Atrapados en el ojo del huracán de la corrupción, la culpa no es de los venezolanos, sino de quien no les da de comer.
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Nadie esperaba que el hambre les golpeara tan de cerca. Cuando en el pasado he observado fotos de lugares tan remotos y que ya no están como Zaire, Yugoslavia, Unión Soviética o Biafra, en los cuales niños morían de hambre acechados por los buitres bajo el despiadado sol de África, las largas filas bajo la nieve en las llanuras siberianas o recostándose contra las crueles paredes de los edificios de Moscú aguardando por papel sanitario, veía la cara de resignación en esos seres humanos. En Venezuela es desesperación a pocos pasos del abismo de la barbarie.
Hugo Chávez -antes de pasar a ser el hermano menor de Fidel Castro- se jactaba de que “Venezuela no es Cuba”, y como los borrachos, dando un pronóstico deportivo, predecía: “Eso nunca podría suceder aquí; El hambre no es algo que venezolanos soportaremos “. Venezuela ha entrado en su propio Periodo Cero – Los ciudadanos no encuentran comida, la violencia asola las calles, los hospitales no tienen equipos ni medicinas, el gobierno ofrece tiranía sin esperanza. Sin embargo, estas palabras suenan de otras bocas. Curiosamente se escucha el mismo latiguillo con diferentes acentos. Brasil no es Venezuela, excepto que casi lo fue. España no es Brasil -excepto que muy bien podría ser-.
En las noches de ensueño, todo el mundo en Venezuela hablaba de política, de costosas comidas, del whisky de etiqueta negra y la cerveza de etiqueta congelada. Pero el eterno debate hacía estragos: la revolución, la democracia popular y la democracia inclusiva. Conspiraciones, la planificación del mañana y el acecho del imperio; Lo único que la gente habla en estos días es de la comida.
Entonces la gente que usted conoce comienza a hablar del hambre que su familia sufre en ese país. Lo que sienten, lo que desean sentir. Lo que desean paladear. La estrategia para no llorar ante los gritos de hambre de sus pequeños. Encontrar una fruta en el basurero y decidir si no está lo suficientemente podrida para arriesgarse y alimentarse. Todo es un desafío. Leche, pañales, huevos, carne. Productos que existieron y ya casi no se los recuerda.
La verdadera pobreza no tiene nada que ver con el dinero.
Los profesores de Harvard que aún enseñan el marxismo, aunque hoy lo llaman socialismo; los habitantes de Hollywood que aman hablar sobre redistribución; los políticos de izquierda, proletarios verbales. Ellos no nos dicen qué hacer cuando todo el dinero en el universo no es destinado a comprar una miga de pan. Cuando la Cruz Roja recaudó millones de dólares para construir casas en Haití, solo edificó seis. Cuando el Papa Francisco donó dinero 98.636 Euros para los habitantes de Aleppo, no solucionó nada. Cuando la madre Teresa aceptó millones de dólares de Charles Keating (*), no curó a nadie en la Casa de los Moribundos. Vemos estas desgracias y solo se puede utilizar esa palabra: Desgracia. Una gran desgracia. De todos modos, lo que sucede en Venezuela es una desgracia causada por un grupo de desgraciados. Sin Chávez, Maduro y su ballet se aferran al Palacio de Miraflores porque -como todo político- otra cosa no saben hacer. Ni siquiera poseen el talento para disimular con explicaciones el paradero de los 11 mil millones de dólares en venta de petróleo faltantes en el lapso marzo 2014-enero 2016. Tampoco esta gestión es buena en matemáticas. Desde ese fatídico abril, Venezuela tiene casi 17 mil millones de dólares en deuda, con reservas por menos de 10 mil millones. Estas reservas son -en su mayor parte- en oro, barras que están volando hacia Suiza para cubrir las obligaciones de deuda. Los pozos petrolíferos están dejando de funcionar y China -como la Unión Soviética hizo con Cuba- un día dejó de enviar esos dinerillos para sacar a los forajidos caribeños del apuro. Esos préstamos ya no llegan ya que son considerados de alto riesgo.
Con Maduro y su organización delictiva en el poder, se están observando en las calles escenas del Viejo Oeste.
(*) En enero de 1993, un jurado federal declaró culpable a Keating de 73 cargos de fraude en el caso de la empresa Lincoln y su compañía matriz, American Continental Corp. Keating fue sentenciado a 12 años y siete meses de prisión, pero sirvió apenas 50 meses antes de que la condena fuera revocada por un tecnicismo. En 1999, a los 75 años, se declaró culpable de cuatro cargos de fraude. Fue sentenciado, pero beneficiado por tiempo servido. El colapso de Lincoln costó a los contribuyentes 3.400 millones de dólares, y los inversores perdieron unos 285 millones de dólares en bonos de alto riesgo. La mayoría de los estafados eran jubilados que habían puesto en la firma sus únicos ahorros, que nunca recuperaron.
Atrapados en el ojo del huracán de la corrupción, la culpa no es de los venezolanos, sino de quien no les da de comer.
