Cuando Trump fue Karadagián

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Donald J. Trump, el controversial presidente de Estados Unidos de América, ha tenido y tiene una personalidad miltifacética. Desde aquel hombre de negocios progresando en el negocio de los bienes raíces, dueño de casinos y campos de golf, franquicias que iban desde corbatas, perfumes, carne congelada, universidades de negocios, fundaciones hasta autor de libros, actor y conductor de televisión y actor de películas… hasta una breve relación con la lucha libre, como este video clip del año 2011, (Junto a otras apariciones en el mundo del espectáculo) cuando aún no peleaba por el sillón de la oficina oval en la Casa Blanca.

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PrisioneroEnArgentina.com

Junio 26, 2020


 

Solicitudes de asilo en la Unión Europea: Sirios y venezolanos pican en punta

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Los pedidos de asilo en países de la Unión Europea aumentaron en 2019 11% respecto al año anterior, hasta las 738.425 peticiones, un tercio del total a nivel global, según el informe anual de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO). La mayoría de los solicitantes eran ciudadanos sirios (80.205 solicitantes, 8,2% del total) y venezolanos (45.645 solicitantes,  6,2%). El documento señala que 2019 ha sido el primer año desde 2015 en el que se registra un aumento del número de peticiones de asilo en el conjunto de países de la Unión Europea, en parte provocado por el claro incremento de solicitudes de ciudadanos venezolanos, con 103% más de peticiones, y Colombia, con aumento de 214% respecto al año anterior.

En algunos países europeos, como es el caso de Chipre, Francia, Grecia, Malta y España, las solicitudes de asilo han superado en número a las registradas durante la crisis migratoria de 2015 y 2016.

En respuesta a esta situación, los países que han recibido mayor número de solicitudes de asilo han aumentado los esfuerzos para afrontar el flujo de migrantes y acelerar la tramitación de peticiones atrasadas.

En concreto, según el informe de EASO, los países más afectados por el aumento del flujo migratorio han reforzado sus políticas relacionadas con la protección de menores no acompañados, la aceleración del registro de solicitudes y la repatriación rápida de los migrantes cuya solicitud ha sido rechazada, además de aumentar la capacidad de los centros de recepción migrantes.

En 2019, la mayoría de las solicitudes de asilo se presentaron en Alemania (165.615 peticiones, un 22 por ciento del total), Francia (128.940 solicitudes, un 17 por ciento) y España (117.795 solicitudes, un 16 por ciento). Los países que recibieron menos solicitudes han sido Estonia (105) y Letonia (195). El informe de EASO incluye los datos de los 27 países de la Unión Europea a fecha de 2019, incluido Reino Unido, que abandonó el club comunitario oficialmente en enero de 2020, e incorpora además los datos de Islandia, Lichtenstein, Noruega y Suiza.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 26, 2020


 

Estados Unidos impone sanciones con respecto a la industria metalúrgica de Irán

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 Por Michael R. Pompeo, Secretario de Estado de los Estados Unidos de América

El régimen iraní utiliza los ingresos que recibe de la exportación de metales para proporcionar fondos al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, una Organización Terrorista Extranjera designada y otras actividades malignas en el Medio Oriente y más allá. Hoy, como parte de nuestra campaña de máxima presión, Estados Unidos designó ocho entidades conectadas con la industria metalúrgica de Irán y designó una entidad que transfirió un material a Irán que es crítico para las plantas de metal de Teherán.

Específicamente, los Estados Unidos designaron a Tara Steel Trading GMBH, Metil Steel, Pacific Steel FZE, Better Future General Trading Co. LLC, Tuka Metal Trading DMCC, South Aluminum Company, Sirjan Jahan Steel Company e Iran Central Iron Ore Company de conformidad con la sección 1 (a) de la Orden Ejecutiva (EO) 13871, y los agregó a la Lista de Nacionales y Personas Bloqueadas Especialmente Designadas (Lista SDN).

Trump
Rouhani

Estas entidades fueron designadas por su afiliación a la entidad iraní Mobarakeh Steel Company, cuya propiedad e intereses en la propiedad están actualmente bloqueados de conformidad con E.O. 13871, y / o para operar en los sectores de hierro, acero y aluminio de Irán.

Estados Unidos también designó Global Industrial and Engineering Supply Ltd. de conformidad con la sección 1245 de la Ley de Libertad y Contra Proliferación de Irán. En 2019, Global Industrial and Engineering Supply Ltd., una entidad con sede en China continental y Hong Kong, transfirió a sabiendas 300 toneladas métricas de grafito a la República Islámica de Irán Shipping Lines (IRISL), una entidad iraní en la lista SDN, como parte del envío de este grafito a Irán. El grafito es un material crítico para la industria metalúrgica de Irán. Hoy, reiteramos que cualquier persona que haga negocios con IRISL o realice transferencias prohibidas de grafito a Irán corre el riesgo de recibir sanciones.

Las acciones importantes de hoy bloquean la propiedad y los intereses en la propiedad de estas entidades sancionadas y les niegan el acceso al sistema financiero de EE. UU. Continuaremos ejerciendo la máxima presión sobre Irán hasta que el régimen decida comenzar a comportarse como un país normal.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 26, 2020


 

MI ODISEA EN UN SIBERIANO PAÍS TERRORISTA LLAMADO ARGENTINA

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 Por RENE LANGLOIS

EL CORONAVIRUS Y EL CONTRÓL POBLACIONAL

El día miércoles pasado como hago semanalmente partí a las 9 AM desde mi casa en Capital Federal con destino  al Hospital Dr. DIEGO THOMPSON en la localidad de  San Martin, provincia de Buenos Aires, a los fines de asistir al servicio de kinesiología. Perdón debí aclarar que me llamo RENÉ LANGLOIS y soy uno de los tantos adultos mayores, todavía vivo, imputado por los mal llamados delitos de lesa humanidad con arresto domiciliario. Por ello como corresponde me acompañaba uno de mis garantes, que también oficia de acompañante terapéutico dada las múltiples discopatías lumbares, cervicales y artrosis generalizada que padezco. Todo fue normal  hasta que iniciamos el regreso y el micro en el que viajábamos, con motivo de diferentes controles policiales dispuestos por el gobierno de ALBERTO FERNÁNDEZ se fue desviando de su recorrido. Así terminamos en la intersección de la General Paz y la Avenida San Martín, todavía del lado de provincia. Allí nos detuvo una horda desorganizada de policías de la Provincia de Buenos Aires, de uniforme celeste a los que comúnmente se les dice “Pitufos”. Entonces entramos a un mundo surrealista digno de la revolución rusa de 1917 protagonizada por VLADIMIR ILICH ULIANOV, más conocido como LENIN (El  Carnicero). Recordé que en la misma se implementaron, todos los medios y métodos, para controlar, perseguir, encarcelar y ejecutar a sus adversarios políticos y expropiar sus bienes con un saldo de 100 millones de muertos en el término de siete años. Por supuesto con los años  fueron surgiendo otros métodos mejorados    de control poblacional a través de la temible Gestapo Alemana, o la misma KGB rusa. Mi imaginación me traía a colación escenas vistas en películas como DR ZHIVAGO, LOS GIRASOLES DE RUSIA, LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER y otras. De malas maneras nos hicieron bajar del micro e interrogándonos uno por uno, nos cuestionaban los permisos que teníamos. Me revisaron un bolso donde llevaba un pantalón de baño y elementos de higiene  que utilizo en los ejercicios que debo realizar en las secciones de kinesiología. Alcancé a tomar algunas fotos de lo que acontecía y una “Pitufa” que no tenía ninguna jerarquía,  imperativamente y sin un mínimo de educación me las hizo borrar. Cuando finalmente volvimos al micro y nos alejábamos pude solo tomar imágenes del atasco que existía en el tránsito como consecuencia de este control motivado por la pandemia del coronavirus. Noté en los pasajeros asombro y hasta miedo, principalmente en algunos ancianos que habían sufrido el maltrato y no entendían que sucedía. Entonces sin poder contenerme, recordando que estas situaciones y estos atropellos y vejámenes  los vivo como imputado desde hace 10 años, a quienes estaban sentados  más próximos a mí les dije: “ESTO ES EL COMUNISMO, APRENDAN, ESTO ES LO QUE VIVIRAN EN LOS PRÓXIMOS AÑOS”. Me miraron y…se quedaron pensando.

 

RENE JUAN LANGLOIS

Prisionero Político de Argentina,  un país terrorista

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 26, 2020


 

Uruguay frente a la pandemia

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El actual presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou se refirió acerca de cómo el gobierno uruguayo deicidió afrontar esta situación imprevisible al inicio de su gestión, que valores rigen su accionar y cómo ve el panorama internacional.

 

 

Fuente: Alexandra Maero Políticas Públicas | Programas Formativos en EdN


PrisioneroEnArgentina.com
Junio 26, 2020

La Verdadera “Tarde de Perros”

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Se encuentra entre los robos de bancos más infames de la historia moderna y sirvió de inspiración para la película clásica Dog Day Afternoon (Tarde de Perros, Sidney Lumet, 1975). Pero en el caso del atraco a un banco en Nueva York en 1972 cometido por John Wojtowicz y sus asociados, la historia real es aún más extraña y fascinante que la ficción.

John Wojtowicz, nacido en la ciudad de Nueva York en 1945, llevaba una vida básicamente “normal” a fines de la década de 1960. Después de graduarse de la escuela secundaria y servir en Vietnam, regresó a casa y comenzó a trabajar para Chase Manhattan Bank, donde entabló una relación con una compañera de trabajo llamada Carmen Bifulco. La pareja se casó en 1967, pero Wojtowicz había estado ocultando un secreto a una novia.

Pacino
Wojtowicz

Mientras estaba en el ejército, tuvo su primer encuentro homosexual durante el entrenamiento básico, cortesía de “un hillbilly llamado Wilbur”, antes de ser enviado a Vietnam. Y cuando regresó a casa, no solo mantuvo su sexualidad en secreto, sino que también se enfrentó a las consecuencias de sus experiencias de guerra (incluido ser uno de los únicos sobrevivientes de un ataque con cohetes en su base).

Como su madre, Terry, dijo más tarde: “Cuando era niño, era bueno. No fue problema. El servicio lo estropeó todo”.

Después de ser dado de baja del servicio militar en 1967 y casarse rápidamente con Carmen Bifulco, John Wojtowicz no pudo vivir detrás de una mentira por mucho tiempo. Se separó de su esposa en 1969 y se unió a la Gay Activist Alliance además de vivir experiencias con una serie de amantes masculinos.

En 1971, conoció a Ernie Aron, quien se identificó como mujer y se llamaba Liz Eden. Ese mismo año, la pareja se “casó” en una ceremonia no oficial (una oficial no era posible en ese momento).

Eden anhelaba una cirugía de reasignación de género, una idea a la que Wojtowicz se opuso originalmente hasta que Eden fue hospitalizado después de un intento de suicidio. Wojtowicz decidió que Eden necesitaba la cirugía para terminar con su depresión. Y decidió financiar la operación él mismo, robando un banco.

Ansioso por obtener el dinero para la cirugía de reasignación de género de Eden (aunque algunos afirman que John Wojtowicz realmente llevó a cabo el robo para pagar un dinero que le había prestado la mafia), Wojtowicz pronto formó un equipo que lo ayudaría a robar un banco.

Reclutó a Bobby Westenberg y Salvatore Naturale (a quienes había conocido anteriormente en un bar gay) para que lo ayudaran con el atraco, pero el trío estaba lejos de ser profesional. Simplemente condujeron por Nueva York el 22 de agosto de 1972 en busca de un banco para robar.

En el primer banco al que entraron, soltaron accidentalmente su escopeta, haciendo que estallara, pero lograron huir. En el segundo, Westenberg se encontró con un amigo de su madre y abortaron el plan.

Cazale
Naturale

Después de ir a ver The Godfather (El Padrino, Francis Ford Coppola, 1972) finalmente se decidieron por un Chase Bank en la sección Gravesend de Brooklyn. Entraron y le dieron al cajero una nota con una cita parafraseada de la película: “esta es una oferta que no puede rechazar”.

Y así comenzó uno de los circos mediáticos más grandes en la historia de la ciudad de Nueva York.

Al final resultó que, la bóveda de la sucursal estaba medio vacía, pero John Wojtowicz y sus cómplices lograron incautar $ 38,000 en efectivo y $ 175,000 en cheques de viajero antes de que uno de los empleados pudiera hacer sonar la alarma y la policía llegó a la escena.

Los ladrones luego tomaron a las ocho personas dentro del banco como rehenes y se escondieron para lo que sería una negociación de 14 horas con las autoridades.

Además de los agentes del FBI, policías, periodistas y francotiradores apostados en los tejados, alrededor de 3.000 espectadores ruidosos (incluida la propia madre de Wojtowicz) se reunieron en el calor del verano para ver cómo se desarrollaba el episodio. “Fue una multitud en Brooklyn esa noche”, recordó un periodista que había estado en la escena. “Fue un espectáculo con todos los condimentos”.

Ayudando a que fuera un show completo, John Wojtowicz saltó con entusiasmo a su papel de líder. Ordenó una pizza para sus rehenes, luego le pagó al repartidor con fajos de billetes tomados del banco, y luego arrojó más dinero robado a la multitud que lo vitoreaba.

 

Incluso los rehenes llegaron a tener cierto cariño por Wojtowicz, el famoso síndrome de Estocolmo, y estaban más cansados que temerosos. Como recordó la cajera Shirley Ball: “Me di cuenta de que era amigable … tenía el propósito de robar el banco … pensó que entraría y saldría con su botín”.

Pero no era un trabajo de entrada y salida, y las tensiones comenzaron a aumentar a medida que avanzaban las horas.

Finalmente, el periodista del New York Daily News, Robert Kappstatter, recibió la entrevista de su vida cuando llamó al banco por capricho y el propio Wojtowicz respondió. Cogido por sorpresa, Kappstatter abrió la conversación con un “entonces, ¿Cómo te va?” a lo que Wojtowicz respondió: “¿Cómo piensas que me va?”

Ernie “Liz” Eden
Chris Sarandon

Pero el tenso enfrentamiento finalmente terminó cuando el FBI acordó conducir a Wojtowicz y Naturale (Westenberg había huido de la escena antes de que llegara la policía) al Aeropuerto Internacional Kennedy donde les esperaría un avión para un vuelo internacional.

Por supuesto, esto fue una artimaña. Los agentes los esperaban en el aeropuerto y tan pronto como llegaron, Naturale fue ultimado a tiros (la única baja del día) y John Wojtowicz fue arrestado.

Wojtowicz fue sentenciado a 20 años de prisión, pero solo terminó cumpliendo cinco años y fue puesto en libertad en 1978. Mientras estaba en prisión, pudo ver  Dog Day Afternoon (tarde de Perros) y a Al Pacino (New York, 1940) interpretándolo, quien por supuesto también protagonizó El Padrino, que Wojtowicz había visto el día del robo.

El alcaide objetó originalmente que su prisionero viera la película hasta que Wojtowicz amenazó con “iniciar el mayor motín de la prisión que jamás haya visto”. Eventualmente se le permitió ver la película en compañía de un solo guardia.

Aunque lo describió como una “experiencia muy conmovedora”, en realidad envió una carta al editor de la sección cultura de The New York Times protestando que la película no mostraba toda la verdad, y lo poco que mostraba estaba constantemente distorsionado.

Su mayor problema fue que la película “insinuó dramáticamente que hice algún tipo de trato para traicionar a mi compañero, Sal … Esto no es cierto y no hay ser humano lo suficientemente bajo en este mundo que permita que el F.B.I. mate a su compañero para que sobreviva”.

Wojtowicz también tuvo problemas con el rol de su esposa, afirmando que la película hizo que Carmen “se viera horrible e forzara a que la dejé y me vaya en brazos de un hombre gay por su culpa. Esto es completamente falso, y siento pena por la actriz por tener que desempeñar un papel tan horrible”.

Carmen Bifulco
“Liz” Eden

Pero dejando de lado los problemas de Wojtowicz con la película, fue un éxito tanto para los críticos como para el público, lo que hizo ganar a sus productores un total de más de 25 veces su presupuesto (2 millones de dólares) y recibió seis nominaciones a los Premios de la Academia (ganando una, por su guión).

Wojtowicz fuera liberado de la prisión, regresó con su madre a Nueva York (Eden lo había dejado por otro hombre cuando Wojtowicz fue encarcelado y murió de SIDA en 1987).

