En relación al narcoterrorismo que nos ocupa, el periodista Nacho Ortelli, en el programa radial de Nelson Castro, indicó que lo que se está viviendo en Rosario es inédito en nuestro país. Debería estar mejor informado. En los años ’70 la Argentina vivió lo que en Rosario, pero multiplicado por veinte. Ello cuando las bandas terroristas ERP y Montoneros salían a matar al sindicalista, policía, empresario o militar de día que les exigía su diabólico credo terrorista. Luego, en revistas o en reportajes filmados, informaban urbi et orbi dichas “hazañas”. En la revista “El Descamisado”, por ejemplo, puede leerse la larga nota de Firmenich y Arrostito en la que cuentan con lujo de detalles el secuestro y asesinato del Gral. Pedro Eugenio Aramburu. Llamaron “guerra revolucionaria” a la orgía de violencia que desataron; y en tal engendro, como de demonios posesos se dejaban llevar por esa sed infinita de sangre que los caracterizaba. La misma que exhiben los narcos de Rosario cuando matan al voleo. Y que no vengan con que mataban por necesidad (o que “mataban con respeto”, como dijo un impresentable de la farándula). No, mataban, porque decidir, quien sí y quién no, les hacía experimentar el goce del poder. Al igual que el Che Guevara, quien, en una carta, luego de describirle a su padre cómo le descerrajó un tiro en la sien al campesino cubano Eutimio Guerra en la Sierra Maestra, le confesó: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Los sicarios son sicarios por elección y gusto. Que maten en nombre de la revolución, por Alá o por el jefe narco es anecdótico.
Como actualmente los rosarinos, en la década del 70 la aterrorizada sociedad argentina clamaba al Estado para que aniquilara la violencia terrorista. La prensa, la iglesia, los partidos políticos, los sindicatos, la farándula, los obreros y los empresarios apoyaron la represión peronista y luego el golpe de Estado dado por los militares. No hay más que leer los diarios de la época. Es más fácil ponerle un supositorio a un tigre que encontrar una denuncia contra la dictadura por violación de derechos humanos presentada por Kirchner, Bergoglio, Alfonsín, Zaffaroni, Sábato, Balbín, del camionero Moyano o de alguna autoridad del partido Comunista o del Justicialista. La gran mayoría sabía lo que estaba pasando en el país. Desde Europa y EE.UU. llovían denuncias impulsadas por los exiliados. Luego, entregado el poder a los civiles (porque nadie se lo arrancó a la “feroz” dictadura), los políticos se dieron por enterados del “genocidio” ¡Vaya cinismo!
La ciudad de Rosario está en llamas y hay que ocuparse. El sentimiento de terror comienza a adueñarse de la vida cotidiana y otra vez se mira a los militares y policías para que saquen las papas del fuego. Dicho en crudo: para que repriman. Eso sí, con la ley. Y si con esta no alcanza, entonces: como sea.
A Esta película ya la vimos o es un remake estrenado en los 70. En aquella todos estaban con el estado represor. Estaría bueno que los jueces y fiscales federales se sumaran a la causa contra el narcoterrorismo que lidera Patricia Bullrich. Es que están muy ocupados difamando, persiguiendo y condenando a los, ahora, ancianos que nos libraron del terrorismo marxista setentista. Deberían hacerse un tiempo. En unos años más, cuando el neokirchnerismo se haga del poder otra vez, quizás a muchos de ustedes o a sus sucesores les tocará condenar a estos pichones de “genocidas” que van a limpiar Rosario.
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Por Mauricio Ortín
En relación al narcoterrorismo que nos ocupa, el periodista Nacho Ortelli, en el programa radial de Nelson Castro, indicó que lo que se está viviendo en Rosario es inédito en nuestro país. Debería estar mejor informado. En los años ’70 la Argentina vivió lo que en Rosario, pero multiplicado por veinte. Ello cuando las bandas terroristas ERP y Montoneros salían a matar al sindicalista, policía, empresario o militar de día que les exigía su diabólico credo terrorista. Luego, en revistas o en reportajes filmados, informaban urbi et orbi dichas “hazañas”. En la revista “El Descamisado”, por ejemplo, puede leerse la larga nota de Firmenich y Arrostito en la que cuentan con lujo de detalles el secuestro y asesinato del Gral. Pedro Eugenio Aramburu. Llamaron “guerra revolucionaria” a la orgía de violencia que desataron; y en tal engendro, como de demonios posesos se dejaban llevar por esa sed infinita de sangre que los caracterizaba. La misma que exhiben los narcos de Rosario cuando matan al voleo. Y que no vengan con que mataban por necesidad (o que “mataban con respeto”, como dijo un impresentable de la farándula). No, mataban, porque decidir, quien sí y quién no, les hacía experimentar el goce del poder. Al igual que el Che Guevara, quien, en una carta, luego de describirle a su padre cómo le descerrajó un tiro en la sien al campesino cubano Eutimio Guerra en la Sierra Maestra, le confesó: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Los sicarios son sicarios por elección y gusto. Que maten en nombre de la revolución, por Alá o por el jefe narco es anecdótico.
Como actualmente los rosarinos, en la década del 70 la aterrorizada sociedad argentina clamaba al Estado para que aniquilara la violencia terrorista. La prensa, la iglesia, los partidos políticos, los sindicatos, la farándula, los obreros y los empresarios apoyaron la represión peronista y luego el golpe de Estado dado por los militares. No hay más que leer los diarios de la época. Es más fácil ponerle un supositorio a un tigre que encontrar una denuncia contra la dictadura por violación de derechos humanos presentada por Kirchner, Bergoglio, Alfonsín, Zaffaroni, Sábato, Balbín, del camionero Moyano o de alguna autoridad del partido Comunista o del Justicialista. La gran mayoría sabía lo que estaba pasando en el país. Desde Europa y EE.UU. llovían denuncias impulsadas por los exiliados. Luego, entregado el poder a los civiles (porque nadie se lo arrancó a la “feroz” dictadura), los políticos se dieron por enterados del “genocidio” ¡Vaya cinismo!
La ciudad de Rosario está en llamas y hay que ocuparse. El sentimiento de terror comienza a adueñarse de la vida cotidiana y otra vez se mira a los militares y policías para que saquen las papas del fuego. Dicho en crudo: para que repriman. Eso sí, con la ley. Y si con esta no alcanza, entonces: como sea.
A Esta película ya la vimos o es un remake estrenado en los 70. En aquella todos estaban con el estado represor. Estaría bueno que los jueces y fiscales federales se sumaran a la causa contra el narcoterrorismo que lidera Patricia Bullrich. Es que están muy ocupados difamando, persiguiendo y condenando a los, ahora, ancianos que nos libraron del terrorismo marxista setentista. Deberían hacerse un tiempo. En unos años más, cuando el neokirchnerismo se haga del poder otra vez, quizás a muchos de ustedes o a sus sucesores les tocará condenar a estos pichones de “genocidas” que van a limpiar Rosario.
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