acuerdos firmados en el mundo en las últimas tres décadas para poner fin a conflictos armados– que el acuerdo de paz en Colombia es el más completo e integral de todos”. Completo e integral, palabras elegantes que el propio mandatario desconoce cómo usar. El Instituto Kroc, en su ensayo, ¡Pacifista!, sobre los acuerdos de Paz menciona en su segundo párrafo que la agenda acordada antes de la instalación de la mesa de conversaciones destinó un espacio para discutir los términos del proceso que se pondrá en marcha una vez los colombianos se pronuncien en las urnas: la implementación. Como lo explicó la Corte Constitucional, para que los acuerdos se implementen debe ganar el SÍ.
Cuan pequeños somos los hombres y que cerca estamos de Calígula.
Alfred Bernhardt Nobel estuvo directamente involucrado en armamentos a través de la compra de acero en 1894. La productora Bofors, que el químico sueco puso en marcha, llegó a convertirse en uno de los líderes fabricantes de armas militares que contribuyen a la muerte de muchas personas, no solo en guerras. Alfred Nobel tuvo la idea de usar su dinero para los premios anuales después de que su hermano, Ludvig, murió en 1888 y un periódico francés erróneamente pensó que había sido Alfred Nobel mismo quien había muerto. El diario publicó el obituario con el título: “El mercader de la muerte está muerto”, pasando a declarar: “Dr. Alfred Nobel, que se hizo millonario al encontrar nuevas maneras de matar a más y más rápido que nunca a seres humanos, murió ayer “.
Ese es -muy livianamente- el macabro origen de uno de los galardones más famosos del mundo moderno y el nacimiento entre sus categorías, el de la paz, el que más desvela a los dirigentes políticos.
En 1973, Henry Kissinger, la mano hábil detrás de Richard Nixon, se convirtió en un candidato al premio, alegando que su proeza negociadora en las conversaciones de paz de París estaba poniendo fin a la guerra de Vietnam. Finalmente, el premio fue concedido conjuntamente con el general y diplomático vietnamita Le Duc Tho. Este y el americano nacido en Alemania fueron claves en la firma del tratado. El acuerdo fue suscrito por ambos funcionarios y el presidente vietnamita Nguyen Van Thieu, permitió un cese de fuego y un intercambio de prisioneros de guerra. Sin embargo, Le Duc Tho no aceptó la condecoración con el pequeño argumento de que en Vietnam no había paz. Esto es registrado por la brillante periodista italiana Oriana Fallaci quien preguntó al consejero de seguridad nacional americano si se encontraba decepcionado. Ante la sorpresa de este, la florentina espetó: “Se han firmado los tratados de paz, pero la guerra continúa, y la violencia es superior”. El gran descuido del comité del Nobel fue la historia detrás de la historia. Kissinger, el orquestador de cuatro años de bombardeos en Camboya, de las masacres de Timor del Este, Bangladesh, la invasión a Chipre o políticas intervencionistas en Chile, Rodesia y Argentina, no había detenido la violencia en Vietnam, algo poco emparentado con la paz.
Una vez hubo un tal Yasser Arafat. Arafat, visto como el padre de la lucha palestina por la estadidad por sus partidarios y un terrorista no arrepentido por sus detractores, tiene un legado polémico. Si hay algo que es irrefutable es que, durante la mayor parte de su carrera en la escena pública, Arafat fue un firme motor del uso de la violencia para lograr objetivos políticos. O como lo expresó después de la fundación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP): “Revolución armada en todas partes de nuestro territorio palestino para hacer de ella una guerra de liberación. Rechazamos todos los acuerdos políticos”.
La facción de Arafat dentro de la OLP, Fatah- estuvo implicada en numerosos ataques armados contra civiles, tanto en Israel como en el extranjero, incluyendo la masacre de 1972 en los Juegos Olímpicos de Munich y el secuestro de 1985 del buque de crucero Achille Lauro. Mantuvo estrechas relaciones personales con dictadores como Saddam Hussein e Idi Amin.
Arafat reconoció a Israel en 1988 y firmó una serie de acuerdos de paz, incluyendo los Acuerdos de Oslo de 1993, por los que compartió el Nobel con Shimon Peres e Yitzhak Rabin. Pero rechazó un acuerdo propuesto en la Cumbre de Camp David en el año 2000, elevando sospechas sobre si estaba realmente interesado en encontrar soluciones no belicosas.
El Comité del premio Nobel cita el trabajo de Kofi Annan en el fortalecimiento de las alianzas de las Naciones Unidas con la sociedad, en su énfasis en el desarrollo de la fundación del Fondo Mundial de Sida y Salud.