John Wojtowicz pasó el resto de sus días en Nueva York, muchas veces durmiendo en la calle. En un momento, incluso solicitó trabajar como guardia en un banco de Chase, alegando “Soy el chico de la tarde de Tarde de Perros, y si estoy vigilando tu banco, nadie robará un centavo”. Se negaron -por supuesto- y pasó algunos de sus últimos años gracias a limosnas antes de morir de cáncer en el año 2006.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 25, 2020


 

El banquete de palabras

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  Por Dorothy Parker


Aquel fue un año de locos, un año en que las cosas que debían haber ocurrido a su debido tiempo salieron de cualquier manera. Fue un año en que la nieve cayó copiosa y duradera en pleno abril, y los periódicos sensacionalistas publicaron fotos de chicas vestidas con pantalones cortos tomando baños de sol en el Parque Central en pleno enero. Fue un año en que, pese a la gran prosperidad reinante en la nación más rica, no podías andar cinco manzanas sin que los mendigos te pidieran limosna; en que no era infrecuente ver mujeres llamativas, de paso vacilante, vestidas con trajes caros, exhibirse en lugares públicos; en que los mostradores de las farmacias rebosaban de pastillas para tranquilizarte y de pastillas para animarte. Fue un año en que muchas esposas, colocadas en los altares, apenas unos pulgadas por debajo de los santos, árbitros de la etiqueta, veneradas anfitrionas, arquitectas de menús memorables, de golpe y porrazo preparaban la bolsa de viaje y el joyero y huían a México en compañía de jóvenes ambiguos dedicados al arte; en que los maridos que habían regresado a casa todas las noches no solo a la misma hora, sino en el mismo minuto de la misma hora, regresaban a casa una noche más, decían unas cuantas palabras y luego salían por la puerta que no volverían a cruzar jamás.

Si Guy Allen hubiese dejado a su mujer en otra época, ella habría conseguido mantener el perdurable interés de sus amistades. Pero en aquel año de locura fueron tantos los pecios matrimoniales varados en la playa de Norman’s Woe que las amigas ya estaban demasiado familiarizadas con las historias de naufragios. Al principio acudieron a su lado y, duchas en esas lides, hicieron lo posible por curarle la herida. Chasqueaban la lengua en señal de pena y sacudían la cabeza para manifestar su asombro; diagnosticaban que el de Guy Allen era un caso de demencia; hacían virulentas generalizaciones sobre los hombres, considerados como tribu; le aseguraban a Maida Allen que ninguna mujer habría sido capaz de hacer más por un hombre ni haber significado más; le estrechaban la mano y le prometían: «Volverá. ¡Ya verás cómo vuelve!»

Pero el tiempo siguió su curso, como la señora Allen, a quien nunca nadie había visto antes aferrarse así a un tema: repetía una y otra vez la historia del agravio que le habían causado, y ella, claro, pobrecita, una santa inocente. Las amigas ya no tenían fuerzas para intercalar en su letanía arrullos de condolencia, debilitadas de tanto escuchar su historia, la suya, y otras como la suya; la cruel verdad es que las sagas de las mujeres abandonadas adolecen de una lamentable falta de variedad. Y así, llegó un día en que, tras depositar con violencia la taza de té en la mesa, una de estas damas se puso en pie de un salto y gritó:

-¡Por el amor del cielo, Maida, habla de otra cosa!

La señora Allen no volvió a ver a esa dama. También comenzó a ver cada vez menos a sus otras amigas, aunque eso fue cosa de las amigas, no de ella. No se enorgullecían de semejante abandono; las inquietaba la idea acechante de que la más despiadada de las pelmas pudiera seguir realmente angustiada.

Trataron -cada una de ellas una sola vez- de invitarla a pequeñas cenas agradables para que se distrajera. La señora Allen acudía llevando consigo su obsesión, y la colocaba, por así decirlo, en medio del mantel cual macabro centro de mesa. Las amigas aportaron varios huéspedes masculinos, ninguno de ellos conocido de la señora Allen. De buen humor por encontrarse ante una mujer nueva y atractiva, realizaban pequeñas incursiones amorosas. Ella respondía haciéndolos partícipes de su tragedia y, mientras daban cuenta de la ensalada y esperaban la mousse de moca, les recitaba su lista de talentos comprobados como esposa, compañera y amante, y les hacía notar, con una cínica carcajada, para qué le habían servido. Cuando los huéspedes se marchaban, la anfitriona aceptaba abatida el ultimátum de su marido en relación con quién no debían volver a invitar jamás.

No obstante, siguieron invitándola a sus cocteles multitudinarios, obligación social por excelencia para beber como esponjas, pensando que la señora Allen, con su voz suave, sería incapaz de hacerse oír en medio del gran bullicio que impera en estas fiestas y, de ese modo, acallados sus problemas, tal vez, por un momento, quedaran olvidados. Cuando la señora Allen llegaba, se acercaba en línea recta a aquellas amistades que la habían conocido con su marido, y les preguntaba si habían visto a Guy. Si le contestaban que sí, les preguntaba cómo estaba. Si le contestaban: «Pues… estupendamente», les ofrecía una sonrisa indulgente y se alejaba. Sus amigas la dejaron por imposible.

A la señora Allen le sentó mal ese comportamiento. Las tachó a todas de criaturas que solo funcionaban cuando las cosas venían bien dadas y dio gracias por haberlas desenmascarado a tiempo; a tiempo de qué, nunca lo dijo. Pero no había nadie que se lo preguntara, porque hablaba consigo misma. Había adoptado esta costumbre mientras se paseaba hasta bien entrada la noche por los cuartos silenciosos de su apartamento, y pronto la llevó consigo a la calle, a su paseo diario. Fue un año en que muchos transitaban las aceras murmurando soliloquios y, a menos que hablaran en voz alta o hicieran gestos, los demás peatones no se volvían a mirarlos.

Pasó un mes, luego dos, luego casi cuatro, y ella seguía sin tener noticias directas de Guy Allen. Uno o dos días después de que él se marchara, la había telefoneado al apartamento y, tras interesarse por la salud de la criada que atendió la llamada (siempre fue el ideal de los sirvientes), le había pedido que le enviasen la correspondencia a su club, donde iba a alojarse. Más tarde, ese mismo día, Guy Allen mandó al mozo del club a que recogiera su ropa, la metiera en una maleta y se la llevara. Estos incidentes ocurrieron en ausencia de la señora Allen; a ella no la mencionó en ningún momento, ni a la criada ni por medio del mozo, y por eso se llevó un disgusto. De todos modos, se dijo, como mínimo sabía dónde estaba su marido. No se le ocurrió ir más allá y pensar que como máximo sabía dónde estaba su marido.

El primer día de cada mes recibía un cheque por la misma cantidad de siempre para sus gastos y los de la casa. El alquiler debía de llegarle directamente al propietario del edificio de apartamentos, porque a ella nunca se lo reclamaron. Los cheques no los mandaba Guy Allen; venían con una nota adjunta de su banquero, un distinguido caballero de cabello cano, cuyas comunicaciones daban la sensación de estar escritas con pluma. Aparte de los cheques, nada indicaba que Guy y Maida Allen fueran marido y mujer.

A la señora Allen el presente se le volvió intolerable y veía el futuro solo como su espantosa prolongación. Se refugió en el pasado. No se dejó guiar por la memoria; fue ella quien la condujo y puso rumbo hacia los recónditos y soleados caminos de su matrimonio. Once años de matrimonio, años de felicidad, de felicidad perfecta. Claro que a veces Guy había tenido los pequeños malos humores típicos de los hombres, pero ella siempre había conseguido que se le pasaran con una sonrisa, y esos episodios sin importancia solo servían para unirlos más dulcemente; las peleas entre enamorados preparan el camino hacia el lecho. En abril, lágrimas mil derramó la señora Allen por los tiempos pasados; y nadie se le acercó nunca para explicarle que, si había tenido once años de felicidad perfecta, era el único ser humano al que le había ocurrido algo semejante.

Sin embargo, la memoria es una compañera muda. El silencio golpeaba atronador en los oídos de la señora Allen. Ella quería escuchar voces tiernas, especialmente la suya. Quería encontrar comprensión, esa cosa que tantos se pasan la vida buscando, con lo fácil que tiene que ser encontrarla, porque ¿qué es sino alabanzas y compasión mutuas? Sus amigas la habían defraudado, por eso debía buscarse otras. Resulta sorprendentemente difícil reunir un nuevo círculo. A la señora Allen le costó tiempo y esfuerzo localizar a las señoras cuyo trato había frecuentado en otros tiempos, y que durante años había conseguido no recordar siquiera, y localizar a las agradables compañeras de viaje que había conocido a bordo de barcos y aviones. No obstante, obtuvo algunas respuestas, seguidas de sesiones íntimas en su apartamento, por las tardes.

Fueron poco satisfactorias. Las señoras no le ofrecieron comprensión sino recomendaciones. Le decían que se animara, que recobrara la compostura, que estuviera alerta; una de ellas llegó incluso a darle una palmada en el hombro. Las sesiones llegaron a adquirir gran parte del carácter que tienen las disputas de vestuario en el descanso de un partido de fútbol, y cuando al final la instaron a que mandara a Guy Allen al infierno, la señora Allen las suspendió.

Pese a todo, algo bueno sacó de ellas porque por intermedio de una de sus ignorantes consejeras la señora Allen conoció a la doctora Langham. Aunque la doctora Marjorie Langham se ganaba la vida trabajando, no había perdido ni una pizca de su feminidad, sin duda, porque nunca había tenido que pisar los pasillos manchados de sangre de la facultad de medicina ni quemarse las bonitas pestañas estudiando para conseguir el doctorado. De un solo salto, lleno de gracia, había caído sobre los delgados pies convertida en curandera de mentes atribuladas. Aquel fue un año en que los divanes de tales curanderos no llegaban a enfriarse entre paciente y paciente. La doctora Langham gozaba de un éxito tremendo.

Tenía infinidad de anécdotas sobre sus pacientes. Y una manera muy suya de contarlas que hacía que las historias clínicas no solo fueran para morirse de risa, sino que te daban a ti, su interlocutor, la estupenda sensación de que, después de todo, no estabas tan chiflado. En su faceta más profunda, era una mujer que lo comprendía todo al vuelo y demostraba una firme simpatía por las desgracias de las representantes sensibles de su sexo. Estaba hecha para la señora Allen.

En su primera visita a la doctora Langham, la señora Allen no fue directamente al diván. En la consulta llena de cretona y alegría, ella y la doctora se sentaron frente a frente, de mujer a mujer; de esa manera, a la señora Allen le resultó más fácil desahogarse a gusto. Durante el relato del indignante comportamiento de Guy Allen, la doctora asintió repetidas veces; cuando se enteró, a petición suya, de la edad de Guy Allen, esbozó una sonrisita divertida.

-¡Pero claro! Lo que imaginaba -dijo-. ¡Vaya, vaya con la crisis de los cuarenta y tantos! ¡Edad difícil y peligrosa! Eso es todo lo que le pasa… está pasando por el cambio.

La señora Allen se dio unos golpecitos en las sienes con los puños por ser tan tonta y no haberlo pensado antes. Se había hartado de llorar y gemir porque se le había olvidado por completo que también los hombres vienen al mundo llevando a cuestas la deuda del pecado original; a Guy Allen, como a cualquier hijo de vecino, le había llegado la hora de pagarla; ahí estaba el quid de la cuestión. (En los últimos dos casos de matrimonios rotos de los que la señora Allen se había enterado ese año, uno de los maridos salientes tenía veintinueve y el otro sesenta y dos, pero no le vinieron a la memoria.) La explicación de la doctora tranquilizó de tal modo a la señora Allen que se levantó y fue a tumbarse en el diván.

-Así me gusta… relájese -le sugirió la doctora Langham-. ¡Ah, esas pobres mujeres, esas pobres idiotas! Se destrozan el corazón, se flagelan con sus porqués, porqués, porqués, se dejan la piel para encontrar un motivo estrambótico que justifique el hecho de que sus maridos las dejen plantadas, cuando no se trata más que de un caso tradicional y pasajero de nervios exacerbados y un cambio rutinario de metabolismo.

La doctora le prestó a la señora Allen algunos libros para que se los llevara a casa y los leyera antes de la siguiente visita; algunas de las autoras, le dijo, eran muy amigas suyas, mujeres reconocidas como autoridades en la materia. Los libros parecían salidos de la misma pluma y estaban escritos en un estilo fluido, coloquial, asequible para el lector profano. Se notaba cierta uniformidad en sus contenidos; todos exponían una colección de casos de hombres casados que, en un arranque de enfurecida rebelión contra la madurez, habían abandonado el lecho conyugal y el techo familiar. Las rebeliones, como tales, resultaban conmovedoras. Masas de hombres con ojos desorbitados iban por la vida sin rumbo ni objetivo, sus noches eran frías y amargas, sus hogares, una fuente de enfermiza añoranza. Uno tras otro, los revolucionarios volvían con la cabeza gacha, las manos suplicantes, volvían al lado de sus sabias y amables esposas.

Aquellas obras impresionaron a la señora Allen. Encontró más de un pasaje que, de haber sido suyos los libros, habría subrayado profusamente.

Tuvo la sensación de que tenía todo el derecho del mundo a incluirse entre las esposas que esperaban en casa, tan amables, tan sabias. Podía decir, sin falsa modestia, que muchos le habían dicho que era demasiado amable para su propio bien, y que era capaz de reconocer un acto de verdadera sabiduría. En los primeros y aciagos días de su sufrimiento, se había jurado que no daría un solo paso para acercarse a Guy Allen. ¡Que se le pudriera la mano derecha y se le separara del brazo, si la utilizaba para marcar su número de teléfono! Nadie habría sido capaz de contar las millas que había recorrido por las alfombras de su casa pugnando por mantener el juramento. Y lo mantuvo, pero la vista de su mano derecha intacta, de su piel fresca y clara, no le servía de consuelo, sencillamente le recordaba el uso al cual podía haberla destinado. Y acto seguido, pensando siempre con renovado dolor en otra mano posada sobre otro disco, se recordaba que Guy Allen jamás la había llamado.

La doctora Langham le puso muy buena nota por mantenerse alejada del teléfono y restó importancia a su pena ante el silencio de Guy Allen.

-Por supuesto que no la ha llamado -le dijo-. Tal como yo esperaba, claro… es el mejor indicio que tenemos de que él también sufre lo suyo. Teme hablar con usted. Está avergonzado de sí mismo. Sabe lo que le ha hecho; no sabe por qué, como nosotras, pero sabe que lo que hizo es terrible. Piensa mucho en usted. Lo demuestra el hecho de que no se atreva a llamarla.

Uno de los grandes factores que contribuía al éxito de la doctora Langham era su habilidad para conseguir que a quienes estaban a punto de ahogarse, una pajita mojada les pareciera un tronco sólido.

La cura de Maida Allen no se produjo de un día para otro. Tuvieron que pasar varias semanas antes de que se sintiera entera. Según ella, todo el mérito era de su doctora. Por el mero hecho de haber arrojado la fría luz de la ciencia sobre el motivo del aparente abandono de Guy Allen, la doctora Langham había conseguido devolverle la ecuanimidad. Ya no era la criatura desolada y solitaria, rechazada como una flor marchita, un guante raído, una liga dada de sí. Era una mujer valiente y humana que, con la paciencia que era la joya de su corona, esperaba que su pobre hombre confundido superase su pequeña indisposición y volviese a su lado, para que ella le alegrara la convalecencia contribuyendo así a su pronta recuperación. Día tras día, en el diván de la doctora Langham, mientras hablaba y escuchaba, iba recuperando fuerzas. Dormía de un tirón, toda la noche, y cuando salía a la calle con la espalda recta, el rostro tranquilo y lleno de vida, entre toda la gente de hombros cargados y bocas amargas que poblaba las aceras, parecía la visitante llegada de un planeta mejor.

Y ocurrió el milagro. Su marido la llamó por teléfono. Le pidió si esa noche podía pasar por el apartamento a recoger una maleta que le hacía falta. Ella le sugirió que se quedara a cenar. Él le dijo que le sería imposible porque debía cenar temprano con un cliente, pero que pasaría a eso de las nueve. En caso de que no estuviera en casa, que por favor le dejara la maleta a Jessie, la criada. Ella le dijo que era la primera noche, en no se sabía cuánto tiempo, que no salía. Estupendo, dijo él, entonces la vería más tarde; y colgó.

La señora Allen llegó temprano a la cita con su doctora. Le dio la noticia a la doctora Langham con una especie de gorjeo alegre. La doctora asintió, y su sonrisa divertida se fue haciendo más grande hasta dejar al descubierto casi todos los dientes excepcionalmente bonitos.

-Pues ahí tiene usted -le comentó-. Ha dado señales de vida. ¿Y quién le dijo que iba a ser así? Ahora escúcheme bien. Es importante, tal vez la parte más importante de todo su tratamiento. Esta noche no vaya usted a perder la cabeza. Recuerde que este hombre ha hecho sufrir lo indecible a una de las criaturas más sensibles que he conocido en mi vida. No se ponga blanda con él. No se muestre entusiasta, como si le estuviera haciendo un favor al volver a su lado. No sea demasiado indulgente con él.

-¡Nooo, qué vaaa! -exclamó la señora Allen-. ¡Guy Allen va a tragarse sus palabras!

