La longitud autoimpuesta de mis notas no permitió, en este caso, explayarme sobre otros conflictos que agobian y asustan a un mundo totalmente enloquecido.
La Comunidad Europea sufrió un doloroso desgajo cuando el Reino Unido se separó, con el Brexit, de ella, pero hoy también se ve afectada por problemas internos originados en la dispersión que se observa en la actitud de sus líderes nacionales. No es lo mismo un Pedro Sánchez que está dispuesto a sacrificar a España en su propia hoguera de vanidades, que un Emmanuel Macron que intenta llevar a Francia a recuperar un liderazgo moral frente a un Vladimir Putin capaz de arrasar criminalmente a Ucrania, o que una Giorgia Meloni, que encarna la reconstrucción de una Italia carcomida por la politiquería. Obviamente, tampoco son lo mismo las democracias liberales del norte de Europa (Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia y los países bálticos) que la Hungría autocrática de Víctor Orban, peligrosamente cercano al déspota de Moscú.
La invasión rusa a Ucrania hizo pedazos las siete décadas de tranquilidad en las cuales, a partir del acuerdo del carbón y del acero, Europa logró superar su tradición guerrera que, hasta sólo siete años antes, la hizo sumergirse en la II Guerra Mundial, que la había dejado en ruinas y cubierta de cadáveres.
Es cierto que los enfrentamientos actuales, en los que se utilizan armas tecnológicamente más sofisticadas y, por ende, mucho más precisas, son inmensamente menos luctuosos que los del pasado, que costaron millones de vidas en todo el planeta, pero la posesión de arsenales nucleares que exhiben cada vez más naciones hace que el riesgo de una guerra que los utilice sea cada vez más real.
El arte de la diplomacia, cultivada durante años por Francia y por Brasil, que la llevaron a cotas de excelencia profesional, hoy ha caído en manos de cada uno de los líderes transitorios de los países, y se ve sometida a los intereses y a las afinidades políticas de cada uno de los presidentes, es decir, hoy se priorizan las posiciones personales y se olvidan los intereses nacionales, que debieran ser permanentes.
Hace años, un diplomático brasileño, luego Embajador de su país ante Argentina, Sergio Danese, describió ese cambio tan disruptivo en un libro al que tituló, precisamente, “Diplomacia Presidencial”, pero lo hizo en tono laudatorio.
Ese fenómeno, sujeto a los vaivenes de la política interna de las naciones, se ve reflejada en todos los continentes en la violación permanente de los pactos suscriptos; lo hemos visto en el asesinato de un refugiado político venezolano en Chile a manos de sicarios bolivarianos, en la requisa policial de la Embajada de México ante Ecuador para detener a un ex Vicepresidente condenado por corrupción, en la permanente intromisión de los países en los asuntos internos de otros, y en los feroces enfrentamientos verbales que protagonizaron recientemente Nicolás Maduro, Gabriel Boric, Javier Milei, Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Daniel Ortega y Daniel Noboa.
En fin, todo eso augura el progresivo retroceso de la humanidad hacia un mundo más violento y peligroso en el cual, gracias a mi edad, no tendré el disgusto de vivir.
Hasta el sábado, cuando volveré a opinar sobre la dura realidad argentina.
♦
Por Dr. Enrique Guillermo Avogadro.
La longitud autoimpuesta de mis notas no permitió, en este caso, explayarme sobre otros conflictos que agobian y asustan a un mundo totalmente enloquecido.
La Comunidad Europea sufrió un doloroso desgajo cuando el Reino Unido se separó, con el Brexit, de ella, pero hoy también se ve afectada por problemas internos originados en la dispersión que se observa en la actitud de sus líderes nacionales. No es lo mismo un Pedro Sánchez que está dispuesto a sacrificar a España en su propia hoguera de vanidades, que un Emmanuel Macron que intenta llevar a Francia a recuperar un liderazgo moral frente a un Vladimir Putin capaz de arrasar criminalmente a Ucrania, o que una Giorgia Meloni, que encarna la reconstrucción de una Italia carcomida por la politiquería. Obviamente, tampoco son lo mismo las democracias liberales del norte de Europa (Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia y los países bálticos) que la Hungría autocrática de Víctor Orban, peligrosamente cercano al déspota de Moscú.
La invasión rusa a Ucrania hizo pedazos las siete décadas de tranquilidad en las cuales, a partir del acuerdo del carbón y del acero, Europa logró superar su tradición guerrera que, hasta sólo siete años antes, la hizo sumergirse en la II Guerra Mundial, que la había dejado en ruinas y cubierta de cadáveres.
Es cierto que los enfrentamientos actuales, en los que se utilizan armas tecnológicamente más sofisticadas y, por ende, mucho más precisas, son inmensamente menos luctuosos que los del pasado, que costaron millones de vidas en todo el planeta, pero la posesión de arsenales nucleares que exhiben cada vez más naciones hace que el riesgo de una guerra que los utilice sea cada vez más real.
El arte de la diplomacia, cultivada durante años por Francia y por Brasil, que la llevaron a cotas de excelencia profesional, hoy ha caído en manos de cada uno de los líderes transitorios de los países, y se ve sometida a los intereses y a las afinidades políticas de cada uno de los presidentes, es decir, hoy se priorizan las posiciones personales y se olvidan los intereses nacionales, que debieran ser permanentes.
Hace años, un diplomático brasileño, luego Embajador de su país ante Argentina, Sergio Danese, describió ese cambio tan disruptivo en un libro al que tituló, precisamente, “Diplomacia Presidencial”, pero lo hizo en tono laudatorio.
Ese fenómeno, sujeto a los vaivenes de la política interna de las naciones, se ve reflejada en todos los continentes en la violación permanente de los pactos suscriptos; lo hemos visto en el asesinato de un refugiado político venezolano en Chile a manos de sicarios bolivarianos, en la requisa policial de la Embajada de México ante Ecuador para detener a un ex Vicepresidente condenado por corrupción, en la permanente intromisión de los países en los asuntos internos de otros, y en los feroces enfrentamientos verbales que protagonizaron recientemente Nicolás Maduro, Gabriel Boric, Javier Milei, Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Daniel Ortega y Daniel Noboa.
En fin, todo eso augura el progresivo retroceso de la humanidad hacia un mundo más violento y peligroso en el cual, gracias a mi edad, no tendré el disgusto de vivir.
Hasta el sábado, cuando volveré a opinar sobre la dura realidad argentina.
Un gran abrazo.
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
Tel. (+5411) ò (011) 4807 4401
Cel. en Argentina (+54911) o (15) 4473 4003
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Abril 15, 2024
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