LOS HOSPITALES MILITARES, SOLO, PARA PRISIONEROS MILITARES
En el siglo pasado cuando el terrorismo irrumpió en la Argentina, las fuerzas de seguridad y policiales, como era su obligación, les hicieron frente durante varios años. Cuando esas sanguinarias organizaciones, favorecidas inclusive desde el gobierno (presidencia de Héctor Cámpora) se volvieron más audaces, finalmente las fuerzas armadas requeridas por la sociedad salieron a la calle a recuperar la misma, imponiendo entonces teóricas estrategias de manual. Terminada la confrontación armada, los terroristas residuales fueron mutando, continuado su lucha “revolucionaria” sin que nadie se les opusiera, hasta que finalmente los militares terminaron en la cárcel. Algo había salido muy mal y en consecuencia junto con ellos también perdimos la libertad hasta el día de nuestra muerte, quienes pertenecimos a las fuerzas de seguridad, policiales, penitenciarias y civiles. En este 2020 llegó al país otra aberración devastadora conocida como Covid 19, que por supuesto también está contaminando a quienes están en prisión, con un riesgo de vida potenciado por la edad y enfermedades varias, lógicas de los adultos mayores imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad. En este caso y a pesar del silencio que se hace, quedó a la vista la monumental mezquindad de las Fuerzas Armadas con respecto a todos aquellos que no pertenecemos a las mismas. Tanto el Ejército como la Armada y la Aeronáutica, por haber sido gobierno en el pasado, tienen grandes centros de salud con instalaciones y profesionales de primer nivel que solo atienden a… sus miembros, inclusive a los que están privados de libertad. Entonces allí van los afectados por la pandemia de Coronavirus. El resto, a rodar por hospitales públicos, al mentiroso Hospital Penitenciario Central o a un pabellón aislado del resto de los cautivos como hoy es el caso del Comisario General MIGUEL ETCHECOLATZ. Mientras tanto los altos mandos militares públicamente se vanaglorian sobre la capacidad culinaria del Ejercito, para ayudar, como hacen los punteros barriales, a contener a amplios sectores de indigentes, condición a la que llegaron gracias al accionar de sus mandantes, el poder político. Ese poder que también sometió y somete a la iniquidad a sus camaradas y a quienes no lo somos, produciendo entre los uniformados prisioneros un muy lamentable, sálvese quien pueda. En las horas de plomo y bombas, los azules siempre dijeron presente, al punto que por cada militar asesinado murieron más de tres efectivos de seguridad y policiales, pero hoy el Hospital Militar Central, el Naval Central y el Aeronáutico Central que por nobleza obligatoriamente tendrían que ser utilizados por TODOS los prisioneros, no se comparten. La mezquindad es lo que se impone entre los uniformados, a la hora de esta muerte silenciosa que nos acosa.
A raíz de la llegada del Coronavirus a la Argentina, con fecha 13 de abril de este año, la Cámara de Casación Penal firmó una acordada recomendando a los jueces, que rápidamente otorgaran arrestos domiciliarios a la población carcelaria no violenta, que pertenecieran a grupos de riesgo. Si bien se entendía que por excelencia eran los adultos mayores, viles jueces federales aprovecharon a mandar a la casa a el ex vicepresidente AMADO BOUDOU y otros impresentables, sin importar que estos no se encuadraran en grupo de riesgo alguno. Por supuesto también se les concedió a violadores, asesinos y depredadores en general, menos a los imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad, para ellos “ni justicia”. Pasaron los días y la Cámara de Casación Penal el 18 de junio pasado, sí otorgó la prisión domiciliaria al Teniente Primero del Ejército Argentino RAMÓN DE MARCHI de 71 años de edad, alojado en el mentiroso Hospital Penitenciario Federal Central.
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Lejos de dar cumplimiento, desprestigiados jueces como DANIEL DOFFO, ELIANA RATTÁ, CARLOS LASCANO, RAÚL FOURCADE, ALBERTO DANIEL CARELLI, ALEJANDRO PIÑA, GRETEL DIAMANTE, HÉCTOR CORTÉS y GUILLERMO FRIELE se opusieron a tal beneficio. El tiempo siguió transcurriendo y el día 19 de julio pasado, DE MARCHI, fue uno de los 11 desalojados del HPC que encerraron en el pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria 31, donde el Covid 19 diezmó a sus ocupantes. Hoy, solo él y otros 3 prisioneros, septuagenarios y octogenarios, quedan en el lugar.
A 20 metros, la treintena de presos “Vip” de la corrupción K, que ahora ocupan los pabellones uno, dos, tres, ruegan para que los saquen de allí. Sus vidas por supuesto que con la pandemia que circula sin control, corren peligro y así también la posibilidad de disfrutar a breve plazo de las fortunas que poseen, gracias a la “generosidad” de este territorio llamado Argentina. En el mismo que aparte de los derechos humanos (para algunos) mucho se verborrea sobre la “independencia del poder judicial”. Pese a ello JOSÉ LUIS GIOJA ex gobernador de San Juan, actual diputado y presidente del partido justicialista se presentó días pasados ante el Tribunal Oral Federal de San Juan, como víctima de la represión de estado, para que no se le otorgue el arresto domiciliario concedido por Casación a DE MARCHI, considerando que es peligroso y se va a fugar. Este político de 70 años de edad y larga y “provechosa” trayectoria es recordado por haber sobrevivido al accidente aéreo ocurrido en octubre de 2013, cuando el helicóptero en el que viajaba embistiera cables de alta tensión y se precipitara a tierra, falleciendo la diputada nacional MARGARITA FERRÁ DE BARTOL También por haber estado involucrado en el año 2014 en un hecho de coimas-dádivas pagadas entre el 2008 y 2012 por la empresa norteamericana DALLAS AIRMOTIVE, dedicada al mantenimiento de aviones. La empresa, fue multada en el país del norte, mientras que GIOGIA parece haber tenido mejor suerte por estas latitudes, donde si hay algo que es común y frecuente, son las coimas-dádivas a los funcionarios gubernamentales. Mientras tanto, entre negativas e inhumana burocracia judicial, RAMÓN DE MARCHI sigue esperando, el tiempo trascurre y con él la pandemia inexorablemente se extiende por los pabellones penitenciarios en donde la población de adulto mayores es la que más riesgo de vida corre, pese a lo cual los jueces del ¡NO!, se hacen los ciegos, sordos y mudos.
Cuatro días después de emitir la frase “La pandemia se pondrá peor, para luego mejorar” e impulsar el uso de barbijos (El presidente personalmente lo estaba haciendo en la última semana), ahora urge la reapertura de los estados incluida la vuelta al colegio de estudiantes y minimiza el uso de máscaras preventivas.
El presidente Donald Trump y sus aliados en Capitol Hill todavía están luchando contra la peligrosidad o no de la pandemia , en lugar de un virus que se desarrolla a su propio ritmo y que es ajeno a sus horarios políticos y económicos artificiales.
A pesar de su supuesto giro para tomar el coronavirus más en serio, Trump advirtió ayer lunes que algunos gobernadores deberían ser más rápidos en la apertura de sus estados, ignorando el hecho de que sus consejos previos sobre tales guías ayudaron a provocar un aumento en los casos .
La última explosión de enfermedad en los estados del sur y oeste está en auge, la situación sigue siendo grave. A última hora de la noche del lunes, la cifra diaria era de 53,972 nuevas infecciones y 581 muertes reportadas.
Nuevos recordatorios de cómo el virus ha fracturado la vida estadounidense llegó con la noticia de nuevos brotes en Nueva Jersey, que soportaron muchas semanas dolorosas de suspensiones de actividad comercial para controlar Covid-19. Y el regreso del béisbol está en crisis después de solo tres días con los Miami Marlins cancelando dos juegos después de que varios entrenadores y jugadores dieron positivo.
Florida, en particular, se ha convertido en un punto de referencia mundial para los casos de Covid-19, dos meses después de que el gobernador Ron DeSantis se encontraba fuera de la Casa Blanca alardeando sobre el éxito de su estado sobre el virus.
Reflejando el hecho de que la normalidad está a muchos meses de distancia, Google dijo el lunes que sus empleados trabajarían desde su casa hasta al menos julio de 2021, lo que contradice la nueva afirmación del presidente de que ya está en marcha una rápida recuperación económica.
Más de 150 profesionales de la salud y expertos médicos están instando a los políticos a cerrar el país nuevamente en un esfuerzo por frenar la propagación del coronavirus.
“Lo mejor para la nación es no reabrir lo más rápido posible, es salvar tantas vidas como sea posible”, dijeron en una carta enviada a la administración Trump, miembros del Congreso y gobernadores estatales esta semana.
La carta critica a los funcionarios por reabrir demasiado pronto y no hacer lo suficiente durante el cierre para prepararse. Enfrentar la pandemia requiere una mayor capacidad de prueba y producción adicional de equipos de protección personal.
“En marzo, la gente se fue a casa y se quedó allí durante semanas, para mantenerse a sí mismos y a sus vecinos a salvo. No se usó el tiempo para prepararnos para vencer al virus. Y luego comenzó a reabrir de todos modos, sin pruebas, sin test eficientes y demasiado rápido”. decía la carta. “En este momento estamos en el camino de perder más de 200,000 vidas estadounidenses para el 1 de noviembre. Sin embargo, en muchos estados la gente puede beber en bares, cortarse el pelo, comer dentro de un restaurante, hacerse un tatuaje, hacerse un masaje y hacer miles de cosas, otras actividades normales, agradables, pero no esenciales “.
La carta es un marcado contraste con los mensajes del presidente Donald Trump, quien ha estado alentando a los estados y las escuelas a reabrir prontamente.
El jueves, el presidente dijo nuevamente que las escuelas necesitan traer a los estudiantes de regreso para el aprendizaje en persona para que los padres puedan volver al trabajo.
“El Consejo de Asesores Económicos estima que 5.6 millones de padres no podrán volver a trabajar si las escuelas no vuelven a abrir este año. Ese es un problema tremendo”, dijo en la Casa Blanca. “Es un problema gigante. Las escuelas tienen que abrir de manera segura, pero tienen que abrir”.
Los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades publicaron nuevas pautas escolares el jueves por la noche después de prometer los documentos durante más de una semana. La guía pone un gran énfasis en los niños que regresan a la escuela, pero recomienda que los funcionarios locales consideren cerrar las escuelas si hay una propagación sustancial e incontrolada del virus en el área.
Carta abierta a los legisladores de Estados Unidos, en nombre de los profesionales de la salud de todo el país.
Estimados legisladores,
De todas las naciones del mundo, hemos (EEUU) tenido la mayor cantidad de muertes por COVID-19. Al mismo tiempo, estamos en medio de “reabrir nuestra economía”, exponiendo a más y más personas a el coronavirus y la observación de numerosos casos, y muertes, se disparan. En marzo, la gente se fue a casa y se quedó allí durante semanas, para mantenerse a sí mismos y a sus vecinos seguros. No se usó el tiempo para prepararnos para vencer al virus. Y luego se comenzó a reabrir de todos modos, y demasiado rápido. En este momento estamos en el camino de perder más de 200,000 vidas estadounidenses para el 1 de noviembre. Sin embargo, en muchos estados la gente puede beber en bares, cortarse el pelo, comer dentro de un restaurante, obtener un tatuarse, recibir un masaje y hacer miles de otras cosas normales, agradables, pero no ocupaciones esenciales
Aclaremos nuestras prioridades. Más de 117,000 estadounidenses habían muerto de COVID-19 a mediados de junio. Si nuestra respuesta tuviera sido tan efectivo como el de Alemania, las estimaciones muestran que habríamos tenido solo 36,000 muertes en ese período en los Estados Unidos. Si nuestra respuesta hubiera sido tan efectiva como Corea del Sur, Australia o Singapur, menos de 2,000 estadounidenses habrían muerto. Podríamos haber evitado el 99% de esas muertes por COVID-19. Pero no lo hicimos. Lo mejor para la nación es no reabrir lo más rápido posible, es salvar tantos seres como sea posible. Y reabrir antes de suprimir el virus no va a ayudar a la economía. Los economistas han registrado que la única forma de “restaurar el la economía es abordar la pandemia en sí misma “, señalando eso hasta que encontremos una manera de impulsar las pruebas y desarrollar y distribuir una vacuna a las personas que deseen participar. Escucha a los expertos. Los profesionales de la salud pública han dejado en claro que incluso después de haber contenido el virus quedarse en casa, para reabrir ciudades y pueblos estadounidenses de manera segura, necesitaremos: – Suficiente capacidad de prueba diaria para evaluar a todas las personas con síntomas similares a la gripe más cualquier persona con la que hayan estado en contacto durante las últimas 2 semanas (al menos 10 adicionales pruebas por persona sintomática). Actualmente solo tenemos el 35% de la capacidad de prueba. Necesitamos alcanzar ese umbral. Cuantas más personas se enferman, más pruebas se requieren. – Una fuerza laboral de rastreadores de contactos lo suficientemente grande como para chequear todos los casos actuales. Eso es 210,000 más rastreadores de contactos que teníamos en abril, pero el número sigue aumentando a medida que las infecciones aumentan. La mayoría de los estados están muy lejos de la cantidad de rastreadores de contactos que necesitan. Además, necesitamos más equipo de protección personal (EPP) para mantener seguridad esencial en trabajadores como profesionales de la salud, personal de respuesta a emergencias y empleados de supermercados a salvo. Cerremos ahora y comencemos de nuevo. Las empresas no esenciales deben cerrarse. El servicio de restaurante debe limitarse. Las personas deben quedarse en casa, salir solo para obtener alimentos y medicinas o para hacer ejercicio y tomar aire fresco. Las máscaras deben ser obligatorias en todas las situaciones, en interiores y al aire libre, donde interactuamos con los demás. Necesitamos ese protocolo en su lugar hasta que los números de casos retrocedan a un nivel en el que tengamos la capacidad de probar y rastrear efectivamente. Entonces, y solo entonces, podemos intentar un poco más apertura, un pequeño paso a la vez. se deben prohibir los viajes interestatales no esenciales. Cuando las personas viajan libremente entre estados, los buenos números en casos en un estado pueden verse afectados rápidamente. Si no toma estas medidas, las consecuencias se medirán en general con sufrimiento y muerte Les necesitamos para liderar. Diganle a los estadounidenses la verdad sobre el virus, incluso cuando es difícil. Toma medidas audaces para salvar vidas, incluso cuando eso significa cerrar nuevamente. Den rienda suelta a los recursos necesarios para contener el virus: acelerando masivamente las pruebas, construyendo la infraestructura necesaria para el seguimiento efectivo de contactos y proporcionando una red de seguridad para quienes lo necesitan. Muchas de las acciones de nuestro gobierno hasta el momento no han alcanzado el momento soluciones.