-Así me gusta -dijo la doctora Langham-. No le haga escenas, ya sabe; pero tampoco le dé a entender que todo está perdonado. Muéstrese dulce y fría. Ni por un momento deje que adivine que lo ha echado de menos. Simplemente deje que se dé cuenta de lo que se ha estado perdiendo. Y por el amor de Dios, ni se le ocurra pedirle que se quede a pasar toda la noche.

-Ni por todo el oro del mundo -dijo la señora Allen-. Si eso es lo que quiere, tendrá que pedírmelo. ¡Sí! ¡Y de rodillas!

El apartamento estaba precioso; la señora Allen se ocupó de que así fuera y de que ella no le fuera a la zaga. Al volver a casa, después de haber estado en la consulta de la doctora, compró montones de flores y las dispuso con exquisito gusto -siempre se le habían dado bien los arreglos florales- por toda la sala.

Él llamó al timbre a las nueve y tres minutos. La señora Allen le había dado la noche libre a la criada. Ella misma se encargó de abrir la puerta.

-¡Hola! -lo saludó.

-¿Qué tal? ¿Cómo estás?

-Pues, perfectamente -dijo ella-. Pasa. Creo que ya conoces el camino, ¿no?

La siguió hasta la sala. Tenía el sombrero en la mano y llevaba el abrigo doblado sobre el brazo.

-Cuántas flores -dijo él-. Qué bonitas.

-Sí, ¿no son preciosas? Todo el mundo es muy amable conmigo. Dame tus cosas, que te las guardo.

-Dispongo apenas de un momento -dijo él-. He quedado con alguien en el club.

-Vaya, qué lástima.

Siguió una pausa. Y él dijo:

-Tienes buen aspecto, Maida.

-Ay, no sé por qué -dijo ella-. Estoy que no me tengo en pie. Últimamente no paro ni de día ni de noche.

-Te sienta bien.

-¿No has notado nada nuevo en la sala? -le preguntó ella.

-Pues… no sé… ya me he fijado en las flores. ¿Hay algo más?

-Las cortinas, las cortinas -contestó ella-. Son nuevas, de la semana pasada.

-Ah, sí. Son bonitas. De color rojo pálido.

-Rosa -dijo ella-. La sala está bonita con estas cortinas, ¿no te parece?

-Sí, estupenda.

-¿Qué tal tu habitación en el club? -le preguntó.

-Está bien. Tengo todo lo que quiero.

-¿Todo, todo? -preguntó ella.

-Sí, claro.

-¿Qué tal la comida? -quiso saber ella.

-Ahora bastante buena. Mucho mejor que antes. Han puesto un nuevo chef.

-¡Qué divertido! ¿O sea que te gusta? Vivir en el club, digo.

-Sí, claro -contestó él-. Estoy muy cómodo.

-¿Por qué no te sientas y me cuentas qué es lo que no te gustaba de aquí? ¿La comida? ¿El espejo que usabas para afeitarte? ¿Qué?

-Vaya, todo estaba bien -respondió él-. Verás, Maida, tengo que irme corriendo. ¿Tienes por aquí mi maleta?

-Está en el dormitorio, en tu armario, donde siempre ha estado -dijo ella-. Siéntate… ya te la traigo.

-No, no te molestes, ya voy yo.

Se fue para el dormitorio. La señora Allen empezó a ir tras él, pero entonces se acordó de la doctora Langham y se quedó donde estaba. Sin duda, a la doctora le parecería algo indulgente de su parte el que entrara con él en el dormitorio cuando no hacía ni dos minutos que había vuelto.

Él regresó con la maleta.

-Seguro que puedes sentarte y tomar una copa, anda -insistió ella.

-Ojalá pudiera, pero tengo que irme, de veras.

-Pensé que podríamos intercambiar unas cuantas palabras de cortesía -dijo ella-. La última vez que oí tu voz, lo que me dijiste no fue muy agradable.

-Lo lamento.

-Estabas justo ahí, al lado de la puerta… muy guapo, por cierto -dijo ella-. En la vida te había visto tan incómodo. Si alguna vez ibas a estarlo, aquel fue el momento más oportuno. Cuando me dijiste lo que me dijiste. ¿Te acuerdas?

-¿Y tú? -preguntó él a su vez.

-Vaya si me acuerdo. “Ya no quiero seguir así, Maida. Se acabó.” ¿De veras te parece bonito decirme algo así? A mí me pareció bastante repentino, después de once años.

-No. No fue repentino -dijo él-. Me pasé seis de esos once años diciéndotelo.

-Pues no me enteré.

-Claro que te enteraste, querida. Lo interpretaste como una falsa alarma, pero vaya si te enteraste.

-¿Cómo es posible que te hayas pasado seis años planificando esta salida tan drástica?

-Planificando, no -aclaró él-. Pensando, nada más. No tenía planes. Ni siquiera cuando te dije esas palabras de despedida, indudablemente poco acertadas.

-¿Y ahora los tienes? -preguntó ella.

-Por la mañana me marcho a San Francisco -respondió él.

-Qué amable eres al confiar en mí. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

-La verdad es que no lo sé. Hemos abierto allí una sucursal, ¿sabes? Las cosas se han complicado un poco y tengo que ir a poner orden. No sé decirte cuánto tiempo llevará.

-Te gusta San Francisco, ¿no?

-Sí -dijo él-. Como ciudad no está mal.

-Claro y encima está bien lejos -dijo ella-. No podías irte más lejos y seguir estando en los lindos Estados Unidos, ¿no?

-En eso tienes razón -admitió él-. Oye, me marcho ya, tengo mucha prisa. Llego tarde.

-¿Es que no me puedes contar así por encima lo que has estado haciendo?

-He estado trabajando todo el día y gran parte de las noches -contestó él.

-¿Y te interesa?

-Sí, me gusta, la verdad.

-Me alegro por ti -dijo ella-. No es que quiera hacerte llegar tarde a tu cita. Pero me gustaría tener aunque sea una leve idea de por qué hiciste lo que hiciste. ¿Tan infeliz eras?

-En realidad sí, muy infeliz. No había necesidad de que me obligaras a decirlo. Lo sabías.

-¿Por qué eras infeliz? -insistió ella.

-Porque dos personas no pueden pasarse la vida haciendo las mismas cosas año tras año, cuando solo a una de las dos le gusta hacerlas y, pese a eso, seguir siendo feliz -contestó él.

-¿Y tú te crees que yo puedo ser feliz así como estoy?

-Pues sí -respondió él-. Creo que lo conseguirás. Ojalá hubiera una manera más agradable de hacerlo, pero creo que después de un tiempo, no muy largo, por cierto, estarás mejor que nunca.

-¿Conque eso es lo que crees? Ah, ya sé lo que pasa, te cuesta creer que soy una persona sensible.

-No será porque no me lo hayas dicho… once años te pasaste diciéndomelo. Oye, esto no tiene sentido. Adiós, Maida. Cuídate.

-Lo haré. Te lo prometo.

Él cruzó la puerta, fue pasillo abajo y llamó el ascensor. Ella se quedó mirándolo desde el umbral, con la puerta abierta.

-¿Sabes qué, querido mío? -le dijo-. ¿Sabes qué es lo que a ti te pasa? Has llegado a la edad madura. Por eso tienes estas ideas.

El ascensor se detuvo en la planta y el ascensorista abrió la puerta.

Guy Allen se dio media vuelta antes de entrar en la cabina.

-Hace seis años todavía no había llegado a la edad madura -le dijo-. Y entonces ya las tenía. Adiós, Maida. Buena suerte.

-Buen viaje -le deseó ella-. Mándame una postal de la ciudad.

La señora Allen cerró la puerta y regresó a la sala. Se quedó muy quieta en el centro de la habitación. No se sentía como había imaginado.

En fin. Se había comportado con perfecta frialdad y dulzura. Debía de ser que Guy todavía no estaba del todo recuperado de su leve dolencia. Pero se recuperaría; vaya si lo haría. Vaya si lo haría. Cuando estuviera allá lejos, dando tumbos por las colinas de San Francisco, recobraría el buen juicio. Intentó fantasear un rato; él volvería a su lado, el cabello se le pondría gris de la noche a la mañana -la noche en que se diera cuenta del tormento de su locura- y el cabello gris no lo favorecería nada.

Regresaría para comerse sus palabras, si, ella se aseguraría de que lo hiciera. En su mente casi podía verlo: canoso, ajado y desmoralizado, mientras mordisqueaba las palabras frías, negras, brillosas y desagradables.

No. La fantasía no era suficiente.

Fue al teléfono y llamó a la doctora Langham.

 


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Junio 25, 2020


 

Guaidó acusó a Rodríguez Zapatero de ser un aliado de Maduro

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El presidente encargado/autoproclamado de Venezuela, Juan Guaidó retiró su confianza al expresidente del gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero, pues, afirmó, ya no es un intermediario ni un mediador ni un hombre neutral.

También le acusa de ser un aliado del régimen de Nicolás Maduro. «Un aliado del usurpador que nos oprime, que nos persigue, que nos asesina”, expresó.

Guaidó respondió a unas recientes declaraciones de Rodríguez Zapatero durante una entrevista radiofónica. Aclaró al expresidente socialista español que el gobierno interino de Venezuela ha sido reconocido por más de 50 países, España entre ellos.

Rodríguez Zapatero
Maduro
Guaido

“Como representantes de ese gobierno legítimo, algunos de nosotros nos encontramos tras las rejas, bajo tortura, refugiados en embajadas, protegiéndonos de detenciones arbitrarias, en el exilio”, añade Juan Guiadó.

Este considera en la misiva que su gobierno sigue siendo la voz legítima del pueblo venezolano. “Al que se le usurpó la democracia, y Maduro lo que representa es una dictadura cada día más decadente, abusiva y cruel, con la que usted está colaborando abiertamente”, afirma.

El líder venezolano asegura que Rodríguez Zapatero actúa de manera contraria a la democracia: “Un defensor de la democracia debe exigir que se libere a todos los presos políticos, que se permita a todos votar libremente, estén dentro o fuera del país; que haya una autoridad electoral neutral, no solo maquillada”.

“¿Toleraría usted unas elecciones en España con PSOE, PP, Vox y Ciudadanos prohibidos o perseguidos?”, le pregunta Guaidó a Zapatero.

La respuesta de Guaidó a Rodríguez Zapatero ocurre luego de una entrevista al expresidente ibérico en la que le preguntaron si sería bueno que cayera el régimen de Maduro. “No. Yo creo que lo que es bueno para Venezuela es que haya un pacto, un acuerdo, un entendimiento. Que vayamos a unas elecciones legislativas”.

 


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Junio 26, 2020


 

LO MÁS LEÍDO ♦ Junio 25 2020

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Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…

REINICIO Junio 22, 2020 00.00 HORAS 
HORA DE CONTROL Junio 25, 2020 23.23 HORAS

 


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Junio 25, 2020


 

JUEZ DE GIORGI, CAÑA CON RUDA (1) Y…MISIÓN CUMPLIDA

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 Por CLAUDIO KUSSMAN

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

Mientras la pandemia y la cuarentena si, la cuarentena no, son los temas excluyentes, el carilindo Juez Federal de Argentina, (el mejor país del mundo para algunos), MARCELO MARTÍNEZ DE GIORGI, días pasados se expidió con un salomónico fallo. Fue en la causa de los “cuadernos” que trata, ¿Cuándo no? hechos de corrupción. En la misma dictó la falta de mérito en el tramo referido a TECHIN, para la ex presidente CRISTINA KIRCHNER, por lógica   también para el directivo de la empresa LUIS MARÍA BETNAZA; el ex ministro de Planificación Federal JULIO DE VIDO; y los ex funcionarios ROBERTO BARATTA, JOSÉ MARÍA OLAZAGASTI y CLAUDIO UBERTI. Confirma así lo que decían los mal pensados al respecto de su actuación, en cualquier causa en la que estén involucrados militantes kirchneristas. Recordemos que este togado supo mantener durante años un perfil bajo, hasta que el 4 de agosto de 2016, en el marco de la causa SUEÑOS COMPARTIDOS (otro hecho de corrupción), se le ocurrió declarar en rebeldía a la señora HEBE DE BONAFINI y mandarla a detener para que prestara declaración indagatoria.

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Marcelo Martínez de Giorgi, juez federal.
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Cristina Kirchner y Hebe de Bonafini
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Hebe de Bonafini
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Ella a pesar de sus por entonces, 87 años de edad, se fugó, al tiempo que por todos los medios lo recordaba a él, a su madre y a todo su árbol genealógico a más y mejor, invitándolo asimismo a que: “se metiera la declaración en el OR..”  cosa que aparentemente hizo, con lo cual DE GIORGI tuvo sus 15 minutos de fama y se hizo conocido por todos, todas y todes. Una vez más la gran luchadora que es doña HEBE, había impuesto sus ovarios y su férrea voluntad.   Su Señoría levantó la orden de detención, con la promesa que una semana después cuando volviera de Mar del Plata a donde había decidido viajar, lo vería. A su retorno el enjuiciador debió concurrir en persona a la sede de Madres de Plaza de Mayo en donde rodeada por otras señoras   de su organización HEBE, se negó a declarar. Como ella no es para nada una dama rencorosa selló la paz regalándole a el magistrado una botella de caña con ruda, dádiva a la que GIORGI, que no tiene ni un pelo de tonto, no se pudo negar.  Luego pasaron los años y como en Argentina los delitos económicos de los funcionarios son “mucho ruido y pocas nueces” (2) o sea que no pasa nada, todos fueron felices y comieron perdices…eso sí ¿ahora también será con otra botella de caña y ruda?

 

1)Tomar en ayunas  caña (bebida alcohólica) con ruda macho (yuyo), el primer día de agosto, es una ancestral tradición en honor a la Pachamama, impuesta por los pueblos originarios en varios países de Latinoamérica. Los caciques y los brujos sostenían que de esta forma se ahuyentaban los malos espíritus del invierno. Esta tradición aún hoy es practicada por alguna gente tradicionalista.

2)Dicho popular que hace referencia a algo que es aparatoso pero que carece de contenido.

 

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Claudio Kussman

Comisario Mayor (R) 

Policía Pcia. Buenos Aires

Junio 25, 2020

claudio@PrisioneroEnArgentina.com

www.PrisioneroEnArgentina.com

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“Lo que consideramos justicia es, con mucha frecuencia, una injusticia cometida en nuestro favor”

Reveillere (1757-1824)

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Junio 25, 2020


 

El Amphicar: El automóvil anfibio

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El Amphicar era un automóvil anfibio que tuvo corta vida fabricado en Alemania Occidental durante la década de 1960. Originalmente ideado como un buque militar para las operaciones nazis durante la guerra, se convirtió en una moda entre los conductores de automóviles en los EE. UU.

De hecho, el presidente Lyndon B. Johnson, propietario de un Amphicar, amaba notoriamente a los huéspedes desprevenidos al llevarlos al lago en su rancho de Texas.

El automóvil anfibio, también conocido como el Amphicar, era un descapotable que podía operar en carreteras y en el agua. Aunque la producción comercial del automóvil solo comenzó en 1961 en Alemania Occidental, la historia del diseño original del automóvil anfibio se remonta a la Segunda Guerra Mundial.

El diseño del Amphicar provino de su predecesor, el Volkswagen Schwimmwagen. Ese vehículo militar anfibio fue diseñado por el ingeniero Hans Trippel, miembro de la rama paramilitar Sturmabteilung bajo los nazis.

Según los historiadores alemanes Hartmut Berghof y Cornelia Rauh, se produjeron alrededor de 200 Volkswagen Schwimmwagens durante la guerra. Sin embargo, nunca entró en producción industrial debido al escepticismo sobre la durabilidad del vehículo.

Después de cumplir solo dos años de prisión tras el fallo de los tribunales de “desnazificación” en Alemania después de la guerra, Trippel volvió a la fabricación y continuó su sueño de perfeccionar el diseño de su automóvil anfibio.

En 1961, los primeros Amphicars se fabricaron bajo el Grupo Quandt, un imperio industrial dirigido por el hijastro de Joseph Goebbels. El Grupo Quandt todavía posee participaciones en la marca de automóviles de lujo BMW hasta el día de hoy.

El primer diseño comercial del automóvil anfibio de Tippel fue el modelo Amphicar 770, que podía alcanzar 70 mph por hora (112 km) en tierra y 7 mph (12 km) en el agua. El descapotable de dos puertas y cuatro plazas tenía un exterior llamativo que se adaptaba a la estética de la década de 1960. La carrocería del automóvil se fabricó en la ciudad de Lübeck, mientras que el montaje final se realizó en la fábrica de Deutsche Waggon und Maschinenfabrik (DWM) en Berlín.

El auto anfibio tenía un cuerpo de 15.5 pies de largo y pesaba alrededor de 1,738 libras. Para conducirlo desde las calles hacia el agua, su cuerpo de acero tenía sellos dobles en las puertas que se podían activar tirando de una palanca, evitando que el automóvil anfibio se inundara.

