Un médico rural

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 Franz Kafka


Estaba muy preocupado; debía emprender un viaje urgente; un enfermo de gravedad me estaba esperando en un pueblo a diez millas de distancia; una violenta tempestad de nieve azotaba el vasto espacio que nos separaba; yo tenía un coche, un cochecito ligero, de grandes ruedas, exactamente apropiado para correr por nuestros caminos; envuelto en el abrigo de pieles, con mi maletín en la mano, esperaba en el patio, listo para marchar; pero faltaba el caballo… El mío se había muerto la noche anterior, agotado por las fatigas de ese invierno helado; mientras tanto, mi criada corría por el pueblo, en busca de un caballo prestado; pero estaba condenada al fracaso, yo lo sabía, y a pesar de eso continuaba allí inútilmente, cada vez más envarado, bajo la nieve que me cubría con su pesado manto. En la puerta apareció la muchacha, sola, y agitó la lámpara; naturalmente, ¿quién habría prestado su caballo para semejante viaje? Atravesé el patio, no hallaba ninguna solución; distraído y desesperado a la vez, golpeé con el pie la ruinosa puerta de la pocilga, deshabitada desde hacía años. La puerta se abrió, y siguió oscilando sobre sus bisagras. De la pocilga salió una vaharada como de establo, un olor a caballos. Una polvorienta linterna colgaba de una cuerda.

Un individuo, acurrucado en el tabique bajo, mostró su rostro claro, de ojitos azules.

-¿Los engancho al coche? -preguntó, acercándose a cuatro patas.

No supe qué decirle, y me agaché para ver qué había dentro de la pocilga. La criada estaba a mi lado.

-Uno nunca sabe lo que puede encontrar en su propia casa -dijo ésta. Y ambos nos echamos a reír.

-¡Hola, hermano, hola, hermana! -gritó el palafrenero, y dos caballos, dos magníficas bestias de vigorosos flancos, con las piernas dobladas y apretadas contra el cuerpo, las perfectas cabezas agachadas, como las de los camellos, se abrieron paso una tras otra por el hueco de la puerta, que llenaban por completo. Pero una vez afuera se irguieron sobre sus largas patas, despidiendo un espeso vapor.

-Ayúdalo -dije a la criada, y ella, dócil, alargó los arreos al caballerizo. Pero apenas llegó a su lado, el hombre la abrazó y acercó su rostro al rostro de la joven. Esta gritó, y huyó hacia mí; sobre sus mejillas se veían, rojas, las marcas de dos hileras de dientes.

-¡Salvaje! -dije al caballerizo-. ¿Quieres que te azote?

Pero luego pensé que se trataba de un desconocido, que yo ignoraba de dónde venía y que me ofrecía ayuda cuando todos me habían fallado. Como si hubiera adivinado mis pensamientos, no se mostró ofendido por mi amenaza y, siempre atareado con los caballos, sólo se volvió una vez hacia mí.

-Suba -me dijo, y, en efecto, todo estaba preparado.

Advierto entonces que nunca viajé con tan hermoso tronco de caballos, y subo alegremente.

-Yo conduciré, pues tú no conoces el camino -dije.

-Naturalmente -replica-, yo no voy con usted: me quedo con Rosa.

-¡No! -grita Rosa, y huye hacia la casa, presintiendo su inevitable destino; aún oigo el ruido de la cadena de la puerta al correr en el cerrojo; oigo girar la llave en la cerradura; veo además que Rosa apaga todas las luces del vestíbulo y, siempre huyendo, las de las habitaciones restantes, para que no puedan encontrarla.

-Tú vendrás conmigo -digo al mozo-; si no es así, desisto del viaje, por urgente que sea. No tengo intención de dejarte a la muchacha como pago del viaje.

-¡Arre! -grita él, y da una palmada; el coche parte, arrastrado como un leño en el torrente; oigo crujir la puerta de mi casa, que cae hecha pedazos bajo los golpes del mozo; luego mis ojos y mis oídos se hunden en el remolino de la tormenta que confunde todos mis sentidos. Pero esto dura sólo un instante; se diría que frente a mi puerta se encontraba la puerta de la casa de mi paciente; ya estoy allí; los caballos se detienen; la nieve ha dejado de caer; claro de luna en torno; los padres de mi paciente salen ansiosos de la casa, seguidos de la hermana; casi me arrancan del coche; no entiendo nada de su confuso parloteo; en el cuarto del enfermo el aire es casi irrespirable, la estufa humea, abandonada; quiero abrir la ventana, pero antes voy a ver al enfermo. Delgado, sin fiebre, ni caliente ni frío, con ojos inexpresivos, sin camisa, el joven se yergue bajo el edredón de plumas, se abraza a mi cuello y me susurra al oído:

-Doctor, déjeme morir.

Miro en torno; nadie lo ha oído; los padres callan, inclinados hacia adelante, esperando mi sentencia; la hermana me ha acercado una silla para que coloque mi maletín de mano. Lo abro, y busco entre mis instrumentos; el joven sigue alargándome las manos, para recordarme su súplica; tomo un par de pinzas, las examino a la luz de la bujía y las deposito nuevamente.

Sí pienso indignado, en estos casos los dioses nos ayudan, nos mandan el caballo que necesitamos y, dada nuestra prisa, nos agregan otro. Además, nos envían un caballerizo…

En aquel preciso instante me acuerdo de Rosa. ¿Qué hacer? ¿Cómo salvarla? ¿Cómo rescatar su cuerpo del peso de aquel hombre, a diez millas de distancia, con un par de caballos imposibles de manejar? Esos caballos que no sé cómo se han desatado de las riendas, que se abren paso ignoro cómo; que asoman la cabeza por la ventana y contemplan al enfermo, sin dejarse impresionar por las voces de la familia.

-Regresaré en seguida -me digo como si los caballos me invitaran al viaje. Sin embargo, permito que la hermana, que me cree aturdido por el calor, me quite el abrigo de pieles. Me sirven una copa de ron; el anciano me palmea amistosamente el hombro, porque el ofrecimiento de su tesoro justifica ya esta familiaridad. Meneo la cabeza; estallaré dentro del estrecho círculo de mis pensamientos; por eso me niego a beber.

La madre permanece junto al lecho y me invita a acercarme; la obedezco, y mientras un caballo relincha estridentemente hacia el techo, apoyo la cabeza sobre el pecho del joven, que se estremece bajo mi barba mojada. Se confirma lo que ya sabía: el joven está sano, quizá un poco anémico, quizá saturado de café, que su solícita madre le sirve, pero está sano; lo mejor sería sacarlo de un tirón de la cama. No soy ningún reformador del mundo, y lo dejo donde está. Soy un vulgar médico del distrito que cumple con su deber hasta donde puede, hasta un punto que ya es una exageración. Mal pagado, soy, sin embargo, generoso con los pobres. Es necesario que me ocupe de Rosa; al fin y al cabo es posible que el joven tenga razón, y yo también pido que me dejen morir. ¿Qué hago aquí, en este interminable invierno? Mi caballo se ha muerto y no hay nadie en el pueblo que me preste el suyo. Me veré obligado a arrojar mi carruaje en la pocilga; si por casualidad no hubiese encontrado esos caballos, habría tenido que recurrir a los cerdos. Esta es mi situación.

Saludo a la familia con un movimiento de cabeza. Ellos no saben nada de todo esto, y si lo supieran, no lo creerían. Es fácil escribir recetas, pero en cambio es un trabajo difícil entenderse con la gente. Ahora bien, acudí junto al enfermo; una vez más me han molestado inútilmente; estoy acostumbrado a ello; con esa campanilla nocturna todo el distrito me molesta, pero que además tenga que sacrificar a Rosa, esa hermosa muchacha que durante años vivió en mi casa sin que yo me diera cuenta cabal de su presencia… Este sacrificio es excesivo, y tengo que encontrarle alguna solución, cualquier cosa, para no dejarme arrastrar por esta familia que, a pesar de su buena voluntad, no podrían devolverme a Rosa. Pero he aquí que mientras cierro el maletín de mano y hago una señal para que me traigan mi abrigo, la familia se agrupa, el padre olfatea la copa de ron que tiene en la mano, la madre, evidentemente decepcionada conmigo -¿qué espera, pues, la gente?- se muerde, llorosa, los labios, y la hermana agita un pañuelo lleno de sangre; me siento dispuesto a creer, bajo ciertas condiciones, que el joven quizá está enfermo.

Me acerco a él, que me sonríe como si le trajera un cordial… ¡Ah! Ahora los dos caballos relinchan a la vez; ese estrépito ha sido seguramente dispuesto para facilitar mi auscultación; y esta vez descubro que el joven está enfermo. El costado derecho, cerca de la cadera, tiene una herida grande como un platillo, rosada, con muchos matices, oscura en el fondo, más clara en los bordes, suave al tacto, con coágulos irregulares de sangre, abierta como una mina al aire libre. Así es como se ve a cierta distancia. De cerca, aparece peor. ¿Quién puede contemplar una cosa así sin que se le escape un silbido? Los gusanos, largos y gordos como mi dedo meñique, rosados y manchados de sangre, se mueven en el fondo de la herida, la puntean con sus cabecitas blancas y sus numerosas patitas. Pobre muchacho, nada se puede hacer por ti. He descubierto tu gran herida; esa flor abierta en tu costado te mata. La familia está contenta, me ve trabajar; la hermana se lo dice a la madre, ésta al padre, el padre a algunas visitas que entran por la puerta abierta, de puntillas, a través del claro de luna.

-¿Me salvarás? -murmura entre sollozos el joven, deslumbrado por la vista de su herida.

Así es la gente de mi comarca. Siempre esperan que el médico haga lo imposible. Han perdido la antigua fe; el cura se queda en su casa y desgarra sus ornamentos sacerdotales uno tras otro; en cambio, el médico tiene que hacerlo todo, suponen ellos, con sus pobres dedos de cirujano. ¡Como quieran! Yo no les pedí que me llamaran; si pretenden servirse de mí para un designio sagrado, no me negaré a ello. ¿Qué cosa mejor puedo pedir yo, un pobre médico rural, despojado de su criada?

Y he aquí que empiezan a llegar los parientes y todos los ancianos del pueblo, y me desvisten; un coro de escolares, con el maestro a la cabeza, canta junto a la casa una tonada infantil con estas palabras:

Desvístanlo, para que cure,
y si no cura, mátenlo.
Solo es un médico, solo es un médico…

Mírenme: ya estoy desvestido, y, mesándome la barba y cabizbajo, miro al pueblo tranquilamente. Tengo un gran dominio sobre mí mismo; me siento superior a todos y aguanto, aunque no me sirve de nada, porque ahora me toman por la cabeza y los pies y me llevan a la cama del enfermo. Me colocan junto a la pared, al lado de la herida. Luego salen todos del aposento; cierran la puerta, el canto cesa; las nubes cubren la luna; las mantas me calientan, las sombras de las cabezas de los caballos oscilan en el vano de las ventanas.

-¿Sabes -me dice una voz al oído- que no tengo mucha confianza en ti? No importa cómo hayas llegado hasta aquí; no te han llevado tus pies. En vez de ayudarme, me escatimas mi lecho de muerte. No sabes cómo me gustaría arrancarte los ojos.

-En verdad -dije yo-, es una vergüenza. Pero soy médico. ¿Qué quieres que haga? Te aseguro que mi papel nada tiene de fácil.

-¿He de darme por satisfecho con esa excusa? Supongo que sí. Siempre debo conformarme. Vine al mundo con una hermosa herida. Es lo único que poseo.

-Joven amigo -digo-, tu error estriba en tu falta de empuje. Yo, que conozco todos los cuartos de los enfermos del distrito, te aseguro: tu herida no es muy terrible. Fue hecha con dos golpes de hacha, en ángulo agudo. Son muchos los que ofrecen sus flancos, y ni siquiera oyen el ruido del hacha en el bosque. Pero menos aún sienten que el hacha se les acerca.

-¿Es de veras así, o te aprovechas de mi fiebre para engañarme?

-Es cierto, palabra de honor de un médico juramentado. Puedes llevártela al otro mundo.

Aceptó mi palabra, y guardó silencio. Pero ya era hora de pensar en mi libertad. Los caballos seguían en el mismo lugar. Recogí rápidamente mis vestidos, mi abrigo de pieles y mi maletín; no podía perder el tiempo en vestirme; si los caballos corrían tanto como en el viaje de ida, saltaría de esta cama a la mía. Dócilmente, uno de los caballos se apartó de la ventana; arrojé el lío en el coche; el abrigo cayó fuera, y sólo quedó retenido por una manga en un gancho. Ya era bastante. Monté de un salto a un caballo; las riendas iban sueltas, las bestias, casi desuncidas, el coche corría al azar y mi abrigo de pieles se arrastraba por la nieve.

-¡De prisa! -grité-. Pero íbamos despacio, como viajeros, por aquel desierto de nieve, y mientras tanto, de nuevo el canto de los escolares, el canto de los muchachos que se mofaban de mí, se dejó oír durante un buen rato detrás de nosotros:

Alégrense, enfermos,
tienen al médico en su propia cama.

A ese paso nunca llegaría a mi casa; mi clientela está perdida; un sucesor ocupará mi cargo, pero sin provecho, porque no puede reemplazarme; en mi casa cunde el repugnante furor del caballerizo; Rosa es su víctima; no quiero pensar en ello. Desnudo, medio muerto de frío y a mi edad, con un coche terrenal y dos caballos sobrenaturales, voy rodando por los caminos. Mi abrigo cuelga detrás del coche, pero no puedo alcanzarlo, y ninguno de esos enfermos sinvergüenzas levantará un dedo para ayudarme. ¡Se han burlado de mí! Basta acudir una vez a un falso llamado de la campanilla nocturna para que lo irreparable se produzca.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 2020


 

Salud y educación: Los pilares falsos de la Cuba de Castro

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El senador demócrata por el Estado de Vermont, Bernard ‘Bernie’ Sanders, elogió hace un par de meses los logros de la Cuba comunista. Sus comentarios de 1985 decían que los cubanos apoyaron al dictador comunista Fidel Castro porque “educó a sus hijos, les brindó atención médica, transformó totalmente la sociedad”. Treinta y cinco años más tarde, Sanders defendió esos comentarios, afirmando que cuando “Fidel Castro llegó al cargo, ¿Y sabes lo que hizo? Tenía un programa masivo de alfabetización”.

Pero Castro no les dio a los cubanos alfabetización. Cuba ya tenía una de las tasas de alfabetización más altas de América Latina en 1950, casi una década antes de que Castro tomara el poder, según datos de las Naciones Unidas (estadísticas de la UNESCO). 

En la Cuba de hoy, los niños son enseñados por maestros mal pagados en escuelas en mal estado. Cuba ha logrado menos progreso educativo que la mayoría de los países latinoamericanos en los últimos 60 años.

Según la UNESCO, Cuba tenía aproximadamente la misma tasa de alfabetización que Costa Rica y Chile en 1950 (cerca del 80 por ciento). Y tiene casi la misma tasa de alfabetización que la que tienen hoy (cerca del 96 por ciento).

Mientras tanto, los países latinoamericanos que en su mayoría eran analfabetos en 1950, como Perú, Brasil, El Salvador y la República Dominicana, hoy en día están alfabetizados, cerrando gran parte de la brecha con Cuba. El Salvador tenía una tasa de alfabetización de menos del 40 por ciento en 1950, pero hoy tiene una tasa de alfabetización del 88 por ciento. Brasil y Perú tenían una tasa de alfabetización de menos del 50 por ciento en 1950, pero hoy, Perú tiene una tasa de alfabetización del 94.5 por ciento y Brasil una tasa de alfabetización del 92.6 por ciento. La tasa de la República Dominicana aumentó de poco más del 40 por ciento al 91.8 por ciento. Si bien Cuba logró un progreso sustancial en la reducción del analfabetismo en los primeros años en el poder de Castro, su sistema educativo se ha estancado desde entonces, incluso cuando gran parte de América Latina mejoró.

Fidel Castro
Bernie Sanders

Contrariamente a la afirmación de Sanders de que Castro “dio” atención médica a los cubanos, ya tenían acceso a la atención médica antes de que él tomara el poder.

Con frecuencia, los médicos brindaban atención médica gratuita a quienes no podían pagarla. 

En cuanto a la atención médica y la educación, Cuba ya estaba cerca de la cima antes de la revolución.

La baja tasa de mortalidad infantil en Cuba es a menudo elogiada, pero ya lideró a la región en esta medida clave en 1953-1958, según los datos recopilados por Carmelo Mesa-Lago, especialista en Cuba y profesor emérito de la Universidad de Pittsburgh.

Cuba lideró a casi todos los países de América Latina en la esperanza de vida en 1959, antes de que los comunistas de Castro tomaran el poder. Pero para 2012, justo después de que Castro renunció como líder del Partido Comunista, los chilenos y los costarricenses vivieron un poco más que los cubanos. En 1960, los chilenos tenían una vida siete años más corta que los cubanos, y los costarricenses vivían más de dos años menos que los cubanos en promedio. En 1960, los mexicanos vivían siete años menos que los cubanos; para 2012, la brecha se había reducido a solo dos años. Hoy en día, la esperanza de vida es prácticamente la misma en Cuba que en Chile y Costa Rica, más prósperos; si acepta las estadísticas oficiales rosadas publicadas por el gobierno comunista de Cuba, que muchas personas no lo hacen. Cuba ha sido acusada creíblemente de ocultar muertes infantiles, y exagerando la vida de sus ciudadanos. Si estas acusaciones son ciertas, los cubanos mueren antes que los chilenos o los costarricenses.                              www.PrisioneroEnArgentina.com

Cuba ha progresado menos en la atención médica y la esperanza de vida que la mayoría de América Latina en los últimos años, debido a su decrépito sistema de atención médica. “Los hospitales en la capital de la isla se están desmoronando literalmente”. A veces, los pacientes “tienen que traer todo con ellos, porque el hospital no proporciona nada. Ni almohadas, sábanas, medicinas, algodón, vendas…

Bajo el comunismo, Cuba también se ha quedado atrás en medidas más generales de desarrollo humano. Como señaló el economista progresista Brad DeLong:

Cuba en 1957 — era un país desarrollado. Cuba en 1957 tenía una mortalidad infantil más baja que Francia, Bélgica, Alemania Occidental, Israel, Japón, Austria, Italia, España y Portugal. Cuba en 1957 tenía médicos y enfermeras: tantos médicos y enfermeras per cápita como los Países Bajos, y más que Gran Bretaña o Finlandia. Cuba en 1957 tenía tantos vehículos per cápita como Uruguay, Italia o Portugal. Cuba en 1957 tenía 45 televisores por cada 1000 personas, la quinta más alta del mundo … ¿Hoy? Hoy la ONU coloca el IDH [Indicadores de desarrollo humano] de Cuba en el rango de … México. (Y Carmelo Mesa-Lago cree que los cálculos de la ONU son seriamente defectuosos: que los pares de HDI de Cuba en la actualidad son lugares como China, Túnez, Irán y Sudáfrica). Por lo tanto, no entiendo a los zurdos que hablan sobre los logros de la Revolución Cubana : ‘… para tener una mejor atención médica, vivienda, educación’.

Cuba era próspera antes de que los comunistas de Castro tomaran el poder: Un informe de las Naciones Unidas (UNESCO) en 1957 señaló que la economía cubana incluía proporcionalmente más trabajadores sindicalizados que en los Estados Unidos. El informe también afirmó que los salarios promedio por un día de ocho horas eran más altos en Cuba que en Bélgica, Dinamarca, Francia, y Alemania. La Habana [antes de Castro] era una ciudad brillante y dinámica. Cuba ocupó el quinto lugar en el hemisferio en ingresos per cápita, tercero en esperanza de vida, segundo en propiedad per cápita de automóviles y teléfonos, primero en número de televisores por habitante. La tasa de alfabetización, 76%, fue la cuarta más alta en América Latina. Cuba ocupó el puesto 11 en el mundo en número de médicos per cápita. Muchas clínicas y hospitales privados brindan servicios a los pobres. La distribución del ingreso de Cuba se comparó favorablemente con la de otras sociedades latinoamericanas. Una próspera clase media tenía la promesa de prosperidad y movilidad social “.

Pero después de que Castro se hizo cargo, la prosperidad llegó a su fin. La destrucción de Cuba en manos de Castro no puede  exagerarse mucho. Saqueó, asesinó y destruyó la nación. Solo un hecho explica todo; Los cubanos alguna vez disfrutaron de uno de los mayores consumos de proteínas en las Américas, pero en 1962 Castro tuvo que introducir tarjetas de racionamiento (carne, 50 gramos diarios), ya que el consumo de alimentos por persona se estrelló a niveles no vistos desde el siglo XIX.

Durante este período de hambre generalizada, Bernie Sanders estaba vendiendo el mito de que el hambre no existía en Cuba. En 1989, publicó una columna en el periódico alegando que la Cuba de Fidel Castro “no tenía hambre, está educando a todos sus niños y brinda atención médica gratuita de alta calidad”.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 19, 2020


 

¿Debe su empleador pagar el alquiler por trabajar desde casa?

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El tribunal suizo dictaminó recientemente que los empleadores deberían contribuir a la renta de los empleados que trabajan desde casa. Pero antes de comenzar a organizar un movimiento estadounidense para luchar por el derecho a vivir en una casa de playa, trabajar a través de Zoom y obligar a su empleador a pagar por dicha casa de playa, considere algunas advertencias.

La decisión suiza solo se aplica a aquellos que se ven obligados a trabajar desde casa en lugar de aquellos que eligen trabajar desde casa. Por supuesto, la línea puede ser borrosa, especialmente en el mundo post-COVID. Un abogado podría argumentar que si el empleador no puede garantizar su seguridad frente a COVID en la oficina, en realidad se ve obligado a trabajar desde su casa y, por lo tanto, en la casa de la playa. Suena loco, pero los tribunales han tenido fallos más locos.

En realidad, olvídate de los tribunales. El Congreso podría aprobar fácilmente algo así en la Ley CARES, la Ley HEROES o uno de los muchos paquetes de ayuda por venir. ¿Es una buena idea llamar a su representante y exigirle a otra persona que pague el alquiler si está trabajando desde su casa? Imagine un puñado de escenarios.

1. Su empleador paga su renta, y se grava como ingreso regular. Si usted es un empleado altamente valorado (es decir, si los ingresos que obtiene aún exceden lo que ahora cuesta emplear), el empleador podría considerar esto como un aumento salarial ordenado por el gobierno, agregar el alquiler a su paquete de compensación total, refunfuñar, y tal vez reducir costos en otro lugar. Ganador: tu. Sin embargo, no se sorprenda si no recibe un aumento pronto. El alquiler acaba de canibalizar su futuro aumento.

2. Su empleador paga su renta, y se grava como su ingreso regular. Sin embargo, usted no tiene el mejor desempeño, y agregar rentas a su paquete de compensación actual lo haría injustificadamente caro. En ese caso, es posible que se le solicite que opte por no trabajar desde su casa (por lo tanto, sin pagos de alquiler), o su compensación regular podría reducirse por el monto del pago del alquiler. ¿Salir? Sin cambios, excepto que en lugar de pagar el alquiler usted mismo, ahora su jefe paga el alquiler. Considere también algunas consecuencias no deseadas, desde que su jefe conozca su estilo de vida hasta los inquilinos que inflan los alquileres bajo la suposición falaz de que no le importa porque no está pagando.

3. Su empleador paga su renta; no se trata como su ingreso regular y, por lo tanto, no está sujeto a impuestos. Tiene un alto rendimiento, por lo que su empleador agrega eso a su paquete de compensación. Es un costo adicional para el empleador (por lo que tendrá que recortar en otro lugar) y un bono libre de impuestos para usted.

4. Su empleador paga el alquiler, no le pagan impuestos, pero no tiene el mejor desempeño que merece un aumento, por lo que para mantener su costo constante, el empleador reduce su salario en la misma cantidad. Por ejemplo, si solía pagar $ 1000 por mes por el alquiler, pero ahora su empleador paga eso y su pago se reduce en $ 12,000 por año, significa que no está pagando impuestos sobre esos $ 12,000. Esto podría traducirse en ahorros de un par de miles de dólares por año.

Por supuesto, hay muchos otros escenarios posibles, especialmente si tratamos de tener en cuenta todas las complejidades de los impuestos estatales y federales, detalles personales, etc. Sin embargo, surgen un par de tendencias.

Primero, bajo cualquier configuración legal, los empleados que se consideran valiosos salen en la cima. Es una verdad hermosa o triste (dependiendo de su punto de vista) que sus habilidades y valor para la empresa son su mejor apuesta en cualquier negociación.

En segundo lugar, si su desempeño no es estelar y usted es el primero en el bloque, esta “ayuda con el alquiler” podría ser el impulso final para que la empresa lo corte. O reduzca su salario en proporción a los pagos de alquiler obligatorios.

Tercero, plantea muchas preguntas, es decir, ¿por qué debería aplicarse esto solo para el alquiler? ¿Qué hay de obligar a un empleador a pagar su hipoteca? ¿Qué pasa si alquila la casa de su amigo y él alquila la suya? ¿Deberían sus empleadores pagar eso también?