Sr. Trump, administración federal, gobernadores honorables: les recordamos que la historia tiene sus ojos en ti. Sinceramente, Matthew Wellington Director de Campañas de Salud Pública, U.S.
Ezekiel J. Emanuel, M.D., Ph.D. Vice Provost of Global Initiatives Chair, Department of Medical Ethics and Health Policy Levy University Professor Co-Director, Healthcare Transformation Institute Perelman School of Medicine and The Wharton School University of Pennsylvania William Hanage, PhD Harvard T. H. Chan School of Public Health Saskia Popescu, PhD, MPH, MA, CIC University of Arizona David Sherman, PhD University of Washington Richard H. Ebright, Ph.D. Rutgers University Angela Rasmussen, PhD Columbia Mailman School of Public Health Seth Trueger, MD, MPH Northwestern University Megan Ranney, MD, MPH Brown University & GetUsPPE Sanjat Kanjilal MD, MPH Harvard Medical School, Brigham & Women’s Hospital Joan Casey, PhD Columbia University Mailman School of Public Health Karen Thickman, PhD University of Washington, Department of Microbiology Valerie Bengal, MD, FAAFP former UCSF Associate Clinical Professor UC Santa Cruz and Capacitar International Reshma Ramachandran, MD, MPP National Clinician Scholars Program, Yale School of Medicine Howard Forman, MD, MBA Yale University Ryan Marino, MD Case Western Reserve University Eric Goralnick, MD, MS Brigham and Women’s Hospital/Harvard Medical School Wade Berrettini, MD, PhD University of Pennsylvania Perelman School of Medicine Janet Perlman, MD, MPH UCSF David Rosen, MD, PhD Washington University School of Medicine Drew Schwartz, MD, PhD Washington University School of Medicine Krysia Lindan, MD, MS University of California, San Francisco Yaneer Bar-Yam, PhD New England Complex Systems Institute Margaret Handley, PhD, MPH University of California San Francisco, Department of Epidemiology and Medicine Thomas Lietman, MD UCSF Travis Porco, PhD, MPH University of California, San Francisco Veronica Miller, PhD UC Berkeley School of Public Health Kenneth Rosenberg, MD, MPH PHSU-PSU School of Public Health Jason Newland, MD Washington University Elizabeth Jacobs, PhD Department of Epidemiology and Biostatistics, University of Arizona Fern P. Nelson, M.D. Veterans Administration Hospital Krutika Kuppalli, MD Infectious Diseases Physician and Emerging Leader in Biosecurity Fellow at Johns Hopkins Center for Health Security James Gaudino, MD, MS, MPH, FACPM OHSU-PSU School of Public Health & Gaudino Consulting Bruce Agins, MD, MPH UCSF Bonnica Zuckerman, MPH UVM Paul Song, MD PNHP Katherine Villers, MUA Community Catalyst Bethany Letiecq, PhD George Mason University Vineet Arora, MD, MAPP University of Chicago and IMPACT4HC Pete DeBalli, MD UCF School of Medicine Carrie Beckman, PharmD UC Health Krys Johnson, PhD, MPH Temple University Aalim Weljie, Ph.D. University of Pennsylvania Michael Kelly, PhD, MSW Loyola University Chicago School of Social Work Kevin Foskett, PhD University of Pennsylvania John Hansen-Flaschen, MD University of Pennsylvania Garret FitzGerald, MD University of Pennsylvania Amy Humrichouser, MD University of Michigan Aurora Horstkamp, MD Washington State University Timothy Ellender, MD Indiana University Christine Brewer, MSW, MSN, RN Villanova University Pamela Norton, PhD Drexel University College of Medicine Diane McKay, Psy.D. LECOM Kay Mattson, MSW, MPH Independent international Public Health Consultant Dominique Ruggieri, PhD School of Medicine and Center for Public Health Initiatives, University of Pennsylvania Eve Bloomgarden, MD Northwestern University and IMPACT4HC Nicole Theodoropoulos, MD UMass Memorial Medical Center Catherine Marsh, B.A. EndCoronavirus.org Patricia Harper, MA San Bernardino Balley College Jamie Burke Colorado State University Jessica Garfield-Blake, MEd Knox Trail Middle School Teacher Jerry Soucy, RN, CHPN Death Nurse, LLC Jonathan Moreno, PhD University of Pennsylvania Lana Fishkin, MD Thomas Jefferson University Jack Colford, MD, MPH, PhD UC Berkeley Rohini Haar, MD, MPH UC Berkeley School of Public Health Maimuna Majumder, PhD, MPH Boston Children’s Hospital & Harvard Medical School Sangeeta Ahluwalia, PhD RAND Corporation/UCLA Laura Whiteley, MD Brown University Patience Afulani, PhD UCSF Vernon Chinchilli, PhD Penn State College of Medicine Pamina Gorbach, DrPH Fielding School of Public Health, UCLA Judith Hahn, PhD University of California, San Francisco Benjamin Lerman, MD Alta Bates Summit Medical Center William Davidson, M.D. PNHP E John Wherry, PhD University of Pennsylvania Mary Sullivan, RN, DNP University of Massachusetts Medical School Mark Cullen, MD Stanford University Nathan Wong, PhD University of California, Irvine Resa M. Jones, PhD, MPH Temple University Brandie Taylor, PhD Temple University Ondine von Ehrenstein, PhD, MPH Fielding School of Public Health, UCLA James Fletcher, MD, FACEP Brody School of Medicine at East Carolina University Meenakshi Bewtra, MD, MPH, PhD University of Pennsylvania David Albright, MD UPMC Michael Gough, MD Catholic Health System of Buffalo and University at Buffalo Jacobs School of Medicine Dianne Friedman, Ph.D. Retired university professor Karen Walter University of Washington Robin Taylor Wilson, PhD Department of Epidemiology and Biostatistics, College of Public Health, Temple University Janice Nash, RN, MSN, DNP Carlow University College of Health and Wellness Marsha Ellias-Frankel, MSW American Association of Marriage & Family Therapists Mae Sakharov, Ed D Bucks County Community College Mae Sakharov, MA, MED, EdD Bucks County Community College Brenna Riethmiller, MLIS EndCoronavirus.org Shakuntala Choudhury, PhD Statistical Research & Consulting LLC Simin Li NIST, EndCoronavirus.org, University of Maryland Jeremy Rossman, PhD Research-Aid Networks Judith B Clinco, RN Catalina In Home Services Kari-Ann Hunter Thompson, PhD Student Walden University Aaron Green, PhD Iridium Consulting Kate Sugarman, MD Unity Health Care Joaquín Beltrán BA Speak Up America, EndCoronavirus.org Susan Safford, Ph.D. Lincoln University of the Commonwealth of Pennsylvania Graciela Jaschek, PhD, MPH Temple University Betelihem Tobo, PhD Temple University Michelle Davis, Phd MSD Consulting Maggie Baker, Ph.D. Baker & Baker Associates David Tuller, DrPH School of Public Health, UC Berkeley Ernest Wang, MD, FACEP NorthShore University Health System Ramzi Nahhas, PhD Wright State University Rhoda Pappert, MBA, MHA, FACHE, RN Retired, University of Pittsburgh Medical Center Christine Severance, D.O. Doc Moms Neil Sehgal, Ph.D, M.P.H. University of Maryland School of Public Health Antonio Gutierrez, CPL United States Marine Corps Mary McWilliams, MA College Community Schools, Retired Kristine Siefert, PhD, MPH The University of Michigan Deborah Cohan, MD, MPH Professor, University of California San Francisco Sherry Bassi, EdD, PHCNS,BC University of CT , Western NMU ( retired ) Anna Valdez, Ph.D., RN Sonoma State University Elizabeth Chamberlain, PhD University of Colorado Anschutz SOM Cameron Mura, PhD University of Virginia Elizabeth (Libby) Schaefer, MD, MPH Harvard Medical School/Kaiser Permanente Joyce Millen, PhD, MPH Willamette University Dina Ghosh, MD Montefiore Medical Center Jacob Newcomb, MD VEP Healthcare Sarah Friedland, LPC, LCMHC, ACS, DRCC Volunteers of America Neil Korman, MD, PhD University Hospitals Cleveland Medical Center Maura McLaughlin, MD Blue Ridge Family Practice Lynn Ringenberg, MD Physicians for Social Responsibility/Florida Krisztian Magori, PhD Eastern Washington University Timothy McLaughlin, MD Blue Ridge Family Practice Brian Thorndyke, PhD Indiana University School of Medicine Vee Martinez, Medical Assistant Uci Denise Somsak, MD Pediatrician Jeannine Tennyson, BSN, RN School Nurse Mark Peifer, PhD UNC-Chapel Hill, Department of Biology Marvin Brooke, MD, MS University of Washington Michael Halasy, DHSc, MS, PA-C Mayo Clinic Kendal Maxwell, PhD Cedars-Sinai Medical Center Richard Reeves, MD, FACP RAR Consulting LLC (Clinical Pharmacologist) Brenden La Faive, EMT WI Licensed EMT EMS Gina Tartarelli, OT Baystate John Holmes, PhD University Pennsylvania Perelman School of Medicine Ramnath Subbaraman MD, MSc Tufts University School of Medicine Vi Tran, MSW Kaiser Permanente Washington Health Research Institute Anne Rimoin, PhD, MPH UCLA Fielding School of Public Health Marcella Smithson, M.S., MPH, LMFT CAMFT Steven Pergam, MD, MPH Linda Girgis, MD Dipesh Patel MPH Mariposa Mccall, MD Timothy Sankary, MD, MPH Anthony Orvedahl, MD, PhD Stanley Weiss, MD, FACP, FACE, FRCP Edin. Cathie Currie, PhD Pamela Koehler, JD, MPH Daisy Sherry, PhD, ACNP-BC Joyce Garrison, PhD Susan Walker, MS Jeffrey Cohn, MD, MHCM Jared Rubenstein, MD Marian Betz, MD, MPH Ann Batista, MD Morgan Eutermoser, MD Marc Futernick, MD Farheen Qurashi, MD, FACS Megan Whitman, MD Iris Riggs, PhD Catherine Cowley-Cooper, RN Michael Core, MD Jason Ayres, MD Craig Norquist, MD Vasilis Pozios MD Michael Becker, DO, MS Alan Peterson, MD Kay Vandenberg, MD, FACOG Melissa Freeman, MD Robin Aronow, MA Syra Madad, DHSc, MSc, MCP Reid Masters, MD Keelin Garvey, MD Laurence Carroll, MD Constance Regan, Ed.D Cynthia Baum-Baicker, Ph.D. Ilene Tannenbaum, NP Virginia Soules, MD Jean Goodloe, DO Lindsay Martin, PhD Teresa Brandt, MD Annamaria Murray, RN Judith F. Rand, PhD Victor Ilegbodu, MD, PhD, MPH Rebecca Benson, MHA, PBT(ASCP)MLT CM , CHCO, QMBHC Stanley Weiss, MD, FACP, FACE, FRCP Edin. Carol Leslie, Chief Program Officer Briggs Clinco, In-Home Care Client Coordinator Baruch Blum, BS Theo Allen, BS EuniceWong, BFA, E-RYT, CPT Michael Hertz, MD, MPH Patrick Keschl, LPN, NHA Michael Hertz, MD, MPH Constance Walker, MD, MA, MPH Shauna Laughna, PhD Jeremy Ogusky, MPH Amparo Adkins, MSN, RN Kate Shinberg, RN Sally Rosenfeld, MD Andrew Frank, MD Lynn Santillo, RN Regina Goetz, PharmD, PhD Martha Christie, MA, Pharm.D James Perez, MS Martha Christie MA, Pharm.D Lise Spiegel, PhD David Hanson, MD Jennifer Castro, M. Ed Oleh Hnatiuk, MD, FACP, FCCP Elizabeth Holder, JD Maryanne Llave, RN Jason Deutsch, MD Monica Modi, MD Eric Mueller, MD Xuan Le, M.D Tanya Wiseman, BSN,RN Raul Easton-Carr, M.D.,M.P.H. Brandon Crossley, CNA Michelle Crossley, RN Jacob Malone, RN Kanika Blunt, RN Luiza Davila, Healthcare specialist Barbara McCoy, Teacher G. J. Ledoux, PhD Jane Corrarino, DNP, RN, C Theresa DeLuca, RN Allison Williams-Wroblewski, Pharm.D. Macklin Guzman, DHSc, MPH William David Wick, PhD Joanna Harran, AGACNP-BC, MSN, APRN, RN Michael Manning, BS, LMT (3rd year med student) Karen Smith, DNP, FNP-BC Monty Bradford, RN Dominique Motta, RN, BSN, CPN Russell Etheridge, BSN, RN, CNML ArianaOrnelas, RN Sherry Wells, AEMT
Don Henry Clithering, excomisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead.
El sábado por la mañana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezó con su anfitriona, la señora Bantry, en la puerta del comedor. Salía de la habitación evidentemente presa de una gran excitación y contrariedad.
El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro más enrojecido que de costumbre.
Don Henry obedeció y, al ocupar su sitio ante un plato de riñones con tocineta, su anfitrión continuó:
-Dolly está algo preocupada esta mañana.
