¿Qué pasaría si todo lo que sabemos —nuestros recuerdos, relaciones, incluso las leyes de la física— formara parte de un complejo programa informático? La hipótesis de la simulación, antes confinada a la ciencia ficción, ha cobrado gran impulso entre científicos, filósofos y tecnólogos. Ya no se trata solo de Matrix; es un debate intelectual legítimo.
La idea fue popularizada en 2003 por el filósofo de Oxford Nick Bostrom, quien argumentó que si las civilizaciones avanzadas pueden realizar simulaciones de seres conscientes, y si realizan muchas de estas simulaciones, estadísticamente es más probable que seamos simulados que reales. En los últimos años, esta teoría ha cobrado nuevo impulso gracias a los rápidos avances en inteligencia artificial y realidad virtual. El científico informático del MIT Rizwan Virk estima que hay un 70 % de probabilidades de que vivamos en una simulación, citando el auge de la IA generativa y los avatares digitales que imitan el comportamiento humano.
El concepto no es nuevo. La Alegoría de la Caverna de Platón imaginó a los humanos confundiendo las sombras con la realidad. Filósofos orientales como Zhuangzi cuestionaron si la vida misma podría ser un sueño. La teoría de la simulación actual es un eco moderno de estas antiguas dudas, amplificadas por la tecnología.
Sus defensores señalan la mecánica cuántica, la física digital y la inquietante uniformidad del universo como pistas. ¿Por qué la velocidad de la luz actúa como un límite de procesamiento? ¿Por qué las coincidencias —como Los Simpson prediciendo eventos futuros— parecen fallos? Estas preguntas alimentan la especulación de que nuestra realidad podría estar codificada, no creada.
Los escépticos, sin embargo, argumentan que la teoría es infalsable y, por lo tanto, acientífica. El físico Frank Wilczek sostiene que el universo es demasiado complejo para ser simulado eficientemente. Otros, como Sabine Hossenfelder, descartan la idea como especulación filosófica en lugar de ciencia empírica.
Aun así, la hipótesis de la simulación persiste, no porque esté probada, sino porque es provocadora. Desafía nuestras suposiciones sobre la consciencia, el libre albedrío y la naturaleza de la existencia. Ya sea que vivamos en una realidad básica o en una ilusión sofisticada, la pregunta nos obliga a confrontar qué significa ser real.
Y quizás, como dijo una vez Elon Musk: «La probabilidad de que estemos en una realidad básica es de una entre miles de millones». De ser cierto, no somos solo participantes del juego; somos parte del código.
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¿Qué pasaría si todo lo que sabemos —nuestros recuerdos, relaciones, incluso las leyes de la física— formara parte de un complejo programa informático? La hipótesis de la simulación, antes confinada a la ciencia ficción, ha cobrado gran impulso entre científicos, filósofos y tecnólogos. Ya no se trata solo de Matrix; es un debate intelectual legítimo.
La idea fue popularizada en 2003 por el filósofo de Oxford Nick Bostrom, quien argumentó que si las civilizaciones avanzadas pueden realizar simulaciones de seres conscientes, y si realizan muchas de estas simulaciones, estadísticamente es más probable que seamos simulados que reales. En los últimos años, esta teoría ha cobrado nuevo impulso gracias a los rápidos avances en inteligencia artificial y realidad virtual. El
científico informático del MIT Rizwan Virk estima que hay un 70 % de probabilidades de que vivamos en una simulación, citando el auge de la IA generativa y los avatares digitales que imitan el comportamiento humano.
El concepto no es nuevo. La Alegoría de la Caverna de Platón imaginó a los humanos confundiendo las sombras con la realidad. Filósofos orientales como Zhuangzi cuestionaron si la vida misma podría ser un sueño. La teoría de la simulación actual es un eco moderno de estas antiguas dudas, amplificadas por la tecnología.
Sus defensores señalan la mecánica cuántica, la física digital y la inquietante uniformidad del universo como pistas. ¿Por qué la velocidad de la luz actúa como un límite de procesamiento? ¿Por qué las coincidencias —como Los Simpson prediciendo eventos futuros— parecen fallos? Estas preguntas alimentan la especulación de que nuestra realidad podría estar codificada, no creada.
Los escépticos, sin embargo, argumentan que la teoría es infalsable y, por lo tanto, acientífica. El físico Frank Wilczek sostiene que el universo es demasiado complejo para ser simulado eficientemente. Otros, como Sabine Hossenfelder, descartan la idea como especulación filosófica en lugar de ciencia empírica.
Aun así, la hipótesis de la simulación persiste, no porque esté probada, sino porque es provocadora. Desafía nuestras suposiciones sobre la consciencia, el libre albedrío y la naturaleza de la existencia. Ya sea que vivamos en una realidad básica o en una ilusión sofisticada, la pregunta nos obliga a confrontar qué significa ser real.
Y quizás, como dijo una vez Elon Musk: «La probabilidad de que estemos en una realidad básica es de una entre miles de millones». De ser cierto, no somos solo participantes del juego; somos parte del código.
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 17, 2025
Tags: Elon Musk, Frank Wilczek, MIT, Rizwan VirkRelated Posts
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