Cuarto, si le gusta el escenario donde una parte de sus ingresos no está gravada, ¿por qué pasar por complicados mecanismos de renta para lograrlo? Simplemente reduciendo los impuestos sobre los salarios se obtendría el mismo resultado, sin las complicaciones, los incentivos perversos, etc. Menos impuestos, más paga para llevar a casa, y la gente calculará los alquileres por sí mismos.

Si cree que los alquileres ya son demasiado altos, es probable que pasar el alquiler directamente al empleador los aumente aún más. Para reducir los alquileres, necesitamos desarrollos más densos, leyes de zonificación más fáciles, básicamente, más casas. Pero esa es otra discusión.

PD Y si está pensando en mudarse a Suiza para obtener los beneficios de esta nueva regulación, recuerde que el alquiler real que se le ordenó pagar al empleador es de hasta $ 154 por mes.

 


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Junio 18, 2020


 

LO MÁS VISTO ♦ Junio 18, 2020

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Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…

REINICIO Junio 15, 2020 00.00 HORAS 
HORA DE CONTROL Junio 18, 2020 23.23 HORAS

 


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Junio 18, 2020


 

La Importancia de las Fuerzas Armadas para un país

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El sábado 13 de junio pasado, el presidente de los Estados  Unidos, DONALD TRUMP, asistió a la academia de West Point donde se realizó la ceremonia de egreso de  1.100 militares. De la misma extraemos unos breves minutos de su alocución como Comandante en Jefe de los nuevos oficiales. Sus palabras sirvan de ejemplo y reflexión a todo aquel que quiera a su país.

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Colaboración: DRA ANDREA PALOMAS ALARCÓN


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 2020


 

MOPOL 1973, POLICÍA Vs. EJÉRCITO, AL FILO DE UNA MASACRE – PARTE TRES (CON VIDEO)

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EN MEMORIA DE LOS QUE MURIERON O FUERON HERIDOS

 Por CLAUDIO KUSSMAN

En ese fatídico 21 de marzo de 1973, que no debió existir, también llegaron a la reunión que se llevaba a cabo en el despacho del Gobernador MIGUÉL MORAGUES, con el General SANCHEZ DE BUSTAMANTE, el General MANUEL HAROLDO POMAR, a cargo de la X Brigada de Infantería y el Coronel CANEDI, los    Inspectores Generales de policía, MARCELO RUCKAUFF y LUIS BARRERA. Intentaban “atemperar” la difícil y peligrosa situación existente.  A estos, el Coronel FEDERICO PEDERNERA Jefe del Regimiento VII de Infantería presente en el lugar, les manifestó que: “se reprimirían a los rebeldes si no desalojaban de inmediato el lugar ocupado”. Fijando un tiempo prudencial, “o de lo contrario se iba a disparar con bazucas”. Los altos jefes regresaron a la jefatura, congregando al personal en uno de los patios e hicieron saber la novedad. Los efectivos en forma casi unánime decidieron que no abandonarían el edificio mientras tanto no se accediera a sus pedidos, aclarando que resistirían hasta las últimas consecuencias, pero sin utilizar las armas, aun cuando el Ejército atacara. Estos conceptos fueron formulados en voz alta por megáfonos y celebrados con aplausos generales. También trascendió que se habrían considerado rehenes al Jefe y Subjefe de policía, que en esos momentos se encontraban en sus despachos. Efectivos policiales de diferentes puntos de la provincia intentaron llegar a la ciudad de La Plata para sumarse a los policías que ocupaban la Jefatura, pero el Ejército había tomado los recaudos del caso, interceptándolos antes de que llegaran a la capital provincial.   Para el atardecer el operativo militar ya contaba con casi 3.000 efectivos. A las 21.20 horas  cortaron el suministro de energía eléctrica a la jefatura y también a 2 cuadras a la redonda. La medida fue parcialmente contrarrestada poniendo en funcionamiento un grupo electrógeno del Cuartel de Bomberos, que daba sobre la calle 3. En medio de la oscuridad 2 tanques treparon los 16 escalones de la escalinata de mármol de carrara, que separaban la acera de la entrada al imponente edificio policial. Luego se detuvieron y dieron paso a un carrier. Esté llegó hasta los 3 grandes portones de ingreso, 2 efectivos de ejército sujetaron uno de ellos con una gruesa cadena y el blindado dio marcha atrás arrancándolo en medio de un ruido ensordecedor, al que se agregaba el rugir de los motores y el fuerte olor del carburante de los blindados. Uno de los vehículos ingresó hasta el primer patio, seguido de efectivos de infantería del Regimiento VII que disparaban ráfagas de ametralladora, intimándose a los ocupantes del lugar a la rendición. Estos para entonces entonaban las estrofas del Himno Nacional replegándose al segundo patio, mientras se escuchaban exhortaciones a mantener la calma para evitar -decían- “hechos imborrables para la institución y para poder seguir logrando adhesión de quienes nos acompañan en esta lucha”. Las tropas militares ocuparon todas las dependencias aledañas al primer patio, estableciéndose allí la jefatura de operaciones. El comando del MOPOL continuó funcionando en otro sector del edificio, mientras tenían lugar nerviosas reuniones, si bien por un momento, la situación había escapado a cualquier tipo de control. – “Cuando efectivos del ejército dispararon ráfagas de ametralladora para asegurar la rendición hubo un episodio muy extraño, ya que se escucharon disparos al parecer por policías que estaban en la calle o desde puestos estratégicos (SIC REVISTA ASÍ)”. En medio de la tensión, confusión, detonaciones, oscuridad y ensordecedor ruido cayó abatido el Cabo Primero del Ejército HECTOR ALVAREZ y herido el Capitán JOSÉ TOLONI GARRIDO junto con una decena de efectivos militares. Del lado policial murieron el Oficial Sub-ayudante (SET) HORACIO EMILIO GUZMÁN con un disparo en el pecho y el Oficial LUIS NOVELLI, de 56 años de edad, jefe de la sección Liquidaciones del Instituto de Previsión Social de la repartición. Este había acudido al lugar para estar con su hijo, que se desempeñaba en la repartición. Algunos policías heridos, por razones obvias, luego fueron asistidos por profesionales de la salud amigos sin que quedara registro alguno en sus legajos.  Sobre las 22.40 horas, las detonaciones que se escuchaban eran aisladas. La confrontación llegaba a su fin y el destino esa noche, ya tenía su cuota de muertos y sangre.  Radio Colonia (Uruguay) fue una de las pocas radios que trasmitió al minuto todos los detalles del sangriento enfrentamiento. Desde la Unidad Regional de Morón, policías se comunicaron con el jefe del informativo para que trasmitiera un mensaje instando a la paz a la vez que reclamaban, sin éxito, la intervención directa del presidente LANUSSE para solucionar el grave conflicto. Su firme actitud negativa fue confirmada con los años cuando, como dijéramos en la primera parte de estos 4 escritos, se presentara en 1985, a prestar declaración testimonial contra sus pares del Ejército en el Juicio a las Juntas Militares.  El aspecto que ofrecía el edificio de la Jefatura en su acceso era de total destrucción. El personal rebelde fue llevado al patio del cuartel de Bomberos (sobre calle 3) donde a las mujeres, en primer lugar, se las liberó, luego a los hombres mayores y finalmente a los uniformados previo desarme. Todos llevaban las manos en alto o sobre la nuca. A las 23 había llegado al lugar el Coronel CANEDI y luego los Generales   SANCHEZ DE BUSTAMANTE y MANUEL HAROLDO POMAR. A la medianoche hubo una pequeña conferencia de prensa, en la que este último como tantas veces hemos escuchado en TODOS los gobiernos, expresó que: “En la policía provincial había buenos y malos elementos. Tendríamos que separar el trigo de la maleza”.

CONTINUARÁ…

 

Claudio Kussman

Comisario Mayor (R) 

Policía Pcia. Buenos Aires

Junio 18, 2020

claudio@PrisioneroEnArgentina.com

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“Uno debe morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo”

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

 

 

EN MEMORIA DE TODOS AQUELLOS UNIFORMADOS DE AMBAS INSTITUCIONES, QUE MURIERON, FUERON HERIDOS O TERMINARON PRESOS ESA NOCHE. AÑOS DESPUES POR EL INCREMENTO DEL TERRORISMO, LLEGARIAN TIEMPOS AÚN MÁS DIFICILES. 

SE RECUERDA QUE PRISIONEROENARGENTINA.COM, SIN CENSURA ALGUNA Y SIN LÍMITE DE ESPACIO, ESTÁ ABIERTO A TODO AQUÉL QUE QUIERA EXPRESAR SU PARECER Y SENTIR SOBRE ESTE TEMA O CUALQUIER OTRO QUE RESULTE DE SU INTERÉS.  

 

FUENTES:

Medios Propios

Alberto N. Manfredi (h)

https://www.blogger.com/profile/16287035086383834157

Revista “Así”

Diario “La Razón”

Diario “La Prensa”


 

 


HACIENDO CLIC AQUÍ, PODRÁ INGRESAR AL SITIO DE YOUTUBE https://www.youtube.com/watch?v=b08SsgYICss DONDE PODRÁ VER UN VIDEO DE 5 MINUTOS, PERTENECIENTE A LA EMPRESA DI FILM. 

https://guerraantisubversivaenlaargentina.blogspot.com/2016/06/blog-post_466.html


APENAS PUBLICAMOS LA PRIMERA DE ESTAS NOTAS, A TRAVÉS DE VARIOS MAILS  SE COMUNICÓ CON NOSOTROS  EL SEÑOR AM, QUIEN EN 1973 ERA UN JOVEN ESTUDIANTE. ESTE NOS RELATÓ LO QUE PRESENCIÓ Y LE TOCÓ VIVIR ESE TRÁGICO DÍA EN LA ESQUINA DE 2 Y 51, DE LA CIUDAD DE LA PLATA. RESERVANDO SU IDENTIDAD,  MOSTRAMOS SU  TESTIMONIO. PARA  ÉL  NUESTRO AGRADECIMIENTO POR SU IMPORTANTE COLABORACIÓN.

www.prisioneroenargentina.com  

 

¡Hola Claudio! Es muy buena tu nota. Mucha gente ya ni se acuerda.

 

El 21 de marzo de 1973 viví todos esos hechos. En esa época estaba en 3er. año de Ing. Aeronáutica y de Astronomía en la UNLP (Universidad Nacional de La Plata). El día 21 estaba en el piso 8vo. del edificio que se ve en la foto, de 2 y 51, en casa de compañeros. Mientras estudiábamos escuchábamos en la radio los sucesos. Al atardecer, bajé a la esquina para ver de cerca el despliegue. Vinieron tanques de Magdalena (AMX 13 Y AMX 30) en la av. 1, del lado del parque del bosque se desplegó un regimiento con piezas de artillería. Además de uno o dos regimientos de infantería. Adentro había, según decía la radio, unos 7.500 efectivos policiales acuartelados (por sueldos y trato para con ellos). En la esquina donde yo estaba, cerraron la calle 2, casi 51, con bolsas de arena y estaban apostados cerca de 70 entre soldados, suboficiales y oficiales. El jefe era un capitán con walkie-talkie en la mano. Más tarde entraron los tanques a toda velocidad, pero con gran pericia. Un señor que tenía estacionado un Fiat 600 en la esquina suspiraba cada vez que un tanque iba hacia 3 y pasaba rozando, pero sin tocarlo. Se hizo noche. Las negociaciones seguían infructuosas. Un tanque AMX 30 subió las escaleras, escupiendo escalones con las orugas. Con la torreta dada vuelta, intento forzar el enorme portón cerrado con muy gruesas cadenas. No pudo. Subió otro y ataron cadenas al portón y estiraron hasta que se abrió. Entró una sección y luego más. Se escucharon disparos, pocos al principio, pero luego estalló una gran balacera. En el depto. entraron por la persiana unos tiros que se clavaron en el techo. Los vi después, pues yo estaba abajo. Abajo la cosa se puso brava porque casi imperceptiblemente unos terroristas se fueron acercando a 51 viniendo por 2 y balearon por la espalda a los soldados que miraban lo que pasaba hacia el frente. El capitán cayó. Se incorporó como pudo, dio órdenes y con su 45 repelió el ataque. Cayeron algunos, pero de ambos bandos, incluyendo soldados baleados por la espalda. Cuando la reyerta disminuyó consideré que quedarme allí ya era muy peligroso y la toma de la Jefatura ya se había cumplido y no se escuchaban tiros. Emprendí veloz corrida hacia 50 y a mitad de cuadra resbalé en un gran charco de sangre y me caí. Me levanté velozmente y seguí. Doblé por 50 hacia 3 pues yo vivía en 49 entre 5 y 6. Cuando doblé por 50 venía una tanqueta con MAG. Como estaba ensangrentado me zambullí a gran velocidad en un zaguán entreabierto y pasaron raudamente. Salí mirando a todas partes y corrí y llegué a mi casa. Seguí escuchando radio, pero ya todo había terminado, a Dios Gracias. Mientras estuve en el lugar, el tiroteo fue increscendo y fue feroz. No se usó artillería, hasta donde sé. No recuerdo cuántos muertos y heridos, pero mirando los diarios después supe que lo que yo había presenciado en 2 y 51 no salió todo.

 

AM


 


CHATS DEL PRESENTE, RECORDANDO EL MOPOL EN PRIMERA PERSONA

(PARTE TRES)

 

GS— 5/6/2020: SITUACION EN LA PLATA

 Se olvidaron me parece de los Cuerpos de Caballería e Infantería que tomamos la Jefatura y tuvieron que desalojarnos con los tanques del RB VIII al mando del Coronel Ovidio Pablo Richieri y fuimos los únicos sometidos a Tribunales Militares ley 14029 y después amnistiados cuando asumió el PJ, vean los archivos de los sumarios administrativos

GS— Posteriormente pasamos a la Justicia ordinaria y se hizo cargo el juez Penal Roberto Ozafrain

GS— De nuestra situación y los cabecillas que curiosamente en cabezaba un oficial de nuestro curso, moderno, VM—  y otros líderes de Jefatura

GS— Otra curiosidad quien nos proporción las armas porque era Jefe del Depósito, era el Crío Inspector ES—

GS— Como verán la historia que muchos se arreglaron pocos las sufrieron

GS— Digo arrogaron

Coronel Ovidio Pablo Richieri, vuelve al edificio de jefatura, el 16 de diciembre de 1977, como Jefe de Policía.

 

HA—2/6/2020: en aquella época, ¿qué dependencia te tocó tomar a vos?

HA—  A mi  la delegación SIPBA San Martin, con TG— y a JI— la UR III SAN MARTIN, donde marchó con el camión antidisturbios, que apostó apuntando el cañón hidrante hacia su frente edilicio

HA— Hure Alberto: cosa de pendejos imberbes, contagiados por la inminencia del cambio de gobierno

HA— pero dio sus resultados

HA— Los Jefes, nos permitieron, la asonada

HA— triste recuerdo

HA— Los Jefes Regionales, hicieron bajar a los titulares de dependencia a UR, para que los Ofls ocupen las mismas

HA— Todo es Historia

Claudio Kussman— Me tocó la UR Bahía Blanca y el jefe Miguel Irazabal un gran tipo fue compinche. Hubo un Principal, P— con una o dos jerarquías más que nosotros, que quería romper y quemar el edificio, entre 2 o 3 le pegamos una “apretada” en los mismos jardines de la UR y se calmó. Otra época. ¿No hay más fotos principalmente de tanques en la escalinata de jefatura? 

 


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Junio 18, 2020


 

 

NO AL CIERRE DE LOS LICEOS MILITARES

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Ante diferentes versiones de circulación en las redes sociales, la señora Mariel Fernández Siguenza nos hizo llegar su inquietud y la de muchos otros a trevés de Change.org donde se estaban recavando firmas para impedir este cierre.

Es por ello que PrisioneroEnArgentina.com se hace eco de esta solicitud.

 

 

Colaboración: MARIEL FERNÁNDEZ SIGUENZA

 



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Junio 18, 2020



 

El Oficial del incidente del Wendy’s en Atlanta enfrenta la posibilidad de la pena de muerte

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El oficial de policía de Atlanta que disparó y mató a Rayshard Brooks en un estacionamiento de Wendy’s la semana pasada fue acusado de asesinato y otros cargos, anunció el fiscal de distrito del condado de Fulton, Paul Howard.

Paul Howard, fiscal

El otro oficial de policía en la escena también enfrenta tres cargos, incluido asalto agravado, dijo Paul Howard, durante la presentación de los cargos que incluyeron testimonios de los presentes en el lugar del hecho, evidencias visuales y gigantografías.

También abogados particulares se encontraron alli, ya que uno de los disparon impactó en un automóvil con dos persoas que aguardaban para ordear su comida en el restaurante de comidas rápidas.

La decisión llega solo cinco días después de que Brooks recibió dos disparos en la espalda en Atlanta durante un intento de arresto.

El oficial Garrett Rolfe, quien disparó los disparos fatales, ya fue despedido, y el oficial Devin Brosnan, que también estaba en la escena, fue puesto bajo investigación en servicio administrativo.

Brosnan aceptó ser testigo por la fiscalía y recibiría una fianza de 50 mil dólares, mientras que a Rolfe se le denegó el beneficio. 

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Se emitieron órdenes de arresto para los dos y se les pidió que se entregaran mañana jueves antes de las 6:00PM.

El incidente comenzó cuando la policía respondió a un informe de un hombre que dormía en su automóvil en el camino de entrada del restaurante de comida rápida. Después de conversar tranquilamente con los oficiales, probar y reprobar una prueba de alcoholemia, Rayshard Brooks se resistió al arresto cuando los agentes se movieron para esposarlo por sospecha de conducir en estado de ebriedad.

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El ex oficial de policía de Atlanta, Garrett Rolfe, fue acusado de 11 cargos, incluyendo asesinato grave y asalto agravado con un arma mortal, en el asesinato de Rayshard Brooks. Si es declarado culpable, Rolfe enfrenta la posibilidad de la pena de muerte o cadena perpetua. Se han emitido órdenes de arresto contra Rolfe y su compañero oficial Devin Brosnan, quien también estuvo en el lugar y enfrenta tres cargos menores. El fiscal de distrito del condado de Fulton, Paul Howard, dijo que en lugar de brindar atención médica oportuna a Brooks después del tiroteo, como lo exige la política de la ciudad, Rolfe pateó a Brooks mientras yacía en el suelo muriendo y Brosnan se paró sobre su hombro. Brosnan fue acusado de asalto agravado, entre otros delitos, pero según Howard, está cooperando con los fiscales y está dispuesto a testificar contra Rolfe. Howard dijo que esta es la primera vez que sucede en 40 de estos casos. 

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Las imágenes de video muestran a los tres peleando en el suelo antes de que Brooks agarre la pistola Taser de un oficial y comience a huir. Mientras los oficiales lo persiguen, Brooks apunta el Taser sobre su hombro a Rolfe, quien luego le dispara varias veces, según muestra el video de vigilancia. Brooks recibió dos golpes en la espalda y murió en un hospital cercano.

El asesinato policial se produjo en medio de protestas en todo el país que pedían el fin del racismo y la violencia policial contra personas de color. Rolfe ya fue despedida, Brosnan fue puesta en servicio administrativo y la jefa de policía de Atlanta, Erika Shields, renunció a su cargo.

Los familiares de Brooks, que se están preparando para el funeral del padre de 27 años, dicen que los dos oficiales deberían haberlo perseguido mientras huía en lugar de dispararle. Deja a tres hijas, de 1, 2 y 8 años, y un hijastro de 13 años.

Pero algunos líderes policiales dicen que el tiroteo fue justificado y protegido por la ley de Georgia, que permite a una persona usar la fuerza letal “solo si él o ella cree razonablemente que dicha fuerza es necesaria para evitar la muerte o grandes lesiones corporales a sí mismo o una tercera persona “.
Howard le dijo a la prensa a principios de esta semana que los posibles cargos podrían incluir asesinato, delito grave o homicidio voluntario.

“Específicamente, (la pregunta es si) el oficial Rolfe, si sintió o no que el Sr. Brooks, en ese momento, presentaba un daño inminente de muerte o alguna lesión física grave. O la alternativa es si disparó o no simplemente para capturarlo o alguna otra razón “, dijo Howard. “Si ese disparo fue disparado por alguna razón que no sea salvar la vida de ese oficial o evitar lesiones a él u otros, entonces ese tiro no está justificado por la ley”.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 22020


 

Reforma Policial en Estados Unidos

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Antes de la orientación nacional de Washington, los departamentos de policía de todo el país han comenzado a adoptar reformas sobre sí mismos.

Los departamentos de policía en en algunas de las principales ciudades de Estados Unidos como Denver, Chicago y Phoenix han prohibido los estrangulamientos a raíz de la muerte de Floyd.

Y el comisionado de policía de Nueva York anunció esta semana que la unidad contra el crimen, un equipo de aproximadamente 600 oficiales de civil, se disolvería.

Pero estos esfuerzos se verían reforzados por la legislación federal, que podría hacer que las reformas policiales sean obligatorias en todo el país.

Los planes

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Republicanos

Proporciona incentivos para que los departamentos de policía prohíban los estrangulamientos y las redadas policiales no anunciadas, conocidas como “órdenes de no tocar a la puerta”, aunque no llega a prohibiciones directas.
Requiere que las agencias locales de aplicación de la ley denuncien al FBI todas las muertes relacionadas con agentes del orden.

Senador Tim Scott (R)

Ofrece subvenciones para alentar el uso más amplio de cámaras en el cuerpo por los agentes de policía.
Establece una comisión sobre el estatus social de los hombres y niños negros.
Pide al Departamento de Justicia que establezca y brinde capacitación sobre técnicas de reducción de la intensidad de un conflicto o situación potencialmente violenta.

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Demócratas

Prohíbe el uso de estrangulamientos y retenciones carotídeas, destinadas a cortar temporalmente el flujo sanguíneo al cerebro, también conocido como retenciones “durmientes” (Contener hasta desmayar)
Elimina la modalidad de allanamiento sin orden judicial en casas .

Nancy Pellosi, Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos

Crea un registro nacional para rastrear la mala conducta de la policía y requiere que las agencias de aplicación de la ley informen sobre el uso de la fuerza por parte de los oficiales.
Requiere capacitación sobre prejuicios raciales y prejuicios implícitos a nivel federal entre los departamentos de policía.

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Presidencia

Establece una base de datos nacional para rastrear a los agentes de policía con quejas por uso excesivo de la fuerza.
Proporciona incentivos financieros para que los departamentos de policía se comprometan con las “mejores prácticas”, incluida la prohibición de estrangulamientos, pero no prohíbe directamente la práctica (El oficial actuante determina su su vida esta en peligro para ejercitarla)

Presidente Donald J. Trump

Fomenta el despliegue de trabajadores sociales junto con agentes de policía para abordar casos no violentos, como la salud mental, la adicción y la falta de vivienda.
Prioriza las subvenciones federales a los departamentos de policía que obtienen certificaciones de altos estándares con respecto a la capacitación de reducción de escala y el uso de la fuerza.

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PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 2020


 

Cachorros en peligro

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Lamentablemente, las agencias federales están alivianando las restricciones sobre la caza de osos, lobos y sus crías en sus guaridas, una decisión que está siendo condenada por los grupos de conservación.

El Servicio de Parques Nacionales y el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. emitieron una nueva guía para permitir más caza y captura en múltiples reservas de vida silvestre en todo el estado. Entre la gran cantidad de nuevas reglas se incluye la caza de osos negros, lobos y coyotes, así como sus cachorros y cachorros, en sus guaridas, caribúes en lanchas motoras y osos con cebo en varias reservas nacionales. También permite la caza del oso pardo en “estaciones de cebo registradas” en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Kenai de Alaska por primera vez.

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Ambas agencias emitieron declaraciones separadas diciendo que la decisión permite que la ley federal se alinee mejor con la ley estatal. La decisión también revoca las restricciones de la era de Obama sobre la caza y la captura en las reservas nacionales de Alaska.

Los grupos de conservación argumentan que la decisión otorga a los cazadores permiso para usar tácticas crueles en la caza.

“No se necesita habilidad ni astucia para atraer a los osos con rosquillas y disparar caribú desde lanchas motoras”, dijo Ben Williamson, director del programa de World Animal Protection. “La matanza de animales para el disfrute o el deporte no solo causa sufrimiento masivo a la vida silvestre, sino que amenaza ecosistemas y hábitats de vida silvestre completos”.

Rappaport Clark
Williamson
Joseph
Trump

“La administración Trump ha alcanzado sorprendentemente un nuevo mínimo en su tratamiento de la vida silvestre”, dijo el presidente de Defensores de la Vida Silvestre, Jamie Rappaport Clark. “Permitir la matanza de cachorros de oso y cachorros de lobo en sus guaridas es bárbaro e inhumano”.

Mientras tanto, las organizaciones de caza y un consorcio de tribus en el interior de Alaska argumentan que los nuevos tratados apoyan a los cazadores  que solo intentan sobrevivir.

“Las limitaciones anteriores promulgadas en 2015 amenazaron nuestra forma de vida y nuestras prácticas de gestión sostenible de siglos”, dijo Victor Joseph, presidente de la Conferencia de Jefes de Tanana, que representa a 42 tribus en el interior de Alaska, en un comunicado.