-Sí… eso me ha parecido -dijo don Henry.
Y se preguntó a qué sería debido. Su anfitriona era una mujer de carácter apacible, poco dada a los cambios de humor y a la excitación. Que don Henry supiera, lo único que le preocupaba de verdad era su jardín.
-Sí -continuó el coronel Bantry-. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta mañana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueño del Blue Boar.
-Oh, sí, claro.
-Sí -dijo el coronel pensativo-. Una chica bonita que se metió en un lío. La historia de siempre. He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido común. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cómo son las mujeres, dicen que los hombres somos unos brutos, etc., etc. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en día. Las chicas saben lo que hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A mí me cae bastante bien el joven Sanford, un joven simplón, más bien que un donjuán.
-¿Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?
-Eso parece. Claro que yo no sé nada concreto -replicó el coronel-. Sólo son habladurías y chismorreos. ¡Ya sabe usted cómo es este pueblo! Como le digo, yo no sé nada. Y no soy como Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestra y siniestra. Maldita sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo demás…
-¿Encuesta?
El coronel Bantry lo miró.
-Sí. ¿No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.
-Qué asunto más desagradable -dijo don Henry.
-Por supuesto, me repugna tan sólo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos los aspectos e imagino que ella no se vio capaz de hacer frente a lo ocurrido.
Hizo una pausa.
-Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.
-¿Dónde se ahogó?
-En el río. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que lo cruza. Creen que se arrojó desde allí. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.
Y el coronel Bantry abrió el periódico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.
Don Henry no se interesó especialmente por aquella tragedia local. Después del desayuno, se instaló cómodamente en una tumbona sobre la hierba, se echó el sombrero sobre los ojos y se dispuso a contemplar la vida desde su cómodo asiento.
Eran las doce y media cuando una doncella se le acercó por el césped.
-Señor, ha llegado la señorita Marple y desea verlo.
-¿La señorita Marple?
Don Henry se incorporó y se colocó bien el sombrero. Recordaba perfectamente a la señorita Marple: sus modos anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, así como una docena de casos hipotéticos y sin resolver para los que aquella “típica solterona de pueblo” había encontrado la solución exacta. Don Henry sentía un profundo respeto por la señorita Marple y se preguntó para qué habría ido a verle.
La señorita Marple estaba sentada en el salón, tan erguida como siempre, y a su lado se veía un cesto de la compra de fabricación extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y parecía sumamente excitada.
-Don Henry, celebro mucho verlo. Qué suerte he tenido al encontrarlo. Acabo de saber que estaba pasando aquí unos días. Espero que me perdonará…
-Es un placer verla -dijo don Henry estrechándole la mano-. Lamento que la señora Bantry haya salido de compras.
-Sí -contestó la señorita Marple-. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos terrier pendencieros que al parecer tienen todos los carniceros.
-Sí -respondió don Henry sin saber a qué venía aquello.
-Celebro haber venido ahora que no está ella -continuó la señorita Marple-, porque a quien deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.
-¿Henry Footit? -preguntó don Henry extrañado.
La señorita Marple le dirigió una mirada de reproche.
-No, no. Me refiero a Rose Emmott, por supuesto. ¿Lo sabe usted ya?
Don Henry asintió.
-Bantry me lo ha contado. Es muy triste.
Estaba intrigado. No podía imaginar por qué quería verlo la señorita Marple para hablarle de Rose Emmott.
La señorita Marple volvió a tomar asiento y don Henry se sentó a su vez. Cuando la anciana habló de nuevo, su voz sonó grave.
-Debe usted recordar, don Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una solución. Usted tuvo la amabilidad de decir que yo no lo hacía del todo mal.
-Nos venció usted a todos -contestó don Henry con entusiasmo-. Demostró un ingenio extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.
Don Henry sonrió al decir esto, pero la señorita Marple permanecía muy seria.
-Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. Sé que si le hablo a usted… bueno, al menos no se reirá.
El excomisionado comprendió de pronto que estaba realmente apurada.
-Ciertamente, no me reiré -le dijo con toda amabilidad.
-Don Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicidó, fue asesinada. Y yo sé quién la ha matado.
El asombro dejó sin habla a don Henry durante unos segundos. La voz de la señorita Marple había sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa más normal del mundo.
-Ésa es una declaración muy seria, señorita Marple -dijo don Henry cuando se hubo recuperado.
Ella asintió varias veces.
-Lo sé, lo sé. Por eso he venido a verle.
-Pero mi querida señora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano más. Si usted está segura de lo que afirma debe acudir a la policía.
-No lo creo -replicó de inmediato la señorita Marple.
-¿Por qué no?
-Porque no tengo lo que ustedes llaman pruebas.
-¿Quiere decir que sólo es una opinión suya?
-Puede llamarse así, pero en realidad no es eso. Lo sé, estoy en posición de saberlo. Pero si le doy mis razones al inspector Drewitt, se echará a reír y no podré reprochárselo. Es muy difícil comprender lo que pudiéramos llamar un “conocimiento especializado”.
-¿Como cuál? -le sugirió don Henry.
La señorita Marple sonrió ligeramente.
-Si le dijera que lo sé porque un hombre llamado Peasegood [Buenguisante] dejó nabos en vez de zanahorias cuando vino con su carro a venderle verduras a mi sobrina hará varios años…
Se detuvo con ademán elocuente.
-Un nombre muy adecuado para su profesión -murmuró don Henry-. Quiere decir que juzga el caso sencillamente por los hechos ocurridos en un caso similar…
-Conozco la naturaleza humana -respondió la señorita Marple-. Es imposible no conocerla después de vivir tantos años en un pueblo. El caso es, ¿me cree usted o no?
Lo miró de hito en hito mientras se acentuaba el rubor de sus mejillas.
Don Henry era un hombre de gran experiencia y tomaba sus decisiones con gran rapidez, sin andarse por las ramas. Por fantástica que pareciese la declaración de la señorita Marple, se dio cuenta en seguida de que la había aceptado.
-Le creo, señorita Marple, pero no comprendo qué quiere que haga yo en este asunto ni por qué ha venido a verme.
-Le he estado dando vueltas y vueltas al asunto -explicó la anciana-. Y, como le digo, sería inútil acudir a la policía sin hechos concretos. Y no los tengo. Lo que quería pedirle es que se interese por este asunto, cosa que estoy segura halagará al inspector Drewitt. Y si la cosa prosperara, al coronel Melchett, el jefe de policía. Estoy segura de que sería como cera en sus manos.
Lo miró suplicante.
-¿Y qué datos va a darme usted para empezar a trabajar?
-He pensado escribir un nombre, el del culpable, en un pedazo de papel y dárselo a usted. Luego, si durante el transcurso de la investigación usted decide que esa persona no tiene nada que ver, pues me habré equivocado.
Hizo una breve pausa y agregó con un ligero estremecimiento:
-Sería terrible que ahorcaran a una persona inocente.
-¿Qué diablos? -exclamó don Henry sobresaltado.
Ella volvió su rostro preocupado hacia don Henry.
-Puedo equivocarme, aunque no lo creo. El inspector Drewitt es un hombre inteligente, pero algunas veces una inteligencia mediocre puede resultar peligrosa y no lleva a uno muy lejos.
Don Henry la contempló con curiosidad. La señorita Marple abrió un pequeño bolso del que extrajo una libretita y, arrancando una de las hojas, escribió unas palabras con todo cuidado.
Después de doblar la hoja en dos, se la entregó a don Henry.
Éste la abrió y leyó el nombre, que nada le decía, mas enarcó las cejas mirando a la señorita Marple mientras se guardaba el papel en el bolsillo.
-Bien, bien -dijo-. Es un asunto extraordinario. Nunca había intervenido en nada semejante, pero voy a confiar en la buena opinión que usted me merece, se lo aseguro, señorita Marple.
Don Henry se hallaba en la salita con el coronel Melchett, jefe de policía del condado, así como con el inspector Drewitt. El jefe de policía era un hombre de modales marciales y agresivos. El inspector Drewitt era corpulento y ancho de espaldas, y un hombre muy sensato.
-Tengo la sensación de que me estoy entrometiendo en su trabajo -decía don Henry con su cortés sonrisa-. Y en realidad no sabría decirles por qué lo hago -lo cual era rigurosamente cierto.
-Mi querido amigo, estamos encantados. Es un gran cumplido.
-Un honor, don Henry -dijo el inspector.
El coronel Melchett pensaba: “El pobre está aburridísimo en casa de los Bantry. El viejo criticando todo el santo día al gobierno, y ella hablando sin parar de sus bulbos”.
El inspector decía para sus adentros: “Es una lástima que no persigamos a un delincuente verdaderamente hábil. He oído decir que es uno de los mejores cerebros de Inglaterra. Qué lástima, realmente una lástima, que se trate de un caso tan sencillo”.
El jefe de policía dijo en voz alta:
-Me temo que se trata de un caso muy sórdido y claro. Primero se pensó que la chica se había suicidado. Estaba esperando un niño. Sin embargo, nuestro médico, el doctor Haydock, que es muy cuidadoso, observó que la víctima presentaba unos cardenales en la parte superior de cada brazo, ocasionados presumiblemente por una persona que la sujetó para arrojarla al río.
-¿Se hubiera necesitado mucha fuerza?
-Creo que no. Seguramente no hubo lucha, si la cogieron desprevenida. Es un puente de madera, muy resbaladizo. Tirarla debió de ser lo más sencillo del mundo, en un lado no hay barandilla.
-¿Saben con seguridad que la tragedia ocurrió allí?
-Sí, lo dijo un niño de doce años, Jimmy Brown. Estaba en los bosques del otro lado del río y oyó un grito y un chapuzón. Había oscurecido ya y era difícil distinguir nada. No tardó en ver algo blanco que flotaba en el agua y corrió en busca de ayuda. Lograron sacarla, pero era demasiado tarde para reanimarla.
Don Henry asintió.
-¿El niño no vio a nadie en el puente?
-No, pero como le digo era de noche y por allí siempre suele haber algo de niebla. Voy a preguntarle si vio a alguna persona por allí antes o después de ocurrir la tragedia. Naturalmente, él imagino que la joven se había suicidado. Todos lo pensamos al principio.
-Sin embargo, tenemos la nota -dijo el inspector Drewitt volviéndose a don Henry.
-Una nota que encontramos en el bolsillo de la víctima. Estaba escrita con un lápiz de dibujo y, aunque estaba empapada de agua, con algún esfuerzo pudimos leerla.
-¿Y qué decía?
-Era del joven Sandford. “De acuerdo -decía-. Me reuniré contigo en el puente a las ocho y media. R. S.” Bueno, fue muy cerca de esa hora, pocos minutos después de las ocho y media, cuando Jimmy Brown oyó el grito y el chapuzón.
-No sé si conocerá usted a Sandford -continuó el coronel Melchett-. Lleva aquí cosa de un mes. Es uno de esos jóvenes arquitectos que construyen casas extravagantes. Está edificando una para Allington. Dios sabe lo que resultará, supongo que alguna fantochada moderna de ésas, mesas de cristal y sillas de acero y lona. Bueno, eso no significa nada, por supuesto, pero demuestra la clase de individuo que es Sandford: un bolchevique, un tipo sin moral.
-La seducción es un crimen muy antiguo -dijo don Henry con calma-, aunque desde luego no tanto como el homicidio.
El coronel Melchett lo miró extrañado.
-¡Oh, sí! Desde luego, desde luego.
-Bien, don Henry -intervino Drewitt-, ahí lo tiene: es un asunto feo, pero claro como el agua. Este joven, Sandford, seduce a la chica y se dispone a regresar a Londres. Allí tiene novia, una señorita bien con la que está prometido. Naturalmente, si ella se entera de eso, puede dar por terminadas sus relaciones. Se encuentra con Rose en el puente. Es una noche oscura, no hay nadie por allí, la coge por los hombros y la arroja al agua. Un sinvergüenza que tendrá su merecido. Ésa es mi opinión.
Don Henry permaneció en silencio un par de minutos. Casi podía palpar los prejuicios subyacentes. No era probable que un arquitecto moderno fuese muy popular en un pueblo tan conservador como St. Mary Mead.
-Supongo que no existirá la menor duda de que ese hombre, Sandford, era el padre de la criatura… -preguntó.
-Lo era, desde luego -replicó Drewitt-. Rose Emmott se lo dijo a su padre, pensaba que se casaría con ella. ¡Casarse con ella! ¡Qué ingenua!
“¡Pobre de mí! -pensó don Henry-. Me parece estar viviendo un melodrama Victoriano. La joven confiada, el villano de Londres, el padre iracundo. Sólo falta el fiel amor pueblerino. Sí, creo que ya es hora de que pregunte por él”.
Y en voz alta añadió:
-¿Esa joven no tenía algún pretendiente en el pueblo?
-¿Se refiere a Joe Ellis? -dijo el inspector-. Joe es un buen muchacho, trabaja como carpintero. ¡Ah! Si ella se hubiera fijado en él…
El coronel Melchett asintió aprobador.
-Uno tiene que limitarse a los de su propia clase -sentenció.
-¿Cómo se tomó Joe Ellis todo el asunto? -quiso saber don Henry.
-Nadie lo sabe -contestó el inspector-. Joe es un muchacho muy tranquilo y reservado. Cualquier cosa que hiciera Rose le parecía bien. Lo tenía completamente dominado. Se limitaba a esperar que algún día volviera a él. Sí, creo que ésa era su manera de afrontar la situación.
-Me gustaría verlo -dijo don Henry.
-¡Oh! Nosotros vamos a interrogarlo -explicó el coronel Melchett-. No vamos a dejar ningún cabo suelto. Había pensado ver primero a Emmott, luego a Sandford y después podemos ir a hablar con Ellis. ¿Le parece bien, Clithering?
Don Henry respondió que le parecía estupendo.
Encontraron a Tom Emmott en la taberna el Blue Boar. Era un hombre corpulento, de mediana edad, mirada inquieta y mandíbula poderosa.