Entre 1961 y 1968, los Amphicars fabricados en Alemania se importaron a partes del Reino Unido y los EE. UU., donde se vendieron por un precio de U$ 2,800 cada uno, comparable a aproximadamente U$ 20,000 en la moneda actual.

La producción del automóvil funcionó oficialmente hasta 1965, pero se hicieron más anfibios a partir de las piezas restantes hasta 1968. En total, el Grupo Quandt produjo 3,878 automóviles anfibios. Aunque sus números pueden ser modestos, el Amphicar sigue siendo el único automóvil de pasajeros anfibio civil que se haya producido en masa hasta la fecha.

Por alguna razón, el automóvil anfibio tuvo bastante éxito en los Estados Unidos. Aproximadamente el 90 por ciento de sus ventas globales se originaron en el mercado estadounidense.

Los distribuidores y expertos de la industria lo anunciaron como una innovación única en la esfera del automóvil comercial. Modern Mechanix declaró “¡Hace todo menos volar!” mientras que publicaciones como The New Yorker y NewsDay publicaron características que describen las experiencias de los reporteros para probar el Amphicar en la vía fluvial.

El interés en el Amphicar era lo suficientemente alto como para generar una empresa, Amphicar America. La compañía arrendó espacio de oficinas en Manhattan y una sede en Nueva Jersey, como se anunció en la sección de bienes raíces de la edición del 17 de agosto de 1962 del New York Times.

 

Como el periodista Robert Sempler divulgó en un perfil del presidente en 1965:

“El escenario es familiar ahora. Invitado desprevenido es atraído a Amphicar. El presidente dice que van a dar un pequeño giro. El presidente se dirige al agua. Los invitados gritan: “¡Oigan, se están metiendo en el agua!” El presidente mueve una palanca que cierra las puertas y evita las fugas. El coche golpea el agua con un silbido. El invitado jadea, luego se da cuenta de que no se está hundiendo. El color vuelve a la cara, y él y el presidente se ponen putt a unos 5 nudos “.

Las bromas del presidente Johnson usando su automóvil anfibio eran tan conocidas que incluso se incluyeron en la película All The Way, protagonizada por Bryan Cranston como presidente. Pero el Amphicar no solo se usó para bromas presidenciales.

El automóvil anfibio también se comercializó como un vehículo especializado para servicios de rescate de emergencia. La Cruz Roja desplegó una serie de anfibios para atender las áreas de peligro de inundación. Pero a medida que la década llegaba a su fin, la novedad del barco híbrido bote-automóvil comenzó a desaparecer.

El automóvil anfibio disfrutó de un breve momento en el centro de atención, pero nunca se convirtió en la corriente principal entre los conductores. El fracaso del Amphicar fue provocado por varios factores contribuyentes.

Primero, la infraestructura necesaria para soportar las capacidades únicas del automóvil anfibio simplemente no existía. Para que el conductor de un Amphicar lance su vehículo al agua, debe haber suficiente espacio, como una rampa adecuada. Este tipo de configuraciones eran limitadas.

Luego, estaba la identidad confusa del auto anfibio. Si bien el vehículo de conducción de agua disfrutó de cierto grado de atención debido a su doble función, su comercialización no estaba clara. ¿Era un automóvil o era realmente un bote? Este mensaje confuso puede haber costado a los clientes potenciales de Amphicar.

Aunque compacto, el Amphicar también era un automóvil de alto mantenimiento. Después de cinco horas en el agua, era necesario engrasar el motor, lo que solo se podía hacer levantando todo el automóvil y sacando los asientos traseros. La exposición al agua salada lo hizo vulnerable a la erosión, por lo que era necesario limpiarlo con frecuencia con agua dulce.

La producción del automóvil anfibio cesó oficialmente en 1965, pero los Amphicars fabricados con las piezas restantes continuaron vendiéndose en los próximos años. En 1968, cuando se vendió el último Amphicar, la recién creada Agencia de Protección Ambiental (EPA) del gobierno de los EE. UU. estableció normas para las emisiones de vehículos y las normas de seguridad.

Amphicar no pudo cumplir con las nuevas regulaciones, por lo que el modelo de 1968 no se pudo vender en los Estados Unidos. Esto devastó las ventas ya que la mayoría de las compras vinieron de los EE. UU. el inventario restante de piezas no utilizadas fue comprado por una empresa de fabricación en California, el único lugar donde los propietarios de Amphicar pueden encontrar piezas de repuesto hoy.

Pero ese no fue el final del automóvil que puede convertirse en un bote. Todavía existen como adquisiciones preciadas de coleccionistas de automóviles. Todavía se pueden encontrar alrededor de 600 anfibios en los EE. UU.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 25, 2020


 

VENGANZA, NO JUSTICIA

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♦♦
 Por ORLANDO AGUSTÍN GAUNA
Hay un diferencia muy grande entre JUSTICIA y VENGANZA. La justicia tiene un propósito, mantener la paz social. La venganza es personal y proporciona un placer sádico al que la ejerce, incentivando un odio recíproco.
Sin entrar a polemizar sobre la legalidad o no, de los juicios por los delitos de lesa humanidad, es indudable que no se busca justicia, solo se persigue venganza. 
A los acusados por los delitos de lesa humanidad, se le niegan los derechos constitucionales en juicios con declarantes que pasan por una “escuela de testigos” y luego de golpe, la diosa fortuna les sonríe y comienzan a tener un buen pasar.
En tanto que los acusados, por meros indicios, son detenidos y mantenidos por varios años, en “prisión preventiva” y finalmente se los condena. 
Y en prisión preventiva o condenados, no se les brinda la debida atención médica, conforme a su edad, y en sus traslados, son sometidos a mortificantes viajes en un ayuno prolongado por horas. 
Ahora, tenemos el Covid 19, y todos los detenidos por delitos de lesa humanidad, son una población de alto riesgo, por su avanzada edad y por sus múltiples achaques. Pero a ellos, se les niega la prisión domiciliaria, que se le concede a violadores, asesinos, pedófilos y toda clase de delincuentes, que por su edad y su cultura, es muy probable que reincidan en su conducta delictiva.
Los acusados por delitos de lesa humanidad, si cometieron delitos, lo habrían hecho usando el poder del Estado, poder del que hoy carecen. Si a ello le sumamos la edad de los mismos, es ridículo pensar que podrían volver a cometer delitos. Por lo tanto, esas personas, hoy, no representan ningún peligro para la sociedad. 
Todo lo contrario sucede con los secuaces de sus acusadores, que imbuidos de una doctrina (comunismo) que causó el mayor genocidio en la historia de la humanidad, fogonean violentos disturbios para crear un caos social. 
A estos últimos, se los premia con cargos públicos, A los otros, a los que los combatieron con armas lícitas o ilícitas, NI JUSTICIA. SOLO VENGANZA.
 
Orlando Agustín Gauna

PrisioneroEnArgentina.com
Junio 25, 2020

Cuarenticidio

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 Por Luis Bardín

 

Cuarenticidio

Después de estar confinados durante más de tres meses

seguimos en cuarentena y al virus no se lo vence.

los datos son preocupantes ¿presidente que ha pasado?

¿ni el tener diario del lunes le resultó suficiente

y a un triste 20 de marzo debemos volver urgente?

el que usted dé marcha atrás representa un gran fracaso

que no ha sido de la gente, ha sido del propio estado.

la temprana cuarentena fue una acertada medida

que usted tomó diligente, pero el maldito ADN

de la mafia peroniska, que lo acosa y lo rodea

en vez de gastar la guita en testeos e hisopados,

prefirieron la mordida de comprar fideo a granel

más caro que en almacén de la vuelta de la esquina.        

nadie quiere suicidarse. la gente volverá a hacer

lo que el gobierno decida y hoy, como nunca obligado,

a hacerlo racionalmente: con más testeo e hisopado

sin quedarse con el vuelto….. todo tiene una medida.  

 

Luis Bardín

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 25, 2020


 

Esclavitud, hoy?

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El año en que terminó la Guerra Civil, Estados Unidos modificó la Constitución para prohibir la esclavitud y la servidumbre involuntaria. Pero a propósito dejó un gran vacío para las personas condenadas por delitos.

La Decimotercera Enmienda, ratificada en 1865, dice: “Ni la esclavitud ni la servidumbre involuntaria, excepto como castigo por un delito por el cual la parte haya sido debidamente condenada, existirá dentro de los Estados Unidos o en cualquier lugar sujeto a su jurisdicción”. Los académicos, activistas y prisioneros han relacionado esa cláusula de excepción con el surgimiento de un sistema penitenciario que encarcela a los negros a más de cinco veces la tasa de los blancos, y se beneficia de su trabajo no remunerado o mal pagado.

“Lo que vemos después de la aprobación de la 13a Enmienda es un par de cosas diferentes que convergen”, dice Andrea Armstrong, profesora de derecho de la Universidad de Loyola en Nueva Orleans. “Primero, el texto de la Enmienda 13 permite la servidumbre involuntaria cuando es condenado por un delito”. Al mismo tiempo, los “códigos negros” en el sur crearon “nuevos tipos de delitos, especialmente los delitos de actitud, que no muestran el debido respeto, ese tipo de cosas”.

Cada vez que una persona daña la propiedad de otra persona sin el permiso del propietario, eso es un delito criminal. … Travesuras criminales también se conocen como travesuras maliciosas, vandalismo, daños a la propiedad, o por otros nombres dependiendo del estado.

Después de la Guerra Civil, los nuevos delitos como “travesura maliciosa” fueron descriptos vagamente, y podrían ser un delito grave o un delito menor dependiendo de la supuesta gravedad de la conducta. Estas leyes enviaron a más personas negras a la cárcel que nunca antes, y para fines del siglo XIX el país experimentó su primer “boom carcelario”, escribe la académica jurídica Michelle Alexander en su libro The New Jim Crow.

“Después de un breve período de progreso durante la Reconstrucción, los afroamericanos se encontraron, una vez más, prácticamente indefensos”, escribe Alexander. “El sistema de justicia penal se empleó estratégicamente para obligar a los afroamericanos a volver a un sistema de extrema represión y control, una táctica que continuaría teniendo éxito para las generaciones futuras”.

Los estados ponen a los prisioneros a trabajar a través de una práctica llamada “arrendamiento de convictos”, mediante la cual los plantadores e industriales blancos “alquilan” prisioneros para trabajar para ellos. Los estados y las empresas privadas ganaron dinero haciendo esto, pero los prisioneros no. Esto significaba que muchos prisioneros negros se encontraban viviendo y trabajando en plantaciones contra su voluntad y sin pagar décadas después de la Guerra Civil.

¿Era esta esclavitud por otro nombre? Armstrong argumenta que la Decimotercera Enmienda hace una excepción para la “servidumbre involuntaria”, no para la “esclavitud”, y que existen importantes distinciones históricas y legales entre los dos. Sin embargo, ella dice que ningún tribunal ha tratado formalmente esta distinción, y muchos tribunales han usado dos términos indistintamente. En 1871, la Corte Suprema de Virginia dictaminó que una persona condenada era “esclava del Estado”.

Al igual que la esclavitud anterior, el arrendamiento de convictos era brutal e inhumano. En todo el país, “decenas de miles de personas, abrumadoramente negras, fueron alquiladas por el estado a propietarios de plantaciones, patios ferroviarios de propiedad privada, minas de carbón y pandillas de cadenas de construcción de carreteras y obligados a trabajar bajo el látigo desde el anochecer hasta el amanecer, a menudo como castigo por delitos menores como vagabundeo o incluso, una violación de tráfico”.

Muchos prisioneros murieron en estas condiciones. En julio de 2018, el investigador Reginald Moore anunció que había encontrado los restos de 95 prisioneros negros que habían muerto trabajando en Sugar Land, Texas, a principios del siglo XX. Los expertos estiman que sus edades oscilaban entre los 14 y los 70 años, lo que significa que algunos habrían nacido en la esclavitud anterior a la Guerra Civil, liberados, encarcelados y luego obligados a realizar trabajos no remunerados nuevamente. Más de 3,500 prisioneros murieron en Texas entre 1866 y 1912, el año en que Texas prohibió el arrendamiento de convictos porque el número de muertos era muy alto.

Los estados también se beneficiaron y se beneficiaron del trabajo penitenciario al obligar a presos con cadenas a construir carreteras y crear granjas penitenciarias para cultivar cultivos como azúcar y guisantes. Hoy en día, los estados y las empresas privadas todavía dependen de los prisioneros que realizan trabajos gratuitos o con salarios muy bajos. Por ejemplo, California ahorra hasta $ 100 millones al año, según el portavoz de correcciones estatales Bill Sessa, al reclutar personas encarceladas como bomberos voluntarios.

“Los estados no podrían encarcelar a tantas personas como lo hacen sin esto, en efecto, subsidio del costo”, dice Armstrong. “Por lo tanto, enmascara la verdadera naturaleza o el verdadero costo del encarcelamiento”.

Décadas de prisión y activismo por los derechos civiles han tratado de mejorar las condiciones y pagar a los trabajadores encarcelados. En 1971, los reclusos del Centro Correccional Attica de Nueva York tomaron el control de la prisión y emitieron una lista de demandas, incluido el derecho a afiliarse a sindicatos y ganar un salario mínimo. Más recientemente, en el verano de 2018, los trabajadores prisioneros en todo Estados Unidos se declararon en huelga para protestar contra lo que llamaron “esclavitud moderna”.

 


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Junio 24, 2020


 

La torre de las ratas

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  Por Víctor Hugo


Desde que había empezado a anochecer, sólo tenía un pensamiento. Sabía que, antes de llegar a Bingen, un poco antes de la confluencia con el Nahe, encontraría un extraño edificio, una lúgubre morada ruinosa, de pie entre los juncos, en medio del río y entre dos altas montañas. Aquella morada ruinosa era la Maüsethurm.

Cuando era niño, por encima de mi cama tenía un pequeño cuadro rodeado de un marco negro que no sé qué criada alemana había colgado en la pared. Representaba una vieja torre aislada, enmohecida, destartalada, rodeada de aguas profundas y oscuras que la cubrían de vapores, y de montañas que la cubrían de sombras. El cielo por encima de aquella torre era sombrío y cubierto de nubes horrendas.

Por la noche, después de haber rezado a Dios y antes de dormirme, miraba siempre aquel cuadro. Lo volvía a ver en mis sueños y me parecía terrible. La torre aumentaba, el agua hervía, un relámpago caía de las nubes, el viento soplaba en las montañas y, por momentos, parecía lanzar clamores.

Un día le pregunté a la criada cómo se llamaba aquella torre. Santiguándose, me respondió que se llamaba la Maüsethurm. Y luego me contó una historia. Que en otros tiempos, en Maguncia, en su país, había habido un malvado arzobispo llamado Hatto, que era también abad de Fuld, sacerdote avaro, según ella, que «abría la mano más para bendecir que para dar». Que un mal año compró todo el trigo de las cosechas para revendérselo muy caro al pueblo, pues aquel cura quería ser muy rico. La hambruna fue tal que los campesinos morían de hambre en los pueblos del Rin. Que entonces el pueblo se reunió alrededor del burgo de Maguncia, llorando y solicitando pan. Que el arzobispo se lo negó.

En este punto, la historia se hacía terrible. El pueblo hambriento no se dispersaba y seguía rodeando el palacio del arzobispo, gimiendo. Hatto, enojado, hizo rodear aquellas pobres gentes por sus arqueros que detuvieron a hombres y mujeres, ancianos y niños, y los encerraron en un troje al que prendieron fuego. Fue, añadía la vieja criada, «un espectáculo ante el que hasta las piedras habrían llorado» pero Hatto no hizo sino reír; y cuando aquellos desgraciados, expirando entre las llamas, lanzaban gritos lamentables, éste dijo: «¿Estáis oyendo a las ratas silbar?»

Al día siguiente, del troje fatal sólo quedaban cenizas; no había nadie en Maguncia; la ciudad parecía muerta y desierta cuando, de repente, una multitud de ratas, que pululaban en el troje quemado como los gusanos en las úlceras de Asuero, salían de debajo de la tierra, surgían de entre las losas, salían por las grietas de los muros, renacían bajo el pie que las aplastaba, se multiplicaban bajo las piedras y bajo las mazas, e inundaron las calles, la ciudadela, el palacio, los sótanos, las salas y las alcobas. Era un azote, una plaga, un repugnante hormigueo.

Fuera de sí, Hatto abandonó Maguncia y huyó hacia la llanura pero las ratas lo siguieron; corrió a refugiarse en Bingen que tenía altas murallas, pero las ratas pasaron por encima de las murallas y entraron en Bingen. Entonces el arzobispo mandó construir una torre en medio del Rin y se refugió en ella con la ayuda de una barca alrededor de la cual diez arqueros golpeaban el agua; las ratas se arrojaron al agua, cruzaron el Rin, treparon por la torre, royeron las puertas, el tejado, las ventanas, los techos, los suelos y, llegadas por fin a la mazmorra en la que el miserable arzobispo se había escondido, lo devoraron vivo.