 


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Junio 18, 2020


 

El extraño caso de Benjamin Button

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 Por Francis Scott Fitzgerald


 

I

      Hasta 1860 lo correcto era nacer en tu propia casa. Hoy, según me dicen, los grandes dioses de la medicina han establecido que los primeros llantos del recién nacido deben ser emitidos en la atmósfera aséptica de un hospital, preferiblemente en un hospital elegante. Así que el señor y la señora Button se adelantaron cincuenta años a la moda cuando decidieron, un día de verano de 1860, que su primer hijo nacería en un hospital. Nunca sabremos si este anacronismo tuvo alguna influencia en la asombrosa historia que estoy a punto de referirles.
       Les contaré lo que ocurrió, y dejaré que juzguen por sí mismos.
       Los Button gozaban de una posición envidiable, tanto social como económica, en el Baltimore de antes de la guerra. Estaban emparentados con Esta o Aquella Familia, lo que, como todo sureño sabía, les daba el derecho a formar parte de la inmensa aristocracia que habitaba la Confederación. Era su primera experiencia en lo que atañe a la antigua y encantadora costumbre de tener hijos: naturalmente, el señor Button estaba nervioso. Confiaba en que fuera un niño, para poder mandarlo a la Universidad de Yale, en Connecticut, institución en la que el propio señor Button había sido conocido durante cuatro años con el apodo, más bien obvio, de Cuello Duro.
       La mañana de septiembre consagrada al extraordinario acontecimiento se levantó muy nervioso a las seis, se vistió, se anudó una impecable corbata y corrió por las calles de Baltimore hasta el hospital, donde averiguaría si la oscuridad de la noche había traído en su seno una nueva vida.
       A unos cien metros de la Clínica Maryland para Damas y Caballeros vio al doctor Keene, el médico de cabecera, que bajaba por la escalera principal restregándose las manos como si se las lavara —como todos los médicos están obligados a hacer, de acuerdo con los principios éticos, nunca escritos, de la profesión.
       El señor Roger Button, presidente de Roger Button & Company, Ferreteros Mayoristas, echó a correr hacia el doctor Keene con mucha menos dignidad de lo que se esperaría de un caballero del Sur, hijo de aquella época pintoresca.
       —Doctor Keene —llamó—. ¡Eh, doctor Keene!
       El doctor lo oyó, se volvió y se paró a esperarlo, mientras una expresión extraña se iba dibujando en su severa cara de médico a medida que el señor Button se acercaba.
       —¿Qué ha ocurrido? —preguntó el señor Button, respirando con dificultad después de su carrera—. ¿Cómo ha ido todo? ¿Cómo está mi mujer? ¿Es un niño? ¿Qué ha sido? ¿Qué…?
       —Serénese —dijo el doctor Keene ásperamente. Parecía algo irritado.
       —¿Ha nacido el niño? —preguntó suplicante el señor Button.
       El doctor Keene frunció el entrecejo.
       —Diantre, sí, supongo… en cierto modo —y volvió a lanzarle una extraña mirada al señor Button.
       —¿Mi mujer está bien?
       —Sí.
       —¿Es niño o niña?
       —¡Y dale! —gritó el doctor Keene en el colmo de su irritación—. Le ruego que lo vea usted mismo. ¡Es indignante! —la última palabra cupo casi en una sola sílaba. Luego el doctor Keene murmuró—: ¿Usted cree que un caso como éste mejorará mi reputación profesional? Otro caso así sería mi ruina… la ruina de cualquiera.
       —¿Qué pasa? —preguntó el señor Button, aterrado—. ¿Trillizos?
       —¡No, nada de trillizos! —respondió el doctor, cortante—. Puede ir a verlo usted mismo. Y buscarse otro médico. Yo lo traje a usted al mundo, joven, y he sido el médico de su familia durante cuarenta años, pero he terminado con usted. ¡No quiero verle ni a usted ni a nadie de su familia nunca más! ¡Adiós!
       Se volvió bruscamente y, sin añadir palabra, subió a su faetón, que lo esperaba en la calzada, y se alejó muy serio.
       El señor Button se quedó en la acera, estupefacto y temblando de pies a cabeza. ¿Qué horrible desgracia había ocurrido? De repente había perdido el más mínimo deseo de entrar en la Clínica Maryland para Damas y Caballeros. Pero, un instante después, haciendo un terrible esfueFZo, se obligó a subir las escaleras y cruzó la puerta principal.
       Había una enfermera sentada tras una mesa en la penumbra opaca del vestíbulo. Venciendo su vergüenza, el señor Button se le acercó.
       —Buenos días —saludó la enfermera, mirándolo con amabilidad.
       —Buenos días. Soy… Soy el señor Button.
       Una expresión de horror se adueñó del rostro de la chica, que se puso en pie de un salto y pareció a punto de salir volando del vestíbulo: se dominaba gracias a un esfuerzo ímprobo y evidente.
       —Quiero ver a mi hijo —dijo el señor Button.
       La enfermera lanzó un débil grito.
       —¡Por supuesto! —gritó histéricamente—. Arriba. Al final de las escaleras. ¡Suba!
       Le señaló la dirección con el dedo, y el señor Button, bañado en sudor frío, dio media vuelta, vacilante, y empezó a subir las escaleras. En el vestíbulo de arriba se dirigió a otra enfermera que se le acercó con una palangana en la mano.
       —Soy el señor Button —consiguió articular—. Quiero ver a mi…
       ¡Clanc! La palangana se estrelló contra el suelo y rodó hacia las escaleras. ¡Clanc! ¡Clanc! Empezó un metódico descenso, como si participara en el terror general que había desatado aquel caballero.
       —¡Quiero ver a mi hijo! —el señor Button casi gritaba. Estaba a punto de sufrir un ataque.
       ¡Clanc! La palangana había llegado a la planta baja. La enfermera recuperó el control de sí misma y lanzó al señor Button una mirada de auténtico desprecio.
       —De acuerdo, señor Button —concedió con voz sumisa—. Muy bien. ¡Pero si usted supiera cómo estábamos todos esta mañana! ¡Es algo sencillamente indignante! Esta clínica no conservará ni sombra de su reputación después de…
       —¡Rápido! —gritó el señor Button, con voz ronca—. ¡No puedo soportar más esta situación!
       —Venga entonces por aquí, señor Button. Se arrastró penosamente tras ella. Al final de un largo pasillo llegaron a una sala de la que salía un coro de aullidos, una sala que, de hecho, sería conocida en el futuro como la «sala de los lloros». Entraron. Alineadas a lo largo de las pareces había media docena de cunas con ruedas, esmaltadas de blanco, cada una con una etiqueta pegada en la cabecera.
       —Bueno —resopló el señor Button—. ¿Cuál es el mío?
       —Aquél —dijo la enfermera.
       Los ojos del señor Button siguieron la dirección que señalaba el dedo de la enfermera, y esto es lo que vieron: envuelto en una voluminosa manta blanca, casi saliéndose de la cuna, había sentado un anciano que aparentaba unos setenta años. Sus escasos cabellos eran casi blancos, y del mentón le caía una larga barba color humo que ondeaba absurdamente de acá para allá, abanicada por la brisa que entraba por la ventana. El anciano miró al señor Button con ojos desvaídos y marchitos, en los que acechaba una interrogación que no hallaba respuesta.
       —¿Estoy loco? —tronó el señor Button, transformando su miedo en rabia—. ¿O la clínica quiere gastarme una broma de mal gusto?
       —A nosotros no nos parece ninguna broma —replicó la enfermera severamente—. Y no sé si usted está loco o no, pero lo que es absolutamente seguro es que ése es su hijo.
       El sudor frío se duplicó en la frente del señor Button. Cerró los ojos, y volvió a abrirlos, y miró. No era un error: veía a un hombre de setenta años, un recién nacido de setenta años, un recién nacido al que las piernas se le salían de la cuna en la que descansaba.
       El anciano miró plácidamente al caballero y a la enfermera durante un instante, y de repente habló con voz cascada y vieja:
       —¿Eres mi padre? —preguntó.
       El señor Button y la enfermera se llevaron un terrible susto.
       —Porque, si lo eres —prosiguió el anciano quejumbrosamente—, me gustaría que me sacaras de este sitio, o, al menos, que hicieras que me trajeran una mecedora cómoda.
       —Pero, en nombre de Dios, ¿de dónde has salido? ¿Quién eres tú? —estalló el señor Button exasperado.
       —No te puedo decir exactamente quién soy —replicó la voz quejumbrosa—, porque sólo hace unas cuantas horas que he nacido. Pero mi apellido es Button, no hay duda.
       —¡Mientes! ¡Eres un impostor!
       El anciano se volvió cansinamente hacia la enfermera.
       —Bonito modo de recibir a un hijo recién nacido —se lamentó con voz débil—. Dígale que se equivoca, ¿quiere?
       —Se equivoca, señor Button —dijo severamente la enfermera—. Este es su hijo. Debería asumir la situación de la mejor manera posible. Nos vemos en la obligación de pedirle que se lo lleve a casa cuanto antes: hoy, por ejemplo.
       —¿A casa? —repitió el señor Button con voz incrédula.
       —Sí, no podemos tenerlo aquí. No podemos, de verdad. ¿Comprende?
       —Yo me alegraría mucho —se quejó el anciano—. ¡Menudo sitio! Vamos, el sitio ideal para albergar a un joven de gustos tranquilos. Con todos estos chillidos y llantos, no he podido pegar ojo. He pedido algo de comer —aquí su voz alcanzó una aguda nota de protesta— ¡y me han traído una botella de leche!
       El señor Button se dejó caer en un sillón junto a su hijo y escondió la cara entre las manos.
       —¡Dios mío! —murmuró, aterrorizado—. ¿Qué va a decir la gente? ¿Qué voy a hacer?
       —Tiene que llevárselo a casa —insistió la enfermera—. ¡Inmediatamente!
       Una imagen grotesca se materializó con tremenda nitidez ante ios ojos del hombre atormentado: una imagen de sí mismo paseando por las abarrotadas calles de la ciudad con aquella espantosa aparición renqueando a su lado.
       —No puedo hacerlo, no puedo —gimió.
       La gente se pararía a preguntarle, y ¿qué iba a decirles? Tendría que presentar a ese… a ese septuagenario: «Éste es mi hijo, ha nacido esta mañana temprano». Y el anciano se acurrucaría bajo la manta y seguirían su camino penosamente, pasando por delante de las tiendas atestadas y el mercado de esclavos (durante un oscuro instante, el señor Button deseó fervientemente que su hijo fuera negro), por delante de las lujosas casas de los barrios residenciales y el asilo de ancianos…
       —¡Vamos! ¡Cálmese! —ordenó la enfermera.
       —Mire —anunció de repente el anciano—, si cree usted que me voy a ir casa con esta manta, se equivoca de medio a medio.
       —Los niños pequeños siempre llevan mantas.
       Con una risa maliciosa el anciano sacó un pañal blanco.
       —¡Mire! —dijo con voz temblorosa—. Mire lo que me han
       preparado.
       —Los niños pequeños siempre llevan eso —dijo la enfermera remilgadamente.
       —Bueno —dijo el anciano—. Pues este niño no va a llevar nada puesto dentro de dos minutos. Esta manta pica. Me podrían haber dado por los menos una sábana.
       —¡Déjatela! ¡Déjatela! —se apresuró a decir el señor Button. Se volvió hacia la enfermera—. ¿Qué hago?
       —Vaya al centro y cómprele a su hijo algo de ropa.
       La voz del anciano siguió al señor Button hasta el vestíbulo:
       —Y un bastón, papá. Quiero un bastón.
       El señor Button salió dando un terrible portazo.

II

      —Buenos días —dijo el señor Button, nervioso, al dependiente de la mercería Chesapeake—. Quisiera comprar ropa para mi hijo.
       —¿Qué edad tiene su hijo, señor?
       —Seis horas —respondió el señor Button, sin pensárselo dos
       veces.
       —La sección de bebés está en la parte de atrás. —Bueno, no creo… No estoy seguro de lo que busco. Es… es un niño extraordinariamente grande. Excepcionalmente… excepcionalmente grande.
       —Allí puede encontrar tallas grandes para bebés. —¿Dónde está la sección de chicos? —preguntó el señor Button, cambiando desesperadamente de tema. Tenía la impresión de que el dependiente se había olido ya su vergonzoso secreto. —Aquí mismo.
       —Bueno… —el señor Button dudó. Le repugnaba la idea de vestir a su hijo con ropa de hombre. Si, por ejemplo, pudiera encontrar un traje de chico grande, muy grande, podría cortar aquella larga y horrible barba y teñir las canas: así conseguiría disimular los peores detalles, y conservar algo de su dignidad, por no mencionar su posición social en Baltimore.
       Pero la búsqueda afanosa por la sección de chicos fue inútil: no encontró ropa adecuada para el Button que acababa de nacer. Roger Button le echaba la culpa a la tienda, claro está… En semejantes casos lo apropiado es echarle la culpa a la tienda.
       —¿Qué edad me ha dicho que tiene su hijo? —preguntó el dependiente con curiosidad.
       —Tiene… dieciséis años.
       —Ah, perdone. Había entendido seis horas. Encontrará la sección de jóvenes en el siguiente pasillo.
       El señor Button se alejó con aire triste. De repente se paró, radiante, y señaló con el dedo hacia un maniquí del escaparate.
       —¡Aquél! —exclamó—. Me llevo ese traje, el que lleva el maniquí.
       El dependiente lo miró asombrado.
       —Pero, hombre —protestó—, ése no es un traje para chicos. Podría ponérselo un chico, sí, pero es un disfraz. ¡También se lo podría
       poner usted!
       —Envuélvamelo —insistió el cliente, nervioso—. Es lo que buscaba.
       El sorprendido dependiente obedeció.
       De vuelta en la clínica, el señor Button entró en la sala de los recién nacidos y casi le lanzó el paquete a su hijo.
       —Aquí tienes la ropa —le espetó.
       El anciano desenvolvió el paquete y examinó su contenido con mirada burlona.
       —Me parece un poco ridículo —se quejó—. No quiero que me conviertan en un mono de…
       —¡Tú sí que me has convertido en un mono! —estalló el señor Button, feroz—. Es mejor que no pienses en lo ridículo que pareces. Ponte la ropa… o… o te pegaré.
       Le costó pronunciar la última palabra, aunque consideraba
       que era lo que debía decir.
       —De acuerdo, padre —era una grotesca simulación de respeto filial—. Tú has vivido más, tú sabes más. Como tú digas.
       Como antes, el sonido de la palabra «padre» estremeció violentamente al señor Button. —Y date prisa.
       —Me estoy dando prisa, padre.
       Cuando su hijo acabó de vestirse, el señor Button lo miró desolado. El traje se componía de calcecines de lunares, leotardos rosa y una blusa con cintutón y un amplio cuello blanco. Sobre el cuello ondeaba la larga barba blanca, que casi llegaba a la cintura. No producía buen efecto.
       —¡Espera!
       El señor Button empuñó unas tijeras de quirófano y con tres rápidos tijeretazos cercenó gran parte de la barba. Pero, a pesar de la mejora, el conjunto distaba mucho de la perfección. La greña enmarañada que aún quedaba, los ojos acuosos, los dientes de viejo, producían un raro contraste con aquel traje tan alegre. El señor Button, sin embargo, era obstinado. Alargó una mano.
       —¡Vamos! —dijo con severidad.
       Su hijo le cogió de la mano confiadamente.
       —¿Cómo me vas a llamar, papi? —preguntó con voz temblorosa cuando salían de la sala de los recién nacidos—. ¿Nene, a secas, hasta que pienses un nombre mejor?
       El señor Button gruñó.
       —No sé —respondió agriamente—. Creo que te llamaremos Matusalén.

III

      Incluso después de que al nuevo miembro de la familia Button le cortaran el pelo y se lo tiñeran de un negro desvaído y artificial, y lo afeitaran hasta el punto de que le resplandeciera la cara, y lo equiparan con ropa de muchachito hecha a la medida por un sastre estupefacto, era imposible que el señor Button olvidara que su hijo era un triste remedo de primogénito. Aunque encorvado por la edad, Benjamín Button —pues este nombre le pusieron, en vez del más apropiado, aunque demasiado pretencioso, de Matusalén— medía un metro y setenta y cinco centímetros. La ropa no disimulaba la estatura, ni la depilación y el tinte de las cejas ocultaban el hecho de que los ojos que había debajo estaban apagados, húmedos y cansados. Y, en cuanto vio al recién nacido, la niñera que los Button habían contratado abandonó la casa, sensiblemente indignada.
       Pero el señor Button persistió en su propósito inamovible. Bejamin era un niño, y como un niño había que tratarlo. Al principio sentenció que, si a Benjamín no le gustaba la leche templada, se quedaría sin comer, pero, por fin, cedió y dio permiso para que su hijo tomara pan y mantequilla, e incluso, tras un pacto, harina de avena. Un día llevó a casa un sonajero y, dándoselo a Benjamín, insistió, en términos que no admitían réplica, en que debía jugar con él; el anciano cogió el sonajero con expresión de cansancio, y todo el día pudieron oír cómo lo agitaba de vez en cuando obedientemente.
       Pero no había duda de que el sonajero lo aburría, y de que disfrutaba de otras diversiones más reconfortantes cuando estaba solo. Por ejemplo, un día el señor Button descubrió que la semana anterior había fumado muchos más puros de los que acostumbraba, fenómeno que se aclaró días después cuando, al entrar inesperadamente en el cuarto del niño, lo encontró inmerso en una vaga humareda azulada, mientras Benjamín, con expresión culpable, trataba de esconder los restos de un habano. Aquello exigía, como es natural, una buena paliza, pero el señor Button no se sintió con fuerzas para administrarla. Se limitó a advertirle a su hijo que el humo frenaba el crecimiento.
       El señor Button, a pesar de todo, persistió en su actitud. Llevó a casa soldaditos de plomo, llevó trenes de juguete, llevó grandes y preciosos animales de trapo y, para darle veracidad a la ilusión que estaba creando —al menos para sí mismo—, preguntó con vehemencia al dependiente de la juguetería si el pato rosa desteñiría si el niño se lo metía en la boca. Pero, a pesar de los esfuerzos paternos, a Benjamín nada de aquello le interesaba. Se escabullía por las escaleras de servicio y volvía a su habitación con un volumen de la Enciclopedia Británica, ante el que podía pasar absorto una tarde entera, mientras las vacas de trapo y el arca de Noé yacían abandonadas en el suelo. Contra una tozudez semejante, los esfuerzos del señor Button sirvieron de poco.
       Fue enorme la sensación que, en un primer momento, causó en Baltimore. Lo que aquella desgracia podría haberles costado a los Button y a sus parientes no podemos calcularlo, porque el estallido de la Guerra Civil dirigió la atención de los ciudadanos hacia otros asuntos. Hubo quienes, irreprochablemente corteses, se devanaron los sesos para felicitar a los padres; y al fin se les ocurrió la ingeniosa estratagema de decir que el niño se parecía a su abuelo, lo que, dadas las condiciones de normal decadencia comunes a todos los hombres de setenta años, resultaba innegable. A Roger Button y su esposa no les agradó, y el abuelo de Benjamín se sintió terriblemente ofendido.
       Benjamín, en cuanto salió de la clínica, se tomó la vida como venía. Invitaron a algunos niños para que jugaran con él, y pasó una tarde agotadora intentando encontrarles algún interés al trompo y las canicas. Incluso se las arregló para romper, casi sin querer, una ventana de la cocina con un tirachinas, hazaña que complació secretamente a su padre. Desde entonces Benjamín se las ingeniaba para romper algo todos los días, pero hacía cosas así porque era lo que esperaban de él, y porque era servicial por naturaleza.
       Cuando la hostilidad inicial de su abuelo desapareció, Benjamín y aquel caballero encontraron un enorme placer en su mutua compañía. Tan alejados en edad y experiencia, podían pasarse horas y horas sentados, discutiendo como viejos compinches, con monotonía incansable, los lentos acontecimientos de la jornada. Benjamín se sentía más a sus anchas con su abuelo que con sus padres, que parecían tenerle una especie de temor invencible y reverencial, y, a pesar de la autoridad dictatorial que ejercían, a menudo le trataban de usted.
       Benjamín estaba tan asombrado como cualquiera por la avanzada edad física y mental que aparentaba al nacer. Leyó revistas de medicina, pero, por lo que pudo ver, no se conocía ningún caso semejante al suyo. Ante la insistencia de su padre, hizo sinceros esfuerzos por jugar con otros niños, y a menudo participó en los juegos más pacíficos: el fútbol lo trastornaba demasiado, y temía que, en caso de fractura, sus huesos de viejo se negaran a soldarse.
       Cuando cumplió cinco años lo mandaron al parvulario, donde lo iniciaron en el arte de pegar papel verde sobre papel naranja, de hacer mantelitos de colores y construir infinitas cenefas. Tenía propensión a adormilarse, e incluso a dormirse, en mitad de esas tareas, costumbre que irritaba y asustaba a su joven profesora. Para su alivio, la profesora se quejó a sus padres y éstos lo sacaron del colegio. Los Button dijeron a sus amigos que el niño era demasiado pequeño.
       Cuando cumplió doce años los padres ya se habían habituado a su hijo. La fuerza de la costumbre es tan poderosa que ya no se daban cuenta de que era diferente a todos los niños, salvo cuando alguna anomalía curiosa les recordaba el hecho. Pero un día, pocas semanas después de su duodécimo cumpleaños, mientras se miraba al espejo, Benjamin hizo, o creyó hacer, un asombroso descubrimiento. ¿Lo engañaba la vista, o le había cambiado el pelo, del blanco a un gris acero, bajo el tinte, en sus doce años de vida? ¿Era ahora menos pronunciada la red de arrugas de su cara? ¿Tenía la piel más saludable y firme, incluso con algo del buen color que da el invierno? No podía decirlo. Sabía que ya no andaba encorvado y que sus condiciones físicas habían mejorado desde sus primeros días de vida.
       —¿Será que…? —pensó en lo más hondo, o, más bien, apenas se atrevió a pensar.
       Fue a hablar con su padre.
       —Ya soy mayor —anunció con determinación—. Quiero ponerme pantalones largos.
       Su padre dudó.
       —Bueno —dijo por fin—, no sé. Catorce años es la edad adecuada para ponerse pantalones largos, y tú sólo tienes doce.
       —Pero tienes que admitir —protestó Benjamin— que estoy muy grande para la edad que tengo.
       Su padre lo miró, fingiendo entregarse a laboriosos cálculos.
       —Ah, no estoy muy seguro de eso —dijo—. Yo era tan grande como tú a los doce años.
       No era verdad: aquella afirmación formaba parte del pacto secreto que Roger Button había hecho consigo mismo para creer en la normalidad de su hijo.
       Llegaron por fin a un acuerdo. Benjamin continuaría tiñéndose el pelo, pondría más empeño en jugar con los chicos de su edad y no usaría las gafas ni llevaría bastón por la calle. A cambio de tales concesiones, recibió permiso para su primer traje de pantalones largos.

IV

      No me extenderé demasiado sobre la vida de Benjamin Button entre los doce y los veinte años. Baste recordar que fueron años de normal decrecimiento. Cuando Benjamin cumplió los dieciocho estaba tan derecho como un hombre de cincuenta; tenía más pelo, gris oscuro; su paso era firme, su voz había perdido el temblor cascado: ahora era más baja, la voz de un saludable barítono. Así que su padre lo mandó a Connecticut para que hiciera el examen de ingreso en la Universidad de Yale. Benjamin superó el examen y se convirtió en alumno de primer curso.
       Tres días después de matricularse recibió una notificación del señor Hart, secretario de la Universidad, que lo citaba en su despacho para establecer el plan de estudios. Benjamin se miró al espejo: necesitaba volver a tintarse el pelo. Pero, después de buscar angustiosamente en el cajón de la cómoda, descubrió que no estaba la botella de tinte marrón. Se acordó entonces: se le había terminado el día anterior y la había tirado.
       Estaba en apuros. Tenía que presentarse en el despacho del secretario dentro de cinco minutos. No había solución: tenía que ir tal y como estaba. Y fue.
       —Buenos días —dijo el secretario educadamente—. Habrá venido para interesarse por su hijo.
       —Bueno, la verdad es que soy Button —empezó a decir Benjamin, pero el señor Hart lo interrumpió.
       —Encantando de conocerle, señor Button. Estoy esperando a su hijo de un momento a otro.
       —¡Soy yo! —explotó Benjamin—. Soy alumno de primer curso.
       —¿Cómo?
       —Soy alumno de primero.
       —Bromea usted, claro.
       —En absoluto.
       El secretario frunció el entrecejo y echó una ojeada a una ficha que tenía delante.
       —Bueno, según mis datos, el señor Benjamin Button tiene dieciocho años.
       —Esa edad tengo —corroboró Benjamin, enrojeciendo un poco.
       El secretario lo miró con un gesto de fastidio.
       —No esperará que me lo crea, ¿no?
       Benjamín sonrió con un gesto de fastidio.
       —Tengo dieciocho años —repitió.
       El secretario señaló con determinación la puerta.
       —Fuera —dijo—. Vayase de la universidad y de la ciudad. Es usted un lunático peligroso.
       —Tengo dieciocho años.
       El señor Hart abrió la puerta.
       —¡Qué ocurrencia! —gritó—. Un hombre de su edad intentando matricularse en primero. Tiene dieciocho años, ¿no? Muy bien le doy dieciocho minutos para que abandone la ciudad.
       Benjamin Button salió con dignidad del despacho, y media docena de estudiantes que esperaban en el vestíbulo lo siguieron intrigados con la mirada. Cuando hubo recorrido unos metros, se volvió y, enfrentándose al enfurecido secretario, que aún permanecía en la puerta, repitió con voz firme:
       —Tengo dieciocho años.
       Entre un coro de risas disimuladas, procedente del grupo de estudiantes, Benjamin salió.
       Pero no quería el destino que escapara con tanta facilidad. En su melancólico paseo hacia la estación de ferrocarril se dio cuenta de que lo seguía un grupo, luego un tropel y por fin una muchedumbre de estudiantes. Se había corrido la voz de que un lunático había aprobado el examen de ingreso en Yale y pretendía hacerse pasar por un joven de dieciocho años. Una excitación febril se apoderó de la universidad. Hombres sin sombrero se precipitaban fuera de las aulas, el equipo de fútbol abandonó el entrenamiento y se unió a la multitud, las esposas de los profesores, con la cofia torcida y el polisón mal puesto, corrían y gritaban tras la comitiva, de la que procedía una serie incesante de comentarios dirigidos a los delicados sentimientos de Benjamin Button.
       —¡Debe ser el Judío Errante!
       —¡A su edad debería ir al instituto!
       —¡Mirad al niño prodigio!
       —¡Creería que esto era un asilo de ancianos!
       —¡Que se vaya a Harvard!
       Benjamin aceleró el paso y pronto echó a correr. ¡Ya les enseñaría! ¡Iría a Harvard, y se arrepentirían de aquellas burlas irreflexivas!
       A salvo en el tren de Baltimore, sacó la cabeza por la ventanilla.
       —¡Os arrepentiréis! —gritó.
       —Ja, ja! —rieron los estudiantes—. Ja, ja, ja!
       Fue el mayor error que la Universidad de Yale haya cometido en su historia.