-Celebro verles, caballeros. Buenos días, coronel. Pasen aquí y podremos hablar en privado. ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? ¿No? Como quieran. Han venido por el asunto de mi pobre hija. ¡Ah! Rose era una buena chica. Siempre lo fue, hasta que ese cerdo… (perdónenme, pero eso es lo que es), hasta que ese cerdo vino aquí. Él le prometió que se casarían, eso hizo. Pero yo haré que lo pague muy caro. La arrojó al río. El cerdo asesino. Nos ha traído la desgracia a todos. ¡Mi pobre hija!
-¿Su hija le dijo claramente que Sandford era el responsable de su estado? -preguntó Melchett crispado.
-Sí, en esta misma habitación.
-¿Y qué le dijo usted? -quiso saber don Henry.
-¿Decirle? -el hombre pareció desconcertado.
-Sí, usted, por ejemplo, no la amenazaría con echarla de su casa o algo así.
-Me disgusté mucho, eso es natural. Supongo que estará de acuerdo en que eso era algo natural. Pero, desde luego, no la eché de casa. Yo no haría semejante cosa -dijo con virtuosa indignación-. No. ¿Para qué está la ley?, le dije. ¿Para qué está la ley? Ya lo obligarán a cumplir con su deber. Y si no lo hace, por mi vida que lo pagará.
Y dejó caer su puño con fuerza sobre la mesa.
-¿Cuándo vio a su hija por última vez? -preguntó Melchett.
-Ayer… a la hora del té.
-¿Cómo se comportaba?
-Pues como siempre. No noté nada. Si yo hubiera sabido…
-Pero no lo sabía -replicó el inspector en tono seco.
Y dicho esto se despidieron.
“Emmott no es un sujeto que resulte precisamente agradable”, pensó don Henry para sus adentros.
-Es un poco violento -contestó Melchett-. Si hubiera tenido oportunidad ya hubiese matado a Sandford, de eso estoy seguro.
La próxima visita fue para el arquitecto. Rex Sandford era muy distinto a la imagen que don Henry se había formado de él. Alto, muy rubio, delgado, de ojos azules y soñadores, y cabellos descuidados y demasiado largos. Su habla resultaba un tanto afeminada.
El coronel Melchett se presentó a sí mismo y a sus acompañantes y, pasando directamente al objeto de su visita, invitó al arquitecto a que aclarara cuáles habían sido sus actividades durante la noche anterior.
-Debe comprender -le dijo a modo de advertencia- que no tengo autoridad para obligarlo a declarar y que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Quiero dejar esto bien claro.
-Yo, no… no comprendo -dijo Sandford.
-¿Comprende que Rose Emmott murió ahogada ayer noche?
-Sí, lo sé. ¡Oh! Es demasiado… demasiado terrible. Apenas si he podido dormir en toda la noche, y he sido incapaz de trabajar nada hoy. Me siento responsable, terriblemente responsable.
Se pasó las manos por los cabellos, enmarañándolos todavía más.
-Nunca tuve intención de hacerle daño -dijo en tono plañidero-. Nunca lo pensé siquiera. Nunca pensé que se lo tomara de esa manera.
Y sentándose junto a la mesa escondió el rostro entre las manos.
-¿Debo entender, señor Sandford, que se niega a declarar dónde estaba ayer noche a las ocho y media?
-No, no, claro que no. Había salido. Salí a pasear.
-¿Fue a reunirse con la señorita Emmott?
-No, me fui solo. A través de los bosques. Muy lejos.
-Entonces, ¿cómo explica usted esta nota, que fue encontrada en el bolsillo de la difunta?
El inspector Drewitt la leyó en voz alta sin demostrar emoción alguna.
-Ahora -concluyó-, ¿niega haberla escrito?
-No… no. Tiene razón, la escribí yo. Rose me pidió que fuera a verla. Insistió, yo no sabía qué hacer, por eso le escribí esa nota.
-Ah, así está mejor -le dijo Drewitt.
-¡Pero no fui! -Sandford elevó la voz-. ¡No fui! Pensé que era mejor no ir. Mañana pensaba regresar a la ciudad. Tenía intención de escribirle desde Londres y hacer algún arreglo.
-¿Se da usted cuenta, señor, de que la chica iba a tener un niño y que había dicho que usted era el padre?
Sandford lanzó un gemido, pero nada respondió.
-¿Era eso cierto, señor?
Sandford escondió todavía más el rostro entre las manos.
-Supongo que sí -dijo con voz ahogada.
-¡Ah! -El inspector Drewitt no pudo disimular su satisfacción-. Ahora háblenos de ese paseo suyo. ¿Lo vio alguien anoche?
-No lo sé, pero no lo creo. Que yo recuerde, no me encontré a nadie.
-Es una lástima.
-¿Qué quiere usted decir? -Sandford abrió mucho los ojos-. ¿Qué importa si fui a pasear o no? ¿Qué tiene que ver eso con que Rose se suicidase?
-¡Ah! -exclamó el inspector-. Pero es que no se suicidó, la arrojaron al agua deliberadamente, señor Sandford.
-Que ella… -tardó un par de minutos en sobreponerse al horror que le produjo la noticia-. ¡Dios mío! Entonces…
Se desplomó en una silla.
El coronel Melchett hizo ademán de marcharse.
-Debe comprender, señor Sandford -le dijo-, que no le conviene abandonar esta casa.
Los tres hombres salieron juntos, y el inspector y el coronel Melchett intercambiaron una mirada.
-Creo que es suficiente, señor -dijo el inspector.
-Sí, vaya a buscar una orden de arresto y deténgalo.
-Discúlpenme -exclamó don Henry-. He olvidado mis guantes.
Y volvió a entrar en la casa rápidamente. Sandford seguía sentado donde lo habían dejado, con la mirada perdida en el vacío.
-He vuelto -le anunció don Henry- para decirle que yo, personalmente, haré cuanto pueda por ayudarle. No me está permitido revelar el motivo de mi interés por usted, pero debo pedirle que me refiera lo más brevemente posible todo lo que pasó entre usted y esa chica, Rose.
-Era muy bonita -contestó Sandford-, muy bonita y muy provocativa. Y… y me asediaba continuamente. Le juro que es cierto. No me dejaba ni un minuto. Y aquí yo me encontraba muy solo, no le caía simpático a nadie y, como le digo, ella era terriblemente bonita y parecía saber lo que hacía y… -su voz se apagó-. Y luego ocurrió esto. Quería que me casara con ella y yo ya estoy comprometido con una chica de Londres. Si llegara a enterarse de esto… y se enterará, por supuesto, todo habrá terminado. No lo comprenderá. ¿Cómo podría comprenderlo? Soy un depravado, desde luego. Como le digo, no sabía qué hacer y evitaba en la medida de lo posible a Rose. Pensé que si regresaba a la capital y veía a mi abogado, podría arreglarlo pasándole algún dinero. ¡Cielos, qué idiota! Y todo está tan claro, todo me acusa, pero se han equivocado. Ella tuvo que suicidarse.
-¿Le amenazó alguna vez con quitarse la vida?
Sandford negó con la cabeza.
-Nunca, y tampoco hubiera dicho que fuese capaz de hacerlo.
-¿Qué sabe de un hombre llamado Joe Ellis?
-¿El carpintero? El típico hombre de pueblo. Muy callado, pero estaba loco por Rose.
-¿Es posible que estuviera celoso? -insinuó don Henry.
-Supongo que estaba un poco celoso, pero pertenece al tipo bovino, es de los que sufren en silencio.
-Bueno -dijo don Henry-, debo marcharme.
Y se reunió con los otros.
-¿Sabe, Melchett? Creo que deberíamos ir a ver a ese otro individuo, Ellis, antes de tomar ninguna determinación. Sería una lástima que, después de realizar la detención, resultase ser un error. Al fin y al cabo, los celos siempre fueron un buen móvil para cometer un crimen. Y además bastante corriente.
-Es cierto -replicó el inspector-, pero Joe Ellis no es de esa clase. Es incapaz de hacer daño a una mosca. Nadie lo ha visto nunca fuera de sí. No obstante, estoy de acuerdo con usted en que será mejor preguntarle dónde estuvo ayer noche. Ahora debe de estar en su casa. Se hospeda en casa de la señora Bartlett, una persona muy decente, que era viuda y se ganaba la vida lavando ropa.
La casa adonde se dirigieron era inmaculadamente pulcra. Les abrió la puerta una mujer robusta de mediana edad, rostro afable y ojos azules.
-Buenos días, señora Bartlett -dijo el inspector-. ¿Está Joe Ellis?
-Ha regresado hará unos diez minutos -respondió la señora Bartlett-. Pasen, por favor.
Y secándose las manos en el delantal, los condujo hasta una salita llena de pájaros disecados, perros de porcelana, un sofá y varios muebles inútiles.
Se apresuró a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera más espacio, salió de la habitación gritando:
-Joe, hay tres caballeros que quieren verte.
Y una voz le contestó desde la cocina:
-Iré en cuanto termine de lavarme.
La señora Bartlett sonrió.
-Vamos, señora Bartlett -dijo el coronel Melchett-. Siéntese.
A la señora Bartlett le sorprendió la idea.
-Oh, no señor. Ni pensarlo.
-¿Es buen huésped Joe Ellis? -le preguntó Melchett en tono intrascendente.
-No podría ser mejor, señor. Es un joven muy formal. Nunca bebe ni una gota de vino y se toma muy en serio su trabajo. Siempre se muestra amable y me ayuda cuando hay cosas que reparar en la casa. Fue él quien me puso esos estantes y me ha hecho un nuevo aparador para la cocina. Siempre arregla esas cosillas que hace falta arreglar en las casas. Joe lo hace como cosa natural y ni siquiera quiere que le dé las gracias. ¡Ah! No hay muchos jóvenes como Joe, señor.
-Alguna muchacha será muy afortunada algún día -dijo Melchett-. Estaba bastante enamorado de esa pobre chica, Rose Emmott, ¿no es cierto?
La señora Bartlett suspiró.
-Me ponía de mal humor. Él besaba la tierra que pisaba y a ella sin importarle un comino los sentimientos de Joe.
-¿Dónde pasa las tardes, señora Bartlett?
-Generalmente aquí, señor. Algunas veces trabaja en alguna pieza difícil y, además, está estudiando contabilidad por correspondencia.
-¡Ah!, ¿de veras? ¿Estuvo aquí ayer noche?
-Sí, señor.
-¿Está segura, señora Bartlett? -preguntó don Henry secamente.
Se volvió hacia él para contestar:
-Completamente segura, señor.
-¿Por casualidad no saldría entre las ocho y las ocho y media?
-Oh, no -la señora Bartlett se echó a reír-. Estuvo en la cocina casi toda la noche, montando el aparador, y yo lo ayudé.
Don Henry miró su rostro sonriente y por primera vez sintió la sombra de una duda.
Un momento después entraba en la habitación el propio Ellis. Era un joven alto, de anchas espaldas y muy atractivo, de estilo rústico. Sus ojos azules eran tímidos y su sonrisa amable. Un gigante joven y agradable.
Melchett inició la conversación, y la señora Bartlett se marchó a la cocina.
-Estamos investigando la muerte de Rose Emmott. Usted la conocía, Ellis.
-Sí -vaciló y luego dijo en voz baja-: Esperaba casarme con ella, pobrecilla.
-¿Conocía su estado?
-Sí. -un relámpago de ira brilló en sus ojos-. Él la dejó tirada, pero fue lo mejor. No hubiera sido feliz casándose con él y confiaba en que cuando eso ocurriera acudiría a mí. Yo hubiera cuidado de ella.
-A pesar de…
-No fue culpa suya. Él la hizo caer con mil promesas. ¡Oh! Ella me lo contó. No tenía que haberse suicidado. Ese tipo no lo valía.
-Ellis, ¿dónde estaba usted ayer noche, alrededor de las ocho y media?
Tal vez fuese producto de la imaginación de don Henry, pero le pareció detectar una cierta turbación en su rápida, casi demasiado rápida, respuesta.
-Estuve aquí, montando el aparador de la señora Bartlett. Pregúnteselo a ella.
“Ha contestado con demasiado presteza -pensó don Henry-. Y él es un hombre lento. Eso demuestra que tenía preparada de antemano la respuesta”.
Pero se dijo a sí mismo que estaba dejándose llevar por la imaginación. Sí, demasiadas cosas imaginaba, hasta le había parecido ver un destello de aprensión en aquellos ojos azules.
Tras unas cuantas preguntas más, se marcharon. Don Henry buscó un pretexto para entrar en la cocina, donde encontró a la señora Bartlett ocupada en encender el fuego. Al verlo le sonrió con simpatía. En la pared había un nuevo armario, todavía sin terminar, y algunas herramientas y pedazos de madera.
-¿En eso estuvo trabajando Ellis anoche? -preguntó don Henry.
-Sí, señor. Está muy bien, ¿no le parece? Joe es muy buen carpintero.
Ni el menor recelo en su mirada. Pero Ellis… ¿Lo habría imaginado? No, había algo.
“Debo pescarlo”, pensó don Henry.
Y al volverse para marcharse, tropezó con un cochecito de niño.
-Espero que no habré despertado al niño -dijo.
La señora Bartlett lanzó una carcajada.
-Oh, no, señor. Yo no tengo niños, es una pena. En ese cochecito llevo la ropa que he lavado cuando voy a entregarla.
-¡Oh! Ya comprendo…
Hizo una pausa y luego dijo, dejándose llevar por un impulso.
-Señora Bartlett, usted conocía a Rose Emmott. Dígame lo que pensaba realmente de ella.
-Pues creo que era una caprichosa, pero está muerta y no me gusta hablar mal de los muertos.
-Pero yo tengo una razón, una razón poderosa para preguntárselo -su voz era persuasiva.
Ella pareció reflexionar, mientras lo observaba con suma atención. Finalmente se decidió.
-Era una mala persona, señor -dijo con calma-. No me atrevería a decirlo delante de Joe. Ella lo dominaba. Esa clase de mujeres saben hacerlo, es una pena, pero ya sabe lo que ocurre, señor.