Pero la biografía de Annan también tiene capítulos oscuros. Durante el genocidio cometido en Ruanda en 1994, fue el director de misiones de paz de la ONU. El general canadiense Romeo Dallaire, que comandó la misión de mantenimiento de la paz en ese momento, ha acusado a Annan de impedir que las tropas de las Naciones Unidas intervengan para detener el asesinato en masa y modificar y destruir los informes de Dallaire a Nueva York. En su libro Estrechando la Mano del Diablo, el militar declara: “Pudimos haber salvado cientos de miles de vidas”. Pero Annan tenía otra visión, y la misma se encontraba cercana a los extremistas Hutus. El papel de Annan fue criticado en una revisión interna de la ONU y se ha disculpado por no actuar con más fuerza durante el conflicto.
Un panel nombrado por la ONU también criticó a Annan en 2005 por su mala administración del programa de Petróleo por Alimentos de las Naciones Unidas, que terminó canalizando 1,700 millones de dólares en sobornos en las arcas de Saddam Hussein. El informe también sugirió que el hijo de Annan, empleado de una compañía petrolífera suiza, se había beneficiado de la posición de su padre para obtener lucrativos contratos petroleros iraquíes, aunque no se encontró evidencia de que Annan haya intervenido personalmente en nombre de su hijo.
El comité de los premios nos tomó por sorpresa otorgando los laureles a Barack Obama. El presidente norteamericano no había terminado de jurar su primer término como mandatario de la potencia más grande del planeta cuando se produjeron las nominaciones. Obama mismo reconoció que “Comparado con algunos de los gigantes de la historia que han recibido este premio – Schweitzer y King; Marshall y Mandela – mis logros son leves “. Sin embargo, la mayor sorpresa recayó en el hecho de utilizar gran parte de su discurso de aceptación al Nobel en defensa del uso legítimo de la fuerza.
De hecho, el Nobel parece haber sido dado al candidato Obama -el definido por su oposición a la guerra en Irak, aquel que prometió cerrar Guantánamo y se comprometió a fomentar el diálogo con gobiernos hostiles- y no al presidente Obama, más conocido por el conflicto en Afganistán -una guerra ampliamente expandida- una intervención militar en Libia y las ejecuciones de Anwar al-Awlaki y Osama bin Laden. Sin mencionar que Guantánamo todavía está activo y que ha habido pocos progresos en la paz en el Medio Oriente. Estas acciones pueden ser justificables, pero es probable que no cuajen con la definición de un hombre de paz. Al menos reconozco el poder de visión de futuro de los seleccionadores del Nobel: El homenaje a los terroristas argentinos por él, y el presidente Macri prodigado, si se ajusta a sus manuales.
Usted podría incluir a Adolfo Pérez Esquivel, discutir a Al Gore o al menos dudar de Mohamed Elbaradei y su Agencia Internacional de Energía Atómica pero no se puede excluir a Juan Manuel Santos y sus acuerdos por la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas. La consecuencia de la derrota del tratado impulsado por Santos no fue precisamente el revés en sí, sino la división de un país. El presidente, en vez de honrar el poder del pueblo en su propia propuesta de consulta popular, traicionó a quienes pensaron que la democracia era innegociable. Ese 3 de octubre, los ciudadanos dijeron “no”, pero no a la impunidad de los crímenes cometidos por las Farcs, cosa que no significaba rechazar la paz. El 7 de octubre, el comité del Nobel, cuya presidente, la fallecida Kaci Kullmann, fue ministra de Comercio y sostuvo un alto cargo de Statoil, la petrolera noruega con intereses en Colombia, anunció el galardón a Santos. Este comité intentó un sermón de castigo: “Esta honra debería ser tributo al pueblo colombiano, que a pesar de las dificultades y abusos no ha perdido las esperanzas de una justa paz, y a todos aquellos que contribuyeron al proceso de paz; y a las incontables víctimas de la guerra civil”.
En su discurso de aceptación del premio a su ego, el Jefe de Estado colombiano recurre a García Márquez y su Macondo mágico y contradictorio insinuando que eso era Colombia antes de su búsqueda por la paz. Considerando esa grieta que el mismo cavó, Colombia continúa apresada en la atmósfera de Cien Años de Soledad.
Santos no solo no respeta la elección democrática de su propio pueblo, como buen político va más allá: “El Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz, de la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, concluyó –luego de un estudio detallado de los 34 acuerdos firmados en el mundo en las últimas tres décadas para poner fin a conflictos armados– que el acuerdo de paz en Colombia es el más completo e integral de todos”. Completo e integral, palabras elegantes que el propio mandatario desconoce cómo usar. El Instituto Kroc, en su ensayo, ¡Pacifista!, sobre los acuerdos de Paz menciona en su segundo párrafo que la agenda acordada antes de la instalación de la mesa de conversaciones destinó un espacio para discutir los términos del proceso que se pondrá en marcha una vez los colombianos se pronuncien en las urnas: la implementación. Como lo explicó la Corte Constitucional, para que los acuerdos se implementen debe ganar el SÍ.
Cuan pequeños somos los hombres y que cerca estamos de Calígula.
Fabian Kussman
email@PrisioneroEnArgentina.com
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@FabianKussman
Abril 12, 2017
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