V

      En 1880 Benjamin Button tenía veinte años, y celebró su cumpleaños comenzando a trabajar en la empresa de su padre, Roger Button & Company, Ferreteros Mayoristas. Aquel año también empezó a alternar en sociedad: es decir, su padre se empeñó en llevarlo a algunos bailes elegantes. Roger Button tenía entonces cincuenta años, y él y su hijo se entendían cada vez mejor. De hecho, desde que Benjamin había dejado de tintarse el pelo, todavía canoso, parecían más o menos de la misma edad, y podrían haber pasado por hermanos.
       Una noche de agosto salieron en el faetón vestidos de etiqueta, camino de un baile en la casa de campo de los Shevlin, justo a la salida de Baltimore. Era una noche magnífica. La luna llena bañaba la carretera con un apagado color platino, y, en el aire inmóvil, la cosecha de flores tardías exhalaba aromas que eran como risas suaves, con sordina. Los campos, alfombrados de trigo reluciente, brillaban como si fuera de día. Era casi imposible no emocionarse ante la belleza del cielo, casi imposible.
       —El negocio de la mercería tiene un gran futuro —estaba diciendo Roger Button. No era un hombre espiritual: su sentido de la estética era rudimentario—. Los viejos ya tenemos poco que aprender —observó profundamente—. Sois vosotros, los jóvenes con energía y vitalidad, los que tenéis un gran futuro por delante.
       Las luces de la casa de campo de los Shevlin surgieron al final del camino. Ahora les llegaba un rumor, como un suspiro inacabable: podía ser la queja de los violines o el susurro del trigo plateado bajo la luna.
       Se detuvieron tras un distinguido carruaje cuyos pasajeros se apeaban ante la puerta. Bajó una dama, la siguió un caballero de mediana edad, y por fin apareció otra dama, una joven bella como el pecado. Benjamin se sobresaltó: fue como si una transformación química disolviera y recompusiera cada partícula de su cuerpo. Se apoderó de él cierta rigidez, la sangre le afluyó a las mejillas y a la frente, y sintió en los oídos el palpitar constante de la sangre. Era el primer amor.
       La chica era frágil y delgada, de cabellos cenicientos a la luz de la luna y color miel bajo las chisporroteantes lámparas del pórtico. Llevaba echada sobre los hombros una mantilla española del amarillo más pálido, con bordados en negro; sus pies eran relucientes capullos que asomaban bajo el traje con polisón.
       Roger Button se acercó confidencialmente a su hijo.
       —Ésa —dijo— es la joven Hildegarde Moncrief, la hija del general Moncrief.
       Benjamin asintió con frialdad.
       —Una criatura preciosa —dijo con indiferencia. Pero, en cuanto el criado negro se hubo llevado el carruaje, añadió—: Podrías presentármela, papá.
       Se acercaron a un grupo en el que la señorita Moncrief era el centro. Educada según las viejas tradiciones, se inclinó ante Benjamin. Sí, le concedería un baile. Benjamín le dio las gracias y se alejó Se alejó tambaleándose.
       La espera hasta que llegara su turno se hizo interminablemente larga. Benjamin se quedó cerca de la pared, callado, inescrutable, mirando con ojos asesinos a los aristocráticos jóvenes de Baltimore que mariposeaban alrededor de Hildegarde Moncrief con caras de apasionada admiración. ¡Qué detestables le parecían a Benjamin; qué intolerablemente sonrosados! Aquellas barbas morenas y rizadas le provocaban una sensación parecida a la indigestión.
       Pero cuando llegó su turno, y se deslizaba con ella por la movediza pista de baile al compás del último vals de París, la angustia y los celos se derritieron como un manto de nieve. Ciego de placer, hechizado, sintió que la vida acababa de empezar.
       —Usted y su hermano llegaron cuando llegábamos nosotros, ¿verdad? —preguntó Hildegarde, mirándolo con ojos que brillaban como esmalte azul.
       Benjamin dudó. Si Hildegarde lo tomaba por el hermano de su padre, ¿debía aclarar la confusión? Recordó su experiencia en Yale, y decidió no hacerlo. Sería una descortesía contradecir a una dama; sería un crimen echar a perder aquella exquisita oportunidad con la grotesca historia de su nacimiento. Más tarde, quizá. Así que asintió, sonrió, escuchó, fue feliz.
       —Me gustan los hombres de su edad —decía Hildegarde—. Los jóvenes son tan tontos… Me cuentan cuánto champán bebieron en la universidad, y cuánto dinero perdieron jugando a las cartas. Los hombres de su edad saben apreciar a las mujeres.
       Benjamin sintió que estaba a punto de declararse. Dominó la tentación con esfuerzo.
       —Usted está en la edad romántica —continuó Hildegarde—. Cincuenta años. A los veinticinco los hombres son demasiado mundanos; a los treinta están atosigados por el exceso de trabajo. Los cuarenta son la edad de las historias largas: para contarlas se necesita un puro entero; los sesenta… Ah, los sesenta están demasiado cerca de los setenta, pero los cincuenta son la edad de la madurez. Me encantan los cincuenta.
       Los cincuenta le parecieron a Benjamin una edad gloriosa. Deseó apasionadamente tener cincuenta años.
       —Siempre lo he dicho —continuó Hildegarde—: prefiero casarme con un hombre de cincuenta años y que me cuide, a casarme con uno de treinta y cuidar de él.
       Para Benjamin el resto de la velada estuvo bañado por una neblina color miel. Hildegarde le concedió dos bailes más, y descubrieron que estaban maravillosamente de acuerdo en todos los temas de actualidad. Darían un paseo en calesa el domingo, y hablarían más detenidamente.
       Volviendo a casa en el faetón, justo antes de romper el alba, cuando empezaban a zumbar las primeras abejas y la luna consumida brillaba débilmente en la niebla fría, Benjamin se dio cuenta vagamente de que su padre estaba hablando de ferretería al por mayor.
       —¿Qué asunto propones que tratemos, además de los clavos y los martillos? —decía el señor Button.
       —Los besos —respondió Benjamin, distraído.
       —¿Los pesos? —exclamó Roger Button—. ¡Pero si acabo de hablar de pesos y básculas!
       Benjamin lo miró aturdido, y el cielo, hacia el este, reventó de luz, y una oropéndola bostezó entre los árboles que pasaban veloces…

VI

      Cuando, seis meses después, se supo la noticia del enlace entre la señorita Hildegarde Moncrief y el señor Benjamín Button (y digo «se supo la noticia» porque el general Moncrief declaró que prefería arrojarse sobre su espada antes que anunciarlo), la conmoción de la alta sociedad de Baltimore alcanzó niveles febriles. La casi olvidada historia del nacimiento de Benjamín fue recordada y propalada escandalosamente a los cuatro vientos de los modos más picarescos e increíbles. Se dijo que, en realidad, Benjamin era el padre de Roger Button, que era un hermano que había pasado cuarenta años en la cárcel, que era el mismísimo John Wilkes Booth disfrazado… y que dos cuernecillos despuntaban en su cabeza.
       Los suplementos dominicales de los periódicos de Nueva York explotaron el caso con fascinantes ilustraciones que mostraban la cabeza de Benjamin Button acoplada al cuerpo de un pez o de una serpiente, o rematando una estatua de bronce. Llegó a ser conocido en el mundo periodístico como El Misterioso Hombre de Maryland. Pero la verdadera historia, como suele ser normal, apenas tuvo difusión.
       Como quiera que fuera, todos coincidieron con el general Moncrief: era un crimen que una chica encantadora, que podía haberse casado con el mejor galán de Baltimore, se arrojara en brazos de un hombre que tenía por lo menos cincuenta años. Fue inútil que el señor Roger Button publicara el certificado de nacimiento de su hijo en grandes caracteres en el Blaze de Baltimore. Nadie lo creyó. Bastaba tener ojos en la cara y mirar a Benjamin.
       Por lo que se refiere a las dos personas a quienes más concernía el asunto, no hubo vacilación alguna. Circulaban tantas historias falsas acerca de su prometido, que Hildegarde se negó terminantemente a creer la verdadera. Fue inútil que el general Moncrief le señalara el alto índice de mortalidad entre los hombres de cincuenta años, o, al menos, entre los hombres que aparentaban cincuenta años; e inútil que le hablara de la inestabilidad del negocio de la ferretería al por mayor. Hildegarde eligió casarse con la madurez… y se casó.

VII

      En una cosa, al menos, los amigos de Hildegarde Moncrief se equivocaron. El negocio de ferretería al por mayor prosperó de manera asombrosa. En los quince años que transcurrieron entre la boda de Benjamin Button, en 1880, y la jubilación de su padre, en 1895, la fortuna familiar se había duplicado, gracias en gran medida al miembro más joven de la firma.
       No hay que decir que Baltimore acabó acogiendo a la pareja en su seno. Incluso el anciano general Moncrief llegó a reconciliarse con su yerno cuando Benjamin le dio el dinero necesario para sacar a la luz su Historia de la Guerra Civil en treinta volúmenes, que había sido rechazada por nueve destacados editores.
       Quince años provocaron muchos cambios en el propio Benjamin. Le parecía que la sangre le corría con nuevo vigor por las venas. Empezó a gustarle levantarse por la mañana, caminar con paso enérgico por la calle concurrida y soleada, trabajar incansablemente en sus envíos de martillos y sus cargamentos de clavos. Fue en 1890 cuando logró su mayor éxito en los negocios: lanzó la famosa idea de que todos los clavos usados para clavar cajas destinadas al transporte de clavos son propiedad del transportista, propuesta que, con rango de proyecto de ley, fue aprobada por el presidente del Tribunal Supremo, el señor Fossile, y ahorró a Roger Button & Company, Ferreteros Mayoristas, más de seiscientos clavos anuales.
       Y Benjamin descubrió que lo atraía cada vez más el lado alegre de la vida. Típico de su creciente entusiasmo por el placer fue el hecho de que se convirtiera en el primer hombre de la ciudad de Baltimore que poseyó y condujo un automóvil. Cuando se lo encontraban por la calle, sus coetáneos lo miraban con envidia, tal era su imagen de salud y vitalidad.
       —Parece que está más joven cada día —observaban. Y, si el viejo Roger Button, ahora de sesenta y cinco años, no había sabido darle a su hijo una bienvenida adecuada, acabó reparando su falta colmándolo de atenciones que rozaban la adulación.
       Llegamos a un asunto desagradable sobre el que pasaremos lo más rápidamente posible. Sólo una cosa preocupaba a Benjamin Button: su mujer había dejado de atraerle.
       En aquel tiempo Hildegarde era una mujer de treinta y cinco años, con un hijo, Roscoe, de catorce. En los primeros días de su matrimonio Benjamín había sentido adoración por ella. Pero, con los años su cabellera color miel se volvió castaña, vulgar, y el esmalte azul de sus ojos adquirió el aspecto de la loza barata. Además, y por encima de todo, Hildegarde había ido moderando sus costumbres, demasiado plácida, demasiado satisfecha, demasiado anémica en sus manifestaciones de entusiasmo: sus gustos eran demasiado sobrios. Cuando eran novios ella era la que arrastraba a Benjamín a bailes y cenas; pero ahora era al contrario. Hildegarde lo acompañaba siempre en sociedad, pero sin entusiasmo, consumida ya por esa sempiterna inercia que viene a vivir un día con nosotros y se queda a nuestro lado hasta el final.
       La insatisfacción de Benjamín se hizo cada vez más profunda. Cuando estalló la Guerra Hispano-Norteamericana en 1898, su casa le ofrecía tan pocos atractivos que decidió alistarse en el ejército. Gracias a su influencia en el campo de los negocios, obtuvo el grado de capitán, y demostró tanta eficacia que fue ascendido a mayor y por fin a teniente coronel, justo a tiempo para participar en la famoso carga contra la colina de San Juan. Fue herido levemente y mereció una medalla.
       Benjamin estaba tan apegado a las actividades y las emociones del ejército, que lamentó tener que licenciarse, pero los negocios exigían su atención, así que renunció a los galones y volvió a su ciudad. Una banda de música lo recibió en la estación y lo escoltó hasta su casa.

VIII

      Hildegarde, ondeando una gran bandera de seda, lo recibió en el porche, y en el momento preciso de besarla Benjamin sintió que el corazón le daba un vuelco: aquellos tres años habían tenido un precio. HÜdelgarde era ahora una mujer de cuarenta años, y una tenue sombra gris se insinuaba ya en su pelo. El descubrimiento lo entristeció.
       Cuando llegó a su habitación, se miró en el espejo: se acercó más y examinó su cara con ansiedad, comparándola con una foto en la que aparecía en uniforme, una foto de antes de la guerra.
       —¡Dios santo! —dijo en voz alta. El proceso continuaba. No había la más mínima duda: ahora aparentaba tener treinta años. En vez de alegrarse, se preocupó: estaba rejuveneciendo. Hasta entonces había creído que, cuando alcanzara una edad corporal equivalente a su edad en años, cesaría el fenómeno grotesco que había caracterizado su nacimiento. Se estremeció. Su destino le pareció horrible, increíble.
       Volvió a la planta principal. Hildegarde lo estaba esperando: parecía enfadada, y Benjamin se preguntó si habría descubierto al fin que pasaba algo malo. E, intentado aliviar la tensión, abordó el asunto durante la comida, de la manera más delicada que se le ocurrió.
       —Bueno —observó en tono desenfadado—, todos dicen que parezco más joven que nunca.
       Hildegarde lo miró con desdén. Y sollozó.
       —¿Y te parece algo de lo que presumir?
       —No estoy presumiendo —aseguró Benjamin, incómodo.
       Ella volvió a sollozar.
       —Vaya idea —dijo, y agregó un instante después—: Creía que tendrías el suficiente amor propio como para acabar con esto.
       —¿Y cómo? —preguntó Benjamin.
       —No voy a discutir contigo —replicó su mujer—. Pero hay una manera apropiada de hacer las cosas y una manera equivocada. Si tú has decidido ser distinto a todos, me figuro que no puedo impedírtelo, pero la verdad es que no me parece muy considerado por tu parte.
       —Pero, Hildegarde, ¡yo no puedo hacer nada!
       —Sí que puedes. Pero eres un cabezón, sólo eso. Estás convencido de que tienes que ser distinto. Has sido siempre así y lo seguiras siendo. Pero piensa, sólo un momento, qué pasaría si todos compartieran tu manera de ver las cosas… ¿Cómo sería el mundo?
       Se trababa de una discusión estéril, sin solución, así que Benjamín no contestó, y desde aquel instante un abismo comenzó a abrirse entre ellos. Y Benjamín se preguntaba qué fascinación podía haber ejercido Hildegarde sobre él en otro tiempo.
       Y, para ahondar la brecha, Benjamín se dio cuenta de que, a medida que el nuevo siglo avanzaba, se fortalecía su sed de diversiones. No había fiesta en Baltimore en la que no se le viera bailar con las casadas más hermosas y charlar con las debutantes más solicitadas, disfrutando de los encantos de su compañía, mientras su mujer, como una viuda de mal agüero, se sentaba entre las madres y las tías vigilantes, para observarlo con altiva desaprobación, o seguirlo con ojos solemnes, perplejos y acusadores.
       —¡Mira! —comentaba la gente—. ¡Qué lástima! Un joven de esa edad casado con una mujer de cuarenta y cinco años. Debe de tener por lo menos veinte años menos que su mujer.
       Habían olvidado —porque la gente olvida inevitablemente— que ya en 1880 sus papas y mamas también habían hecho comentarios sobre aquel matrimonio mal emparejado.
       Pero la gran variedad de sus nuevas aficiones compensaba la creciente infelicidad hogareña de Benjamín. Descubrió el golf, y obtuvo grandes éxitos. Se entregó al baile: en 1906 era un experto en el boston, y en 1908 era considerado un experto del maxixe, mientras que en 1909 su castle walk fue la envidia de todos los jóvenes de la ciudad.
       Su vida social, naturalmente, se mezcló hasta cierto punto con sus negocios, pero ya llevaba veinticinco años dedicado en cuerpo y alma a la ferretería al por mayor y pensó que iba siendo hora de que se hiciera cargo del negocio su hijo Roscoe, que había terminado sus estudios en Harvard.
       Y, de hecho, a menudo confundían a Benjamín con su hijo. Semejante confusión agradaba a Benjamín, que olvidó pronto el miedo insidioso que lo había invadido a su regreso de la Guerra Hispano-Norteamericana: su aspecto le producía ahora un placer ingenuo. Sólo tenía una contraindicación aquel delicioso ungüento: detestaba aparecer en público con su mujer. Hildegarde tenía casi cincuenta años, y, cuando la veía, se sentía completamente absurdo.

IX

      Un día de septiembre de 1910 —pocos años después de que el joven Roscoe Button se hicera cargo de la Roger Button & Company, Ferreteros Mayoristas— un hombre que aparentaba unos veinte años se matriculó como alumno de primer curso en la Universidad de Harvard, en Cambridge. No cometió el error de anunciar que nunca volvería a cumplir los cincuenta, ni mencionó el hecho de que su hijo había obtenido su licenciatura en la misma institución diez años antes.
       Fue admitido, y, casi desde el primer día, alcanzó una relevante posición en su curso, en parte porque parecía un poco mayor que los otros estudiantes de primero, cuya media de edad rondaba los dieciocho años.
       Pero su éxito se debió fundamentalmente al hecho de que en el partido de fútbol contra Yale jugó de forma tan brillante, con tanto brío y tanta furia fría e implacable, que marcó siete touchdowns y catorce goles de campo a favor de Harvard, y consiguió que los once hombres de Yale fueran sacados uno a uno del campo, inconscientes. Se convirtió en el hombre más célebre de la universidad.
       Aunque parezca raro, en tercer curso apenas si fue capaz de formar parte del equipo. Los entrenadores dijeron que había perdido peso, y los más observadores repararon en que no era tan alto como antes. Ya no marcaba touchdowns. Lo mantenían en el equipo con la esperanza de que su enorme reputación sembrara el terror y la desorganización en el equipo de Yale.
       En el último curso, ni siquiera lo incluyeron en el equipo. Se había vuelto tan delgado y frágil que un día unos estudiantes de segundo lo confundieron con un novato, incidente que lo humilló profundamente. Empezó a ser conocido como una especie de prodigio —un alumno de los últimos cursos que quizá no tenía más de dieciséis años— y a menudo lo escandalizaba la mundanería de algunos de sus compañeros. Los estudios le parecían más difíciles, demasiado avanzados. Había oído a sus compañeros hablar del San Midas, famoso colegio preuniversitario, en el que muchos de ellos se habían preparado para la Universidad, y decidió que, cuando acabara la licenciatura, se matricularía en el San Midas, donde, entre chicos de su complexión, estaría más protegido y la vida sería más agradable.
       Terminó los estudios en 1914 y volvió a su casa, a Baltimore, con el título de Harvard en el bolsillo. Hildegarde residía ahora en Italia, así que Benjamin se fue a vivir con su hijo, Roscoe. Pero, aunque fue recibido como de costumbre, era evidente que el afecto de su hijo se había enfriado: incluso manifestaba cierta tendencia a considerar un estorbo a Benjamin, cuando vagaba por la casa presa de melancolías de adolescente. Roscoe se había casado, ocupaba un lugar prominente en la vida social de Baltimore, y no deseaba que en torno a su familia se suscitara el menor escándalo.
       Benjamin ya no era persona grata entre las debutantes y los universitarios más jóvenes, y se sentía abandonado, muy solo, con la única compañía de tres o cuatro chicos de la vecindad, de catorce o quince años. Recordó el proyecto de ir al colegio de San Midas.
       —Oye —le dijo a Roscoe un día—, ¿cuántas veces tengo que decirte que quiero ir al colegio?
       —Bueno, pues ve, entonces —abrevió Roscoe. El asunto le desagradaba, y deseaba evitar la discusión.
       —No puedo ir solo —dijo Benjamin, vulnerable—. Tienes que matricularme y llevarme tú.
       —No tengo tiempo —declaró Roscoe con brusquedad. Entrecerró los ojos y miró preocupado a su padre—. El caso es —añadió— que ya está bien: podrías pararte ya, ¿no? Sería mejor… —se interrumpió, y su cara se volvió roja mientras buscaba las palabras—. Tienes que dar un giro de ciento ochenta grados: empezar de nuevo, pero en dirección contraria. Esto ya ha ido demasiado lejos para ser una broma. Ya no tiene gracia. Tú… ¡Ya es hora de que te portes bien!
       Benjamin lo miró, al borde de las lágrimas.
       —Y otra cosa —continuó Roscoe—: cuando haya visitas en casa, quiero que me llames tío, no Roscoe, sino tío, ¿comprendes? Parece absurdo que un niño de quince años me llame por mi nombre de pila. Quizá harías bien en llamarme tío siempre, así te acostumbrarías.
       Después de mirar severamente a su padre, Roscoe le dio la espalda.