Sí, don Henry lo sabía. Los Joe Ellis de este mundo son particularmente vulnerables, confían ciegamente. Pero precisamente por eso, el choque de descubrir la verdad es siempre más fuerte.
Abandonó aquella casa confundido y perplejo. Se hallaba ante un muro infranqueable. Joe Ellis había estado trabajando allí durante toda la noche anterior, bajo la vigilancia de la señora Bartlett. ¿Cómo era posible soslayar ese obstáculo? No había nada que oponer a eso, como no fuera la sospechosa presteza con que Joe Ellis había contestado, un claro indicio de que podía haber preparado aquella historia de antemano.
-Bueno -dijo Melchett-, esto parece dejar el asunto bastante claro, ¿no les parece?
-Sí, señor -convino el inspector-. Sandford es nuestro hombre. No tiene nada en que apoyar su defensa. Todo está claro como el día. En mi opinión, puesto que la chica y su padre estaban dispuestos a… a hacerle prácticamente víctima de un chantaje, y él no tenía dinero ni quería que el asunto llegara a oídos de su novia, se desesperó y actuó de acuerdo con su desesperación. ¿Qué opina usted de esto, señor? -agregó dirigiéndose a don Henry con deferencia.
-Eso parece -admitió don Henry-. Y, sin embargo, no puedo imaginarme a Sandford cometiendo ninguna acción violenta.
Pero sabía que su objeción apenas tendría validez.
El animal más manso, al verse acorralado, es capaz de las acciones más sorprendentes.
-Me gustaría ver a ese niño -dijo de pronto-. El que oyó el grito.
Jimmy Brown resultó ser un niño vivaracho, bastante menudo para su edad y de rostro delgado e inteligente. Estaba deseando ser interrogado y le decepcionó bastante ver que ya sabían lo que había oído en la fatídica noche.
-Tengo entendido que estabas al otro lado del puente -le dijo don Henry-, al otro lado del río. ¿Viste a alguien por ese lado mientras te acercabas al puente?
-Alguien andaba por el bosque. Creo que era el señor Sandford, el arquitecto que está construyendo esa casa tan rara.
Los tres hombres intercambiaron una mirada de inteligencia.
-¿Eso fue unos diez minutos antes de que oyeras el grito?
El muchacho asintió.
-¿Viste a alguien más en la orilla del río, del lado del pueblo?
-Un hombre venía por el camino por ese lado. Iba despacio, silbando. Tal vez fuese Joe Ellis.
-Tú no pudiste ver quién era -le dijo el inspector en tono seco-. Era de noche y había niebla.
-Lo digo por lo que silbaba -contestó el chico-. Joe Ellis siempre silba la misma tonadilla, “Quiero ser feliz”, es la única que sabe.
Habló con el desprecio que un vanguardista sentiría por alguien a quien considerara anticuado.
-Cualquiera pudo silbar eso -replicó Melchett-. ¿Iba en dirección al puente?
-No, al revés, hacia el pueblo.
-No creo que debamos preocuparnos por ese desconocido -dijo Melchett-. Tú oíste el grito y un chapuzón y, pocos minutos después, al ver un cuerpo que flotaba aguas abajo, corriste en busca de ayuda, regresaste al puente, lo cruzaste y te fuiste directamente al pueblo. ¿No viste a nadie por allí cerca a quien pedir ayuda?
-Creo que había dos hombres con una carretilla en la orilla del río, pero estaban bastante lejos y no podía distinguir si iban o venían, y como la casa del señor Giles estaba más cerca, corrí hacia allí.
-Hiciste muy bien, muchacho -le dijo Melchett-. Actuaste con gran entereza. Tú eres niño escucha, ¿verdad?
-Sí, señor.
-Muy bien.
Ddon Henry permanecía en silencio, reflexionando. Extrajo un pedazo de papel de su bolsillo y, tras mirarlo, meneó la cabeza. Parecía imposible y sin embargo…
Se decidió a visitar a la señorita Marple sin dilación.
Lo recibió en un saloncito de estilo antiguo, ligeramente recargado.
-He venido a darle cuenta de nuestros progresos -dijo don Henry-. Me temo que desde su punto de vista las cosas no marchan del todo bien. Van a detener a Sandford. Y debo confesar que, a juzgar por los indicios, con toda justicia.
-Entonces, ¿no ha encontrado nada, digamos, que justifique mi teoría? -parecía perpleja, ansiosa-. Quizás estuviera equivocada, completamente equivocada. Usted tiene tanta experiencia que, de no ser así, lo habría averiguado.
-En primer lugar -dijo don Henry-, apenas puedo creerlo. Y por otra parte, nos estrellamos contra una coartada infranqueable. Joe Ellis estuvo montando los estantes de un armario de la cocina toda la noche y la señora Bartlett estaba con él.
La señorita Marple se inclinó hacia delante presa de una gran agitación.
-Pero eso no es posible -exclamó con firmeza-. Era viernes.
-¿Viernes?
-Sí, fue la noche del viernes. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado durante la semana.
Don Henry se reclinó en su asiento. Recordaba la historia de Jimmy Brown sobre el hombre que silbaba y… sí, encajaba.
Se puso en pie, estrechando enérgicamente la mano de la señorita Marple.
-Creo que ya sé qué debo hacer -le dijo-. O por lo menos lo intentaré.
Cinco minutos después estaba en casa de la señora Bartlett, frente a Joe Ellis, en la salita de los perros de porcelana.
-Usted nos mintió, Ellis, con respecto a la noche pasada -le dijo crispado-. Entre las ocho y las ocho y media usted no estuvo en la cocina montando el armario. Lo vieron paseando por la orilla del río en dirección al pueblo pocos minutos antes de que Rose Emmott fuese asesinada.
El hombre se quedó atónito.
-No fue asesinada, no fue asesinada. Yo no tengo nada que ver. Ella se arrojó al río. Estaba desesperada. Yo no hubiera podido hacerle el menor daño, no hubiera podido.
-Entonces, ¿por qué nos mintió diciéndonos que estuvo aquí? -preguntó don Henry con astucia.
El joven alzó los ojos y luego los bajó con gesto nervioso.
-Estaba asustado. La señora Bartlett me vio por allí y, cuando supo lo que había ocurrido, pensó que las cosas podían ponerse feas para mí. Quedamos en que yo diría que había estado trabajando aquí y ella se avino a respaldarme. Es una persona muy buena. Siempre fue muy buena conmigo.
Sin añadir palabra don Henry abandonó la estancia para dirigirse a la cocina. La señora Bartlett estaba lavando los platos.
-Señora Bartlett -le dijo-, lo sé todo. Creo que será mejor que confíese, es decir, a menos que quiera que ahorquen a Joe Ellis por algo que no ha hecho. No, ya veo que no lo desea. Le diré lo que ocurrió. Usted salió a entregar la ropa y se encontró con Rose Emmott. Pensó que dejaba para siempre a Joe para marcharse con el forastero. Ella estaba en un apuro y Joe dispuesto a acudir en su ayuda, a casarse con ella si era preciso, y Rose lo tendría para siempre. Joe lleva cuatro años viviendo en su casa y se ha enamorado de él, lo quiere para usted sola. Odiaba a esa muchacha, no podía soportar la idea de que otra le arrebatara a su hombre. Usted es una mujer fuerte, señora Bartlett. Cogió a la chica por los hombros y la arrojó a la corriente. Pocos minutos después encontró a Joe Ellis. Jimmy los vio juntos a lo lejos, pero con la oscuridad y la niebla imaginó que el cochecito era una carretilla del que tiraban dos hombres. Y usted convenció a Joe de que podía resultar sospechoso y le propuso establecer una coartada para él, que en realidad lo era para usted. Ahora dígame sinceramente, ¿tengo o no razón?
Contuvo el aliento. Lo arriesgaba todo en aquella jugada.
Ella permaneció ante él unos momentos secándose las manos en el delantal mientras lentamente iba tomando una determinación.
-Ocurrió todo como usted dice -dijo al fin con su voz reposada, tanto que don Henry sintió de pronto lo peligrosa que podía ser-. No sé lo que me pasó por la cabeza. Una desvergonzada, eso es lo que era. No pude soportarlo, no me quitaría a Joe. No he tenido una vida muy feliz, señor. Mi esposo era un pobre inválido malhumorado. Lo cuidé siempre fielmente. Y luego vino Joe a hospedarse en mi casa. No soy muy vieja, señor, a pesar de mis cabellos grises. Sólo tengo cuarenta años y Joe es uno entre un millón. Hubiera hecho cualquier cosa por él, lo que fuera. Era como un niño pequeño, tan simpático y tan crédulo. Era mío, señor, y yo cuidaba de él, lo protegía. Y esto… esto… -tragó saliva para contener su emoción. Incluso en aquellos momentos era una mujer fuerte. Se irguió mirando a don Henry con una extraña determinación-. Estoy dispuesta a acompañarlo, señor. No pensé que nadie lo descubriera. No sé cómo lo ha sabido usted, no lo sé, se lo aseguro.
Don Henry negó con la cabeza.
-No fui yo quien lo averiguó -dijo pensando en el pedazo de papel que seguía en su bolsillo con unas palabras escritas con letra muy clara y pasada de moda:
Señora Bartlett, en cuya casa se hospeda Joe Ellis en el número 2 de Mill Cottages.
En el día de hoy, sobre las 15 horas, el prisionero MIGUEL ETCHECOLATZ, de 91 años de edad, quien se moviliza en silla de ruedas y uno de los cinco ocupantes que quedaban en el Pabellón seis de la Unidad Penitenciaria Federal 31, por presentar tos y malestares varios, fue llevado al hospital público de Ezeiza. Allí se le realizaron estudios varios y de regreso quedó alojado AISLADO en el pabellón CUATRO, o sea en el sector de los presos VIP de la corrupción K, los cuales fueron replegados a los pabellones uno, dos y tres. Allí quedaría hasta mañana en que se tendrían los resultados de los estudios que se le realizaran para saber si está o no afectado por el Coronavirus. Es de destacar que en dicho lugar encontró instalada una computadora lo cual justifica la adjetivación de presos VIP a quienes también se los conoce como “Presos K”. Mientras, en el Pabellón seis donde solo quedan CUATRO de los ONCE prisioneros que días pasados llegaran al lugar, se impone un profundo silencio.
El Preámbulo de nuestra Constitución es la síntesis del programa de la nación. En doce breves renglones nos dice y le comunica al mundo para qué nos unimos y formamos un Estado-Nación. “Proveer la defensa común” reza uno de los objetivos, que como todos los otros, son de ejecución continuada y nos obliga a su cumplimiento sin plazos. Siempre nos faltará hacer mucho más para alcanzar metas tan trascendentes.
Como resultado de la decadencia del país – que arrastramos por décadas y que cada día se agudiza más – la defensa, como ‘afianzar la justicia’, ‘la unión nacional’, ‘promover el bienestar general’ y demás proclamas se nos presentan más lejanas. En la materia de la defensa nacional a la declinación se le aduna una decisión política de debilitarla como concepto y tornarla crecientemente adolescente en orden a sus capacidades. Y como si algo faltara, le trazaron por ley un deslinde arbitrario para disociarla de la seguridad interior y para maniatarla en caso de ataque exterior pues las fuerzas armadas sólo pueden defendernos en caso de que el agresor sea una ‘Estado extranjero’, ignorando la realidad variopintas amenazas como las bandas transnacionales no estatales o paraestatales organizadas para cometer los más graves y complejos delitos.
Es indudable que este menosprecio por la defensa nacional responde a una motivación ideológica – cuando no a comportamientos inspirados en la venganza- , fogoneados por el fracaso político, social, económico y sobre todo cultural de las fuerzas armadas en el ejercicio del poder político en los setenta. Obviamente, todo coronado por la derrota militar en las Malvinas.
A cuarenta años de esas frustraciones, parece llegada la hora de poner un cese al hostigamiento, reubicando a la Defensa nacional en su sitio.
Las tareas de colaboración que realizan las fuerzas armadas con motivo del Covid-19 las han rehabilitado sin necesidad de reformas legales. El alborozo y el respeto que inspira su presencia en las zonas más vulnerables de los conglomerados urbanos es la mejor reivindicación institucional. Sin embargo, en ese marco el gobierno dio un gran paso atrás al derogar la reforma que había impulsado el presidente Macri en 2018 mediante los decretos 683 y 703 de ese año. La abrogación del actual presidente se formalizó a través del decreto 571/2020 que retrotrae la normativa al DNU de Kirchner 727/2006.
La cuestión no es menor. El decreto de 2006 y su restauración por el de 2020 acotan la respuesta militar a un ataque o amenaza de una fuerza armada de un Estado extranjero. El decreto de 2018, en cambio, autorizaba la respuesta militar ‘ante cualquier forma de ataque extranjero’, extendiendo el eventual despliegue al apoyo en la lucha contra el narcotráfico con base fuera de nuestras fronteras.
La doctrina militar moderna recoge la experiencia de que las agresiones foráneas son más sofisticadas que la que corresponde a las fuerzas regulares de un Estado extranjero. Hoy una banda organizada para cualquier tráfico ilegal posee un poder letal que hasta supera a las capacidades de nuestras FFAA.
Este retroceso se suma al artificioso límite entre defensa nacional y seguridad interior. Es cierto que los militares no se preparan para perseguir malhechores u homicidas, pero existen ciertas zonas grises en las cuales el delito interior requiere por su gravedad, entidad o peligro social de la logística en inteligencia militar como un auxiliar indispensable. Una calamidad – provocada o natural – también reclama del apoyo militar. Esto es lo que la doctrina llama ‘seguridad ampliada’.
La pesca ilegal se lleva 1.500 millones de dólares ante nuestra flagrante indefensión. En momentos de famélicas finanzas públicas, la pasividad con la que se contempló el paso por el estrecho de Magallanes de 30 pesqueros de altura chinos hiere nuestra sensibilidad ciudadana. Este es solo uno de los ejemplos del daño que causa la ideología a nuestros intereses. Paradojalmente, el presidente se propone demarcar el límite exterior de nuestra plataforma marítima, extendiéndolo acordemente a la Convención del Mar auspiciada por la ONU ¿Será otra ley para la tribuna?