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Nadie esperaba que el hambre les golpeara tan de cerca. Cuando en el pasado he observado fotos de lugares tan remotos y que ya no están como Zaire, Yugoslavia, Unión Soviética o Biafra, en los cuales niños morían de hambre acechados por los buitres bajo el despiadado sol de África, las largas filas bajo la nieve en las llanuras siberianas o recostándose contra las crueles paredes de los edificios de Moscú aguardando por papel sanitario, veía la cara de resignación en esos seres humanos. En Venezuela es desesperación a pocos pasos del abismo de la barbarie.
Hugo Chávez -antes de pasar a ser el hermano menor de Fidel Castro- se jactaba de que “Venezuela no es Cuba”, y como los borrachos, dando un pronóstico deportivo, predecía: “Eso nunca podría suceder aquí; El hambre no es algo que venezolanos soportaremos “. Venezuela ha entrado en su propio Periodo Cero – Los ciudadanos no encuentran comida, la violencia asola las calles, los hospitales no tienen equipos ni medicinas, el gobierno ofrece tiranía sin esperanza. Sin embargo, estas palabras suenan de otras bocas. Curiosamente se escucha el mismo latiguillo con diferentes acentos. Brasil no es Venezuela, excepto que casi lo fue. España no es Brasil -excepto que muy bien podría ser-.
En las noches de ensueño, todo el mundo en Venezuela hablaba de política, de costosas comidas, del whisky de etiqueta negra y la cerveza de etiqueta congelada. Pero el eterno debate hacía estragos: la revolución, la democracia popular y la democracia inclusiva. Conspiraciones, la planificación del mañana y el acecho del imperio; Lo único que la gente habla en estos días es de la comida.
Entonces la gente que usted conoce comienza a hablar del hambre que su familia sufre en ese país. Lo que sienten, lo que desean sentir. Lo que desean paladear. La estrategia para no llorar ante los gritos de hambre de sus pequeños. Encontrar una fruta en el basurero y decidir si no está lo suficientemente podrida para arriesgarse y alimentarse. Todo es un desafío. Leche, pañales, huevos, carne. Productos que existieron y ya casi no se los recuerda.
La verdadera pobreza no tiene nada que ver con el dinero.
Los profesores de Harvard que aún enseñan el marxismo, aunque hoy lo llaman socialismo; los habitantes de Hollywood que aman hablar sobre redistribución; los políticos de izquierda, proletarios verbales. Ellos no nos dicen qué hacer cuando todo el dinero en el universo no es destinado a comprar una miga de pan. Cuando la Cruz Roja recaudó millones de dólares para construir casas en Haití, solo edificó seis. Cuando el Papa Francisco donó dinero 98.636 Euros para los habitantes de Aleppo, no solucionó nada. Cuando la madre Teresa aceptó millones de dólares de Charles Keating (*), no curó a nadie en la Casa de los Moribundos. Vemos estas desgracias y solo se puede utilizar esa palabra: Desgracia. Una gran desgracia. De todos modos, lo que sucede en Venezuela es una desgracia causada por un grupo de desgraciados. Sin Chávez, Maduro y su ballet se aferran al Palacio de Miraflores porque -como todo político- otra cosa no saben hacer. Ni siquiera poseen el talento para disimular con explicaciones el paradero de los 11 mil millones de dólares en venta de petróleo faltantes en el lapso marzo 2014-enero 2016. Tampoco esta gestión es buena en matemáticas. Desde ese fatídico abril, Venezuela tiene casi 17 mil millones de dólares en deuda, con reservas por menos de 10 mil millones. Estas reservas son -en su mayor parte- en oro, barras que están volando hacia Suiza para cubrir las obligaciones de deuda. Los pozos petrolíferos están dejando de funcionar y China -como la Unión Soviética hizo con Cuba- un día dejó de enviar esos dinerillos para sacar a los forajidos caribeños del apuro. Esos préstamos ya no llegan ya que son considerados de alto riesgo.
Con Maduro y su organización delictiva en el poder, se están observando en las calles escenas del Viejo Oeste.
(*) En enero de 1993, un jurado federal declaró culpable a Keating de 73 cargos de fraude en el caso de la empresa Lincoln y su compañía matriz, American Continental Corp. Keating fue sentenciado a 12 años y siete meses de prisión, pero sirvió apenas 50 meses antes de que la condena fuera revocada por un tecnicismo. En 1999, a los 75 años, se declaró culpable de cuatro cargos de fraude. Fue sentenciado, pero beneficiado por tiempo servido. El colapso de Lincoln costó a los contribuyentes 3.400 millones de dólares, y los inversores perdieron unos 285 millones de dólares en bonos de alto riesgo. La mayoría de los estafados eran jubilados que habían puesto en la firma sus únicos ahorros, que nunca recuperaron.
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PrisioneroEnArgentina.com
Marzo 18, 2017
Tags: Corrupción en Venezuela, Fabian Kussman, Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Venezuela
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