X

      Cuando terminó esta discusión, Benjamin, muy triste, subió a su dormitorio y se miró al espejo. No se afeitaba desde hacía tres meses, pero apenas si se descubría en la cara una pelusilla incolora, que no valía la pena tocar. La primera vez que, en vacaciones, volvió de Harvad, Roscoe se había atrevido a sugerirle que debería llevar gafas y una barba postiza pegada a las mejillas: por un momento pareció que iba a repetirse la farsa de sus primeros años. Pero la barba le picaba, y le daba vergüenza. Benjamin lloró, y Roscoe había acabado cediendo a regañadientes.
       Benjamin abrió un libro de cuentos para niños, Los boy scouts en la bahía de Bimini, y comenzó a leer. Pero no podía quitarse de la cabeza la guerra. Hacía un mes que Estados Unidos se había unido a la causa aliada, y Benjamin quería alistarse, pero, ay, dieciséis años eran la edad mínima, y Benjamin no parecía tenerlos. De cualquier modo, su verdadera edad, cincuenta y cinco años, también lo inhabilitaba para el ejército.
       Llamaron a la puerta y el mayordomo apareció con una carta con gran membrete oficial en una esquina, dirigida al señor Benjamin Button. Benjamin la abrió, rasgando el sobre con impaciencia, y leyó la misiva con deleite: muchos militares de alta graduación, actualmente en la reserva, que habían prestado servicio durante la guerra con España, estaban siendo llamados al servicio con un rango superior. Con la carta se adjuntaba su nombramiento como general de brigada del ejército de Estados Unidos y la orden de incorporarse inmediatamente.
       Benjamin se puso en pie de un salto, casi temblando de entusiasmo. Aquello era lo que había deseado. Cogió su gorra y diez minutos después entraba en una gran sastrería de Charles Street y, con insegura voz de tiple, ordenaba que le tomaran medidas para el uniforme.
       —¿Quieres jugar a los soldados, niño? —preguntó un dependiente, con indiferencia.
       Benjamin enrojeció.
       —¡Oiga! ¡A usted no le importa lo que yo quiera! —replicó con rabia—. Me llamo Button y vivo en la Mt. Vernon Place, así que ya sabe quién soy.
       —Bueno —admitió el dependiente, titubeando—, por lo menos sé quién es su padre.
       Le tomaron las medidas, y una semana después estuvo listo el uniforme. Tuvo algunos problemas para conseguir los galones e insignias de general porque el comerciante insistía en que una bonita insignia de la Asociación de Jóvenes Cristianas quedaría igual de bien y sería mucho mejor para jugar.
       Sin decirle nada a Roscoe, Benjamin salió de casa una noche y se trasladó en tren a Camp Mosby, en Carolina del Sur, donde debía asumir el mando de una brigada de infantería. En un sofocante día de abril Benjamin llegó a las puertas del campamento, pagó el taxi que lo había llevado hasta allí desde la estación y se dirigió al centinela de guardia.
       —¡Que alguien recoja mi equipaje! —dijo enérgicamente.
       El centinela lo miró con mala cara.
       —Dime —observó—, ¿adonde vas disfrazado de general, niño?
       Benjamin, veterano de la Guerra Hispano-Norteamericana, se volvió hacia el soldado echando chispas por los ojos, pero, por desgracia, con voz aguda e insegura.
       —¡Cuádrese! —intentó decir con voz de trueno; hizo una pausa para recobrar el aliento, e inmediatamente vio cómo el centinela entrechocaba los talones y presentaba armas. Benjamin disimuló una sonrisa de satisfacción, pero cuando miró a su alrededor la sonrisa se le heló en los labios. No había sido él la causa de aquel gesto de obediencia, sino un imponente coronel de artillería que se acercaba a caballo.
       —¡Coronel! —llamó Benjamin con voz aguda.
       El coronel se acercó, tiró de las riendas y lo miró fríamente desde lo alto, con un extraño centelleo en los ojos.
       —¿Quién eres, niño? ¿Quién es tu padre? —preguntó afectuosamente.
       —Ya le enseñaré yo quién soy —contestó Benjamin con voz fiera—. ¡Baje inmediatamente del caballo!
       El coronel se rió a carcajadas.
       —Quieres mi caballo, ¿eh, general?
       —¡Tenga! —gritó Benjamin exasperado—. ¡Lea esto! —y tendió su nombramiento al coronel.
       El coronel lo leyó y los ojos se le salían de las órbitas.
       —¿Dónde lo has conseguido? —preguntó, metiéndose el documento en su bolsillo.
       —¡Me lo ha mandado el Gobierno, como usted descubrirá enseguida!
       —¡Acompáñame! —dijo el coronel, con una mirada extraña—. Vamos al puesto de mando, allí hablaremos. Venga, vamos.
       El coronel dirigió su caballo, al paso, hacia el puesto de mando. Y Benjamin no tuvo más remedio que seguirlo con toda la dignidad de la que era capaz: prometiéndose, mientras tanto, una dura venganza.
       Pero la venganza no llegó a materializarse. Se materializó, Hos días después, su hijo Roscoe, que llegó de Baltimore, acalorado y de mal humor por el viaje inesperado, y escoltó al lloroso general, sans uniforme, de vuelta a casa.

XI

      En 1920 nació el primer hijo de Roscoe Button. Durante las fiestas de rigor, a nadie se le ocurrió mencionar que el chiquillo mugriento que aparentaba unos diez años de edad y jugueteaba por la casa con soldaditos de plomo y un circo en miniatura era el mismísimo abuelo del recién nacido.
       A nadie molestaba aquel chiquillo de cara fresca y alegre en la que a veces se adivinaba una sombra de tristeza, pero para Roscoe Button su presencia era una fuente de preocupaciones. En el idioma de su generación, Roscoe no consideraba que el asunto reportara la menor utilidad. Le parecía que su padre, negándose a parecer un anciano de sesenta años, no se comportaba como un «hombre de pelo en pecho» —ésta era la expresión preferida de Roscoe—, sino de un modo perverso y estrafalario. Pensar en aquel asunto más de media hora lo ponía al borde de la locura. Roscoe creía que los «hombres con nervios de acero» debían mantenerse jóvenes, pero llevar las cosas a tal extremo… no reportaba ninguna utilidad. Y en este punto Roscoe interrumpía sus pensamientos.
       Cinco años más tarde, el hijo de Roscoe había crecido lo suficiente para jugar con el pequeño Benjamín bajo la supervisión de la misma niñera. Roscoe los llevó a los dos al parvulario el mismo día y Benjamín descubrió que jugar con tiras de papel de colores, y hacer mantelitos y cenefas y curiosos y bonitos dibujos, era el juego más fascinante del mundo. Una vez se portó mal y tuvo que quedarse en un rincón, y lloró, pero casi siempre las horas transcurrían felices en aquella habitación alegre, donde la luz del sol entraba por las ventanas y la amable mano de la señorita Bailey de vez en cuando se posaba sobre su pelo despeinado.
       Un año después el hijo de Roscoe pasó a primer grado, pero Benjamín siguió en el parvulario. Era muy feliz. Algunas veces, cuando otros niños hablaban de lo que harían cuando fueran mayores, una sombra cruzaba su carita como si de un modo vago, pueril, se diera cuenta de que eran cosas que él nunca compartiría.
       Los días pasaban con alegre monotonía. Volvió por tercer año al parvulario, pero ya era demasiado pequeño para entender para qué servían las brillantes y llamativas tiras de papel. Lloraba porque los otros niños eran mayores y le daban miedo. La maestra habló con él, pero, aunque intentó comprender, no comprendió nada.
       Lo sacaron del parvulario. Su niñera, Nana, con su uniforme almidonado, pasó a ser el centro de su minúsculo mundo. Los días de sol iban de paseo al parque; Nana le señalaba con el dedo un gran monstruo gris y decía «elefante», y Benjamín debía repetir la palabra, y aquella noche, mientras lo desnudaran para acostarlo, la repetiría una y otra vez en voz alta: «leíante, lefante, leíante». Algunas veces Nana le permitía saltar en la cama, y entonces se lo pasaba muy bien, porque, si te sentabas exactamente como debías, rebotabas, y si decías «ah» durante mucho tiempo mientras dabas saltos, conseguías un efecto vocal intermitente muy agradable.
       Le gustaba mucho coger del perchero un gran bastón y andar de acá para allá golpeando sillas y mesas, y diciendo: «Pelea, pelea, pelea». Si había visita, las señoras mayores chasqueaban la lengua a su paso, lo que le llamaba la atención, y las jóvenes intentaban besarlo, a lo que él se sometía con un ligero fastidio. Y, cuando el largo día acababa, a las cinco en punto, Nana lo llevaba arriba y le daba a cucharadas harina de avena y unas papillas estupendas.
       No había malos recuerdos en su sueño infantil: no le quedaban recuerdos de sus magníficos días universitarios ni de los años espléndidos en que rompía el corazón de tantas chicas. Sólo existían las blancas, seguras paredes de su cuna, y Nana y un hombre que venía a verlo de vez en cuando, y una inmensa esfera anaranjada, que Nana le señalaba un segundo antes del crepúsculo y la hora de dormir, a la que Nana llamaba el sol. Cuando el sol desaparecía, los ojos de Benjamin se cerraban, soñolientos… Y no había sueños, ningún sueño venía a perturbarlo.
       El pasado: la salvaje carga al frente de sus hombres contra la colina de San Juan; los primeros años de su matrimonio, cuando se quedaba trabajando hasta muy tarde en los anocheceres veraniegos de la ciudad presurosa, trabajando por la joven Hildegarde, a la que quería; y, antes, aquellos días en que se sentaba a fumar con su abuelo hasta bien entrada la noche en la vieja y lóbrega casa de los Button, en Monroe Street… Todo se había desvanecido como un sueño inconsistente, pura imaginación, como si nunca hubiera existido.
       No se acordaba de nada. No recordaba con claridad si la leche de su última comida estaba templada o fría; ni el paso de los días… Sólo existían su cuna y la presencia familiar de Nana. Y, aparte de eso, no se acordaba de nada. Cuando tenía hambre lloraba, eso era todo. Durante las tardes y las noches respiraba, y lo envolvían suaves murmullos y susurros que apenas oía, y olores casi indistinguibles, y luz y oscuridad.
       Luego fue todo oscuridad, y su blanca cuna y los rostros confusos que se movían por encima de él, y el tibio y dulce aroma de la leche, acabaron de desvanecerse.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 2020


 

LAS NOTAS MÁS VISTAS ♣ Junio 17, 2020

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Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…

REINICIO Junio 15, 2020 00.00 HORAS 
HORA DE CONTROL Junio 17, 2020 23.23 HORAS

 


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Junio 17, 2020


 

Falleció Serafín Lastra – Combatiente de Manchalá

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A los familiares del Suboficial Mayor (R) SERAFÍN LASTRA.

A los muy queridos Soldados Manchaleros.

A todos los amigos y camaradas.

La Unión de Promociones, hace llegar a la familia del Suboficial Mayor (R) SERAFÍN LASTRA (Ejército Argentino), su más profundo pesar con motivo de su reciente fallecimiento.

Otro Héroe de nuestra Patria, ha partido. Tal como se expresó oportunamente, con motivo de los decesos de 4 ex Soldados Conscriptos Manchaleros, resulta imposible no hacer mención al decidido y valiente accionar del entonces Sargento Ayudante SERAFÍN LASTRA, quien durante el Combate de Manchalá, aquel 28 de Mayo de 1975, al mando de vehículos militares concurrió decididamente en apoyo de los Manchaleros, todos integrantes de la misma Unidad Militar, la Compañía de Ingenieros de Montaña 5.

Le rogamos a Dios nuestro Señor, conceda a toda su familia, allegados y amigos, pronta y cristiana resignación ante esta irreparable pérdida.

A sus compañeros de Promoción, a todos los Manchaleros (Suboficiales y Ex Soldados), un fraternal y apretado abrazo.

¡¡¡ Honor, gloria y gratitud a SERAFÍN LASTRA !!!.

¡¡¡ VIVA LA PATRIA !!!.

Coronel (R) Guillermo César Viola.

Unión de Promociones.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 17, 2020


 

MOPOL 1973, POLICÍA Vs. EJÉRCITO, AL FILO DE UNA MASACRE – PARTE DOS

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LA INEVITABLE REBELIÓN POLICIAL

 Por CLAUDIO KUSSMAN

Como habíamos dicho, mientras a nivel nacional el poder ejecutivo entre marzo de 1971 y mayo de 1973 estaba ocupado por el General de Brigada AGUSTÍN LANUSSE, en la Provincia de Buenos Aires, desde el 8 de septiembre de 1971 hasta el 25 de mayo de 1973 fue gobernador el Brigadier (R) MIGUÉL MORAGUES. Asimismo, del 12 de agosto de 1968 hasta el 28 de marzo de 1973, el Jefe de Policía y Subjefe fueron: el Coronel (R) EDUARDO ANÍBAL NAVA Y el Teniente Coronel (R) OSVALDO QUIROGA respectivamente. En esos tiempos en la fuerza no llegábamos a 30.000 efectivos lo que una jurisdicción tan difícil como la provincia de Buenos Aires, exigía largas jornadas laborales con recargos no pagos debido a las huelgas y los conflictos sociales. Todo agravado por   los atentados terroristas que se hacían cada vez más frecuentes y audaces. Si bien teníamos autoridad, existía un déficit muy marcado de falta de medios y los sueldos eran realmente miserables, ya que, de siempre el común denominador de CASI TODOS los gobernantes, en mayor o menor medida, fue el desinterés por el mediano bienestar del personal policial y su familia. A modo de ejemplo, en marzo de 1973, un Agente recién ingresado en la Policía Federal cobraba 135.000 pesos mensuales contra los 37.000 que percibía su par de provincia. En el cuadro de oficiales, el Sub- Ayudante (primer grado al egresar de la escuela) en la Federal recibía 140.000 contra 55.000 del de provincia. La diferencia tan extrema y los reclamos no escuchados, finalmente desembocaron en una no deseada pero lógica rebelión policial. Primero se conformó lo que se dio en llamar MOPOL (Movimiento Policial), constituido por la oficialidad joven y suboficiales. A partir del lunes 19 de marzo de 1973, comenzaron a realizarse mítines y reuniones cada vez más numerosas donde se unificaban criterios ante la situación de iniquidad imperante. Por la tarde del martes o miércoles unos 3.500 efectivos policiales provenientes de La Matanza, Merlo, Moreno, Marcos Paz, Las Heras, General Rodríguez, Suipacha, Navarro, Mercedes, Lujan, San Andrés de Giles, San Martín, Ciudadela, Tres de Febrero, Tigre, San Miguel, Lanús, Avellaneda Banfield y Bahía Blanca, más los cuerpos de Infantería, Comandos Radioeléctricos, Sipba, Investigaciones, etc. se dieron cita frente a la Unidad Regional de Morón. Allí, inútilmente el Inspector General MANUEL ALBA, proveniente de Jefatura intentó calmar los ánimos. Resentida la atención policial al público y entrevistado por el periodismo el Gobernador MORAGUES, echó más leña al fuego diciendo: “en la Policía de la Provincia de Buenos Aires no existe conflicto alguno. Todo está originado en un error de información respecto a las formas en que el gobierno se propone adecuar los sueldos”. Sin embargo, admitió la posibilidad de “una movilización militar en caso de mantenerse en ese ámbito actitudes de indisciplina”. De inmediato se produjo un auto acuartelamiento en toda la provincia y el día miércoles 21 de marzo, varios miles de efectivos  tomaron la Jefatura de Policía en la ciudad de La Plata. A partir de ese momento se vivieron alternativas de tensión. Se montaron ametralladoras pesadas en el edificio (en esos tiempos la institución las poseía), y este era rodeado por fuertes contingentes del Ejército argentino. Mientras, el Poder Ejecutivo Nacional dispuso la convocatoria de todo el personal policial de la provincia a partir de las 15 horas, para la prestación del servicio civil de defensa. El decreto que llevaba el número 2.181, estableció que la autoridad de la convocatoria sería el Coronel JUAN MARCIAL CANEDI, quien dependía del Comando del Primer Cuerpo de Ejército a cargo del General   TOMÁS SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE. De esta forma el personal policial convocado, quedaba sometido a las disposiciones del Código de Justicia Militar y a sus tribunales. En respuesta al decreto de convocatoria, los miembros del MOPOL, decidiendo aguantar hasta las últimas consecuencias, dando a conocer un nuevo comunicado en el que expresaban:

 “1) Exigimos la presencia en esta jefatura del señor ministro del Interior (Arturo Mor Roig), a los efectos de que el gobierno nacional dé solución al conflicto; 2) equiparación permanente en sueldo y demás beneficios con la Policía Federal en todo su escalafón por ley nacional (con retroactividad al 1ro. De enero del corriente año); 3) la no adopción de represalias con el personal que participó de una u otra forma en el movimiento: 4) jornada laboral igual a la que cumple la Policía Federal. En su defecto se deberá abonar las horas extras, aún en acuartelamiento; 5) Exigir soluciones en quince días al problema de IOMA en toda la provincia: 6) Exigir soluciones en el término anteriormente mencionado con los reintegros de servicios sociales. La cobertura deberá ser integral, de tal manera que el policía en ningún caso deba efectuar desembolso pecuniario: 7) pago inmediato de los subsidios de ley a los deudos del personal fallecido en acto de servicio, a la sola presentación del parte cabeza de sumario”.

El miércoles 21, tras una breve reunión en el despacho del Gobernador, Brigadier MIGUÉL MORAGUES, el General SANCHEZ DE BUSTAMANTE, el General MANUEL HAROLDO POMAR, a cargo de la X Brigada de Infantería y el Coronel CANEDI, y otros militares, se encaminaron a la Plaza Rivadavia, ubicada frente al edificio tomado y en un sector alejado constituyeron su estado mayor. 500 hombres del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 y 400 del Batallón de Comunicaciones de City Bell, rodeaban la Jefatura. A ellos se le sumaron cuarenta y siete tanques y catorce carriers del Regimiento de Caballería Blindada 8, Cazadores “General Necochea” con asiento en Magdalena, con otros 400 efectivos más. En algún momento de ese día integrantes del MOPOL reiteradamente intentaron dialogar y valiéndose de un megáfono se les escuchó decir:

La lucha social de la policía no justifica un enfrentamiento con los hermanos militares – solicitando a continuación el envío de un representante de esa fuerza.

Desde la Plaza Rivadavia con un medio similar, el Coronel CANEDI respondió: “El Ejército no parlamenta. No hay otra salida más que el inmediato abandono del edificio en cumplimiento de lo ordenado por el comité militar”

Tras ello, el ejército emitió un comunicado a través de los medios de la época, que expresaba:

“La autoridad militar recuerda a todo el personal de la policía de la provincia de Buenos Aires que, de acuerdo con el decreto de convocatoria correspondiente, se encuentra sujeto al Código de Justicia Militar, y toda infracción será juzgada por el Consejo de Guerra pertinente. Asimismo, la autoridad militar intima perentoriamente al personal policial que se encontrase ocupando locales ajenos a sus funciones ordinarias, a desalojarlos de inmediato y someterse a la autoridad militar que tiene a su cargo la aplicación de la medida de convocatoria militar dispuesta por el Poder Ejecutivo de la Nación”

El rol de cada fuerza estaba definido y sus miembros tenían un deber a cumplir. A medida que pasaban las horas y se aproximaba la oscuridad de la noche se imponía la convicción que durante la misma se definiría la conflictiva situación. En el lugar había demasiados “fierros” (1)  y solo faltaba saber a quienes elegiría el destino para morir y cuantos serian estos.

CONTINUARÁ…

 

(1) “FIERROS”: armas en la jerga policial.

Claudio Kussman

Comisario Mayor (R) 

Policía Pcia. Buenos Aires

Junio 17, 2020

claudio@PrisioneroEnArgentina.com

www.PrisioneroEnArgentina.com

 

“Un poco de rebelión de vez en cuando es buena cosa

Thomas Jefferson (1743-1826) 


 

SE RECUERDA QUE PRISIONEROENARGENTINA.COM, SIN CENSURA ALGUNA Y SIN LÍMETE DE ESPACIO, ESTÁ ABIERTO A TODO AQUÉL QUE  QUIERA EXPRESAR SU PARECER Y SENTIR SOBRE ESTE TEMA O CUALQUIER OTRO QUE RESULTE DE SU INTERÉS.  


 

CHATS DEL PRESENTE, RECORDANDO EL MOPOL EN PRIMERA PERSONA

(PARTE DOS)

 

5/6/2020]  SV—

YO ERA SUBINSPECTOR Y ESTABA EN LA CRIA. GRAL.RODRIGUEZ (UR.1 MORON-QUE ABARCABA DESDE GRAL.PAZ HASTA EL PUEBLO DE SUIPACHA) EN ESA CRIA.HABIA 5 CONSOLAS MOTOROLA-MOCON Y NOS COMUNICABAMOS HASTA CON CAMINEROS. -LAS REUNIONES PARA COMPLOTAR LAS HACIAMOS EN EL SALON DE ACTOS QUE TENIA EL PADRE FH— (PADRE — Y MADRE — -NO TENIA ORDEN RELIGIOSA Y LOS ULTIMOS AÑOS EL OBISPO MSÑOR. L— (TROLO) NO LO QUERIA MUCHO) QUE ERA CAPELLAN DE LA UR, SE RETIRO COMO CRIO.CAPELLAN MAYOR DE JEFATURA , EL SALON ESTABA A LA VUELTA DE LA CAPILLA QUE EL CONSTRUYO DESDE LOS CIMIENTOS EN LA CALLE M— DE M—,USAMOS EL LUGAR CON SU BENEPLACITO 2 O 3 VECES ESA SEMANA.CUANDO VINO EL DTOR.DE SEGURIDAD A MORON CG.ALBA,EN LA CALLE ERAMOS COMO TRES MIL…

5/6/2020: EL DIA VIERNES DE ESA SEMANA ORDENARON Q. LA OFICIALIDAD FUERA A LA CRIA. LUJAN, VINO UN CI. HERNANDEZ (NO EL CG.FALLECIDO HACE POCO) Y NOS AMENAZO, LO SACAMOS CAGANDO Y TAMBIEN SE FUE, NO ERA DE LA UR.MORON,ERA DE JEFATURA NO ADICTO AL MOPOL. EL DIA SABADO DE NUEVO A LUJAN Y COMENZARON LOS SUMARIOS  PENALES Y ADMINISTRATIVOS, PERO DESPUES DE RENDIRNOS EN LA PLATA LLEGO LA ANMISTIA MILITAR Y ESTOS FUERON A LA BASURA.

AQUI VA UN GRAN RECUERDO EL MOPOL DEL 73, LA UNICA VEZ Q, CONSEGUIMOS UN AUMENTO DEL 100 % .


01/04/— FM— …disculpen que me meta en la discusión, MOPOL fue en marzo de 73, estaba el gobierno militar, pero ya había ganado el frejuli, se inició en la comisaria de La Plata, una noche Jefe de turno, Oficial Principal CP— oficial de servicio sub inspector JN—, llegamos el servicio de Calle que éramos Oficial Inspector TR— y yo con un procedimiento, las únicas máquinas de escribir estaban ocupadas, por lo que, para esperar R— fue a buscar unas pizzas, la oficina que se usaba era la del Sub Comisario, en un mueble había una radio y en esos momento un noticiero de Crónica informa malestar de la Policía, creo que era de San Juan, por lo que en broma, N— dice: hacemos el acta de inicio de la huelga, cambia la hoja de la máquina y se hace el primer comunicado, sin intención alguna, cambiamos ideas distintas frases y quedo tan lindo expresado, que al escucharlo de la boca de P— nos puso la piel de gallina, ya había regresado R— con las pizzas, creo que el radio operador era MP—, también integrante de este grupo de fase, que concurrió a la oficina a comer pizza, y R— nos desafía, como diciendo que no éramos capaces de pasarlo por radio. La incitación fue tan grande, que pasamos por radio el comunicado, el radio operador de la unidad regional, lo paso a jefatura y el cabo Juan CR—, de radio central lo distribuyo a las distintas regionales. Para alrededor de las seis de la mañana, ya habíamos recibido por teléfono, la llamada de distintos lugares, no solo de La Plata sino también del gran Bs. As. con el cambio de guardia, entra de Oficial de Servicio AFB— a quien le gustó la idea, por lo que se hizo varios comunicados más, cuando llego el Comisario JG—, titular de la comisaria no solo presto su conformidad sino que nos ayudó. Cuando el Sub Comisario M—, de la Unidad, quiso sacarnos de la Comisaria y llevarnos al círculo, se hicieron varias reuniones, con distintos sectores policiales, en Lomas 2da y en Morón y luego de unos días, se tomó la Jefatura, en la práctica participo toda la policía, pero el grupo MOPOL, éramos unos pocos, AFB—, CR—, M—, L—, DM—, C—, JCR— y yo. Si me olvido de alguno pido perdón, muchos hacían fuerza desde distintos lugares, yo esto ya lo conté, por eso no lo repito, hay muchos que no tienen memoria y cambian los nombres, lo cierto es que, algunos se pro fugaron. Quedamos detenidos CR—, AFB— y yo, primero a disposición de la Justicia Militar, luego de la Justicia Federal, se declaró incompetente y la justicia provincial nos pasó a la justicia Policial, que ya para ese entonces no existía. Hasta que se hizo cargo la política, nombraron jefe de Policía al Coronel Canedi, buena persona, que accedió al pedido del Comisario General De Tomas y cambio la disponibilidad preventiva por la simple a la espera de destino. Juntamente con ello nos reúne y nos pide, que plasmemos en los papeles, el petitorio del movimiento, dentro de los cuales se hallaba la Caja, se buscaron distintos antecedentes y se copió, casi textual, la de Policía Federal, con algunos arreglos de los reglamentos militares. No quiero ofender a nadie, pero resulta muy difícil si no se copia de alguna institución ya funcionando un esquema administrativo y financiero que sirva en el futuro como caja de jubilaciones. Por lo menos para mí que solo conozco de policía y en aquel tiempo, la mayoría de los oficiales, solo teníamos el primario terminado y algunos años de secundario. Con la llegada de la democracia, Bidegain gobernador, nombro al primo coronel Jefe de Policía, se los consideraba montonero, tenían un partido político que integraba el Frejuli, denominado Partido Auténtico. Luego del ataque al regimiento de Azul, Perón se enoja y pide la renuncia de Bidegain, por lo que quedo acéfala la jefatura ya que el primo también renuncia, se hace cargo de la gobernación “el tano” Calabro, que con ese apodo era conocido y al jefe de policía lo nombra Peron, el por aquel entonces Coronel Cesar Diaz. Los anteproyectos de ley, del personal y la caja quedaron arrumbados en algún lugar de la jefatura, cambian al sub jefe de la Policía, que era el comisario gral Tedesco y lo designan a Silva. Calabro era amigo de la policía y la quería a punto tal de concurrir con la custodia y personal de la privada a jugar al futbol. En estas reuniones ya hablaba de la caja y un abogado que era de Mopol, que si bien no participo en la toma de la Jefatura fue el encargado de buscar antecedentes para hacer las leyes, su nombre es Alberto, no me acuerdo el apellido y un oficial M—, tenían vínculos con Calabro, en el senado de la provincia y .le habían presentado el anteproyecto cuando era vice gobernador. La picardía Policial y el hecho de que Calabro quería nombrar como Jefe de Policía a propia tropa es decir de su confianza, por medio de un ardid, logran que Perón le pidiera el cargo, nombrándolo su edecán y así se hizo cargo Silva. Todo esto lo viví personalmente, primero desde MOPOL y luego desde la privada de Jefatura y estuve con Díaz, hasta el último día. Incluso lo acompañe cuando dejo la jefatura y se entrevistó con Perón, esa es la verdad del MOPOL, lo que ustedes cuentan puede haber ocurrido a mi no me consta de esto fui testigo presencial.