Recientemente Brasil aprobó su Nueva Política de Defensa, dándole el relieve que corresponde. Llamativamente – una lección para los ideólogos vernáculos – en esa política firmada por Bolsonaro sobresale la continuidad de lineamientos que hace una década estableció el presidente Lula. También en estos días, los británicos hicieron un ejercicio de simulación de la invasión de la isla Weddell perteneciente al archipiélago malvinense. La realidad extramuros nos obliga a repensar integralmente la defensa nacional y la seguridad interior. Las amenazas están. No son fantasmas.
Defensa con la vocación pacífica que es mandato constitucional y decisión estratégica de nuestro país. Pero, la paz exige asegurarla. No es un don que se recibe, sino una situación que se construye.
*Diputado nacional-Vicepresidente de la Comisión de Defensa
Todas las mañanas, todos los días, el 85 por ciento de los estadounidenses alteran su estado de conciencia con una potente droga psicoactiva: la cafeína. Su fuente más común son las semillas tostadas de varias especies de arbustos africanos del género Coffea (café), mientras que otros estadounidenses usan las hojas secas de una especie de planta de Camelia de China (té).
Los estadounidenses aman la cafeína, pero pocos se dan cuenta de cuán antiguo es realmente el ansia de cafeína en América del Norte. Los norteamericanos han estado consumiendo con entusiasmo las bebidas con cafeína desde antes del Boston Tea Party, antes de que los ingleses fundaron Jamestown y antes de que Colón desembarcara en las Américas. Es decir: los norteamericanos descubrieron la cafeína mucho antes de que los europeos “descubrieran” América del Norte.
Cassina, o bebida negra, la bebida con cafeína de elección para los indígenas norteamericanos, fue elaborada a partir de una especie de acebo nativo de las zonas costeras desde la región de Tidewater de Virginia hasta la costa del Golfo de Texas. Era un producto valioso precolombino y ampliamente comercializado. Los análisis recientes de los residuos que quedan en las copas de conchas de Cahokia, la monumental ciudad precolombina a las afueras de la actual San Luis y muy lejos del área de distribución nativa de Cassina, indican que se estaba bebiendo allí. Los españoles, los franceses y los ingleses documentaron que los indios estadounidenses bebían cassina en todo el sur de los Estados Unidos, y algunos primeros colonos lo bebían a diario. Incluso lo exportaron a Europa.
Como el té hecho de una especie de acebo con cafeína, la cassina puede sonar inusual. Pero tiene un primo botánico familiar en la yerba mate, una especie de acebo de América del Sur con cafeína cuyo uso tradicional, preparación y sabor es similar. La principal diferencia entre cassina y mate es que, si bien el mate resistió la tormenta de la conquista europea, cassina cayó en la oscuridad.
Hoy es más conocido como yaupon, y se planta principalmente como ornamental en todo el sureste de los Estados Unidos. En los últimos años, un puñado de pequeños productores venden y promueven la cassina para el consumo, generalmente bajo el nombre de té yaupon. Los cafés en algunos lugares dispersos del sur lo están vendiendo y presionando por un avivamiento.
Esta no es la primera llamada para una reevaluación. Durante más de un siglo, botánicos, historiadores e incluso el Departamento de Agricultura de los EE. UU. Han llamado periódicamente la atención sobre lo absurdo del desuso de Cassina en su tierra natal.
Entonces, ¿por qué una planta de potencial tan bien documentado, que aparentemente debería haberse convertido en una alternativa doméstica a las costosas importaciones de té y café, fue ignorada por tanto tiempo? ¿Qué le pasó a Cassina?
Con los años, Cassina ha tenido muchos nombres. Pero solo uno le dio al té un golpe que disminuyó sus perspectivas comerciales durante siglos.
Los primeros colonos españoles en Florida que, según un relato contemporáneo, bebían cassina “todos los días por la mañana o por la noche”, lo conocían como té del indio o “cacina”. Los ingleses en Carolina del Norte lo llamaron yaupon, un término tomado del idioma Catawba que sigue siendo el nombre más común para la planta misma. En Carolina del Sur, “cassina” era la denominación habitual, posiblemente derivada de la lengua timucuana extinta. Y los colonos de todas las colonias de habla inglesa a menudo se conformaron simplemente con “bebida negra”.
Al exportarse a Europa, Cassina se comercializó en Inglaterra bajo los nombres de “Té de Carolina” y “Té del Mar del Sur”, y en Francia como “appalachina”, probablemente una referencia al pueblo de los Apalaches. Este conjunto confuso de nombres enfatiza la practicidad del sistema de clasificación linneano, que todavía estaba en su infancia cuando los europeos se enteraron de la cassina. A William Aiton, un eminente botánico y horticultor británico, director de Kew Gardens y “Jardinero de Su Majestad”, se le atribuye haberle dado a cassina el nombre científico que lleva en la actualidad: Ilex vomitoria. Ilex es el género comúnmente conocido como acebo. Vomitoria se traduce aproximadamente como “te hace vomitar”.
Cassina no hace vomitar. Tanto el análisis científico moderno como los siglos de uso regular por parte de los sureños lo confirman. Pero varios relatos europeos tempranos de cassina mencionan vómitos. Cassina parece haber sido utilizada en elaborados rituales de purificación donde los hombres se sentaban en círculo, cantaban o cantaban, y se turnaban para beber alcohol y luego vomitarlo con cassina caliente, para tener el estómago vacío y volver a los licores.
La medida en que el café y el té ahora se comercializan como éticos, justos y respetuosos con el medio ambiente, así como la creciente popularidad Estados Unidos de la prima de cassina, la yerba mate, parecen indicar que ha llegado el momento de cassina. Y, sin embargo, como lo demuestran las numerosas llamadas al redescubrimiento de Cassina durante el siglo pasado, se ha predicho que Cassina es la próxima gran novedad. Para que tenga éxito comercialmente, puede ser necesario un cambio en su nombre botánico: como un sospechoso absuelto, no importa cuántas veces se demuestre que la cassina es inocente, persiste un aire de sospecha y náuseas de la acusación original.
A mediados del corriente mes, mientras desprestigiados jueces federales aplicando la “política de estado-que se pudran en la cárcel”, negaban merecidos arrestos domiciliarios a los adultos mayores imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad, el Covid 19 ingresaba al mentiroso Hospital Penitenciario Federal. Lo hacía, infestando al prisionero OJEDA FUENTES RAMÓN ALBERTO en el Hospital Interzonal de Ezeiza donde había sido llevado por sus problemas de salud. Es decir, en el colmo de la mentira y la hipocresía, sobre las bondades carcelarias, el prisionero fue sacado del hospital penitenciario para atenderlo en uno público. Muy poco después, el domingo 19 comenzaba como un día “normal” cuando a las 8.40 AM una decena de nerviosos agentes penitenciarios irrumpieron en el lugar ordenando a los 11 cautivos alojados allí, que rápidamente prepararan sus efectos personales porque de inmediato serían trasladados a otra prisión. Imposible en esos momentos enterarse a cuál, por su calidad de subhumanos estos no merecían saberlo. Algunos de estos efectivos usaban mascarilla y ninguno guantes, ¿el protocolo? Bien gracias, se lo debo. En medio de la sorpresa y urgencia, como pudieron, se armaron bultos, entre ellos una heladera de los cautivos, que luego serían transportados en camiones. Dos o tres prisioneros con sus sillas de ruedas, fueron subidos a sendas ambulancias y el resto (algunos con bastones) a una sucia “perrera” en la que también viajó el Coronavirus. Así, estos anonadados septuagenarios, octogenarios y nonagenarios luego de pasar años encerrados en el nosocomio penitenciario, llegaron a la UP 31, añorando lo que dejaban atrás. Allí estaba su espacio y su rutina, aún con goteras, cucarachas, paredes manchadas y cables eléctricos sueltos por doquier, ese era su “hogar”. No todos sus efectos fueron transportados, algunos de ellos también quedaron atrás, ahora, si ello es posible y la suerte los acompaña, tendrán la muy difícil tarea de recuperarlos. Luego vino lo que vino, la pandemia se hizo ver y hoy los ancianos que aún quedan en el pabellón seis, solo ocupan cinco celdas, las otras seis, por ahora, quedaron vacías y silenciosas.
Nada ni nadie detiene la venganza inhumana desatada por el terrorismo derrotado por las fuerzas armadas y que se ha encaramado al poder con morboso resentimiento. Por las noticias del Corona virus que ahora leemos en los medios, nos enteramos horrorizados que hay centenares de ancianos de un promedio de 75 años de edad detenidos en condiciones infrahumanas por delitos de “lesa humanidad” vaya ironía, cuyas solicitudes de prisión domiciliaria les son negadas (1). Este es un cuadro dantesco que se presenta en nuestro país ante el silencio, la indolencia y la ingratitud de la sociedad, del periodismo, de sus mismos colegas que los han dejado abandonados, con un “espíritu de cuerpo ejemplar”, de la iglesia y de otros credos. Los ruegos elevados al Papa por el mismo Obispo Castrense en el Vaticano. por asociaciones civiles, de derechos humanos, por dignos abogados en nombre de la Justicia, por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, por los dignos abogados Alberto Solanet y Carlos Bosch al Presidente y al Secretario de la Corte Suprema, fueron desoídos (2). Después hablamos de solidaridad, ayuda, concordia, precisamente las virtudes de que carecemos, tan necesarias para el agradecimiento y atención de nuestros presos políticos que defendieron la libertad y la democracia, ferozmente atacadas por el comunismo apátrida que azotó el país. Acabamos de recibir la triste noticia del fallecimiento de un preso político a quien le rendimos honor y condolencias a sus familiares.
+ RIP – Suboficial Mayor (R) Juan Domingo Salerno (Policía de la Provincia de Buenos Aires), Preso Político en cautiverio
Ya son 570 (quinientos setenta) los fallecidos, pertenecientes a todas las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales, Fuerzas Penitenciarias y Civiles. Un verdadero Genocidio que quedará grabado con letras de bronce en nuestra historia
La “justicia” argentina, ayudada por una pandemia ha sentado un nuevo precedente: la generosa aplicación del asesinato paralegal sin habeas corpus y sin necesidad de utilizar la “ley de fugas”. En estos 120 días de cautiverio que los argentinos llevamos cumplidos como consecuencia de la ignorancia y estupidez de un vicario presidencial, los personeros de la venganza han encontrado la manera de acelerar su cometido, la muerte de los presos políticos remanentes, el asesinato de aquellos a los que aún las enfermedades etarias y las condiciones precarias de los penales donde cumplen sus “condenas” no los han enviado a la tumba. Esta presunta pandemia es una duda en sí misma, solo sabíamos con seguridad- desde el inicio de la misma- dos cosas, la primera que ser anciano es pertenecer a un grupo de altísimo riesgo, la segunda que la mejor manera de que el virus se propagara es en lugares donde el hacinamiento favorecería la infestación. Sabido esto, las “autoridades”, argentinas, tanto nacionales como provinciales se pusieron a la tarea de alivianar la carga de las cárceles donde la vida de los presos comunes- chorros, violadores y asesinos- corría peligro. ¿Eran un grupo de riesgo?, dentro de los cánones sanitarios que este gobierno de “científicos” maneja, la respuesta es no, todos los liberados tenían menos de 45 años, porque en Argentina, cualquier preso accede, cumplidos los setenta años a “prisión domiciliaria”. Bueno, esto no es tan general, para acceder a ella, deben demostrar que están presos por delitos comunes, si están presos por defender a la Patria y a su pueblo, lo que se espera de ellos es que se mueran en la cárcel. La verdad de las prisiones donde son hacinados los presos políticos- Campo de Mayo, Ezeiza y otros lugares de la República- es que no solo los jueces no trataron de bajar la cantidad de presos, sino que, aprovechando la cuarentena, muchos de ellos “devolvieron” a los penales a presos políticos que habían logrado esta condición, generalmente acompañados de la broma infame de que estarían mejor cuidados en los penales que en su casa. Hoy, esa bomba esperada ha reventado, sin saber si hay más para estallar, ya que, por ejemplo, en Campo de Mayo, donde ya ha habido veintiocho infectados no se testeó a todos los presos por falta de presupuesto para ver si hay asintomáticos o no. Una catástrofe mundial ha habilitado a los jueces argentinos a cambiar su oficio, ahora son verdugos tan funcionales a la venganza como los gobiernos del rencor y del resentimiento que hemos votado desde 1983 a hoy.
El profesor Mario Durquet habla directamente de la Unidad Penitenciaria de Campo de Mayo con respecto a la peligrosidad que están viviendo en un grave brote de coronavirus que ya ha afectado a más de treinta adultos mayores.
Cuando hablamos sin pensar, sin consultar, mostramos que somos tontos, que no estamos preparados para ser una gran persona, con principios, con ganas de “construir”, de buenas intenciones y dispuesto a tender las manos a quien las necesite. Cuando abrimos nuestros corazones al amor, a la paz, lo preparamos a hacer su hogar con nosotros, por lo que seremos sabios y muchos menos errores cometeremos. Si nuestros corazones están llenos de amor, entonces están llenos de fe, esperanza, alegría, agradecimiento y sabiduría. Esto es de lo que hablaremos, esto es lo que dirán nuestras actitudes, esta es la luz que brillará donde quiera que vayamos. Cuando la sabiduría y la paz interior están en nuestras palabras, la buena energía estará siempre en nuestras conversaciones, en nuestro testimonio. Y muchos, cuando nos escuchen, se contagiarán con la alegría de caminar por el buen camino que conduce a la vida feliz y próspera. Y tu; ¿De Qué Hablas Habitualmente? ¿Cuál ha sido el tema principal de tus conversaciones? … ¿Has guardado tu corazón para buenas obras?