Ahora la maldición del cielo y el horror de los hombres pesan sobre esta torre llamada Maüsethurm. Está desierta, en ruinas en medio del río y, a veces, por la noche, se ve salir de ella un extraño vapor rojizo que parece el humo de una hoguera, pero es el alma de Hatto que regresa.

¿Han observado ustedes algo? La historia es en ocasiones inmoral, los cuentos son siempre honestos, morales y virtuosos. En la historia el más fuerte prospera, los tiranos triunfan, los verdugos gozan de buena salud, los monstruos engordan, los Sila se transforman en buenos burgueses, los Luis XI y los Cromwell mueren en su cama. En los cuentos el infierno es siempre visible. No hay falta que no tenga su castigo a veces incluso exagerado; no hay crimen que no traiga tras de sí un suplicio con frecuencia espantoso; no hay malvado que no se convierta en un desgraciado a veces digno de lástima. Eso ocurre porque la historia se mueve en lo infinito y el cuento en lo finito. El hombre, que hace el cuento, no se siente con derecho a exponer los hechos y dejar suponer las consecuencias de los mismos; porque palpa en la oscuridad, no está seguro de nada, necesita acotarlo todo por medio de una enseñanza, un consejo y una lección; y no se atrevería a inventar acontecimientos sin conclusión inmediata. Dios, que hace la historia, muestra lo que quiere y conoce el resto.

Maüsethurm es un término cómodo. Se ve en él lo que se quiere ver. Hay espíritus que se consideran positivos -y que no son sino áridos-, que expulsan de todo la poesía, y están siempre dispuestos a decirle, como aquel hombre positivo al ruiseñor: «¡Quieres callarte, maldito animal!» Este tipo de mentes explican que la palabra Maüsethurm viene de maus o mauth, que significa peaje. Declaran que en el siglo X, antes de que se ensanchara el cauce del río, el paso del Rin sólo estaba abierto por la orilla izquierda y que la ciudad de Bingen había establecido por medio de esta torre su derecho de fielato sobre los barcos. Se apoyan en que aún hay cerca de Estrasburgo dos torres parecidas dedicadas a la percepción de impuestos sobre los transeúntes, que también se llaman Maüsethurm. Para estos graves pensadores inaccesibles a las fábulas, la torre maldita es una puerta de consumos y Hatto un portalero o aduanero.

Para las gentes sencillas, entre las que me incluyo gustoso, Maüsethurm procede de maüse, que viene de mus y significa rata. Esa supuesta puerta de consumos es la torre de las ratas, y el aduanero un espectro.

Después de todo, las dos opiniones podrían conciliarse. No es absolutamente imposible que hacia el siglo XVI o el XVII, después de Lutero, después de Erasmo, los bugomaestres incrédulos hubieran utilizado la torre de Hatto y hubieran instalado provisionalmente alguna tasa y algún peaje en aquella ruina de mala fama. ¿Por qué no? Roma hizo del templo de Antonino su aduana, su dogana. Lo que Roma hizo respecto a la historia, Bingen pudo hacerlo respecto a la leyenda. Así, mauth tendría razón y maüse no estaría equivocada.

Sea como fuere, desde que la vieja criada me narró el cuento de Hatto, la Maüsethurm había sido una de las visiones habituales de mi espíritu. Ya saben, no hay hombre que no tenga sus fantasmas, como no hay hombre que no tenga sus quimeras. Por la noche pertenecemos a los sueños; a veces los atraviesa un rayo de sol, a veces lo hace una llama; y según el reflejo colorante, el mismo sueño es una gloria celestial o una aparición del infierno. Efecto de luz de Bengala que se produce en la imaginación.

Yo debo reconocer que la torre de las ratas, en medio de su charca de agua, siempre me pareció horrible. Por lo que -¿me atreveré a confesarlo?- cuando el azar, que me pasea a su antojo, me condujo a orillas del Rin, el primer pensamiento que se me ocurrió no fue que vería la cúpula de Maguncia, o la catedral de Colonia o el Palatinado, sino que podría visitar la torre de las ratas.

 


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Junio 25, 2020


 

LOS CUATRO APOYOS DE ESTA TIRANÍA

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 Por COSME BECCAR VARELA

Lo que está pasando en el país es lisa y llanamente la instalación de una tiranía al estilo y con la ideología de la de Venezuela, usando como palanca -o excusa- el virus del Coronavirus. Se está violando abiertamente la Constitución hasta tal punto que se puede decir que ésta ha sido abolida de facto: no existen dos de los poderes constitucionales, el Judicial y el Legislativo y el Presidente ha arrebatado la suma del poder público lo que lo hace incurso en la fulminante declaración de infame traidor a la Patria contenida en el art. 29. En un país serio con una población consciente de sus deberes cívicos eso sería suficiente para su destitución al igual que la de los legisladores ausentes de sus funciones, eso sí, sin dejar de cobrar sus enormes retribuciones y reembolsos.

La  pregunta es cómo una población de 44.000.000 de habitantes, muchos de ellos suficientemente cultos (abogados incluso) aceptan que el país sea arrastrado a ese abismo sin salida sin la más mínima oposición.

La respuesta está en la diabólica astucia de los tiranos en ejercicio que apoyan su poder en cuatro pilares fundamentales:

1) La posesión de todos los cargos políticos del país, la complicidad del Poder Judicial y el mando de la Fuerza Pública.

2) La cuarentena interminable que destruye la sociedad reduciéndola a células aisladas al tiempo que arruina la economía a un grado de catástrofe con más saña que la de un enemigo vencedor que se propusiera destruir el país. Así empezó la tiranía chavista en Venezuela. La obediencia servil a la cuarentena se obtuvo mediante un decreto nulo del Poder Ejecutivo imponiendo prisión de dos años a quienes la violen. Esto, más el fomento de la delación es suficiente para mantener la cuarentena indefinidamente por el terror.

3) La mentira sobre sobre los datos de los contagios y muertes del coronavirus. Los datos oficiales siempre anónimos (no indican los nombres de los muertos, ni de lugar del deceso, ni del nombre del médico que certificó la causa de la muerte). Tampoco hay un control de médicos independientes que confirmen las cifras oficiales que son poco significativas, por otra parte, en una población de 44.000.000 de habitantes. El peronismo, que ocupa el gobierno, miente siempre. ¿Por qué hemos de creerle en esta dramática situación en la que hay 44.000.000  presos domiciliarios a causa de esas informaciones probablemente falsas y que les permite a los tiranos disponer del país como cosa propia?

4) La falsa ilusión de que la quinta prórroga de la cuarentena será la última, a pesar de que la soberbia de los tiranos no deja de amenazar con volver a la “etapa uno”…

Esta dudas deberían ser suficientes para que el país se levantara en masa contra la tiranía que nos arruina, encarcela e impide trabajar (miles se empresas quebraron y habrá millones de desocupados y hambrientos). Una vez que de desenmascaren y nos veamos en la situación de Venezuela, será tarde para liberarnos como la misma Venezuela lo prueba. Todo ese daño lo han hecho en seis meses y todavía les quedan tres años y medio para seguir dañando…

¡Que la Santisima Virgen de Luján, Patrona de la Argentina, nos proteja de esa triste destino!

Cosme Beccar Varela

 


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Junio 25, 2020


 

LO MÁS VISTO ♣ Junio 24, 2020

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Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…

REINICIO Junio 22, 2020 00.00 HORAS 
HORA DE CONTROL Junio 24, 2020 23.23 HORAS

 


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Junio 24, 2020


 

UNA ADVERTENCIA DESOÍDA

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Acaba de ocurrir lo que nuestra Asociación había anticipado y que era lógicamente predecible: se produjeron contagios del Covid-19 en las unidades carcelarias 31 de Ezeiza y 34 de Campo de Mayo, en las que están encerrados los acusados de delitos llamados de lesa humanidad, todos ellos ancianos con una edad promedio de 74 años. Uno de los infectados, Luis Muiña,  padece además de diversas patologías, por las que hubo de permanecer internado 15 días en el hospital Larcade de San Miguel.

En el inicio de la cuarentena nos dirigimos al Presidente de la Corte Suprema y al Procurador General de la Nación reclamando que se instruyera a los jueces para que concedieran la prisión domiciliaria a esta población vulnerable y de alto riesgo, como así también a los Fiscales a fin que no resistieran la medida. No obstante, la Procuraduría de Crímenes de Lesa Humanidad, bajo las órdenes del Procurador General, ha continuado oponiéndose, mientras que la mayor parte de los jueces siguieron negando ese derecho con argumentos contrarios a las recomendaciones internacionales, al derecho humanitario y al sentido común.

El Obispo Castrense, Monseñor Olivera, acaba de decir refiriéndose a estos hombres: “Su situación de detención ya no se presenta como justicia. La ausencia de humanidad manifiesta un acto injusto y no pocas veces se parece mucho a venganza.”

Estos jueces son incapaces de deponer sus prejuicios ideológicos ni siquiera en las graves circunstancias que estamos viviendo. Ahora y ante la inminencia de nuevos contagios, que probablemente se convertirán en una tragedia, deben proceder de inmediato a tomar las medidas necesarias para enviar a estos ancianos a sus casas. Si no lo hicieren, serán responsables de cada contagio y cada muerte que pueda ocurrir en la cárcel (Art. 18 in fine, de la Constitución Nacional).

Buenos Aires, junio 24, 2020.

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Carlos Bosch – Secretario

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Alberto Solanet – Presidente

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Envío y colaboración: DRA. ANDREA PALOMAS ALARCÓN

 


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Junio 24, 2020


 

EL INQUIETANTE CORONAVIRUS EN LA UNIDAD PENITENCIARIA 31

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 Por CLAUDIO KUSSMAN

LOS PANCISTAS (1) POLÍTICOS ARGENTINOS

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La Unidad Penitenciaria Federal 31, se encuentra en la localidad de Ezeiza y si bien es una cárcel para mujeres, reja de por medio en la mitad de la misma, hoy siguen alojados 22  adultos mayores, septuagenarios y octogenarios, imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad, ocupando  los pabellones 5,6,7 y 8.

Asimismo en los pabellones  1,2,3 y 4, también reja de por medio, todavía quedan 30 prisioneros  identificados como:   “presos VIP”, que son aquellos que se habrían quedado con “dinerillos” del estado, o sea nuestro, durante el gobierno kirchnerista (2003-2015).

Por supuesto en todos pese al diferente estatus económico la inquietud latente es el coronavirus, más cuando hace siete días a 4 de sus custodios, pertenecientes al Servicio Penitenciario Federal, se les detectó esta peligrosa enfermedad. Ello, a su vez, trajo aparejado que otros 20 efectivos que estuvieron en contacto con ellos hoy estén en cuarentena. Así las guardias ahora se cubren solo con 3 efectivos en turnos de 24 horas, cuando de siempre eran de 12 horas.

Demás está decir que la presión física y psicológica en los cautivos, hoy se palpa en el ambiente ya que desde hace más de 2 meses no reciben visitas y tampoco arbitrariamente, no se les permite tener teléfonos celulares a diferencia de lo que ocurre en el Servicio Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires.   

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El asfixiante pasillo central de la Unidad Penitenciaria 31. A lo largo del mismo están los 4 pabellones ocupados por “los presos “VIP”, los 4 de los adultos mayores y trasponiendo la puerta que se ve al fondo el sector de las mujeres. (Foto del año 2016, almacenada fuera de Argentina) Casi como una burla, se pueden ver letreros indicando la SALIDA.
Germán Garavano, el 5 de abril de 2019, siendo Ministro de Justicia y Derechos Humanos (para algunos) decretó la emergencia penitenciaria del Servicio Penitenciario Federal, por unos ilusorios 3 años.
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Si sumamos a todo esto la Emergencia Carcelaria decretada el 5 de abril del 2019, por el entonces Ministro de Justicia y Derechos Humanos (para algunos) GERMÁN GARAVANO por un ilusorio periodo de 3 años, que trajo aparejada la mala alimentación y la degradación generalizada en las cárceles, el panorama es verdaderamente tétrico. La pregunta que por lógica surge entonces es: ¿De qué política de derechos humanos hablan nuestra vil y pancista clase política?  

 

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Claudio Kussman

Comisario Mayor (R) 

Policía Pcia. Buenos Aires

Junio 24, 2020

claudio@PrisioneroEnArgentina.com

www.PrisioneroEnArgentina.com

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“Yo no soy médico, no soy infectologista. Lo que escuché hasta ahora es que otras gripes mataron más de que esta”

Jair Bolsonaro (1955-      )

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1)PANCISTA: Persona que acomoda su comportamiento a lo más conveniente y menos arriesgado para su tranquilidad y provecho personal.

 


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Junio 24, 2020


 

De polvo somos…

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Una enorme columna de polvo del desierto del Sahara en el norte de África ha estado atravesando la atmósfera, a miles de pies sobre el Océano Atlántico tropical, y ahora está cubriendo el Caribe y acercándose al sureste de los Estados Unidos.

Si bien los pilares de polvo de verano son una ocurrencia común, este parece ser uno de los más extremos en la memoria reciente. Es tan grande que ha recibido el apodo de Gorilla Dust Cloud (Nube de Polvo tamaño Gorila)

“Este es el evento más significativo en los últimos 50 años. Las condiciones son peligrosas en muchas islas del Caribe”, dijo Pablo Méndez Lázaro, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Puerto Rico.

En las imágenes satelitales del espacio, el polvo generalmente parece algo sutil y débil, pero esta columna puede verse tan clararamente como el día. La foto de abajo fue tomada el domingo desde la Estación Espacial Internacional. “Volamos sobre este penacho de polvo sahariano hoy en el Atlántico centro-oeste. ¡Es increíble el área que cubre!” dijo el astronauta Doug Hurley.

El polvo golpea un paseo a lo largo de los vientos alisios, un cinturón de vientos en movimiento de este a oeste cerca del ecuador que se establecen firmemente durante el verano. La capa de polvo puede extenderse desde unos pocos miles de pies sobre la superficie hasta 20,000 pies (6,000 metros) de altura.

Los casos de COVID-19 han ido en aumento en Florida y Texas, que están justo en el camino del fenómeno. Se espera que los números de índice de calidad del aire estén en el rango insalubre.

A fines de esta semana, se extenderá por el resto del sudeste, creando cielos brumosos y coloridos.

 


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Junio 24, 2020


 

En plena pandemia, China abrió su feria anual de carne de perro

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No solo por el horror de esta actividad en si, en plena pandema, el régimen chino permitió la inauguración de su festival de carne de perro en condiciones muy poco higiénicas.

Todos los años se acercan miles de personas a la ciudad de Yulin, Guangxi, para la feria de carne de perros, donde los animales son exhibidos en condiciones de poca higiene en mostradores y sin refrigeración.

Sin embargo, se están elaborando nuevas leyes para prohibir el comercio de vida silvestre y proteger a las mascotas, y los activistas esperan que este año sea la última vez que se celebre el festival.

Llama la atención que se haya habilitado, ya que en un mercado similar fue donde se dio el brote de coronavirus y provocó la pandemia que lleva 478 mil muertos en todo el mundo y más de 9 millones de contagiados.

 

Colaboración: M.A.

 


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Junio 24, 2020


 

Una visión geopolítica Global

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La Academia del Plata en asociación con el Centro de Estudios Cruz del Sur presentó la conferencia online “Una visión geopolítica global” a cargo del General de División Julio Hang y con la participación del doctor Gerardo Palacios Hardy. Bajo la sombra de una Argentina que usualmente se muestra distraída respecto del acontecer mundial, el General Hang se referió al estado de las relaciones de poder entre las naciones y su influencia sobre nuestro país.

 

 


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Junio 24, 2020


 

NUEVA PRESENTACIÓN ANTE LA CORTE SUPREMA PARA RESTABLECER LA JUSTICIA

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 Por JUAN JOSÉ GUARESTI (n)

El lector recordará que el 5 de junio pasado se entregó un escrito en la Mesa de Entradas de la Corte Suprema de Justicia solicitando a esta restablecer el funcionamiento del Poder Judicial, el cual virtualmente había suprimido sin tener atribuciones para hacerlo. La Justicia es uno de los anhelos más preciados que tenemos los seres humanos y sin ella solo puede vaticinarse el caos y la destrucción del orden de la civilización en nuestra Patria. El día  19 de junio de 2020, hemos presentado otro escrito insistiendo con la petición del primero cumpliendo con las formalidades legales. A continuación, se ofrece una copia del texto presentado en forma de artículo.