FM—

 

23 de marzo de 1973 – Representantes policiales del MOPOL, salen de la Jefatura portando una bandera blanca, en uno de los intentos de negociación, sin éxito, con las autoridades militares. (Foto diario “La Razón”)

 

 

 

MOPOL 1973 – Comunicado número 12 del día miércoles 21 de marzo de 1973 (Imagen de la revista “Así”)

COMUNICADO NÚMERO 12 DE MOPOL

FECHA, 21 DE MARZO DE 1973, 13 HORAS. MOVIMIENTO MOPOL HA TOMADO

LA JEFATURA DE POLICÍA DE LA RPOVINCIA DE BUENOS AIRES

ANTE LWXWVQXQ

F TT

E – 5630 -4-48=8

                                                          NUESTRO OBJETIVO, LA EQUIPARACIÓN PERMANENTE

CON LA POLICÍA FEDERAL EN SUELDO Y DEMÁS BENEFICIOS, DEBE SER OB-

TENIDA, TENEMOS INFORMACIÓN DE QUE PERSONAL DE LA REGIONAL DE LANUS

YA BAJA PARA ESTA CIUDAD. SE ORDENA QUE EN TODAS LAS DEPENDENCIAS

SE HAGAN CARGO, LOS SEÑORES DELEGADOS, CUIDANDO MANTENER LA DISCI-

PLINA Y EL CUIDADO DE LOS BIENES DE LA REPARTICIÓN.

SOLICITANDO LA COOPERACIÓN DE LOS TITULARES.  DE INMEDIATO DEBE

FORMARSE UN CUERPO DE DELEGADOS: 5 POR UNIDAD REGIONAL DE

JERARQUÍA, PARA FQUE BAJEN A ESTA JEFATURA, DESDE DONDE SE

TRATARÁ EL CONFLICTO, CON EL SR. MINISTRO DEL INTERIOR SR.

MOR ROIG O LA AUTORIDAD QUE DETERMINE EL GOBIERNO

DE LA NACIÓN.

                                 ….AHORA O NUNCA COMPAÑEROS…..

PARA TODAS LAS DEPENDENCIAS SUBORDINADAS

(TRANSCRIPCIÓN DEL COMUNICADO 12)


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 17, 2020


 

S.W.A.T. en problemas

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Todo el equipo SWAT de Hallandale Beach renunció a su asignación actual, aunque no al departamento de policía, según una comunicación recibida por la jefe de policía de la ciudad de Hallandale Beach, Sonia Quinones.

Quinones

La señora Quinones ha establecido una reunión para el lunes próximo con los oficiales que renunciaron para escuchar sus quejas y preocupaciones.

La ciudad de Hallandale Beach dijo que sigue teniendo cobertura especial de armas y tácticas a través de la ayuda mutua regional.

Los oficiales que presentaron su renuncia mencionan específicamente su descontento con la Jefe que “se unió a los miembros de la comunidad para ponerse de rodillas” en lo que debió ser una lucha contra el racismo, el odio y la intolerancia a principios de esta semana y sin embargo -en la opinión de los ahora ex SWAT- fue bajar la cabeza ante los delincuentes.

Los ocho oficiales y dos sargentos dicen que estaban “mínimamente equipados” y que habían sentido una falta de respeto por parte de funcionarios de la ciudad.

Dicen que estos funcionarios se negaron a abordar las preocupaciones sobre equipos y capacitación, poniéndose del lado de la anarquía y la delincuencia.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 17, 2020


 

Boogaloo

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Un nuevo movimiento armado está llamando la atención en los Estados Unidos, no solo por su nombre aparentemente extraño, sino por sus presuntos vínculos con la violencia que ha tenido lugar en todo el país luego de protestas pacíficas por la brutalidad policial.

Los partidarios del movimiento “Boogaloo”, libremente organizado, parecen creer en violentas acciones armadas y antigubernamentales que podrían conducir a una segunda guerra civil en los Estados Unidos.

Si bien es imposible, dicen las autoridades, señalar a un grupo singular por los disturbios que han surgido como parte de las protestas contra el asesinato policial de George Floyd, las autoridades afirman que gran parte de la violencia puede atribuirse a “agitadores externos” que buscan para distraer del mensaje principal de las manifestaciones.

Un movimiento que las autoridades han culpado es el movimiento Boogaloo. El 4 de junio, tres hombres que presuntamente pertenecen al movimiento Boogaloo fueron arrestados en Las Vegas, Nevada, por cargos relacionados con “terrorismo” e involucrando complots para acelerar la violencia en las protestas.

El movimiento “Boogaloo”, una agrupación presuntamente joven, es difícil de etiquetar, pero existe en gran medida en el extremo derecho del espectro político, y tiene como objetivo acelerar a Estados Unidos hacia una segunda guerra civil.

Sus miembros, conocidos como “Boogaloo Boys” o “Boogaloo Bois”, son vistos típicamente con rifles de asalto y equipo táctico. Según los informes, algunos partidarios del movimiento también han sido vistos en camisas hawaianas en los últimos días, aunque no todos los usan.

Hay ejemplos de adherentes que afirman que quieren apoyar a los manifestantes frente a la policía fuertemente blindada, mientras que otros parecen tener conexiones con la “ideología extremista”, según los informes.

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El movimiento suelto toma su nombre de Breakin ‘2: Electric Boogaloo, una secuela de la década de 1980 mal recibida que se considera casi idéntica a la primera. 

Desde entonces y debido a la mala crítica de la película, el término “Boogaloo eléctrico” se ha utilizado para describir cosas de baja calidad, especialmente en tableros de mensajes y redes sociales. El “Boogaloo eléctrico” no se usa comúnmente de manera política o violenta por la mayoría.

Pero algunos elementos de extrema derecha lo usan como una palabra clave para una segunda guerra civil, presumiblemente como una secuela de la primera. El uso del término parece haber ganado importancia entre algunos con puntos de vista de extrema derecha alrededor de octubre de 2019.

“También surgió una serie de frases relacionadas con el boogaloo este año, a medida que el término se hizo más popular, incluyendo: ‘aparecer en el boogaloo’, ‘cuando el boogaloo golpea’, ‘estar listo para el boogaloo’ y ‘traer el boogaloo’, La Liga Anti-Difamación (ADL), una ONG judía con sede en los Estados Unidos que rastrea a la extrema derecha, escribió en un informe sobre el movimiento.

“Big Luau” es otro término utilizado por algunos en el movimiento, que se ha mezclado con otro símbolo que ha surgido: un iglú.

Sin embargo, como señalan los grupos de vigilancia y los expertos, no todos los seguidores de Boogaloo usan estos símbolos.

La frase “Boogaloo eléctrico” también se ha convertido en una plataforma común entre algunas personas involucradas en protestas armadas contra las órdenes de quedarse en casa.

Al igual que otros movimientos que una vez habitaron en gran medida los rincones de Internet, se ha aprovechado del malestar social y la calamidad económica causada por la pandemia de coronavirus para publicitar sus mensajes violentos.

La pandemia se convirtió en un catalizador para el movimiento “boogaloo” porque las órdenes de quedarse en casa “estresan a muchas personas muy infelices”, dijo JJ MacNab, miembro del Programa de Extremismo de la Universidad de George Washington.

MacNab dijo que la retórica del movimiento va más allá de las discusiones sobre la lucha contra las restricciones de virus, que muchos manifestantes califican como “tiranía”, y habla sobre matar a agentes del FBI o policías “para que la guerra continúe”.

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Un informe del 22 de abril del Tech Transparency Project, que rastrea a las compañías tecnológicas, encontró 125 grupos relacionados con el “boogaloo” en Facebook que habían atraído a decenas de miles de miembros en los últimos 30 días. El proyecto apuntó a la crisis del coronavirus como factor determinante.

“Algunos partidarios del Boogaloo ven los bloqueos de salud pública y otras directivas por parte de los estados y ciudades de todo el país como una violación de sus derechos, y su objetivo es aprovechar la frustración del público ante tales medidas para reunir y atraer nuevos seguidores a su causa”. informe del proyecto, dijo.

En abril, manifestantes armados distribuyeron volantes de “Liberty or Boogaloo” (Libertad o Boogaloo) en una protesta de la casa del estado en Concord, New Hampshire.

Una manifestación del 9 de mayo en Raleigh, Carolina del Norte, promovida por un grupo de Facebook llamado “Blue Igloo”, una derivación del término, condujo a una investigación policial de una confrontación entre un manifestante armado acosando una pareja empujando un cochecito con su bebé en él.

Además, se desconoce si el movimiento Boogaloo tiene una ideología unificadora. Se ha visto a presuntos miembros en protestas con carteles que decían “El Boogaloo está con George Floyd”. Si bien muchos grupos de extrema derecha tienen un elemento supremacista, no siempre es así.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 17, 2020


 

EVITEMOS QUE LA HISTORIA NOS ACERQUE A UNA NUEVA TRAGEDIA

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Por JORGE ACOSTA

Dijo el General San Martín: 

“DIOS CONSERVE LA ARMONÍA QUE ES EL MODO DE QUE SALVEMOS LA NAVE”.

No estoy seguro, pero, pero ante la duda, deseo alertar que las condiciones sociopolíticas/económico culturales del Pueblo Argentino no son – ni siquiera parecidas – a las del Pueblo Polaco.

Fundamentalmente (menciono por cuanto contribuye a entender el pivote del razonamiento) la participación religiosa del primero en la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR) – incluso ampliando a todo el espectro cristiano – no se acerca, en sus máximos, a los mínimos del segundo que es una nación eminentemente católica.

Desde 1945 Polonia cayó detrás de la “Cortina de Hierro” bajo el gobierno de la Unión Soviética.

El catolicismo del pueblo polaco – cuyos mártires regaron con sangre el suelo polaco en KATYN al ser masacrados por STALIN durante la Segunda Guerra Mundial – inicio una resistencia pacífica bajo la conducción de los Cardenales WYSZYNSKI y WOJTYLA – de apoyo al Sindicato “SOLIDARIDAD”, dio por resultado la asunción en 1990, como Presidente de Polonia del sindicalista Lech Walesa (el hombre del entonces papa Juan Pablo II – Carol WOJTYLA), líder de “SOLIDARIDAD”.

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Dicha experiencia se inició mediante la concepción de intentar la caída del Gobierno – títere – Comunista sin enfrentamientos (ellos en el Gobierno, el pueblo en busca de su destino objetivado por el evangelio que: “… enseña, argumenta, corrige y educa… ” Según San Pablo).

En 1992 las unidades Soviéticas abandonaron Polonia y así triunfó la concepción democrática que, en 2004, la vio ingresar a la Unión Europea.

Tengo la sensación – recordando la trayectoria pastoral del entonces Padre JORGE BERGIOGLIO (tan vilipendiado por los Terroristas Montoneros de Argentina) – que el actual Papa Francisco está intentando desde el mismo momento de su acceso al Trono de Pedro algo similar para nuestro país.

Al respecto en Argentina hay una fuerte grieta en la Sociedad – la que, como el papa conoce, no está ausente dentro de la estructura de la ICAR – que, bajo liderazgos divisionistas e hipócritas de sectores de poder, y de buenas intenciones, pero arrebatadas acciones de algunos de sus elegidos (quizás muy jóvenes para ello) solo acentuarán las desavenencias y mucho más la pobreza e indigencia de buena parte del Pueblo de Dios en Argentina.

En el tratamiento de la Pandemia COVID-19 parece haber sido dejado de lado – en Malvinas también lo fue – el “PRINCIPIO de OPORTUNIDAD” y ello especialmente en lo referente a la cuarentena (hoy, cuando arrecian los contagios, la gente sometida está muy cansada).

Quizás, es mi humilde y podría ser hasta equivocada (estoy bajo la acción de dos Aislamientos) opinión, en Argentina la grieta y la falta de líderes de la talla de los Cardenales WYSZYNSKI y WOJTYLA (y porque no la del actual Papa Francisco: Jorge Bergoglio), el resultado del experimento acá – si es que se está intentando, como me parece – y ahora en el contexto COVID-19, traerá una mayor pérdida de fieles de mi querida ICAR.

Ruego a Dios Nuestro Señor, por intermedio de su Hijo Jesucristo (que también es Dios) nos haga llegar uno de los rayos de luz del Espíritu Santo para iluminar con JUSTICIA esta difícil coyuntura terrenal para lograr la CONCORDIA que es, indispensable, para alcanzar la Unidad Nacional.

Amadísima VIRGEN SAGRADA MARÍA: ¡Pedimos tu intersección!

Ya tuvimos, en la historia resiente la derrota de Malvinas (649 muertos), se avecinan negros nubarrones COVID-19 (hoy 842 muertos y …. ¿Cuántos más?).

Jorge Eduardo Acosta

Capitán de Fragata VGM (Ret)

Prisionero Político

Penal de Máxima Seguridad de Ezeiza                                                                   

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 17, 2020


 

BOLSAS

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 Por Raymond Carver

Es octubre, un día húmedo. Desde la ventana del hotel veo demasiadas cosas de esta ciudad del Medio Oeste. Veo cómo se encienden las luces de algunos edificios, veo cómo el humo de las altas chimeneas se alza en columnas espesas. Me gustaría no tener que mirar.
Quiero contarles una historia que me contó mi padre cuando el año pasado pasé unas horas en Sacramento. Se refiere a ciertos hechos que le acontecieron dos años antes de aquel tiempo, entendiendo por aquel tiempo el inmediatamente anterior a que mi madre y él se divorciaran.
Soy vendedor de libros. Represento a una firma muy conocida. Publicamos libros de texto, y tenemos la sede en Chicago. Mi zona es Illinois, y partes de Iowa y de Wisconsin. Había asistido en Los Angeles a la convención de la Western Book Publishers Association cuando se me ocurrió visitar a mi padre unas cuantas horas. No lo había vuelto a ver desde el divorcio, ¿comprenden? Así que saqué su dirección de la cartera y le envié un telegrama. A la mañana siguiente facturé mis cosas hasta Chicago y me embarqué en un avión con destino a Sacramento.
Tardé un minuto en verle. Estaba donde todo el mundo, es decir, detrás de la puerta de salida. Pelo blanco, gafas, pantalones marrones de tela indeformable.
—Papá, ¿cómo estás? —pregunté.
Él sólo dijo:
—Les.
Nos dimos un apretón de manos y fuimos hacia la terminal.
—¿Cómo están Mary y los chicos? —quiso saber.
—Todos estupendamente —respondí, y no era cierto.
Abrió una bolsa blanca de confitería. Explicó:
—He comprado algo que quizá quieras llevarte. No es gran cosa. Unos Almond Roca para Mary y unos caramelos blandos para los chicos.
—Gracias —dije.
—No olvides la bolsa cuando te vayas —me advirtió.
Dejamos pasar a unas monjas que corrían hacia las puertas de embarque.
—¿Una copa o un café? —le pregunté.
—Lo que tú quieras —contestó—. Pero no tengo coche —precisó.
Encontramos el bar, nos trajeron las bebidas, encendimos los cigarrillos.
—Bueno, aquí estamos —dije.
—Sí —asintió.
Me encogí de hombros y repetí:
—Sí.
Me eché hacia atrás en mi asiento y aspiré profundamente, inhalando —me pareció— el aire de infortunio que rodeaba su cabeza. Dijo:
—Calculo que el aeropuerto de Chicago es cuatro veces más grande que éste.
—Es aún mayor —le aseguré.
—Creía que era grande —dijo.
—¿Desde cuándo usas gafas? —le pregunté.
—Desde hace poco.
Tomó un trago largo, y acto seguido fue al grano.
—Me hubiera gustado morirme —dijo. Puso sus grandes brazos a ambos lados del vaso—. Eres un hombre educado, Les. La persona idónea para comprenderlo.
Levanté un costado del cenicero para leer lo que había escrito dentro:
 CLUB HARRAH / RENO Y LAKE TAHOE / BUENOS LUGARES DE DIVERSIÓN.

       —Era una vendedora de productos Stanley. Una mujer menuda, con pequeños pies y pequeñas manos y pelo negro como el carbón. No era la mujer más bella del mundo. Pero sus modales eran muy delicados. Tenía treinta años y tenía hijos. Pero, aunque pasó lo que pasó, era una mujer decente.
»Tu madre le compraba siempre cosas: una escoba, una fregona, algún relleno de pastel… Ya conoces a tu madre. Era sábado, y me había quedado en casa. Tu madre se había ido a no sé dónde. No sé dónde estaba. Pero no estaba trabajando. Yo leía el periódico y tomaba una taza de café en la sala cuando llamaron a la puerta. Era esa mujer menuda. Sally Wain. Me dijo que tenía unas cosas para la señora Palmer. “Soy el señor Palmer”, digo yo. “La señora Palmer no está en este momento”, le explico. La invito a pasar, ya sabes, con intención de pagarle las cosas que traía. Se quedó allí, vacilante. Allí de pie, sosteniendo la pequeña bolsa de papel y el recibo.


»—Vamos, démela —le sugiero—. ¿Por qué no pasa y se sienta un momento mientras veo si encuentro algo de dinero?
»—No se preocupe —responde ella—. Puede dejarlo a deber. Hay mucha gente que lo hace. No hay problema. —Sonríe para darme a entender que no hay problema, ya sabes.
»—No, no —insisto yo—. Prefiero pagarlo ahora. Así le ahorro un viaje y me ahorro tener deudas. Pase —digo, y mantengo abierta la puerta de tela metálica. No era cortés tenerla allí de pie en la puerta.
Mi padre tosió y cogió uno de mis cigarrillos. Al fondo del bar una mujer reía. La miré, y luego volví a leer la leyenda del cenicero.
—Así que pasa, y yo digo: «Un momento, por favor», y entro en el dormitorio a buscar mi cartera. Miro en el tocador, pero no la encuentro. Hay algo de cambio y cerillas y mi peine, pero no logro dar con mi cartera. Tu madre se había pasado la mañana limpiando, ya sabes. Así que vuelvo a la sala y comento: «Bueno, ya encontraré algo.»
»—Por favor, no se moleste —dice ella.
»—No es molestia —insisto—. Tengo que encontrar mi cartera, de todas formas. Póngase cómoda.
»—Oh, estoy bien —contesta.
»—Mire —digo—. ¿Ha oído lo del gran atraco en el Este? Estaba leyéndolo ahora.
»—Lo vi en la televisión anoche —responde.
»—Huyeron sin ningún problema —explico.
»—Lo hicieron muy inteligentemente —asiente.
»—El crimen perfecto —digo.
»—A muy pocos les sale bien —sentencia.
»Yo ya no sabía cómo continuar. Estábamos allí de pie, mirándonos. Así que salí al porche y busqué mis pantalones en la cesta, donde supuse que los había puesto tu madre. Encontré la cartera en el bolsillo trasero y volví a la sala y le pregunté cuánto le debía.
»Eran tres o cuatro dólares. Le pagué. Entonces, no sé por qué, le pregunté qué haría con el dinero si lo hubiera conseguido ella, con todo aquel dinero que se habían llevado los atracadores. »Se rió y vi sus dientes.
»Y entonces no sé lo que me pasó, Les. Cincuenta y cinco años. Hijos ya mayores. Me daba perfecta cuenta de que no debía. Aquella mujer tenía la mitad de años que yo, y chiquillos en el colegio. Vendía para Stanley durante el horario escolar, sólo para ocuparse en algo. No tenía necesidad de trabajar. Tenían lo suficiente para salir adelante. Su marido, Larry, era chófer en la Consolidated Freight. Ganaba un buen sueldo. Camionero, ya sabes.
Calló y se pasó el pañuelo por la cara.
—Todos nos equivocamos alguna vez —dije.
Sacudió la cabeza.
—Tenía dos chicos, Hank y Freddy. Se llevaban como un año. Me enseñó unas fotos. En fin, se ríe cuando digo lo del dinero, asegura que dejaría de vender productos Stanley y que se iría a Dago y compraría una casa. Comentó que tenía parientes en Dago.
Encendí otro cigarrillo. Miré el reloj. El barman levantó las cejas y yo levanté el vaso.
—Estaba sentada en el sofá y me preguntó si tenía un cigarrillo. Dijo que se los había dejado en el otro bolso, y que no fumaba desde que había salido de casa. Dijo que odiaba comprar un paquete en una máquina teniendo un cartón en casa. Le doy un cigarrillo y sostengo una cerilla para que lo encienda. Pero, créeme, Les, me temblaban los dedos.
Calló y examinó las botellas unos instantes. La mujer que había reído antes ceñía con ambos brazos los de los hombres que tenía a los lados.

—Lo que vino después lo recuerdo vagamente. Recuerdo que le pregunté si quería un café. Dije que acababa de hacerlo. Ella dijo que tenía que irse. Que quizá tenía tiempo para tomar una taza. Fui a la cocina y esperé a que el café se calentara. Te lo aseguro, Les, te lo juro por Dios: jamás le había sido infiel a tu madre en todo el tiempo en que fuimos marido y mujer. Ni una sola vez. Hubo veces en que me apetecía y se me presentaba la ocasión. Créeme, tú no conoces a tu madre como la conozco yo. Le corté:
—No tienes por qué darme explicaciones.
—Le llevé el café. Para entonces se había quitado el abrigo. Me siento en el otro extremo del sofá y empezamos a hablar de cosas más personales. Me dice que tiene dos chicos en la escuela primaria Roosevelt y que Larry es camionero y que a veces está fuera una o dos semanas. En Seattle, o en Los Angeles, o incluso en Phoenix. Siempre por ahí. Me cuenta que conoció a Larry en la escuela secundaria. Dice que se siente orgullosa de haber llevado esa vida desde entonces. En fin, al poco suelta una risita por algo que yo he dicho. Era algo con doble sentido. Entonces me pregunta si conozco el del viajante de zapatos que llama a la puerta de la viuda. Nos reímos, y entonces le cuento uno un poco más picante. Ahora se ríe con ganas, y se fuma otro cigarrillo. Una cosa lleva a la otra, eso es lo que pasaba, ¿entiendes?
»Bien, entonces la besé. Le incliné la cabeza sobre el respaldo del sofá y la besé, y aún siento su lengua moviéndose inquieta para meterse dentro de mi boca. ¿Comprendes lo que digo? Uno puede vivir obedeciendo todas las normas y un buen día, de pronto, nada importa un pimiento. Se te acaba la buena estrella, ¿entiendes?
«Pero todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Y luego me espeta: “Creerás que soy una puta o algo así”, y luego se marchó sin más.
«Estaba tan excitado, ¿sabes? Ordené el sofá y di la vuelta a los cojines. Doblé todos los periódicos y hasta lavé las tazas que habíamos usado. Todo el tiempo pensaba en cómo iba a mirar cara a cara a tu madre. Estaba asustado.
«Bien, así es como empezó. Tu madre y yo seguimos como siempre. Pero empecé a ver a esa mujer con asiduidad.
La mujer del fondo del bar se bajó del taburete. Avanzó hacia el centro del local y se puso a bailar. Echaba la cabeza de un lado para otro y hacía chasquear los dedos. El barman dejó de preparar bebidas. La mujer levantó los brazos por encima de la cabeza y se movió describiendo un pequeño círculo sobre el piso. Pero luego dejó de hacerlo y el barman volvió a sus cosas.
—¿Has visto eso? —preguntó mi padre.
Pero yo no dije ni una palabra.