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires, Argentina), recibe un abrazo, junto a mi deseo de que dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas, y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Una bonita mañana de Abril, en una estrecha calle del barrio chic de Harujuku en Tokio, me crucé andando con la chica 100% perfecta.
Diciendo la verdad, ella no era tan guapa.
No destaca de una manera concreta. Sus ropas no tienen nada especial. La parte de atrás de su pelo todavía está aplastada por haber dormido. No es joven, tampoco. Debe estar cerca de los treinta, nada cercano a una chica, hablando con propiedad. Pero aún así, lo sé desde 50 metros a la distancia: Ella es la mujer 100% perfecta para mí.
En el momento en que la veo, siento un retumbar en mi pecho y mi boca está tan seca como un desierto.
Quizás ustedes tengan su particular tipo favorito de chica – perfecta con tobillos delgados, digamos, o grandes ojos, o dedos graciosos, o se vean atraídos sin una razón, por aquellas que se toman su tiempo con cada comida.
Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. Algunas veces en un restaurante, cuando me doy cuenta, estoy mirando a una chica de la mesa de al lado a la mía porque me gusta la forma de su nariz.
Pero nadie puede insistir en que la chica perfecta se corresponde con algún modelo preconcebido. Aunque me gustan mucho las narices, no puedo recordar la forma de la nariz de ella, o incluso si ella tenía una. Todo lo que puedo recordar con certeza es que ella no era una gran belleza. Es extraño.
“Ayer en la calle me crucé con una chica perfecta”, le digo a alguien.
“¿Sí?” el dice. “¿Guapa?”
“No realmente”
“¿Tu tipo favorito, entonces?”
“No lo sé. No parece que recuerde algo de ella: la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho”
“Extraño”
“Sí. Extraño”
“De cualquier manera”, él dice ya aburrido, “¿que hiciste, hablaste con ella? ¿La seguiste?”
“No. Solo me crucé con ella en la calle”.
Ella iba hacia el Oeste, y yo hacia el Este. Era una bonita mañana de Abril.
Hubiera deseado hablar con ella. Media hora hubiera sido todo: sólo preguntarle por ella, hablarle de mí, y – lo que más me habría gustado hacer -, explicarle las complejidades del destino que condujo a nuestro encuentro en una estrecha calle en Harajuku una bonita mañana de Abril de 1981.
Después de hablar, habríamos comido en cualquier sitio, quizás visto una película de Woody Allen, o parado en un bar de hotel para tomar unos cocktails. Con algo de suerte, podríamos haber acabado en la cama.
La potencialidad llama a la puerta de mi corazón.
¿Cómo me puedo aproximar a ella? ¿Qué le debería decir?
“Buenos días, señora. ¿Piensa que podría compartir media hora de conversación conmigo?”. Ridículo. Hubiera sonado como un vendedor de seguros.
“Perdóneme, ¿sabría por casualidad si hay una tintorería abierta las 24 horas en el barrio?”. No, igual de ridículo. No llevo ni ropa sucia, en primer lugar. ¿Quién va a creerse una cosa así?
Quizás, la simple verdad lo haría. ”Buenos días. Usted es la chica perfecta para mí.”
No, ella no lo creería. Incluso si lo creyese, ella no querría hablar conmigo.
“Perdón”, podría decir, “puede ser que sea la mujer perfecta para ti, pero tu no eres el hombre perfecto para mí.” Podría pasar. Y si me encontrase en esa situación, probablemente me querría morir. Nunca me recuperaría de ese shock. Tengo 32 y esto es lo que significa hacerse mayor.
Pasamos frente a una floristería. Una cálida, y suave brisa de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y siento el olor de las rosas. No me atrevo a hablarle. Ella viste un jersey blanco, y en su mano derecha sostiene un sobre blanco que carece de sello. Por lo que deduzco que ha escrito a alguien una carta, quizás estuvo toda la noche escribiendo, a juzgar por las ojeras en sus ojos. El sobre podría contener todos los secretos que ella hubiese tenido siempre.
Avanzo un poco más y me doy la vuelta. Ella se pierde entre la multitud.
Ahora, por supuesto, sé exactamente que debería haberle dicho. Habría sido un discurso largo, demasiado quizás para haberlo desarrollado adecuadamente. Las ideas que se pasan por la cabeza no son nunca muy prácticas.
Bien. Hubiera comenzado “Erase una vez” y terminado “Una triste historia, ¿no cree?”
Erase una vez, un chico y una chica. El chico tenia 18 años y la chica 16. Él no era especialmente guapo, y ella tampoco. Solo eran un hombre y una mujer solitarios como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en alguna parte del mundo había un hombre y una mujer perfectos para ellos. Sí, ellos creían en un milagro. Y ese milagro ocurrió realmente.
Un día los dos se encontraron en una esquina de una calle.
“Esto es increíble,” él dijo “Te he estado buscando toda mi vida. No lo creerás, pero tú eres la mujer perfecta para mí.”
“Y tú”, dijo ella, “eres el hombre perfecto para mí, exactamente como te había soñado en cada detalle. Es como un sueño.”
Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de las manos, y se contaron sus historias el uno al otro hora tras hora. Ellos ya no estaban más solos. Habían encontrado y sido encontrados por su pareja perfecta. Qué cosa maravillosa es encontrar y ser encontrado por tu pareja perfecta. Es un milagro, Un milagro cósmico.
Mientras conversaban sentados, sin embargo, una pequeña, pequeña sombra de duda enraizó en sus corazones: ¿Estaba bien que los sueños de alguien se hicieran realidad tan fácilmente?
Y así, cuando se produjo una pausa momentánea en su conversación, el chico le dijo a la chica: “Vamos a probarlo para nosotros una vez. Si realmente somos el amor perfecto del otro, entonces alguna vez, en algún lugar, nos encontraremos otra vez sin duda. Y cuando pase, sabremos que somos la pareja perfecta, y nos casaremos. ¿Qué piensas?”
“Sí,” dijo ella, “eso es exactamente lo que deberíamos hacer.”
Y entonces se separaron, ella fue al Este, y él al Oeste.
La prueba que habían acordado, sin embargo, era innecesaria. No la deberían haber realizado, porque eran real y verdaderamente la pareja perfecta, y era un milagro que se hubiesen encontrado Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran.
Las frías, indiferentes olas del destino continuaron sacudiéndolos despiadadamente.
Un invierno, el chico y la chica cayeron enfermos de una terrible gripe, y después de luchar entre la vida y la muerte, perdieron la memoria de sus años más tempranos. Cuando se dieron cuenta sus cabezas estaban vacías.
Fueron dos brillantes y decididos jóvenes, sin embargo, y gracias a sus esfuerzos constantes fueron capaces de adquirir otra vez el conocimiento y el sentimiento que les posibilitó volver como miembros hechos y derechos a la sociedad. Gracias a Dios, se convirtieron en ciudadanos que sabían como utilizar el metro, o ser capaces de enviar una carta especial al correo.
También experimentaron el amor otra vez; algunas veces, como mucho al 75% u 85%.
El tiempo pasó con una rapidez espantosa, y pronto el muchacho tuvo 32 años, la muchacha 30.
Una preciosa mañana de Abril, en busca de una taza de café para comenzar el día, el muchacho andaba del Oeste al Este, mientras la muchacha, teniendo la intención de enviar una carta, andaba del Este al Oeste, los dos sobre la misma estrecha calle del barrio de Harajuku en Tokio.
Se cruzaron en el centro mismo de la calle.
El destello más débil de sus memorias perdidas brilló tenuemente por un breve momento en sus corazones. Cada uno sintió un retumbar en su pecho. Y ellos supieron:
Ella es la mujer perfecta para mí
Él es el hombre perfecto para mí.
Pero el brillo de sus memorias era demasiado débil, y sus pensamientos ya no tenían la claridad de catorce años antes.
Sin una palabra, se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre.
El CEO del fabricante estadounidense de automóviles Telsa ha admitido su participación en lo que el presidente Morales ha denominado un “golpe de litio”.
¡Haremos golpe de estado a quien queramos! Entiéndalo” fue la respuesta de Elon Musk a una acusación en Twitter de que el gobierno de los Estados Unidos organizó un golpe de estado contra el presidente Evo Morales, para que Musk pudiera obtener el litio de Bolivia.
Un rumor de fuente desconocida dice que el saqueo extranjero del litio de Bolivia, en un país con las mayores reservas conocidas del mundo, es uno de los principales motivos del golpe del 10 de noviembre de 2019.
El litio, un componente crítico de las baterías utilizadas en los vehículos Tesla, se convertirá en uno de los recursos naturales más importantes del mundo, ya que los fabricantes buscan obtenerlo para usarlo en baterías para automóviles eléctricos, computadoras y equipos industriales.
La administración de Jeanine Añez ya ha anunciado su plan para invitar a numerosas multinacionales al Salar de Uyuni, las vastas salinas de Potosí, que contiene el precioso metal blando. El candidato a la vicepresidencia y compañero de fórmula de Añez, Samuel Doria Medina, propuso un proyecto brasileño-boliviano que usaría litio de la ciudad de Uyuni.
Mientras tanto, la carta de la ministra de Asuntos Exteriores del régimen golpista Karen Longaric a Elon Musk, fechada el 31 de marzo, dice que “cualquier corporación que usted o su empresa puedan proporcionar a nuestro país será bien recibida”.
Los movimientos sociales han advertido repetidamente que las autoridades entregarían el litio y los recursos naturales al capital extranjero, en una inversión de los planes de la administración del Movimiento hacia el Socialismo (MAS) de Evo Morales para procesar el litio dentro de Bolivia en lugar de exportar la materia prima.
El proyecto representó un rechazo de la relación neocolonial que los países latinoamericanos han tenido con los núcleos imperialistas.
El antiguo gobierno MAS de Bolivia supervisó la producción de baterías y su primer automóvil eléctrico por parte de la empresa estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB), en sociedad con la empresa alemana ACISA. En el acuerdo, el estado boliviano mantuvo el control mayoritario.
Con el acuerdo ahora desechado junto con innumerables proyectos estatales, y con las elecciones demoradas tres veces por las autoridades ilegítimas de facto, la gente de Uyuni y los movimientos sociales en todo el país dicen que continuarán oponiéndose a la privatización en curso y se están organizando contra el retorno del saqueo de los recursos naturales de Bolivia por capital extranjero despiadado y explotador.
Lo cierto es que todo comenzó con un mensaje en Twitter del usuario “Armani”, y no es claro de donde esta persona tomó la información y la réplica del sudafricano Musk, del que no es claro a quiense refirió con la palabra ”haremos” (Un golpe de estado a quien queramos).
Obviamente Musk es un individuo muy exitoso, pero no es la primera vez que lanza comentarios bizarros:
1. Sobre cómo calentar Marte para que sea hospitalario para los humanos: “La forma más rápida es lanzar armas termonucleares sobre los polos”. 2. Sobre por qué la oficina de Tesla necesita una montaña rusa: “Todos los que están por aquí tienen toboganes en sus vestíbulos. En realidad, me estoy preguntando acerca de cómo instalar una montaña rusa, como una montaña rusa funcional en la fábrica de Fremont. Entrarías , y te llevaría por la fábrica, pero también de arriba abajo. ¿Quién más tiene una montaña rusa? … Probablemente sería muy costoso, pero me gusta la idea “. 3. Sobre lo que le dijo a Ford cuando bloqueó el Modelo E de Tesla: “¿Por qué fuiste a robar el E de Tesla? ¿Como si fueras una especie de ejército fascista marchando por el alfabeto, una especie de ladrón de Plaza Sesamo?” 4. Al decidir cómo debería ir al espacio: “Así que a continuación fui a Rusia tres veces, a fines de 2001 y 2002, para ver si podía negociar la compra de dos misiles ICBM. Obviamente, sin las armas nucleares”. 5. Sobre cómo sostenía globos en sus manos y entre sus piernas en una de sus fiestas de cumpleaños, y dejaba que un lanzador de cuchillas explotara los globos: “Lo había visto antes pero me preocupaba que tal vez pudiera tener un día libre. Aún así , Pensé, tal vez golpearía una gónada pero no ambas “. 6. Sobre egipcios y extraterrestres: “Parece un momento oportuno para sacar a colación la paradoja de Fermi, alias ‘¿Dónde están los extraterrestres?’ Realmente extraño que no veamos ninguna señal de ellos. Por cierto, por favor no menciones las pirámides. Apilar bloques de piedra no es evidencia de una civilización avanzada. El rumor de que estoy construyendo una nave espacial para regresar a mi planeta natal Marte es totalmente falso. Los antiguos egipcios eran increíbles, pero si los extraterrestres construyeron las pirámides, habrían dejado una computadora o algo así “. 7. En el momento en que casi murió de malaria mientras estaba de vacaciones: “Esa es mi lección para tomar vacaciones: las vacaciones te matarán”. 8. En un sentido, podría morir: “Mi familia teme que los rusos me asesinen”. 9. Sobre cómo preferiría morir: “Me gustaría morir en Marte. Simplemente no en el impacto”. 10. Sobre las mujeres: “Sin embargo, me gustaría asignar más tiempo a las citas. Necesito encontrar una novia. Es por eso que necesito tener un poco más de tiempo. Creo que tal vez incluso otros cinco a diez – cuánto ¿Qué tiempo quiere una mujer una semana? ¿Tal vez 10 horas? ¿Eso es lo mínimo? No lo sé “. Ahora está de vuelta junto con su esposa, Talulah Riley. 11. Sobre el futuro de los automóviles: “En el futuro distante, las personas pueden prohibir conducir automóviles porque es demasiado peligroso. No se puede tener a una persona conduciendo una máquina de muerte de dos toneladas”. Más tarde aclaró que, obviamente, quiere que la gente siga conduciendo automóviles debido a Tesla. 12. Sobre los autos voladores: “Lo he pensado bastante … Definitivamente podríamos hacer un auto volador, pero esa no es la parte difícil … La parte difícil es cómo hacer un auto volador que sea súper seguro y tranquilo? Porque si se trata de un aullador, uno ruidoso, vas a hacer que la gente sea muy infeliz “. 13. Sobre por qué no solicita patentes: “Básicamente no tenemos patentes en SpaceX. Nuestra competencia principal a largo plazo es en China; si publicamos patentes, sería una farsa, porque los chinos simplemente las usarían como un libro de recetas “.