Desde el año 1853, fecha en la que se sancionó y juró la Constitución Nacional, hasta el 20 de marzo de 2020 la República Argentina estuvo organizada políticamente sobre la base de la división del gobierno en tres Poderes: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Estos, siguiendo el modelo iniciado por la Constitución Norteamericana de 1787, si bien separados, se controlaban entre sí de manera que no fuera posible que algún déspota se adueñara del poder y terminara con la libertad del Pueblo. Los constituyentes argentinos añadieron a nuestro texto constitucional dos normas muy importantes para entender esta petición: el artículo 29 y el artículo 109.                                               www.PrisioneroEnArgentina.com

El primero establece que “El Congreso Nacional no puede conceder al Ejecutivo Nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias ni la suma del poder público, ni otorgarle sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobierno o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria”. El segundo está muy relacionado con el tema que estamos desarrollando y establece que: “En ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de las causas pendientes o restablecer las fenecidas”. Este artículo expresa implícitamente que hay un Poder que debe ejercer funciones judiciales SIEMPRE. No puede suprimirlo nadie, y menos el Poder Ejecutivo. Nadie puede juzgar a nadie si no pertenece al Poder Judicial, es decir, que si este no funcionara por el motivo que fuere, en ese supuesto, no habría Justicia. No regiría la Constitución. La República Argentina dejaría de ser una República.

Lamentablemente, el Decreto Nº 297/2020 —que es un decreto de necesidad y urgencia supuestamente dictado para defendernos del coronavirus, una enfermedad infecciosa—  resolvió lo contrario a lo que establece la Constitución Nacional y declaró en su artículo 6º inciso 3º que los servicios que presta el Poder Judicial no eran “actividades y/o servicios declarados esenciales en la emergencia” (ver artículos primero y sexto) a excepción del “personal de los servicios de justicia de turno, conforme lo establezcan las autoridades competentes”. Quiere decir que este “decretazo” dispuso quién podía trabajar y quién no en el Poder Judicial de la Nación, un poder al que se supone independiente. El artículo 109 le prohíbe al Poder Ejecutivo ejercer funciones judiciales, pero aquí nuestro Poder Ejecutivo hace tabla rasa con el artículo mencionado y clausura virtualmente al Poder Judicial de manera tal que no hay más funciones judiciales salvo las pocas permitidas.        www.PrisioneroEnArgentina.com

La función de contralor del Poder Ejecutivo y del Legislativo que recae sobre el Poder Judicial, según dicta la Constitución, se terminó el infausto día del 19 de marzo de 2020… y con ella la República. Desde 1853 que la Patria no recibía un golpe tan letal. Sin embargo, el asalto a las instituciones argentinas no terminó allí: el golpe de gracia lo dio la Corte Suprema de Justicia al día siguiente mediante la acordada 6, en la que en su punto 3º sostiene “Que este Tribunal, como cabeza del Poder Judicial de la Nación tiene la obligación de acompañar desde su ámbito las decisiones de las autoridades sanitarias competentes, quienes se encuentran en mejores condiciones de adoptar criterios plenamente informados de dichas cuestiones”. De esta forma, aprobó y convalidó el virtual cierre del Poder Judicial dispuesto por el Poder Ejecutivo. El lector tiene que saber que naciones mucho más afectadas que la nuestra por el coronavirus no cerraron sus tribunales como parte de la terapia aconsejada por especialistas que seguramente saben mucho de su área, pero que no han medido las gravísimas consecuencias que este cierre tiene y tendrá en nuestro medio, seguramente peores que los males que se pretenden conjurar.

La principal medida adoptada es “el aislamiento social, preventivo y obligatorio” que, dicho en pocas palabras, es la prohibición de salir de casa a excepción de algunos casos. De esta forma, el trabajo está literalmente prohibido o, al menos,  dificultado de muchas maneras  pese a que, desde que el mundo es mundo, se sabe que “el que no trabaja, no come”. En nuestro país este aforismo tiene, desdichadamente, algunas excepciones, como la de muchos empleados públicos o individuos subsidiados arbitrariamente que viven a costillas de quienes trabajan arduamente para subsistir. Debido a la prohibición de salir de sus casas para ganarse el pan, cada vez más gente se da cuenta de que sus reservas se van acortando, se entera que las empresas en la que trabajan cierran, no pagan los salarios o pagan lo que pueden. A medida que, inevitablemente, va disminuyendo el poder de compra de la gente se adquiere menos mercadería, y ante la caída del volumen de ventas las empresas tienen que parar sus actividades. Esto significa, para muchos, la pérdida de su fuente de trabajo.

Para las personas que viven de su trabajo y que no pueden trabajar desde su casa, la protección de la salud pública mediante la prohibición de salir tiene como consecuencia el cese inevitable de sus ingresos y, por ende, la posibilidad de adquirir alimentos, remedios y servicios. Cada día que pasa, su situación empeora y con ella su salud física, que empieza a resentirse, por no hablar de su salud mental. Con el decaimiento de las defensas naturales, empiezan a aparecen enfermedades y traumas que tampoco se pueden combatir ante la imposibilidad de adquirir los remedios necesarios; puede pasar que su Obra Social tampoco pueda adquirirlos porque a muchas personas están en la misma situación y el servicio está colapsado. Es muy probable que en estas circunstancias aparezca el coronavirus, que busca siempre a los débiles, y culmine la obra de demolición de las economías personales que comenzó aquel 19 de marzo con una terapia equivocada.

La Corte Suprema ante una encrucijada histórica

La acordada de V.E. que decretó “feria judicial” del 20 al 31 de marzo inclusive y las posteriores ampliaciones de ese término violan la forma republicana de gobierno y constituyen un ataque letal a la libertad de los habitantes del suelo patrio al haber dejado al país virtualmente sin Justicia. Los actos posteriores del Poder Legislativo convalidando el DNU 297/20 son nulos de nulidad absoluta porque implican asumir la facultad extraordinaria de impedir el funcionamiento del Poder Judicial de la Nación —artículo 6 inciso 3º—.

El drama argentino, la quiebra económica y las decenas de miles de víctimas de estas medidas —como el Poder Judicial, rebajado en su estatura institucional—, pueden ser solo el comienzo, un avatar de un itinerario de vértigo. ¿Qué pasaría si la Corte Suprema que dictó la acordada 6/20 decidiera, en función de los argumentos precedentes y otros seguramente mejores, revocar el acto administrativo en cuestión y, en función de la independencia del Poder Judicial, dar por terminada la feria judicial y establecer una fecha muy próxima para reanudar internamente las tareas tribunalicias y luego otra para la atención normal del público?

Desde el punto de vista jurídico, sería algo muy parecido a lo que significó la sentencia “Marbury vs. Madison”: afirmaría la supremacía del derecho sobre la política. Desde el punto de vista del rango y teniendo en cuenta la ubicación internacional de la Argentina en el mundo, sería también proclamar urbi et orbi que esta es una República que nació para garantizar la libertad y la seguridad de sus habitantes y que los Jueces argentinos están para defender la Constitución y la Ley, no para inclinarse mansamente ante quienes ocupan los otros poderes. Quien escribe estas líneas está seguro de que los cinco Sres. Jueces a quienes se refiere tendrán el coraje necesario para rectificar sus errores y de que seguirán el rumbo correcto pese a los peligros que rodean ese cambio, que los instalaría para siempre en la Historia Argentina. Tendrían derecho a una parcela de gloria.

Juan José Guaresti (nieto)

 


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Junio 24, 2020


 

El Principito

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☺

  Por Antoine de Saint-Exupéry


A Leon Werth:

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH CUANDO ERA NIÑO

I

Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.

En el libro se afirmaba: “La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión”.

Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta manera:

Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.

—¿Por qué habría de asustar un sombrero?— me respondieron.

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante.

Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender.

Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.

Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.

A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas.

Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: “Es un sombrero”. Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.

II

Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.

La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:

—¡Por favor… píntame un cordero!

—¿Eh?

—¡Píntame un cordero!

Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa.

Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.

Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.

Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:

— Pero… ¿qué haces tú por aquí?

Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:

—¡Por favor… píntame un cordero!

Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.

—¡No importa —me respondió—, píntame un cordero!

Como nunca había dibujado un cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:

— ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.

Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:

—¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.

Volví a dibujar.

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.

—¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos…

Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

—Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:

—Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:

—¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?

—¿Por qué?

—Porque en mi tierra es todo tan pequeño…

Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:

—¡Bueno, no tan pequeño…! Está dormido…

Y así fue como conocí al principito.

III

Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito, que me hacía muchas preguntas, jamás parecía oír las mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo. Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de un dibujo demasiado complicado para mí) me preguntó:

—¿Qué cosa es esa? —Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión.

Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó:

—¡Cómo! ¿Has caído del cielo?

—Sí —le dije modestamente.

—¡Ah, que curioso!

Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió:

—Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?

Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté bruscamente:

—¿Tu vienes, pues, de otro planeta?

Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando detenidamente mi avión.

—Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos…

Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero se abismó en la contemplación de su tesoro.

Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:

—¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está “tu casa”? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero?

Después de meditar silenciosamente me respondió:

—Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa.

—Sin duda. Y si eres bueno te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día.

Esta proposición pareció chocar al principito.

—¿Atarlo? ¡Qué idea más rara!

—Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá…

Mi amigo soltó una nueva carcajada.

—¿Y dónde quieres que vaya?

—No sé, a cualquier parte. Derecho camino adelante…

Entonces el principito señaló con gravedad:

—¡No importa, es tan pequeña mi tierra!

Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:

—Derecho, camino adelante… no se puede ir muy lejos.

IV

De esta manera supe una segunda cosa muy importante: su planeta de origen era apenas más grande que una casa.

Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces, que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por ejemplo, “el asteroide 3251”.

Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.

Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así.

Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.

Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:

“¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?” Pero en cambio preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?”

Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: “He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado”, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: “He visto una casa que vale cien mil pesos”. Entonces exclaman entusiasmados: “¡Oh, qué preciosa es!”

De tal manera, si les decimos: “La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe”, las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: “el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612”, quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.

Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:

“Era una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…” Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real.

Porque no me gusta que mi libro sea tomado a la ligera. Siento tanta pena al contar estos recuerdos. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores. ¡Es muy duro, a mi edad, ponerse a aprender a dibujar, cuando en toda la vida no se ha hecho otra tentativa que la de una boa abierta y una boa cerrada a la edad de seis años! Ciertamente que yo trataré de hacer retratos lo más parecido posibles, pero no estoy muy seguro de lograrlo. Uno saldrá bien y otro no tiene parecido alguno. En las proporciones me equivoco también un poco. Aquí el principito es demasiado grande y allá es demasiado pequeño. Dudo también sobre el color de su traje. Titubeo sobre esto y lo otro y unas veces sale bien y otras mal. Es posible, en fin, que me equivoque sobre ciertos detalles muy importantes. Pero habrá que perdonármelo ya que mi amigo no me daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco como las personas mayores.

He debido envejecer.

V

Cada día yo aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje. Esto venía suavemente al azar de las reflexiones. De esta manera tuve conocimiento al tercer día, del drama de los baobabs.

Fue también gracias al cordero y como preocupado por una profunda duda, cuando el principito me preguntó:

—¿Es verdad que los corderos se comen los arbustos?

—Sí, es cierto.

—¡Ah, qué contesto estoy!

No comprendí por qué era tan importante para él que los corderos se comieran los arbustos. Pero el principito añadió:

—Entonces se comen también los Baobabs.

Le hice comprender al principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles tan grandes como iglesias y que incluso si llevase consigo todo un rebaño de elefantes, el rebaño no lograría acabar con un solo baobab.

Esta idea del rebaño de elefantes hizo reír al principito.

—Habría que poner los elefantes unos sobre otros…

Y luego añadió juiciosamente:

—Los baobabs, antes de crecer, son muy pequeñitos.

—Es cierto. Pero ¿por qué quieres que tus corderos coman los baobabs?

Me contestó: “¡Bueno! ¡Vamos!” como si hablara de una evidencia. Me fue necesario un gran esfuerzo de inteligencia para comprender por mí mismo este problema.

En efecto, en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas. Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo del planeta está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar.

“Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil”.

Y un día me aconsejó que me dedicara a realizar un hermoso dibujo, que hiciera comprender a los niños de la tierra estas ideas. “Si alguna vez viajan, me decía, esto podrá servirles mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para más tarde el trabajo que se ha de hacer; pero tratándose de baobabs, el retraso es siempre una catástrofe. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos…”

Siguiendo las indicaciones del principito, dibujé dicho planeta. Aunque no me gusta el papel de moralista, el peligro de los baobabs es tan desconocido y los peligros que puede correr quien llegue a perderse en un asteroide son tan grandes, que no vacilo en hacer una excepción y exclamar: “¡Niños, atención a los baobabs!” Y sólo con el fin de advertir a mis amigos de estos peligros a que se exponen desde hace ya tiempo sin saberlo, es por lo que trabajé y puse tanto empeño en realizar este dibujo. La lección que con él podía dar, valía la pena. Es muy posible que alguien me pregunte por qué no hay en este libro otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobabs. La respuesta es muy sencilla: he tratado de hacerlos, pero no lo he logrado. Cuando dibujé los baobabs estaba animado por un sentimiento de urgencia.

VI

¡Ah, principito, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:

—Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol…

—Tendremos que esperar…

—¿Esperar qué?

—Que el sol se ponga.

Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:

—Siempre me creo que estoy en mi tierra.

En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…

—¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadiste:

—¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.

—El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?

Pero el principito no respondió.

VII

Al quinto día y también en relación con el cordero, me fue revelado este otro secreto de la vida del principito. Me preguntó bruscamente y sin preámbulo, como resultado de un problema largamente meditado en silencio:

—Si un cordero se come los arbustos, se comerá también las flores ¿no?

—Un cordero se come todo lo que encuentra.

—¿Y también las flores que tienen espinas?

—Sí; también las flores que tienen espinas.

—Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?

Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de destornillar un perno demasiado apretado del motor; la avería comenzaba a parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera agotando mi provisión de agua, me hacía temer lo peor.

—¿Para qué sirven las espinas?

El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una pregunta formulada por él. Irritado por la resistencia que me oponía el perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:

—Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.

—¡Oh!

Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:

—¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas…

No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí mismo: “Si este perno me resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo”. El principito me interrumpió de nuevo mis pensamientos:

—¿Tú crees que las flores…?

—¡No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme de cosas serias.

Me miró estupefacto.

—¡De cosas serias!

Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e inclinado sobre algo que le parecía muy feo.

—¡Hablas como las personas mayores!

Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió:

—¡Lo confundes todo…todo lo mezclas…!

Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento sus cabellos dorados.

—Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: “¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!”… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!

—¿Un qué?

—Un hongo.

El principito estaba pálido de cólera.

—Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?

El principito enrojeció y después continuó:

—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: “Mi flor está allí, en alguna parte…” ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!

No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.

La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: “la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…”. No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!

VIII

Aprendí bien pronto a conocer mejor esta flor. Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquella había germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el principito había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía le convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde.

Elegía con cuidado sus colores, se vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada como las amapolas; quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah, era muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta que una mañana, precisamente al salir el sol se mostró espléndida.

La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:

—¡Ah, perdóname… apenas acabo de despertarme… estoy toda despeinada…!

El principito no pudo contener su admiración:

—¡Qué hermosa eres!

—¿Verdad? —respondió dulcemente la flor—. He nacido al mismo tiempo que el sol. El principito adivinó exactamente que ella no era muy modesta ciertamente, pero ¡era tan conmovedora!

—Me parece que ya es hora de desayunar — añadió la flor —; si tuvieras la bondad de pensar un poco en mí…

Y el principito, muy confuso, habiendo ido a buscar una regadera la roció abundantemente con agua fresca.

Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:

—¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!

—No hay tigres en mi planeta —observó el principito— y, además, los tigres no comen hierba.

—Yo nos soy una hierba —respondió dulcemente la flor.

—Perdóname…

—No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?

“Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta —pensó el principito—. Esta flor es demasiado complicada…”

—Por la noche me cubrirás con un fanal… hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…

La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.

—¿Y el biombo?

—Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme…

Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.

De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.

“Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito— nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso…

Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme”.

Y me contó todavía:

“¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”.

IX

Creo que el principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la partida, puso en orden el planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad, de los cuales poseía dos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno todas las mañanas.

Tenía, además, un volcán extinguido. Deshollinó también el volcán extinguido, pues, como él decía, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Si los volcanes están bien deshollinados, arden sus erupciones, lenta y regularmente. Las erupciones volcánicas son como el fuego de nuestras chimeneas. Es evidente que en nuestra Tierra no hay posibilidad de deshollinar los volcanes; los hombres somos demasiado pequeños. Por eso nos dan tantos disgustos.

El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.

—Adiós —le dijo a la flor. Esta no respondió.

—Adiós —repitió el principito.

La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.

—He sido una tonta —le dijo al fin la flor—. Perdóname. Procura ser feliz.

Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.

—Sí, yo te quiero —le dijo la flor—, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz. . . Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo quiero.

—Pero el viento…

—No estoy tan resfriada como para… El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.

—Y los animales…

—Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.

Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:

—Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.