—Así es como funcionó la cosa —prosiguió—. Larry tenía su calendario de viajes, y yo iba a verla siempre que podía. A tu madre le decía que iba a algún sitio.
Se quitó las gafas y cerró los ojos.
—No se lo había contado a nadie.
¿Había algo que comentar a esto? Miré hacia las pistas y luego mi reloj.
—Escucha, ¿a qué hora sale tu avión? ¿No podrías coger otro? Deja que invite a otra copa, Les. Pide dos más. Me daré prisa. Acabaré de contártelo en un minuto. Es-cucha.
«Tenía la foto de Larry en el cuarto, al lado de la cama. Al principio me molestaba; ver su fotografía allí y todo eso. Pero al cabo de un tiempo me acostumbré a ella. ¿Te das cuenta de cómo nos habituamos a las cosas? —Sacudió la cabeza—. Es increíble. Bueno, pues, todo acabó mal. Ya lo sabes. Lo sabes todo perfectamente.
—Sólo sé lo que me cuentas —dije.
—Escucha, Les. Déjame explicarte lo realmente importante en este asunto. ¿Sabes?, hay cosas. Hay cosas más importantes que el hecho de que tu madre me dejara. Verás, escucha esto. Estábamos en la cama un día. Debía de ser sobre el mediodía. Estábamos allí acostados, charlando. Puede que yo estuviera dando una cabezada. Esa especie de duermevela extraño, como con sueños, ya sabes. Pero al mismo tiempo me digo que no debo olvidar que tengo que levantarme e irme. Y en eso estoy cuando el coche entra en el jardín y alguien se baja y cierra de golpe la puerta.
»—Dios mío —chilla ella—. ¡Es Larry!
»Debí de enloquecer. Me parece recordar que pensé que si salía corriendo por la puerta de atrás, él me iba a aplastar contra la gran valla del jardín, y quizás hasta me matara. Sally hacía un ruido extraño con la boca. Como si no pudiera respirar. Tenía puesta la bata, pero la llevaba abierta, y estaba en la cocina sacudiendo la cabeza. Todo está sucediendo a un tiempo, ya entiendes. Y allí estoy yo, casi desnudo, con las ropas en la mano, y Larry abriendo la puerta principal. Bien, salto. Salto contra el ventanal, así, a través del cristal.
—¿Conseguiste escapar? —pregunté—. ¿No te persiguió?
Mi padre me miró como si me hubiera vuelto loco. Fijó la mirada en su vaso vacío. Yo miré el reloj, me estiré. Tenía un ligero dolor de cabeza a la altura de los ojos.
Comenté:
—Creo que tendré que ir para allí en seguida. —Me pasé la mano por la barbilla y me ajusté bien el cuello de la camisa—. ¿Sigue en Redding esa mujer?
—¿No entiendes nada, verdad? —dijo mi padre—. No entiendes nada de nada. Sólo sabes vender libros.
Era casi la hora de marcharme.
—Oh, Dios, lo siento —exclamó—. El hombre se derrumbó, eso es lo que pasó. Se dejó caer en el suelo y se echó a llorar. Ella se quedó en la cocina. Se quedó allí, llorando. Se puso de rodillas y empezó a implorar a Dios, a voz en grito para que su marido la oyera.
Mi padre empezó a decir algo más. Pero en lugar de seguir movió la cabeza. Puede que quisiera que fuera yo quien me pusiera a hablar.

Y al cabo añadió:
—No, tienes que coger el avión.
Le ayudé a ponerse el abrigo; luego lo conduje por el codo.
—Te dejaré en un taxi —propuse. Él dijo:
—Quiero verte despegar.
—De acuerdo —asentí—. Quizá la próxima vez.
Nos dimos la mano. Y no lo he vuelto a ver. Camino de Chicago, caí en la cuenta de que había olvidado la bolsa de los regalos en el bar. Mejor. Mary no necesitaba dulces, ni Almond Roca ni nada parecido. Esto fue el año pasado. Ahora lo necesita aún menos.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 18, 2020


 

 

LA DAMA DRAGÓN

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Demostró su perversidad cuando en los años 60 se burló del monje Bonzo, Thich Quang Duc, quien se autoinmoló en respuesta al asesinato de budistas. “Aplaudiría por ver otro espectáculo en el cual un monje se convirtiera en barbacoa”, dijo la entonces y a partir de esa frase se ganó el apelativo con el que pasaría a la historia.

Para 1963, los estadounidenses que respaldaban el frágil régimen de Vietnam del Sur estaban cada vez más desilusionados con el presidente Ngo Dinh Diem y sus parientes mimados y pretendían que se vayan todos: el obstinado e inexperto Diem, su despiadado hermano menor y, en particular, la cuñada de Diem, la mujer a la que John F. Kennedy se refiere como “esa maldita perra”, una vanidosa y calculadora mujer a la cual se referían como La Dama Dragón.

En la cima de sus poderes, con su belleza hechizante y su ambición implacable, Trần Lệ Xuân o Madame Nhu enardeció la imaginación y provocó el odio de Occidente y de los vietnamitas por igual. El periodismo la presentó en sus portadas y la llamó una hechicera “tortuosa”; otros fueron más explícitos y la coronaron como “la mujer más poderosa” en Asia y la comparó con los Borgia. Fue descrita como “orgullosa y vanidosa”,  “tan inocente como una cobra”, una “Valquiria oriental”. Jackie Kennedy pensó que tenía Nhu una “cosa extraña por el poder”. Su afición por los ropajes ajustadss y las uñas escarlatas la descubrían como una gran coqueta, y su nombre se convirtió en sinónimo de maldad femenina: Jackie O la usó como un insulto para las mujeres que no le gustaban.

Pero el ascenso de Madame Nhu a la notoriedad e influencia fue de corta duración. En el otoño de 63, un golpe de estado respaldado por Estados Unidos depuso y eliminó a su esposo y cuñado, dejándola a una mujer perseguida escondiéndose a medio mundo de distancia. Después de algunas promesas vacías de vender sus memorias a Hollywood y regresar cuando los comunistas cayeron, Madame Nhu desapareció en la oscuridad, hasta que una académica llamada Monique Demery la rastreó a mediados de los años 2000, rogándole que le contara su versión de Vietnam del Sur y sus tiempos.

Así comenzó un juego de gato y ratón que culminó en el nuevo libro de Demery, Finding the Dragon Lady: The Mystery of Vietnam’s Madame Nhu. (Encontrando a la Mujer Dragón: El Misterio del Vietnam de Madame Nhu).

Monique Demery teje la historia de su búsqueda de Madame Nhu con una exposición biográfica sobre la vida de la primera dama en Indochina y la turbulenta historia moderna de Vietnam. Nacida más de una década después del derrocamiento de Diem, Demery nunca tuvo la oportunidad de presenciar la saga de la familia a medida que se desarrollaba; en cambio, se basa en relatos contemporáneos de periodistas y testigos estadounidenses, notas de la CIA, cartas y transcripciones presidenciales, su propia maestría en estudios asiáticos y dos períodos en el extranjero en Vietnam, conversaciones telefónicas con Madame Nhu y, eventualmente, las memorias confusas de la primera dama y un diario misterioso.

El problema es que todo lo que viene de la boca o la mente de Madame Nhu, incluso sus viejas entrevistas con el cuerpo de prensa de Saigón, tiende a ser profundamente sospechoso, debido a la inclinación de la ex primera dama por el engrandecimiento, el embellecimiento y el engaño astuto.

Incluso los primeros momentos de la vida de Madame Nhu están envueltos en capas de creación de mitos. Su nacimiento, alrededor del año 1924, supuestamente fue tan auspicioso que una adivina de Hanoi exclamó: “¡Su estrella es insuperable!” y le dijo a su madre, una princesa imperial, que el destino de la niña “desafió la imaginación”. La predicción puso celosos a sus padres, o eso dice la historia, y pasaron por alto a su hija del medio a favor de su hermana mayor y su hermano menor. La niña creció ansiando atención y aprobación; sus hermanos se burlaban de ella  y se sintió “objeto de morbosas y luchas internas familiares”.

Aún así, la infancia de Le Xuan difícilmente podría describirse como empobrecida, al menos no a nivel material: su padre, un abogado de la administración colonial y pariente lejano del emperador, admiraba todo lo occidental, y sus hijos asistieron a una escuela francesa, hablaron Francés en casa, y participó en placeres continentales. La familia empleó a un personal de dos docenas de sirvientes para cocinar, limpiar y conducirlos por la ciudad en un brillante Mercedes.

La madre de Madame Nhu pudo haber envidiado o incluso despreciado a su segunda hija, pero los dos compartieron ciertas similitudes. Madame Chuong también era reconocida por su impresionante aspecto, los franceses la llamaban la “Perla de Asia” y por su sentido de superioridad: en sus veladas llenas de champán, prohibía a otros invitados usar amarillo, el color imperial. También tenía un gran sentido de las tendencias políticas: sus salones de los martes en Hanoi se hicieron famosos por albergar a los mecenas vietnamitas y franceses más ilustres de la ciudad.

En 1939, cuando el régimen de Vichy permitió a Japón establecer una tienda en la colonia, los Chuongs comenzaron a cultivar relaciones influyentes con diplomáticos de Tokio. Aquí, la belleza de Madame Chuong fue bastante útil; Según la Sûreté francesa, o la policía secreta, era famosa en toda Indochina por su ambición obstinada como por sus utiles pasatiempos: dormir con personas de influencia de todas las nacionalidades, incluidos los nuevos peces gordos de Japón. Gracias al talento de su esposa, Chuong père consiguió un buen trabajo en el gobierno títere de Japón.  La “bella y muy intrigante” Madame Chuong fue la encargada; ella dirigía a su esposo.

Otro de los rumoreados amantes de Madame Chuong era un hombre llamado Ngo Dinh Nhu. El hombre de 30 años provenía de una prominente familia católica; su padre una vez ocupó un puesto en la corte real, pero renunció en protesta por las políticas coloniales. Secretamente entrenó a sus seis hijos en la política nacionalista antifrancesa, incluido su tercer hijo, Diem, y su cuarto, Nhu. El estudioso Nhu había regresado recientemente a Indochina desde Francia, donde se había entrenado como bibliotecario y archivero. En una de sus visitas a la casa de Chuong, conoció a Le Xuan, de 15 años, en el jardín; los dos se comprometieron rápidamente en una alianza estratégica. “Nunca tuve un amor absoluto”, dijo Madame Nhu a un periodista años después. “Leí sobre tales cosas en los libros, pero no creo que realmente existan”. Sin embargo, la pareja se casó en 1943 frente al “tout Hanoi”; la novia de 18 años, ahora convertida católica, vestía una túnica de seda roja bordada con el adorno real xanto.

Después de la boda, los Nhus se mudaron a la capital imperial de Hue, donde pronto presenciaron los efectos devastadores de la administración del campo por parte de Japón. En 1944 y 1945, debido al aplastante pedido de cultivos y la disminución de los recursos naturales, la hambruna arrasó la tierra, causó la muerte de más de 2 millones de personas y condujo a los hambrientos hacia los centros urbanos. En su desesperación, los campesinos comieron pastos y hojas y despojaron los árboles de la corteza, antes de sucumbir al hambre por los caminos llenos de cadáveres.

En esta gran miseria, los comunistas maniobraron en silencio para ayudar a las personas a encontrar comida, darles a los agricultores semillas para replantar y reunir reclutas para su causa. Cuando los japoneses se rindieron a los Aliados al final de la Segunda Guerra Mundial, los franceses asumieron que serían capaces de volver a ocupar su antigua colonia y se encontraron frente a un ejército local con la intención de la independencia nacional.

En 1945, bajo el liderazgo de Ho Chi Minh, los comunistas comenzaron a luchar contra las tropas francesas y encarcelar y ejecutar a los opositores como traidores burgueses, incluido el hermano mayor Ngo. Capturaron rapidamente a Diem, prometiéndole un papel en el nuevo gobierno si respaldaba a Ho Chi Minh, pero se negó; y también vinieron a buscar a Nhu, quien se escondió mientras su novia usaba sus encantos para desviar las sospechas, e incluso invitó a los soldados a su casa a esperar a su esposo. Nhu se fue a la fuga, ocuto en una ciudad católica, donde los Chuongs también aparecieron huyendo de los comunistas. (Intentaron, sin éxito, sobornar para llegar a las gracias del Viet Minh; los católicos finalmente pasaron de contrabando a la pareja a un lugar seguro en Saigón disfrazándolos de monje y mujer campesina). Mientras tanto, Madame Nhu y su pequeña hija fueron detenidos por soldados de infantería comunistas y salieron de Hue con decenas de otros presos políticos.

Finalmente, Nhu y su esposa también lograron llegar a Saigón. Desde allí, se dirigieron al pueblo turístico de Dalat, un oasis de privilegio colonial diseñado para parecerse a un cruce entre un pueblo de Normandía y una escapada alpina (aunque donde los tigres deambulaban por la maleza). Madame Nhu y su familia se instalaron en una casa en la Rue des Roses, no lejos de la residencia de su primo, el emperador playboy Bao Dai. Este había entregado su poder a los japoneses y a los comunistas antes de unirse teóricamente a la misión francesa; en realidad, eso significaba esconderse en Dalat para disfrutar de la buena vida (tenis, juegos de bridge, viajes de pesca, excursiones de natación) mientras la batalla se desarrollaba muy por debajo. Los primos llamaron frívolamente a los combates (que reclamaron las vidas de entre 250,000 y 500,000 comunistas y unos 75,000 franceses) une guerre bizardouille, esa pequeña guerra extraña. No pensaron que eso determinaría sus destinos.

Ngo Dinh Nhu sospechaba lo contrario. Con el pretexto de descansar en Dalat, dedicarse a la caza mayor y cultivar orquídeas exóticas, había estado trabajando en secreto para construir una red de simpatizantes para que un nuevo partido político se opusiera a Ho Chi Minh. Sería dirigido por su hermano Diem, un ex burócrata conocido por su integridad e idealismo que circulaba en el extranjero para obtener apoyo para un estado no comunista. Para 1954, Diem había convencido a los estadounidenses, en medio del miedo rojo y desesperado por detener la influencia comunista en Asia, para respaldar su plan. Cuando Estados Unidos llegó a los acuerdos de Ginebra para negociar el fin de la guerra indochina, los yanquis pusieron el nombre de Diem como su elección para el primer ministro de un estado no comunista al sur del paralelo 17. El primo de Madame Nhu, el emperador Bao Dai, sería el jefe nominal del nuevo estado (en realidad, planeaba vivir en el sur de Francia y mantenerse fuera de la política por completo). Solo más tarde Diem se dio cuenta de por qué los franceses, que odiaban su dura postura nacionalista, habían aceptado su nombramiento; Paris estaba seguro de que Diem estaba destinado a fracasar en la imposible tarea de arreglar Vietnam del Sur y mantener a raya a Ho Chi Minh.

Cuando Diem llegó a Saigón como el nuevo hombre a cargo, se enfrentó a un país en bancarrota, ciudades plagadas de estafas del crimen organizado y una crisis de refugiados de una cantidad mayor a un millón, llegados del norte, donde los agricultores huían de las purgas comunistas. Mientras tanto, Ho Chi Minh estaba alentando a los camaradas del sur a pasar a la clandestinidad y librar una guerra de guerrillas. Diem, un hombre ascético que tenía poco gusto por el pragmatismo sucio del gobierno político, necesitaba a su hermano a su lado. Así que los nhus se mudaron al palacio presidencial, a un ala privada hecha de raras sedas y pieles de tigre, para ayudar a Diem a aplastar a las pandillas de Saigón, reprimir a los simpatizantes franceses y apuntalar su poder. En 1957, gracias a la ayuda de su hermano, la prensa extranjera aclamó a Diem como el “hombre milagroso del sudeste asiático”, y Washington estaba invirtiendo millones en las arcas de Vietnam del Sur.

Nhu podría haber obtenido crédito público mientras la calle se esconde detrás del régimen apacible de Diem, pero Madame Nhu pronto eclipsaría a ambos hermanos en ambición y temple a sangre fría.

Cuando un enemigo político y un títere francés alardearon de que sacaría a Diem de la ciudad y mantendría a Madame Nhu como su concubina, ella gruñó: “Nunca vas a derrocar a este gobierno porque no tienes las agallas”. Y si lo derrocas, nunca me tendrás porque te arrancaré la garganta primero. Luego organizó una manifestación llamando al hombre y sus aliados franceses “saboteadores de la independencia nacional”, un acto de provocación en un “ambiente político ya sobrecalentado” que la exilió a Hong Kong durante unos meses ante la insistencia de los estadounidenses. “En lugar de verlo como un castigo”, escribe Demery, “Madame Nhu comenzó a ver que la enviaban lejos como confirmación de su poder potencial. Si ella no importara, la habrían dejado quedarse en casa. Claramente, ella era demasiado peligrosa para ignorarla.

Para 1956, la influencia de Madame Nhu se cristalizó en un escaño en la Asamblea Nacional, en elecciones que, según los informes, fueron manipuladas por la familia gobernante (insistió en que su nominación reflejaba la voluntad de sus admiradores). Sus padres también se portaron bien y recibieron sus recompensas: su padre fue nombrado embajador de Vietnam del Sur en Washington, mientras que su madre se convirtió en la observadora del país en la ONU. Una vez en el cargo, Madame Nhu usó su influencia para aprobar leyes que parecían venganzas personales: bajo la bandera de defender los derechos de las mujeres, redactó la legislación del Código de Familia para prohibir las concubinas y proscribir el divorcio, un paso aparentemente progresivo, hasta que la fábrica de rumores tomó fuerza. La hermana de Madame Nhu, Le Chi, se vio envuelta en un asunto tórrido y necesitaba desesperadamente divorciarse.

Cuando Le Chi se enteró de la nueva ley, se cortó las muñecas y corrió locamente por el palacio en señal de protesta. Según los informes, Madame Nhu le dijo a Le Chi que su único arrepentimiento era que su hermana “no tuvo éxito en la muerte”. (Más tarde, el amante de Le Chi afirmaría que Madame Nhu había tratado de deshacerse de él pagándole a un tercero para que le inyectara cólera.) También impuso leyes morales aplastantes que prohibían el baile, los concursos de belleza, la anticoncepción y los sujetadores con aros, a pesar del hecho. que a ella misma le gustaba usar una bata ao dai escandalosamente escotada y tacones altos franceses.

De hecho, a Madame Nhu parecía gustarle simular su sensualidad, al mismo tiempo que proclamaba su modestia. Un contemporáneo la describió como una coqueta incontrolable que, sin embargo, castigó a los estadounidenses por “seducir a las mujeres vietnamitas con la promesa de llevarlas a América”. Otra dijo que “parece una aspirante a actriz que habla demasiado”. Según los informes, se “deleitó” con las atenciones de políticos y militares en un viaje con su esposo a D.C. y envió cartas burlonas al vicepresidente Lyndon Johnson. Cuando su cuñado soltero, que confiaba en ella para actuar como anfitriona oficial y primera dama, criticaba sus atuendos por ajustarse demasiado los vestidos (estaba “moldeada en su vestido como una daga en su vaina”), Madame Nhu respondió: “No es tu busto el que sobresale, es el mío. Pues cállate.”

Siempre fue vista como una manipuladora, una mujer fatal, una “zorra de primer orden”. Parecía disfrutar de los rumores, o al menos no les importaba demasiado. “Si se la sospecha cercana a un hombre y no es demasiado feo, se dice de inmediato: Es un protegido de Madame Nhu”, dijo un allegado en una entrevista con la prensa.

Ciertamente, el estigma de la ambición voraz de su madre se había aferrado, injustamente o no, a Madame Nhu. Al igual que su madre, también fue acusada de ser, como dice Demery, “quien llevaba los pantalones en la familia”. El jefe de personal de Diem dijo a los periodistas que “ella es dominante en el hogar”; un corresponsal del Washington Post señaló que Diem “la escuchó más que nadie en Vietnam”. Le encantaba vivir en el mundo de un hombre, saborear los entresijos de las maquinaciones políticas (“su capacidad de intriga era ilimitada”, escribió un contemporáneo) y prosperar en la pompa y las circunstancias. 

Para demostrar su coraje y la debilidad de los hermanos Ngo, le gustaba contar la historia de cómo, durante un intento de golpe de Estado en 1960, convenció a su confundido esposo para que se mantuvieran firmes contra los traidores. 

A Madame Nhu y su familia les gustaba tanto el poder que les costaba compartirlo. (“Si abrimos la ventana, no solo la luz del sol entra, sino también muchas cosas malas”, razonó Madame Nhu). Aunque se suponía que el país había dado fecha para votar y reunificarse con el norte, Diem siguió posponiendo la elección, ya que era obvio que Ho Chi Minh ganaría en forma aplastante. Mientras tanto, Nhu había organizado un cuadro oscuro de la policía secreta que se mantenía ocupado torturando y matando a los disidentes. Diem, que ya era un hombre insular, resistió la presión estadounidense para abrir y diversificar su gobierno. Los rumores de especulación y lavado de dinero avivaron las llamas de la oposición, mientras que los comunistas continuaron ganando sobre corazones y mentes de hambrientos campesinos. El régimen incluso trató de intimidar a la prensa extranjera: un periodista de Newsweek fue expulsado del país por llamar a Madame Nhu “la personalidad más detestada en Vietnam del Sur”

Pero el mismo Nhu admitió que la pareja era odiada por todas partes. “Estoy vilipendiado para que otros puedan ser salvados”, dijo. Madame Nhu estaba menos interesada en interpretar el papel de mártir. Acusó a los estadounidenses de fomentar un complot contra ella, calificándolos de “operadores extranjeros” y “jóvenes cínicos al estilo nazi”. Llamó al presidente Kennedy “intoxicado” (con lo que se refería a envenenado por la opinión procomunista), mientras que el personal militar de los Estados Unidos en Vietnam eran “pequeños soldados de la fortuna”.

La gota que colmó el vaso —al menos, en lo que respecta a Washington— sobre la descarada madame de Nhu llegó durante el verano de 1963. El régimen, que favoreció fuertemente a la Iglesia Católica, había reprimido las exhibiciones budistas de ceremonia religiosa, y los monjes habían comenzado a inmolarse en protesta. En un momento supremo al estilo de María Antonieta, Madame Nhu olfateó que los suicidios eran “barbacoas” y se ofreció a llevar la mostaza a la siguiente. ¡Déjalos arder! Y aplaudiremos ”, declaró. Incluso se burló de que los monjes no fueran patrióticos al prenderse fuego con gasolina extranjera.

La actitud del régimen desencadenó protestas masivas, y Diem declaró la ley marcial. Aunque Washington advirtió a los Ngos que mantuvieran las calles pacíficas, Nhu alentó en secreto a sus milicias a vestirse como hombres del Ejército y a derribar a los budistas en sus templos. El baño de sangre resultante dejó a Madame Nhu “en un estado de euforia, parloteando como una colegiala después de un baile de graduación”. Fue, dijo, “el día más feliz de mi vida”. También fue el principio del fin de la familia Ngo.

Bajo la presión de una furiosa administración Kennedy: “esa perra metió la nariz y echó a perder toda la situación en Saigón”, JFK le diría más tarde a sus asesores: Diem hizo los arreglos para que Madame Nhu realizara una extensa gira por Europa. Ella decidió agregar a los Estados Unidos a su itinerario, a pesar de la disuasión semioficial. Sus padres, siempre oportunistas políticos, habían sentido los vientos cambiantes de Washington y estaban hablando públicamente sobre su su hija como “propagandista hambrienta de poder”. (En privado, Madame Chuong le dijo a la CIA que había instado a los expatriados vietnamitas a atropellar a su “niña-monstruo” con un automóvil, o, al menos, a arrojarle huevos y tomates).

Es posible que una personalidad diferente hubiera llegado a las costas de los EE. UU. con una ofensiva de encanto más humilde. Por su parte, Madame Nhu bajó del avión en una estola de visón y lápiz labial rosa, riéndose de su espíritu femenino de contradicción. Los congresistas la llamaron “demasiado grande para sus pantalones”, mientras que la prensa la llamó “demasiado hermosa para ignorarla”. 

De vuelta en casa, los problemas de la administración Diem habían llegado al punto de no retorno. Los estadounidenses firmaron en secreto la idea de un golpe de Estado, dejando al Embajador Henry Cabot Lodge a cargo de los detalles. La red resultante de complots y contraplots que conducen a la toma del poder por parte del ejército ha sido bien documentada y analizada; terminó con Diem y Nhu asesinados y destrozados en la parte trasera de un vehículo blindado.

Algunos eruditos han especulado que si Diem se hubiera quedado en su lugar, la Guerra de Vietnam podría nunca haber sucedido; o tal vez la familia hubiera sido asesinada de todos modos por su creciente grupo de enemigos. En cualquier caso, el 31 de octubre de 1963, el único miembro del régimen que quedó en pie fue el más ruidoso y audaz, se refugió en un océano en el hotel Beverly Wilshire, donde había recibido noticias de pánico sobre los horribles eventos que se desarrollaban en casa. Al principio, Madame Nhu se negó a creer que su esposo y su cuñado estaban muertos; ella criticó a los Judas en Washington DC por su complicidad y declaró: “Quien tenga a los estadounidenses como aliados no necesita enemigos”. Sin embargo, a pesar de todas sus posturas, Madame Nhu debe haber sabido que estaba en serios problemas y que sus días de gloria como la Dama Dragón de Saigón estaban llegando a un final desesperado.

El resto de la historia de Madame Nhu se acaba no con un estallido sino con un gemido. Profundamente endeudada, se escapó de la ciudad con la mitad de su factura de hotel sin pagar para esconderse en París. Pero cuando el nuevo gobierno de Vietnam del Sur pidió a los franceses que la extraditaran de regreso a Saigón para enfrentar la justicia, ella voló a Roma, donde sus cuatro hijos residían.

La tragedia pronto siguió; su hija mayor murió en un accidente automovilístico en 1967, mientras que sus padres se encontraron con un final sombrío en 1986: sofocados en su dúplex DC por su hijo, que había quedado atrapado en Vietnam después del golpe y que salió de años de prisión con un cuerpo maltrecho y una mente profundamente dañada. Mientras tanto, la siempre locuaz Madame Nhu obstinadamente guardó silencio, se encerró en una villa en ruinas a las afueras de Roma y se negó a hablar con los periodistas después del asesinato de sus padres. Por lo que todos sabían, ella todavía estaba merodeando por Italia, pero nadie la había visto en años.

La autora Monique Demery afirma que había estado fascinada con Madame Nhu cuando era niña, y quería comenzar a contar el lado de la historia de Madame Nhu, para convertir la temible villana en un personaje “comprensivo” y darle la oportunidad de decir su “versión de la verdad”. De una corazonada y una vieja dirección desenterrada en una biblioteca presidencial (y tal vez por un consejo de una historia de 2003 del Times, que señalaba que se pensaba que Madame Nhu vivía en París), Demery rastreó el edificio de apartamentos de la ex primera dama. y le dejó una carta. Meses después, el teléfono de Demery finalmente sonó y una voz grave en el otro extremo de la línea se declaró Madame Nhu. Le preocupaba que Demery fuera un informante de la CIA o, peor aún, un reportero del Times; ella la halagó al insinuar que Demery era “un ángel” que vino a ayudarla a “terminar las memorias y luego todo será revelado”.

Demery  aceptó dejar que Madame Nhu controle todos los términos de su contacto. Intenta ablandar a la anciana confesando que está embarazada, contándole a Madame Nhu sobre el bebé antes de contarle a la mayoría de sus amigos. (Al igual que ella, piensa, Madame Nhu era “obviamente una madre cariñosa”). Al fin, Madame Nhu le dice a Demery que vuele a París para una reunión cara a cara.

Demery imagina que Madame Nhu es como Scarlett O’Hara, hermosa, de carácter fuerte, incomprendida, y cuando la ex primera dama le envía sus páginas de “memorias” vacilantes escritas en medio código con referencias bíblicas y notas al pie indescifrables, Demery se siente “como una personaje de una fábula vietnamita que encuentra un tesoro encantado “. Ella quiere simpatizar con Madame Nhu, las lamentables historias de la primera dama sobre ser una esposa abandonada que solo quería una vida tranquila en el campo “tirando de las cuerdas de mi corazón”, admite Demery, para “entenderla” y salvarla. Cuando Demery se atreve a hacer una pregunta fuera del guión, Madame Nhu la castiga desapareciendo en un silencio pedregoso hasta que Demery esté lista para disculparse por su arrebato.

Si bien La Dama Dragón salvó en sus comienzos al gobierno de Vietnam del Sur del colapso, ;as personas famosas tuvieron que inclinarse cuando la conocieron, la propia caravana del presidente Kennedy tuvo que detenerse para dejarla pasar, es dificl distanciar la realidad de las fanyasias de la ex primera dama. En su concepto, el pueblo la estimaba. La realidad es que solo le temía. 

En sus últimos años, vivía con su hijo mayor, Ngô Đình Trác, y su hija menor, Ngô Đình Lệ Quyên, en Roma, y según los informes, estaba trabajando en un libro de memorias que se publicaría póstumamente.

A principios de abril de 2011, la llevaron a un hospital en Roma, donde murió tres semanas después.

 


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Junio 17, 2020


 

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Junio 16, 2020


 

Trump firmó una orden presidencial sobre reforma policíal

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El presidente Donald Trump da sus primeros pasos concretos el martes para abordar la creciente protesta nacional por la brutalidad policial cuando firma una orden ejecutiva que crea una base de datos federal de oficiales de policía con un historial de uso excesivo de la fuerza.

Trump dijo que estaba tomando medidas ejecutivas para alentar a la policía a adoptar los estándares profesionales “más altos y más fuertes”, incluso mientras criticaba los esfuerzos para no financiar o desmantelar a los departamentos y dijo que a la policía se le debía respeto por su trabajo.

Hablando en el Rose Garden, Trump dijo que estaba firmando una acción ejecutiva “para ofrecer un futuro de seguridad para los estadounidenses de todas las razas, religiones, colores y credos”.

Y dijo que buscaba encontrar un terreno común y luchar por una causa que goza de un amplio apoyo.

Pero al mismo tiempo, Trump dijo que los estadounidenses “exigen ley y orden” y elogió los esfuerzos de las fuerzas del orden público para sofocar la violencia durante las protestas contra la brutalidad policial a principios de este mes.

“Sin policía, hay caos”, dijo Trump.

Si bien Trump dijo que se reunió con las familias de personas que perdieron a sus seres queridos debido a la violencia policial anteriormente, no lo acompañaron en el Jardín de las Rosas. En cambio, su audiencia estaba compuesta por representantes de la policía y sindicatos de policía.

El presidente dijo que se reunió con las familias de Ahmaud Arbery, Botham Jean, Antwon Rose, Jemel Roberson, Atatiana Jefferson, Michael Dean, Darius Tarver, Cameron Lamb y Everett Palmer, quienes supuestamente o ciertamente sufrieron brutalidad policial.

“Estas son personas increíbles … y es muy triste. Muchas de estas familias perdieron a sus seres queridos en interacciones mortales con la policía. Para todas las familias que sufren, quiero que sepan, todos los estadounidenses lloran a su lado. Sus seres queridos no habrá muerto en vano “, agregó el presidente.

La orden, que también establece incentivos financieros para que los departamentos de policía establezcan programas de acreditación y sigan las “mejores prácticas” estándar, es un modesto intento de Trump de confrontar un juicio nacional sobre las desigualdades raciales y la aplicación de la ley.

Después de adoptar una postura de “ley y orden” de línea dura en medio de un torrente nacional de ira después de la muerte de George Floyd, un hombre negro desarmado que murió después de que un oficial de policía blanco se arrodilló en su cuello en Minneapolis, los asesores alentaron a Trump a abordar los problemas. de fuerza policial excesiva.

Al mismo tiempo, ha sido cauteloso al alienar a los agentes de policía y los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, quienes, según él, se encuentran entre sus partidarios más firmes.

Los intereses en competencia condujeron finalmente a la orden ejecutiva del martes, que es el resultado de un esfuerzo liderado por Ja’Ron Smith, asistente adjunto del presidente, y el yerno y asesor principal de Trump, Jared Kushner. Smith y Kushner buscaron propuestas de reforma policial de los defensores de la reforma de la justicia penal y los grupos policiales a raíz del asesinato de Floyd.

El propio Trump no estuvo muy involucrado en la redacción de la orden, dijeron personas familiarizadas con el asunto. Él y algunos de sus principales asesores no han reconocido el papel del racismo sistémico en los departamentos de policía.

Una fuente informada sobre el texto de la orden ejecutiva dijo que está relativamente silenciado cuando se trata de reformas policiales radicales que han sido discutidas recientemente por miembros de ambos partidos. No restringirá los fondos a los departamentos de policía que no cumplan con los estándares federales, y Trump ha denunciado en repetidas ocasiones el grito de protesta de la “policía de desembolso”.

También se espera que la orden ejecutiva dirija al secretario de Salud y Servicios Humanos a alentar a los departamentos de policía a incorporar a los profesionales de la salud mental en su respuesta a las llamadas relacionadas con la salud mental, la falta de vivienda y la adicción, así como a encontrar recursos para ayudar a los departamentos de policía a contratar la salud mental. co-respondedores

También se espera que la medida incluya lenguaje que reconozca que algunos funcionarios encargados de hacer cumplir la ley han abusado de su autoridad e instarán al Congreso a aprobar legislación sobre la reforma policial.

Los demócratas y los republicanos en Capitol Hill están trabajando para avanzar dos proyectos de ley en competencia, y la legislación demócrata va más allá en varios aspectos al prohibir los estrangulamientos y las órdenes de detención. Funcionarios de la Casa Blanca han estado coordinando con el senador de Carolina del Sur Tim Scott, el único senador republicano negro, que encabeza el esfuerzo legislativo del Partido Republicano.

Si bien Trump señaló la semana pasada que puede apoyar la prohibición de estrangulamientos, no se espera que la orden ejecutiva dirija una prohibición total.

 


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Junio 16, 2020


 

MOPOL 1973, POLICÍA Vs. EJÉRCITO, AL FILO DE UNA MASACRE – PARTE UNO

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AGUSTÍN LANUSSE EL GENERAL QUE DECLARÓ CONTRA

SUS PARES EN EL JUICIO A LAS JUNTAS MILITARES

 Por CLAUDIO KUSSMAN

En el comienzo de la década de los años 70, Argentina contaba con unos 24.000.000 de habitantes, registraba una deuda externa de aproximadamente 160.000 millones de dólares, un índice de desocupación del 6 % y una pobreza del 8 % (cifras aproximadas) envidiables desde esta dolorosa actualidad donde superamos el 40 % de pobres, en crecimiento, en una población de más de 40 millones.  De cualquier forma, como siempre, eran tiempos turbulentos con atentados terroristas y agitaciones sociales por doquier.  Previo suplantar al presidente de facto  General MARCELO LEVINGSTON, desde el 26 de marzo de 1971 y hasta el 25 de mayo de 1973, ocupaba el gobierno  el Teniente General ALEJANDRO AGUSTÍN LANUSSE. Este, reabrió los comités de los partidos políticos y llamó a elecciones, lo que permitió que asumiera el poder ejecutivo, HÉCTOR CÁMPORA y de inmediato se produjera el regreso del derrocado general JUAN DOMINGO PERÓN, tras 18 años en el exilio. LANUSSE luego de su retiro, durante años mantuvo un perfil bajo hasta que el DÍA 13 DE MAYO DE 1985 EN EL JUICIO A LAS JUNTAS MILITARES, PRESTÓ DECLARACIÓN CONTRA SUS PARES CASTRENSES, DEL RÉGIMEN QUE HABÍA GOBERNADO DESDE EL 24 DE MARZO DE 1976 HASTA EL 10 DE DICIEMBRE DE 1983. Entre muchos otros conflictos, en su gobierno el día miércoles  21 de marzo de 1973 se produjo un hecho de suma gravedad, entre la Policía de la Provincia de Buenos Aires y el Ejército, cuya repercusiones y trascendencia,  han sido casi borradas por el paso del tiempo y algo de censura de esa época. Todo había comenzado con un paro de actividades, días antes a raíz de un reclamo salarial y de equipamiento, de los hombres y mujeres de azul, denominado MOPOL (Movimiento Policial). Luego varios miles de efectivos, tomaron la Jefatura de Policía, con el Jefe  (Coronel (R) ANIBAL NAVA) y el Subjefe (Teniente Coronel QUIROGA), adentro.  Más tarde se produciría un enfrentamiento con el Ejército Argentino, que había movilizado MEDIO CENTENAR DE TANQUES DE GUERRA, UNA DECENA DE CARRIERS Y TROPAS DE INFANTERÍA. En él no faltaron los disparos, la sangre, ni la muerte y pudo haber llegado a ser una verdadera masacre que, por acción de alguna fuerza superior, el destino, el azar o la cuota de cordura que a pesar de todo existió en el evento, no llegó a producirse. Similares tomas de dependencias policiales con cese de actividades a excepción de la atención a las urgencias de seguridad, se produjeron en toda la provincia.  Debemos destacar que en esa lejana época lógicamente las instituciones y el mismo país eran diferentes al de hoy. Así anterior al MOPOL, habían existido otros importantes conflictos policiales en todo el país, si bien  de menor magnitud, no solo por reclamos de mejoras salariales, también cuando se producían detenciones del personal policial que fueran consideradas arbitrarias. Los mismos luego de un periodo de no escucharse a los reclamantes,  estallaban sin importar que el gobierno fuera ejercido por civiles o militares.  Si bien mencionaremos 15 de ellos (anteriores a MOPOL), llama la atención el ocurrido el día 1 de julio de 1961 cuando miembros de la POLICÍA FEDERAL, que formaban parte del cortejo de acompañamiento a tres de sus efectivos asesinados por la delincuencia, al pasar frente al Congreso de la Nación profirieron insultos a los legisladores y simultáneamente efectuaron numerosos disparan contra el  edificio, sin que se produjeran víctimas fatales.

En orden cronológico los conflictos policiales se produjeron en la: 

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POLICÍA DE CÓRDOBA – El 29 de agosto de 1958, siendo presidente ARTURO FRONDIZI, la policía realizó un paro de “brazos caídos” para reclamar mejoras salariales y estabilidad. Luego de siete horas se levantó la medida ante la promesa del gobernador ZANICHELLI de proyectar en sesenta días, el estatuto del empleado policial y de no tomar represalias con el personal. Ocho días después el comité de huelga que dirigió al personal resolvió reanudar los paros. Al enterarse que la superioridad inició un sumario para deslindar responsabilidades ante los hechos del 29 de agosto, durante los cuales fueron detenidos el subjefe de la repartición, señor BECHIS y otros funcionarios, por la guardia de infantería, que se atrincheró y que solo declinó su actitud ante la intervención del ejército, que obligó a los huelguistas a entregar sus armas.

POLICÍA DE SALTA – El 6 de septiembre de 1958, también siendo presidente ARTURO FRONDIZI, la sede de la central policial de esa provincia fue ocupada por personal superior que exigió la renuncia del Jefe Mayor EDUARDO J.J. CALCINA “porque trataba con mucho rigor a los subordinados”. El conflicto cesó cuando el aludido renunció y fue designado otro funcionario.

POLICÍA DE SAN JUAN – El 1 de julio de l960, bajo la misma presidencia de ARTURO FRONDIZI, los efectivos policiales se negaron a seguir ensayando para el desfile del 9 de julio y a intervenir en el mismo si no se les aumentaban los sueldos. Dos de los amotinados fueron detenidos, pero se los puso en libertad a pedido de sus compañeros que resolvieron levantar las medidas de fuerza ante la promesa de que se estudiarían sus demandas.

POLICÍA DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES – El 10 de Agosto de 1960, siendo ARTURO FRONDIZI, presidente, una comisión integrada por delegados anunció medidas de fuerza, ante la negativa oficial de concederles aumentos de sueldos. Concedidos los mismos se superó el posible conflicto.

POLICÍA DE CÓRDOBA – El 18 de julio de 1961, con ARTURO FRONDIZI, como presidente, nuevamente esta policía se declara en huelga. El ejército se vio obligado a ocupar la sede central de la policía para desarmar a los huelguistas. Cinco días después las comisarias habían sido prácticamente abandonadas y recién el 25 de julio se pudo solucionar el conflicto luego de una entrevista del ministro de gobierno con los jefes de la huelga. Se les concedió un aumento de 1.500 pesos y se garantizó que no se tomarían represalias.

POLICÍA FEDERAL – El 1 de julio de 1961, siendo presidente ARTURO FRONDIZI, en momentos que pasaba frente al Congreso Nacional un cortejo fúnebre que acompañaba los restos de tres miembros de la policía asesinados por delincuentes, un grupo de uniformados profirió gritos hostiles contra los legisladores integrantes de una comisión investigadora de las torturas y contra el Dr. ALFREDO PALACIOS, que descubrió picanas eléctricas y otros elementos de tormento en una dependencia de San Martín. Casi simultáneamente se inició un intenso tiroteo contra el edificio legislativo, sin que se registraran víctimas.

POLICÍA DE CÓRDOBA – El  26 de septiembre de 1961, siempre bajo la presidencia del Dr. ARTURO FRONDIZI, nuevamente miembros de esta policía abandonaron sus servicios en reclamo de aumentos de sueldos incumplidos. Concedidos se superó el conflicto.

POLICÍA DE TUCUMÁN – El 1 de abril de 1969, siendo presidente el General JUAN CARLOS ONGANÍA, el personal se declara en estado de insubordinación negándose a intervenir en hechos callejeros en reclamo de aumentos salariales. Concedidos, todo volvió a la normalidad.

POLICÍA DE SAN JUAN – El 6 de noviembre de 1969, bajo la presidencia del general JUAN CARLOS ONGANIA, el personal se declara en huelga en reclamo de aumentos salariales. Dos días después esta cesó cuando el gobierno hizo llegar el sueldo básico a la suma de 25.000 pesos. Días después, el 22 de noviembre se realiza otro paro de 48 horas para reclamar contra la prisión de funcionarios policiales acusados de torturas. 

POLICIA DE SANTA FÉ – El 30 de junio de 1970, siendo presidente el general ROBERTO MARCELO LEVINGSTON, 3.000 policías y 700 mujeres de su parentesco ocuparon la sede de la Jefatura de Policía. Reclamaban aumentos de sueldos y otras mejoras. Las calles de la ciudad de Rosario quedaron sin vigilancia, pero no se registraron casos de robos ni atentados y el tránsito funcionó sin mayores inconvenientes. Los amotinados desistieron luego de tomar cartas en el asunto fuerzas del II Cuerpo de Ejército a cargo del General FONSECA. El acto de resistencia policial duró desde las 2 de la madrugada hasta caer la noche, oportunidad en que la sede policial fue ocupada por los soldados que redujeron al personal policial.

POLICÍA DE CATAMARCA – El 17 de octubre de 1970, también siendo presidente de la nación el General ROBERTO MARCELO LEVINGSTON, esta institución se amotina y se acuartela en la cárcel penitenciaria, reclamando aumento de sus sueldos. Se producen   manifestaciones de apoyo en las que participan gremios municipales y estatales. Estando en la emergencia, Gendarmería y Policía Federal custodiando la Casa de Gobierno, desde una ventana del edificio, ametrallan al público que se expresaba, muriendo MARIA DOLORES PACHECO, una joven de 19 años de edad y resultando heridas 5 personas más. 

POLICÍA DE MENDOZA – El 28 de febrero de 1972, siendo presidente el General AGUSTÍN LANUSSE, en la capital de la provincia se sublevan los efectivos policiales reclamando un aumento salarial. La gobernación les concede un ajuste del 18 % y todo vuelve a la normalidad.

POLICÍA DE CÓRDOBA – El 20 de julio de 1972, también bajo la presidencia del General AGUSTÍN LANUSSE, la policía inicia un movimiento de fuerza reclamando la libertad de 2 efectivos acusados de haber matado a 2 menores de edad. Un denominado “escuadrón de la Muerte” amenaza al juez que entiende en la causa.

POLICÍA DE CATAMARCA – El 21 de septiembre de 1972, también con el General AGUSTÍN LANUSSE como presidente, hace abandono de sus tareas reclamando la libertad de 2 de sus efectivos acusados de torturas.

POLICÍA DE SAN JUAN –  El 2 de marzo de 1973, también bajo la presidencia del General AGUSTÍN LANUSSE, todo el personal policial se declaró en huelga reclamando sueldos mínimos de 120.000 y reivindicaciones varias. Horas después, la medida de fuerza fue levantada cuando se le concediera lo requerido.

 

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Continuará…

 

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Claudio Kussman

Comisario Mayor (R) 

Policía Pcia. Buenos Aires

Junio  16, 2020

claudio@PrisioneroEnArgentina.com

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“Los crímenes pequeños son objeto de persecuciones por parte de perros y policías. Los grandes son objeto de reverencia por parte de los historiadores “

Karlheinz Deschner  (1924 – 2014)

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CHATS DEL PRESENTE, RECORDANDO EL MOPOL EN PRIMERA PERSONA

(PARTE UNO)

 

5/6/2020: E.P.—

Hola S—

                       La historia de la toma te la puedo contar con lujos de detalles ya que fui uno de los partícipes, junto al flaco T—– el CB— y un montón más, en aquel entonces con el flaco estábamos en C— y el C— en I—.

                        Recuerdo que este movimiento se genera por un reclamo salarial, estábamos cobrando miseria, ese día ya había quilombo en el Gran Bs.As. estaban todos auto acuartelados y se venían para La Plata, cuando nos enteramos de esto salimos de y por calle X— nos dirigimos a Jefatura, al pasar por X— se incorporan más efectivos, al llegar a Jefatura le pedimos al Oficial de Servicio, un oficial de Bomberos de apellido P—, que nos entregue la Guardia medio se resistió, pero al final la entregó. Junto a nosotros y de C— estaba el Oficial Sub-Inspector G—, grande de edad que había sido administrativo, este señor, ya fallecido, se manda al despacho y saca de él al Jefe de Policía, no me acuerdo el apellido, ni me acuerdo quien era, ni que era, sé que salió cagando, el Oficial R— de X—, toma la armería donde se encontraba su Jefe, el Comisario RG—, quien se retira sin inconvenientes, para todo esto el personal que trabajaba en Jefatura se pliega a nuestro movimiento, fueron de fierro. Bueno, pasan las horas y nos enteramos que a la gente del gran Bs.As. le habían cortado los accesos a La Plata y los militares nos pedían que nos entregáramos, se llenó de militares hasta trajeron los tanques de Magdalena, nos cagaron a tiros y respondimos, recién nos pudieron vencer cuando se mandaron con un tanque por la escalinata de Jefatura e ingresaron. Bueno más o menos la historia fue así, doy fe, es más largo y penoso, pensar que por pedir un mango de aumento tuvimos que llegar a esto, fue un día trágico del que no me voy a olvidar nunca y al final conseguimos aumento, ¿que ironía no?.

                          Bueno es todo por ahora. Te mando un fuerte abrazo.

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5/6/2020: C—, LEI TU MAIL, LOS TANQUE ERAN DEL REGIMIENTO 8  DE MAGDALENA, CORRECTO.- EN ESE MOMENTO YO ESTABA EN LA CRIA.GRAL.RODRIGUEZ UNA ESTACION DESPUES DE MORENO, EL DIA VIERNES COMO VOS BIEN DECIS SALIMOS PARA LA PLATA PERO AL LLEGAR A MONTE GRANDE NOS PARO EL EJERCITO Y HASTA AHI LLEGAMOS, NO PASAMOS.-

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SE RECUERDA QUE PRISIONEROENARGENTINA.COM, SIN CENSURA ALGUNA Y SIN LÍMETE DE ESPACIO, ESTÁ ABIERTO A TODO AQUÉL QUE QUIERA EXPRESAR SU PARECER Y SENTIR SOBRE ESTE TEMA O CUALQUIER OTRO QUE RESULTE DE SU INTERÉS.  

 

Fuente: Medios propios . Revista ‘Así’

 


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Junio .2020


 

 

Las Cien Cruces de Brasil

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Voluntarios críticos con la respuesta de Brasil a la pandemia de coronavirus cavaron 100 tumbas con cruces negras en la playa de Copacabana de Río como un recordatorio de las más de 40,000 personas que han muerto a causa del virus en el país hasta ahora.

El evento fue realizado por una organización llamada Río de Paz. Sus miembros dijeron que las tumbas estaban destinadas a protestar por una “sucesión de errores cometidos por el Gobierno Federal al conducir esta crisis humanitaria”. Brasil se ha convertido en un importante epicentro de COVID-19, con el número de infecciones allí solo superado por los Estados Unidos.

de Moraes
Bolsonaro

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, ha sido criticado por minimizar la gravedad de la pandemia y cuestionar la validez de los números de casos reportados, sugiriendo que están inflados para dañar la reputación de su gobierno.

Los ciudadanos se indignaron después de que Bolsonaro fue visto pidiendo a sus partidarios que ingresen a los hospitales públicos y filmen lo que ven en un esfuerzo por demostrar que hay menos pacientes hospitalizados por COVID-19 de lo que se informó.

Las autoridades médicas dicen que caminar a los hospitales sin permiso está prohibido y corre el riesgo de propagar el virus y violar la privacidad del paciente.

 

A principios de este mes, el presidente brasileño también se enfrentó a críticas cuando el Ministerio de Salud de repente dejó de publicar un total acumulado de nuevas infecciones por COVID-19 en su sitio web, en lugar de compartir solo la cantidad de nuevos casos confirmados cada día.

Más tarde, un juez de la Corte Suprema de Brasil dictaminó que el ministerio debe comenzar a proporcionar los datos nuevamente. El juez Alexandre de Moraes dijo en su fallo que ocultar dicha información podría obstaculizar los esfuerzos para comprender la propagación del virus y tener “consecuencias desastrosas” para la respuesta pandémica del país.

 


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Junio 16, 2020


 

Amado Boudou confirma que el gobierno está en algo sucio con Vicentin

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El ex residente de la Penitenciaría Federal de Ezeiza y ex vicepresidente de todos y todas, Amado Boudou. defendió la iniciativa del Gobierno de intervenir a la empresa Vicentin, apuntó a la gestión de Cambiemos y aseguró que los dueños de la compañía le expropiaron millones a todos los argentinos.

El Kirchnerista y ex de la Unión del Centro Democrático expresó que la situación de la cerealera era “insostenible” con una deuda contraída con el Banco Nación de entre $ 14.000 y $ 15.000 millones.

“Se habla de expropiación. ¿Quién expropió a quién? Si esto en vez de ser el Banco Nación, hubiera sido el HSBC, ¿alguien se asombraría de que los accionistas tomaran alguna situación sobre Vicentin?” dijo el ex de ANSES.                       www.PrisioneroEnArgentina.com

“Para mi Vicentin expropió esos millones, que tendrán que explicar Macri y González Fraga como se lo dieron”, argumentó el ex secretario de Hacienda del partido de La Costa.

Amado Boudou se encuentra en prisión domiciliaria tras haber sido condenado a cinco años y diez meses de prisión por el Tribunal Oral Federal 4, por los delitos de cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública en el proceso de compra fraudulenta de Ciccone Calcográfica. Además, fue inhabilitado de forma perpetua para volver a ocupar cargos públicos.

El ex funcionario K apuntó con su dedo inmaculado al Macrismo: “Estos $ 15.000 millones fue plata que no fue a las pymes, a las hipotecas para comprar viviendas, plata que salía de intereses que el macrismo le cobraba a los préstamos, de los préstamos UVA”, detalló. 

El ex propietario de una discoteca en pleno Banco Nación defendió la iniciativa del Gobierno de intervenir a la empresa cerealera y apuntó contra la gestión de Cambiemos. Si lo dice Boudou, hasta pareciera que el gobierno del ingeniero boquense no hubiera sido tan malo…

 


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Junio 16, 2020