La flor no quería que la viese llorar: era tan orgullosa…

X

Se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Para ocuparse en algo e instruirse al mismo tiempo decidió visitarlos.

El primero estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.

—¡Ah, —exclamó el rey al divisar al principito—, aquí tenemos un súbdito!

El principito se preguntó:

“¿Cómo es posible que me reconozca si nunca me ha visto?”

Ignoraba que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos.

—Aproxímate para que te vea mejor —le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser por fin el rey de alguien. El principito buscó donde sentarse, pero el planeta estaba ocupado totalmente por el magnífico manto de armiño. Se quedó, pues, de pie, pero como estaba cansado, bostezó.

—La etiqueta no permite bostezar en presencia del rey —le dijo el monarca—. Te lo prohibo.

—No he podido evitarlo —respondió el principito muy confuso—, he hecho un viaje muy largo y apenas he dormido…

—Entonces —le dijo el rey— te ordeno que bosteces. Hace años que no veo bostezar a nadie.

Los bostezos son para mí algo curioso. ¡Vamos, bosteza otra vez, te lo ordeno!

—Me da vergüenza… ya no tengo ganas… —dijo el principito enrojeciendo.

—¡Hum, hum! —respondió el rey—. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto que bosteces y que no bosteces…

Tartamudeaba un poco y parecía vejado, pues el rey daba gran importancia a que su autoridad fuese respetada. Era un monarca absoluto, pero como era muy bueno, daba siempre órdenes razonables.

Si yo ordenara —decía frecuentemente—, si yo ordenara a un general que se transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del general, sino mía”.

—¿Puedo sentarme? —preguntó tímidamente el principito.

—Te ordeno sentarte —le respondió el rey—, recogiendo majestuosamente un faldón de su manto de armiño.

El principito estaba sorprendido. Aquel planeta era tan pequeño que no se explicaba sobre quién podría reinar aquel rey.

—Señor —le dijo—, perdóneme si le pregunto…

—Te ordeno que me preguntes —se apresuró a decir el rey.

—Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder?

—Sobre todo —contestó el rey con gran ingenuidad.

—¿Sobre todo?

El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.

—¿Sobre todo eso? —volvió a preguntar el principito.

—Sobre todo eso. . . —respondió el rey.

No era sólo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.

—¿Y las estrellas le obedecen?

—¡Naturalmente! —le dijo el rey—. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.

Un poder semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal naturaleza, hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a setenta y dos, a cien, o incluso a doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:

—Me gustaría ver una puesta de sol… Deme ese gusto… Ordénele al sol que se ponga…

—Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?

—La culpa sería de usted —le dijo el principito con firmeza.

—Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar —continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.

—¿Entonces mi puesta de sol? —recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.

—Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.

—¿Y cuándo será eso?

—¡Ejem, ejem! —le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario—, ¡ejem, ejem! será hacia… hacia… será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.

El principito bostezó. Lamentaba su puesta de sol frustrada y además se estaba aburriendo ya un poco.

—Ya no tengo nada que hacer aquí —le dijo al rey—. Me voy.

—No partas —le respondió el rey que se sentía muy orgulloso de tener un súbdito—, no te vayas y te hago ministro.

—¿Ministro de qué?

—¡De… de justicia!

—¡Pero si aquí no hay nadie a quien juzgar!

—Eso no se sabe —le dijo el rey—. Nunca he recorrido todo mi reino. Estoy muy viejo y el caminar me cansa. Y como no hay sitio para una carroza…

—¡Oh! Pero yo ya he visto. . . —dijo el principito que se inclinó para echar una ojeada al otro lado del planeta—. Allá abajo no hay nadie tampoco. .

—Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.

—Yo puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte y no tengo necesidad de vivir aquí.

—¡Ejem, ejem! Creo —dijo el rey— que en alguna parte del planeta vive una rata vieja; yo la oigo por la noche. Tu podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para conservarla, ya que no hay más que una.

—A mí no me gusta condenar a muerte a nadie —dijo el principito—. Creo que me voy a marchar.

—No —dijo el rey.

Pero el principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo monarca, dijo:

—Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable.

Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son favorables…

Como el rey no respondiera nada, el principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha.

—¡Te nombro mi embajador! —se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad.

“Las personas mayores son muy extrañas”, se decía el principito para sí mismo durante el viaje.

XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:

—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! —Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.

Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.

—¡Buenos días! —dijo el principito—. ¡Qué sombrero tan raro tiene!

—Es para saludar a los que me aclaman —respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.

—¿Ah, sí? —preguntó sin comprender el principito.

—Golpea tus manos una contra otra —le aconsejó el vanidoso.

El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.

“Esto parece más divertido que la visita al rey”, se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.

A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.

—¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? —preguntó el principito.

Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.

—¿Tú me admiras mucho, verdad? —preguntó el vanidoso al principito.

—¿Qué significa admirar?

—Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.

—¡Si tú estás solo en tu planeta!

—¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!

—¡Bueno! Te admiro —dijo el principito encogiéndose de hombros—, pero ¿para qué te sirve?

Y el principito se marchó.

“Decididamente, las personas mayores son muy extrañas”, se decía para sí el principito durante su viaje.

XII

El tercer planeta estaba habitado por un bebedor. Fue una visita muy corta, pues hundió al principito en una gran melancolía.

—¿Qué haces ahí? —preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio ante un sinnúmero de botellas vacías y otras tantas botellas llenas.

—¡Bebo! —respondió el bebedor con tono lúgubre.

—¿Por qué bebes? —volvió a preguntar el principito.

—Para olvidar.

—¿Para olvidar qué? —inquirió el principito ya compadecido.

—Para olvidar que siento vergüenza —confesó el bebedor bajando la cabeza.

—¿Vergüenza de qué? —se informó el principito deseoso de ayudarle.

—¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio.

Y el principito, perplejo, se marchó.

“No hay la menor duda de que las personas mayores son muy extrañas”, seguía diciéndose para sí el principito durante su viaje.

XIII

El cuarto planeta estaba ocupado por un hombre de negocios. Este hombre estaba tan abstraído que ni siquiera levantó la cabeza a la llegada del principito.

—¡Buenos días! —le dijo éste—. Su cigarro se ha apagado.

—Tres y dos cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de encenderlo. Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf!

Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.

—¿Quinientos millones de qué?

—¿Eh? ¿Estás ahí todavía? Quinientos millones de… ya no sé… ¡He trabajado tanto! ¡Yo soy un hombre serio y no me entretengo en tonterías! Dos y cinco siete…

—¿Quinientos millones de qué? —volvió a preguntar el principito, que nunca en su vida había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.

El hombre de negocios levantó la cabeza:

—Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde.

Hacía un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear.

Soy un hombre serio. Y la tercera vez… ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues, quinientos un millones…

—¿Millones de qué?

El hombre de negocios comprendió que no tenía ninguna esperanza de que lo dejaran en paz.

—Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo.

—¿Moscas?

—¡No, cositas que brillan!

—¿Abejas?

—No. Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!

—¡Ah! ¿Estrellas?

—Eso es. Estrellas.

—¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas?

—Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio y exacto.

—¿Y qué haces con esas estrellas?

—¿Que qué hago con ellas?

—Sí.

—Nada. Las poseo.

—¿Que las estrellas son tuyas?

—Sí.

—Yo he visto un rey que…

—Los reyes no poseen nada… Reinan. Es muy diferente.

—¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?

—Me sirve para ser rico.

—¿Y de qué te sirve ser rico?

—Me sirve para comprar más estrellas si alguien las descubre.

“Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos como mi borracho”.

No obstante le siguió preguntando:

—¿Y cómo es posible poseer estrellas?

—¿De quién son las estrellas? —contestó punzante el hombre de negocios.

—No sé. . . De nadie.

—Entonces son mías, puesto que he sido el primero a quien se le ha ocurrido la idea.

—¿Y eso basta?

—Naturalmente. Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si encontraras una isla que a nadie pertenece, la isla es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las estrellas son mías, puesto que nadie, antes que yo, ha pensado en poseerlas.

—Eso es verdad —dijo el principito— ¿y qué haces con ellas?

—Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez —contestó el hombre de negocios—. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio!

El principito no quedó del todo satisfecho.

—Si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas!

—Pero puedo colocarlas en un banco.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel.

—¿Y eso es todo?

—¡Es suficiente!

“Es divertido”, pensó el principito. “Es incluso bastante poético. Pero no es muy serio”.

El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores.

—Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas…

El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.

El principito abandonó aquel planeta.

“Las personas mayores, decididamente, son extraordinarias”, se decía a sí mismo con sencillez durante el viaje.

XIV

El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un farol y el farolero que lo habitaba. El principito no lograba explicarse para qué servirían allí, en el cielo, en un planeta sin casas y sin población un farol y un farolero. Sin embargo, se dijo a sí mismo:

“Este hombre, quizás, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo, al menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual que si hiciera nacer una estrella más o una flor y cuando lo apaga hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy bonita y por ser bonita es verdaderamente útil”.

Cuando llegó al planeta saludó respetuosamente al farolero:

—¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol?

—Es la consigna —respondió el farolero—. ¡Buenos días!

—¿Y qué es la consigna?

—Apagar mi farol. ¡Buenas noches!

Y encendió el farol.

—¿Y por qué acabas de volver a encenderlo?

—Es la consigna.

—No lo comprendo —dijo el principito.

—No hay nada que comprender —dijo el farolero—. La consigna es la consigna. ¡Buenos días!

Y apagó su farol.

Luego se enjugó la frente con un pañuelo de cuadros rojos.

—Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.

—¿Y luego cambiaron la consigna?

—Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado —dijo el farolero—. El planeta gira cada vez más de prisa de año en año y la consigna sigue siendo la misma.

—¿Y entonces? —dijo el principito.

—Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo de reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.

—¡Eso es raro! ¡Los días sólo duran en tu tierra un minuto!

—Esto no tiene nada de divertido —dijo el farolero—. Hace ya un mes que tú y yo estamos hablando.

—¿Un mes?

—Sí, treinta minutos. ¡Treinta días! ¡Buenas noches!

Y volvió a encender su farol.

El principito lo miró y le gustó este farolero que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó las puestas de sol que en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.

—¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras…

—Yo quiero descansar siempre —dijo el farolero.

Se puede ser a la vez fiel y perezoso.

El principito prosiguió:

—Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás… y el día durará tanto tiempo cuanto quieras.

—Con eso no adelanto gran cosa —dijo el farolero—, lo que a mí me gusta en la vida es dormir.

—No es una suerte —dijo el principito.

—No, no es una suerte —replicó el farolero—. ¡Buenos días!

Y apagó su farol.

Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: “Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:

“Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no hay lugar para dos…”

Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría disfrutar cada veinticuatro horas.

XV

El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía grandes libros.

—¡Anda, un explorador! —exclamó cuando divisó al principito.

Este se sentó sobre la mesa y reposó un poco. ¡Había viajado ya tanto!

—¿De dónde vienes tú? —le preguntó el anciano.

—¿Qué libro es ese tan grande? —preguntó a su vez el principito—. ¿Qué hace usted aquí?

—Soy geógrafo —dijo el anciano.

—¿Y qué es un geógrafo?

—Es un sabio que sabe donde están los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los desiertos.

—Eso es muy interesante —dijo el principito—. ¡Y es un verdadero oficio!

Dirigió una mirada a su alrededor sobre el planeta del geógrafo; nunca había visto un planeta tan majestuoso.

—Es muy hermoso su planeta. ¿Hay océanos aquí?

—No puedo saberlo —dijo el geógrafo.

—¡Ah! (El principito se sintió decepcionado). ¿Y montañas?

—No puedo saberlo —repitió el geógrafo.

—¿Y ciudades, ríos y desiertos?

—Tampoco puedo saberlo.

—¡Pero usted es geógrafo!

—Exactamente —dijo el geógrafo—, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y los desiertos; es demasiado importante para deambular por ahí. Se queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus informes. Si los informes de alguno de ellos le parecen interesantes, manda hacer una investigación sobre la moralidad del explorador.

—¿Para qué?

—Un explorador que mintiera sería una catástrofe para los libros de geografía. Y también lo sería un explorador que bebiera demasiado.

—¿Por qué? —preguntó el principito.

—Porque los borrachos ven doble y el geógrafo pondría dos montañas donde sólo habría una.

—Conozco a alguien —dijo el principito—, que sería un mal explorador.

—Es posible. Cuando se está convencido de que la moralidad del explorador es buena, se hace una investigación sobre su descubrimiento.

—¿ Se va a ver?

—No, eso sería demasiado complicado. Se exige al explorador que suministre pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.

Súbitamente el geógrafo se sintió emocionado:

—Pero… ¡tú vienes de muy lejos! ¡Tú eres un explorador! Vas a describirme tu planeta.

Y el geógrafo abriendo su registro afiló su lápiz. Los relatos de los exploradores se escriben primero con lápiz. Se espera que el explorador presente sus pruebas para pasarlos a tinta.

—¿Y bien? —interrogó el geógrafo.

—¡Oh! Mi tierra —dijo el principito— no es interesante, todo es muy pequeño. Tengo tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido; pero nunca se sabe…

—No, nunca se sabe —dijo el geógrafo.

—Tengo también una flor.

—De las flores no tomamos nota.

—¿Por qué? ¡Son lo más bonito!

—Porque las flores son efímeras.

—¿Qué significa “efímera”?

—Las geografías —dijo el geógrafo— son los libros más preciados e interesantes; nunca pasan de moda. Es muy raro que una montaña cambie de sitio o que un océano quede sin agua. Los geógrafos escribimos sobre cosas eternas.

—Pero los volcanes extinguidos pueden despertarse —interrumpió el principito—. ¿Qué significa “efímera”?

—Que los volcanes estén o no en actividad es igual para nosotros. Lo interesante es la montaña que nunca cambia.

—Pero, ¿qué significa “efímera”? —repitió el principito que en su vida había renunciado a una pregunta una vez formulada.

—Significa que está amenazado de próxima desaparición.

—¿Mi flor está amenazada de desaparecer próximamente?

—Indudablemente.

“Mi flor es efímera —se dijo el principito— y no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el mundo. ¡Y la he dejado allá sola en mi casa!”. Por primera vez se arrepintió de haber dejado su planeta, pero bien pronto recobró su valor.

—¿Qué me aconseja usted que visite ahora? —preguntó.

—La Tierra —le contestó el geógrafo—. Tiene muy buena reputación…

Y el principito partió pensando en su flor.

XVI

El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.

¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores.

Para darles una idea de las dimensiones de la Tierra yo les diría que antes de la invención de la electricidad había que mantener sobre el conjunto de los seis continentes un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros.

Vistos desde lejos, hacían un espléndido efecto. Los movimientos de este ejército estaban regulados como los de un ballet de ópera. Primero venía el turno de los faroleros de Nueva Zelandia y de Australia. Encendían sus faroles y se iban a dormir. Después tocaba el turno en la danza a los faroleros de China y Siberia, que a su vez se perdían entre bastidores. Luego seguían los faroleros de Rusia y la India, después los de África y Europa y finalmente, los de América del Sur y América del Norte. Nunca se equivocaban en su orden de entrada en escena. Era grandioso.

Solamente el farolero del único farol del polo norte y su colega del único farol del polo sur, llevaban una vida de ociosidad y descanso. No trabajaban más que dos veces al año.

XVII

Cuando se quiere ser ingenioso, sucede que se miente un poco. No he sido muy honesto al hablar de los faroleros y corro el riesgo de dar una falsa idea de nuestro planeta a los que no lo conocen.

Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que la pueblan se pusieran de pie y un poco apretados, como en un mitin, cabrían fácilmente en una plaza de veinte millas de largo por veinte de ancho. La humanidad podría amontonarse sobre el más pequeño islote del Pacífico.

Las personas mayores no les creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que ocupan mucho sitio. Se creen importantes como los baobabs. Les dirán, pues, que hagan el cálculo; eso les gustará ya que adoran las cifras. Pero no es necesario que pierdan el tiempo inútilmente, puesto que tienen confianza en mí.

El principito, una vez que llegó a la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Tenía miedo de haberse equivocado de planeta, cuando un anillo de color de luna se revolvió en la arena.

—¡Buenas noches! —dijo el principito.

—¡Buenas noches! —dijo la serpiente.

—¿Sobre qué planeta he caído? —preguntó el principito.

—Sobre la Tierra, en África —respondió la serpiente.

—¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la Tierra?

—Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande —dijo la serpiente.

El principito se sentó en una piedra y elevó los ojos al cielo.

—Yo me pregunto —dijo— si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya. Mira mi planeta; está precisamente encima de nosotros… Pero… ¡qué lejos está!

—Es muy bella —dijo la serpiente—. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí?

—Tengo problemas con una flor —dijo el principito.

—¡Ah!

Y se callaron.

—¿Dónde están los hombres? —prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto…

—También se está solo donde los hombres —afirmó la serpiente.

El principito la miró largo rato y le dijo:

—Eres un bicho raro, delgado como un dedo…

—Pero soy más poderoso que el dedo de un rey —le interrumpió la serpiente.

El principito sonrió:

—No me pareces muy poderoso… ni siquiera tienes patas… ni tan siquiera puedes viajar…

—Puedo llevarte más lejos que un navío —dijo la serpiente.

Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro.

—Al que yo toco, le hago volver a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella…

El principito no respondió.

—Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito. Si algún día echas mucho de menos tu planeta, puedo ayudarte. Puedo…

—¡Oh! —dijo el principito—. Te he comprendido. Pero ¿por qué hablas con enigmas?

—Yo los resuelvo todos —dijo la serpiente.

Y se callaron.

XVIII

El principito atravesó el desierto en el que sólo encontró una flor de tres pétalos, una flor de nada.

—¡Buenos días! —dijo el principito.

—¡Buenos días! —dijo la flor.

—¿Dónde están los hombres? —preguntó cortésmente el principito.

La flor, un día, había visto pasar una caravana.

—¿Los hombres? No existen más que seis o siete, me parece. Los he visto hace ya años y nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea. Les faltan las raíces. Esto les molesta.

—Adiós —dijo el principito.

—Adiós —dijo la flor.

XIX

El principito escaló hasta la cima de una alta montaña. Las únicas montañas que él había conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. El volcán extinguido lo utilizaba como taburete. “Desde una montaña tan alta como ésta, se había dicho, podré ver todo el planeta y a todos los hombres…” Pero no alcanzó a ver más que algunas puntas de rocas.

—¡Buenos días! —exclamó el principito al acaso.

—¡Buenos días! ¡Buenos días! ¡Buenos días! —respondió el eco.

—¿Quién eres tú? —preguntó el principito.

—¿Quién eres tú?… ¿Quién eres tú?… ¿Quién eres tú?… —contestó el eco.

—Sed mis amigos, estoy solo —dijo el principito.

—Estoy solo… estoy solo… estoy solo… —repitió el eco.

“¡Qué planeta más raro! —pensó entonces el principito—, es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que se les dice… En mi tierra tenía una flor: hablaba siempre la primera… ”

XX

Pero sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.

—¡Buenos días! —dijo.

Era un jardín cuajado de rosas.

—¡Buenos días! —dijeran las rosas.

El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!

—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó estupefacto.

—Somos las rosas —respondieron éstas.

—¡Ah! —exclamó el principito.

Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín!

Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también… ”

Y luego continuó diciéndose: “Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe… ” Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.

XXI

Entonces apareció el zorro:

—¡Buenos días! —dijo el zorro.

—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.

—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.

—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!

—Soy un zorro —dijo el zorro.

—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!

—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.

—¡Ah, perdón! —dijo el principito.

Pero después de una breve reflexión, añadió:

—¿Qué significa “domesticar”?

—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?

—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa “domesticar”?

—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?

—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? —volvió a preguntar el principito.

—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa “crear vínculos… ”

—¿Crear vínculos?

—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…

—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor… creo que ella me ha domesticado…

—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.

—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.

El zorro pareció intrigado:

—¿En otro planeta?

—Sí.

—¿Hay cazadores en ese planeta?

—No.

—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?

—No.

—Nada es perfecto —suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

—Por favor… domestícame —le dijo.

—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.

—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!

—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.

—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

El principito volvió al día siguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.

—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique…

—Ciertamente —dijo el zorro.

—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.

—¡Seguro!

—No ganas nada.

—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.

Y luego añadió:

—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.

Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

—Adiós —le dijo.

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.

—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

—Es el tiempo que yo he perdido con ella… —repitió el principito para recordarlo.

—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…

—Yo soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a fin de recordarlo.

XXII

—¡Buenos días! —dijo el principito.

—¡Buenos días! —respondió el guardavía.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó el principito.

—Formo con los viajeros paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.

Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardavía.

—Tienen mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?

—Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe —dijo el guardavía.

Un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.

—¿Ya vuelve? —preguntó el principito.

—No son los mismos —contestó el guardavía—. Es un cambio.

—¿No se sentían contentos donde estaban?

—Nunca se siente uno contento donde está —respondió el guardavía.

Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.

—¿Van persiguiendo a los primeros vi ajeros? —preguntó el principito.

—No persiguen absolutamente nada —le dijo el guardavía—; duermen o bostezan allí dentro.

Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.

—Únicamente los niños saben lo que buscan —dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran…

—¡Qué suerte tienen! —dijo el guardavía.

XXIII

—¡Buenos días! —dijo el principito.

—¡Buenos días! —respondió el comerciante.

Era un comerciante de píldoras perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber.

—¿Por qué vendes eso? —preguntó el principito.

—Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

—¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?

—Lo que cada uno quiere… ”

“Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos —pensó el principito— caminaría suavemente hacia una fuente…”

XXIV

Era el octavo día de mi avería en el desierto y había escuchado la historia del comerciante bebiendo la última gota de mi provisión de agua.

—¡Ah —le dije al principito—, son muy bonitos tus cuentos, pero yo no he reparado mi avión, no tengo nada para beber y sería muy feliz si pudiera irme muy tranquilo en busca de una fuente!

—Mi amigo el zorro…, me dijo…

—No se trata ahora del zorro, muchachito…

—¿Por qué?

—Porque nos vamos a morir de sed…

No comprendió mi razonamiento y replicó:

—Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro.

“Es incapaz de medir el peligro —me dije — Nunca tiene hambre ni sed y un poco de sol le basta…”

El principito me miró y respondió a mi pensamiento:

—Tengo sed también… vamos a buscar un pozo. ..

Tuve un gesto de cansancio; es absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad del desierto.

Sin embargo, nos pusimos en marcha.

Después de dos horas de caminar en silencio, cayó la noche y las estrellas comenzaron a brillar.

Yo las veía como en sueño, pues a causa de la sed tenía un poco de fiebre. Las palabras del principito danzaban en mi mente.

—¿Tienes sed, tú también? —le pregunté. Pero no respondió a mi pregunta, diciéndome simplemente:

—El agua puede ser buena también para el corazón…

No comprendí sus palabras, pero me callé; sabía muy bien que no había que interrogarlo.

El principito estaba cansado y se sentó; yo me senté a su lado y después de un silencio me dijo:

—Las estrellas son hermosas, por una flor que no se ve…

Respondí “seguramente” y miré sin hablar los pliegues que la arena formaba bajo la luna.

—El desierto es bello —añadió el principito.

Era verdad; siempre me ha gustado el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve, nada se oye y sin embargo, algo resplandece en el silencio…

—Lo que más embellece al desierto —dijo el principito— es el pozo que oculta en algún sitio…

Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro.

Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón…

—Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.

—Me gusta —dijo el principito— que estés de acuerdo con mi zorro.

Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra.

Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía: “lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible… ”

Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: “Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme… ” Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas…

Continué caminando y al rayar el alba descubrí el pozo.

XXV

—Los hombres —dijo el principito— se meten en los rápidos pero no saben dónde van ni lo que quieren. . . Entonces se agitan y dan vueltas…

Y añadió:

—¡No vale la pena!…

El pozo que habíamos encontrado no se parecía en nada a los pozos saharianos. Estos pozos son simples agujeros que se abren en la arena. El que teníamos ante nosotros parecía el pozo de un pueblo; pero por allí no había ningún pueblo y me parecía estar soñando.

—¡Es extraño! —le dije al principito—. Todo está a punto: la roldana, el balde y la cuerda…

Se rió y tocó la cuerda; hizo mover la roldana. Y la roldana gimió como una vieja veleta cuando el viento ha dormido mucho.

—¿Oyes? —dijo el principito—. Hemos despertado al pozo y canta.

No quería que el principito hiciera el menor esfuerzo y le dije:

—Déjame a mí, es demasiado pesado para ti.

Lentamente subí el cubo hasta el brocal donde lo dejé bien seguro. En mis oídos sonaba aún el canto de la roldana y veía temblar al sol en el agua agitada.

—Tengo sed de esta agua —dijo el principito—, dame de beber…

¡Comprendí entonces lo que él había buscado!

Levanté el balde hasta sus labios y el principito bebió con los ojos cerrados. Todo era bello como una fiesta. Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era como un regalo para el corazón. Cuando yo era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su resplandor a mi regalo de Navidad.

—Los hombres de tu tierra —dijo el principito— cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.

—No lo encuentran nunca —le respondí. —Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua…

—Sin duda, respondí. Y el principito añadió:

—Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.

Yo había bebido y me encontraba bien. La arena, al alba, era color de miel, del que gozaba hasta sentirme dichoso. ¿Por qué había de sentirme triste?

—Es necesario que cumplas tu promesa —dijo dulcemente el principito que nuevamente se había sentado junto a mí.

—¿Qué promesa?

—Ya sabes… el bozal para mi cordero… soy responsable de mi flor.

Saqué del bolsillo mis esbozos de dibujo. El principito los miró y dijo riendo:

—Tus baobabs parecen repollos…

—¡Oh! ¡Y yo que estaba tan orgulloso de mis baobabs!

—Tu zorro tiene orejas que parecen cuernos; son demasiado largas.

Y volvió a reír.

—Eres injusto, muchachito; yo no sabía dibujar más que boas cerradas y boas abiertas.

—¡Oh, todo se arreglará! —dijo el principito—. Los niños entienden.

Bosquejé, pues, un bozal y se lo alargué con el corazón oprimido:

—Tú tienes proyectos que yo ignoro…

Pero no me respondió.

—¿Sabes? —me dijo—. Mañana hace un año de mi caída en la Tierra…

Y después de un silencio, añadió:

—Caí muy cerca de aquí…

El principito se sonrojó y nuevamente, sin comprender por qué, experimenté una extraña tristeza.

Sin embargo, se me ocurrió preguntar:

—Entonces no te encontré por azar hace ocho días, cuando paseabas por estos lugares, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. ¿Es que volvías al punto de tu caída?

El principito enrojeció nuevamente.

Y añadí vacilante.

—¿Quizás por el aniversario?

El principito se ruborizó una vez más. Aunque nunca respondía a las preguntas, su rubor significaba una respuesta afirmativa.

—¡Ah! —le dije— tengo miedo.

Pero él me respondió:

—Tú debes trabajar ahora; vuelve, pues, junto a tu máquina, que yo te espero aquí. Vuelve mañana por la tarde.

Pero yo no estaba tranquilo y me acordaba del zorro. Si se deja uno domesticar, se expone a llorar un poco…

XXVI

Al lado del pozo había una ruina de un viejo muro de piedras. Cuando volví de mi trabajo al día siguiente por la tarde, vi desde lejos al principito sentado en lo alto con las piernas colgando. Lo oí que hablaba.

—¿No te acuerdas? ¡No es aquí con exactitud!

Alguien le respondió sin duda, porque él replicó:

—¡Sí, sí; es el día, pero no es este el lugar!

Proseguí mi marcha hacia el muro, pero no veía ni oía a nadie. Y sin embargo, el principito replicó de nuevo.

—¡Claro! Ya verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más que esperarme, que allí estaré yo esta noche.

Yo estaba a veinte metros y continuaba sin distinguir nada.

El principito, después de un silencio, dijo aún:

—¿Tienes un buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho?

Me detuve con el corazón oprimido, siempre sin comprender.

—¡Ahora vete —dijo el principito—, quiero volver a bajarme!

Dirigí la mirada hacia el pie del muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente de esas amarillas que matan a una persona en menos de treinta segundos, se erguía en dirección al principito.

Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté el paso, pero, al ruido que hice, la serpiente se dejó deslizar suavemente por la arena como un surtidor que muere, y, sin apresurarse demasiado, se escurrió entre las piedras con un ligero ruido metálico.

Llegué junto al muro a tiempo de recibir en mis brazos a mi principito, que estaba blanco como la nieve.

—¿Pero qué historia es ésta? ¿De charla también con las serpientes?

Le quité su eterna bufanda de oro, le humedecí las sienes y le di de beber, sin atreverme a hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome el cuello con sus brazos. Sentí latir su corazón, como el de un pajarillo que muere a tiros de carabina.

—Me alegra —dijo el principito— que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Así podrás volver a tu tierra…

—¿Cómo lo sabes?

Precisamente venía a comunicarle que, a pesar de que no lo esperaba, había logrado terminar mi trabajo.

No respondió a mi pregunta, sino que añadió:

—También yo vuelvo hoy a mi planeta…

Luego, con melancolía:

—Es mucho más lejos… y más difícil…

Me daba cuenta de que algo extraordinario pasaba en aquellos momentos. Estreché al principito entre mis brazos como si fuera un niño pequeño, y no obstante, me pareció que descendía en picada hacia un abismo sin que fuera posible hacer nada para retenerlo.

Su mirada, seria, estaba perdida en la lejanía.

—Tengo tu cordero y la caja para el cordero. Y tengo también el bozal.

Y sonreía melancólicamente.

Esperé un buen rato. Sentía que volvía a entrar en calor poco a poco:

—Has tenido miedo, muchachito…

Lo había tenido, sin duda, pero sonrió con dulzura:

—Esta noche voy a tener más miedo…

Me quedé de nuevo helado por un sentimiento de algo irreparable. Comprendí que no podía soportar la idea de no volver a oír nunca más su risa. Era para mí como una fuente en el desierto.

—Muchachito, quiero oír otra vez tu risa…

Pero él me dijo:

—Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado…

—¿No es cierto —le interrumpí— que toda esta historia de serpientes, de citas y de estrellas es tan sólo una pesadilla?

Pero el principito no respondió a mi pregunta y dijo:

—Lo más importante nunca se ve…

—Indudablemente…

—Es lo mismo que la flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.

—Es indudable…

—Es como el agua. La que me diste a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era!

—Sí, cierto…

—Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo…

Y rió una vez más.

—¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa!

—Mi regalo será ése precisamente, será como el agua…

—¿Qué quieres decir?

La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido…

—¿Qué quieres decir? —Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!

Y rió nuevamente.

—Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido.

Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: “Las estrellas me hacen reír siempre”. Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada…

Y se rió otra vez.

—Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír…

Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.

—Esta noche ¿sabes? no vengas…

—No te dejaré.

—Pareceré enfermo… Parecerá un poco que me muero… es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso…!

—No te dejaré.

Pero estaba preocupado.

—Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por gusto…

—He dicho que no te dejaré.

Pero algo lo tranquilizó.

—Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura…

Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me dijo solamente:

—¡Ah, estás ahí!

Me cogió de la mano y todavía se atormentó:

—Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.

Yo me callaba.

—¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado.

Seguí callado.

—Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas…

Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:

—Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber.

Yo me callaba.

—¡Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes…

El principito se calló también; estaba llorando.

—Es allí; déjame ir solo.

Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún:

—¿Sabes?… mi flor… soy responsable… ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo…

Me senté, ya no podía mantenerme en pie.

—Ahí está… eso es todo…

Vaciló todavía un instante, luego se levantó y dio un paso. Yo no pude moverme.

Un relámpago amarillo centelleó en su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito.

Luego cayó lentamente como cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena.

XXVII

Ahora hace ya seis años de esto. Jamás he contado esta historia y los compañeros que me vuelven a ver se alegran de encontrarme vivo. Estaba triste, pero yo les decía: “Es el cansancio”.

Al correr del tiempo me he consolado un poco, pero no completamente. Sé que ha vuelto a su planeta, pues al amanecer no encontré su cuerpo, que no era en realidad tan pesado… Y me gusta por la noche escuchar a las estrellas, que suenan como quinientos millones de cascabeles…

Pero sucede algo extraordinario. Al bozal que dibujé para el principito se me olvidó añadirle la correa de cuero; no habrá podido atárselo al cordero. Entonces me pregunto:

“¿Qué habrá sucedido en su planeta? Quizás el cordero se ha comido la flor…”

A veces me digo: “¡Seguro que no! El principito cubre la flor con su fanal todas las noches y vigila a su cordero”. Entonces me siento dichoso y todas las estrellas ríen dulcemente.

Pero otras veces pienso: “Alguna que otra vez se distrae uno y eso basta. Si una noche ha olvidado poner el fanal o el cordero ha salido sin hacer ruido, durante la noche…”. Y entonces los cascabeles se convierten en lágrimas…

Y ahí está el gran misterio. Para ustedes que quieren al principito, lo mismo que para mí, nada en el universo habrá cambiado si en cualquier parte, quien sabe dónde, un cordero desconocido se ha comido o no se ha comido una rosa…

Pero miren al cielo y pregúntense: el cordero ¿se ha comido la flor? Y veréis cómo todo cambia…

¡Ninguna persona mayor comprenderá jamás que esto sea verdaderamente importante!

Este es para mí el paisaje más hermoso y el más triste del mundo. Es el mismo paisaje de la página anterior que he dibujado una vez más para que lo vean bien. Fue aquí donde el principito apareció sobre la Tierra, desapareciendo luego.

Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 23, 2020