¿El golpe de Estado? Seriedad, una broma fallida, un día de furia, mucha María Juana (ver fotos)? Usted decide…
El 26 de julio de 1908, la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) nace cuando el Fiscal General de los Estados Unidos, Charles Bonaparte, ordena a un grupo de investigadores federales recién contratados que se reporten al Examinador Jefe Stanley W. Finch del Departamento de Justicia. Un año después, la Oficina del Examinador Jefe pasó a llamarse Oficina de Investigación, y en 1935 se convirtió en la Oficina Federal de Investigación.
Cuando se creó el Departamento de Justicia en 1870 para hacer cumplir la ley federal y coordinar la política judicial, no tenía investigadores permanentes en su personal. Al principio, contrató detectives privados cuando necesitaba que se investigaran delitos federales y luego alquiló investigadores de otras agencias federales, como el Servicio Secreto, creado por el Departamento del Tesoro en 1865 para investigar la falsificación. A principios del siglo XX, el fiscal general estaba autorizado a contratar algunos investigadores permanentes, y se creó la Oficina del Examinador Jefe, que consistía principalmente en contadores, para revisar las transacciones financieras de los tribunales federales.
Buscando formar un brazo de investigación independiente y más eficiente, en 1908 el Departamento de Justicia contrató a 10 ex empleados del Servicio Secreto para unirse a una Oficina ampliada del Examinador Jefe. La fecha en que estos agentes se presentaron al servicio —el 26 de julio de 1908— se celebra como la génesis del FBI. Para marzo de 1909, la fuerza incluía a 34 agentes, y el Fiscal General George Wickersham, el sucesor de Bonaparte, lo renombró la Oficina de Investigación.
El gobierno federal utilizó la oficina como una herramienta para investigar a los delincuentes que evadieron el enjuiciamiento al pasar por encima de las líneas estatales, y en unos pocos años el número de agentes había aumentado a más de 300. Algunos agentes se opusieron a la agencia en el Congreso, que temían que su La creciente autoridad podría conducir al abuso de poder. Con la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1917, se le dio al buró la responsabilidad de investigar proyectos de resistencia, violadores de la Ley de Espionaje de 1917 e inmigrantes sospechosos de radicalismo.
Mientras tanto, J. Edgar Hoover, abogado y ex bibliotecario, se unió al Departamento de Justicia en 1917 y en dos años se convirtió en asistente especial del Fiscal General A. Mitchell Palmer. Profundamente antirradical en su ideología, Hoover llegó a la vanguardia de la aplicación de la ley federal durante el llamado “susto rojo” de 1919 a 1920. Estableció un sistema de índice de tarjetas que enumeraba a cada líder, organización y publicación radical en los Estados Unidos. Estados y en 1921 habían acumulado unos 450,000 archivos. Más de 10,000 presuntos comunistas también fueron arrestados durante este período, pero la gran mayoría de estas personas fueron interrogadas brevemente y luego liberadas. Aunque el fiscal general fue criticado por abusar de su poder durante las llamadas “incursiones de Palmer”, Hoover salió ileso y, el 10 de mayo de 1924, fue nombrado director interino de la Oficina de Investigación.
Durante la década de 1920, con la aprobación del Congreso, el Director Hoover reestructuró y amplió drásticamente la Oficina de Investigación. Construyó la agencia en una máquina eficiente para combatir el crimen, estableciendo un archivo centralizado de huellas digitales, un laboratorio de delitos y una escuela de capacitación para agentes. En la década de 1930, la Oficina de Investigación lanzó una batalla dramática contra la epidemia del crimen organizado provocada por la Prohibición. Gángsters notorios como George “Machine Gun” Kelly y John Dillinger se encontraron con sus extremos mirando los barriles de armas emitidas por la oficina, mientras que otros, como Louis “Lepke” Buchalter, el escurridizo jefe de Murder, Inc., fueron investigados y procesados con éxito. por “G-men” de Hoover. Hoover, que tenía un buen ojo para las relaciones públicas, participó en varios de estos arrestos ampliamente publicitados, y el Buró Federal de Investigaciones, como se conocía después de 1935, fue muy apreciado por el Congreso y el público estadounidense.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hoover revivió las técnicas antiespionaje que había desarrollado durante el primer susto rojo, y las escuchas telefónicas domésticas y otros sistemas de vigilancia electrónica se expandieron dramáticamente. Después de la Segunda Guerra Mundial, Hoover se centró en la amenaza de la subversión radical, especialmente comunista. El FBI compiló archivos sobre millones de estadounidenses sospechosos de actividad disidente, y Hoover trabajó en estrecha colaboración con el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC) y el senador Joseph McCarthy, el arquitecto del segundo Red Scare de Estados Unidos.
En 1956, Hoover inició COINTELPRO, un programa secreto de contrainteligencia que inicialmente se dirigió al Partido Comunista de EE. UU., Pero luego se expandió para infiltrarse e interrumpir cualquier organización radical en Estados Unidos. Durante la década de 1960, los inmensos recursos de COINTELPRO se utilizaron contra grupos peligrosos como el Ku Klux Klan, pero también contra organizaciones afroamericanas de derechos civiles y organizaciones liberales contra la guerra. Una figura especialmente dirigida fue el líder de derechos civiles Martin Luther King, Jr., quien sufrió el acoso sistemático del FBI.
Cuando Hoover entró en servicio bajo su octavo presidente en 1969, los medios, el público y el Congreso habían sospechado que el FBI podría estar abusando de su autoridad. Por primera vez en su carrera burocrática, Hoover sufrió críticas generalizadas y el Congreso respondió aprobando leyes que requerían la confirmación del Senado de los futuros directores del FBI y limitando su mandato a 10 años. El 2 de mayo de 1972, con el escándalo de Watergate a punto de explotar en el escenario nacional, J. Edgar Hoover murió de una enfermedad cardíaca a la edad de 77 años.
El asunto de Watergate reveló posteriormente que el FBI había protegido ilegalmente al presidente Richard Nixon de la investigación, y el Congreso investigó a fondo a la agencia. Las revelaciones de los abusos de poder y la vigilancia inconstitucional por parte del FBI motivaron al Congreso y a los medios a estar más atentos en el futuro monitoreo del FBI.
Hoy 25 de julio, sobre las 21 horas, sorpresivamente llegaron al pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria 31 varios individuos cubiertos con trajes de aislamiento, máscaras y filtros para la respiración. Rápidamente y evitando todo contacto corporal, retiraron de allí a los prisioneros adultos mayores: JORGE ANTONIO OLIVERA, RUBÉN LOFIEGO, JOSÉ LUIS BENÍTEZ, JOSÉ AUGUSTO LÓPEZ y CARLOS RAMALLO. Estos están infectados con el COVID-19. Así de los once trasladados compulsivamente el día 19 de julio pasado desde el mentiroso Hospital penitenciario Central, ya quedan solo cinco ancianos en este lugar. Ahora las dudas sin respuestas y el silencio impera entre ellos. Del otro lado de las rejas, la de los presos K, imputados por corrupción, miraban asustados el operativo sanitario y el silencio también se imponía. La muerte está transitando el pasillo central de la Unidad Penitenciaria 31, mientras hipócritas y sádicos togados federales por ser sábado, lejos de allí están reunidos festivamente en sus hogares junto a sus seres queridos. Siniestro territorio este al que llamamos Argentina.
Una niña negra de 15 años que ha estado encarcelada en Michigan desde mediados de mayo después de que no pudo hacer su trabajo escolar online no volverá a casa, decidió una juez el lunes, en un caso que ha avivado la indignación de que es emblemático del racismo y la criminalización de los niños negros.
La juez del condado de Oakland, Mary Ellen Brennan, determinó que la niña se ha beneficiado de un programa de tratamiento residencial en un centro de detención juvenil, pero aún no está lista para estar con su madre. Brennan, el juez presidente de la División de Familia de la corte, programó otra audiencia para septiembre.
La niña, que está siendo identificada solo por su segundo nombre, Grace, fue de discusiones con políticos y activistas de la comunidad que expresaron su indignación por su encarcelamiento.
Durante un procedimiento de tres horas, Brennan le dijo a Grace que lo mejor para ella era permanecer en el programa después de todo el progreso que había estado haciendo.
“Regálate la oportunidad de seguir y terminar algo”, dijo Brennan.
La jueza adhirió: “Lo correcto es que tú y tu madre estén separadas por ahora”.
Grace, sin embargo, le dijo a la juez que quería irse a casa: “Extraño a mi madre. Puedo controlarme. Puedo ser obediente”.
Después de la audiencia, un abogado de la familia, Jonathan Biernat, confirmó que el caso de Grace había estado avanzando, pero la “lucha por su liberación” está en curso.
El año escolar próximo pasado, Grace fue estudiante de segundo año en la Escuela Secundaria Groves perteneciente al sistema educativo de Birmingham, cuya comunidad es 79 por ciento blanca, según datos del distrito escolar.
En los últimos días, los padres y estudiantes en los suburbios de Detroit han protestado en apoyo de la liberación de Grace del Instituto Children’s Village en el condado de Oakland, el centro de detención donde estuvo recluída en medio de la pandemia de coronavirus.
En la audiencia del lunes, Brennan hizo hincapié en que la policía había respondido a los incidentes entre la madre y la hija tres veces, y que la detención de Grace salió de violar la libertad condicional relacionada con los cargos de asalto y robo del año pasado.
“No fue detenida porque no entregó su tarea”, dijo Brennan. “Fue detenida porque descubrí que era una amenaza de daño para su madre en base a todo lo que sabía”.
Brennan también abordó el escrutinio del caso.
“Mi papel es tomar decisiones que sean en el mejor interés de esta joven, punto”, dijo Brennan. “Hice un juramento de que no me dejaría influir por el clamor público o el miedo de las críticas”.
La representante Debbie Dingell, demócrata de Michigan, es una de las personas que ha cuestionado si la raza fue un factor para detener a Grace. Los jóvenes negros en Michigan tienen cuatro veces más probabilidades de ser detenidos que los jóvenes blancos, según datos de 2015 analizados por el Proyecto de Sentencias, entidad sin fines de lucro.
“Si se tratara de un joven blanco, realmente me pregunto si el juez habría hecho esto”, dijo Dingell. “Poner a una persona joven en un área confinada en medio de COVID no es la respuesta”.
El jueves, la Corte Suprema de Michigan dijo que revisaría las circunstancias que rodearon la detención de Grace.
No me refiero a una guerra con otros países, no hemos llegado a esa extrema situación, pero si vivimos una tensa situación internacional manteniendo una mejor relación con los expresidentes de la región que con quienes hoy gobiernan a nuestros países vecinos. Son tiempos difíciles y no es aconsejable lo que hace el gobierno nacional, es necesario estar unidos y dejar las diferencias a un lado. Es esto así en cuanto al panorama internacional. Solo en dos países gobiernan miembros del Foro de San Pablo en la miseria latinoamericana, las tensiones serán aún mayores cuando estemos pisoteando el 50% de pobres e indigentes. El futuro de la Latinoamérica subdesarrollada es caótico e incluye a nuestro país.
Con el incremento de la pobreza de la que hablo viene el problema de la guerra interna, de dos argentinos uno será pobre y estos no necesariamente por ser malos sino por una necesidad de supervivencia no respetaran a los que algo tienen, serán impiadosos y no solo se incrementarán los delitos, sino que estos serán más graves. Lo estamos viendo con los recientes ataques a ancianos, con una violencia poco vista, matan por matar, a veces ni roban nada. La inseguridad personal, jurídica es una hipótesis cierta de la existencia de una “guerra interna”. Es la de los que no tienen contra los que sí tienen. La liberación de varios cientos de presos comunes condenados por delitos de extrema gravedad no ha sido.
debidamente evaluada por el Gobierno Nacional. De cada cien personas detenidas por haber cometido delitos un noventa por ciento son liberados. La Corte Suprema revoco la liberación de los presos – delincuentes comunes- pero lo cierto es que nadie hace nada al respecto. Algunos delitos son de una gravedad inaceptable. La pandemia, la falta de trabajo, el incremento del desempleo, la impunidad de los delincuentes- entran por una puerta y salen por la otra. Los enfrentamientos no solo los estamos viendo en el Conurbano Bonaerense adonde ya podemos decir que llegó Venezuela y avanzan hacia la Capital Federal.
Un juez federal bloqueó el viernes por la noche la nueva ley de Seattle que prohíbe a la policía usar gas pimienta, bolas explosivas y armas similares que se aprobaron luego de enfrentamientos con manifestantes.
El juez de distrito de EE. UU. James Robart en una audiencia de emergencia concedió una solicitud del gobierno federal para bloquear la nueva ley, que el Consejo de la Ciudad de Seattle aprobó por unanimidad el mes pasado.
El Departamento de Justicia de EE. UU., citando el decreto de consentimiento policial de Seattle, argumentó que prohibir el uso de armas de control de multitudes podría conducir a un mayor uso policial de la fuerza, dejándolos solo con más armas mortales.
Robart dijo que el tema necesitaba más discusión entre los representantes del gobierno de la ciudad y el Departamento de Justicia antes de que el cambio entrara en vigencia el domingo. Al pronunciarse desde su puesto, justo antes de las 9 p.m., Robart dijo que la orden de restricción temporal que otorgó sería “muy breve”.
“Les insto a todos a usarlo como una ocasión para tratar de averiguar dónde estamos y hacia dónde vamos”, dijo Robart. “No puedo decirte hoy si las bolas de explosión (Granadas lacrimógenas) son una buena idea o una mala idea, pero sé que hace algún tiempo las aprobé”.
Robart está presidiendo un decreto de consentimiento de 2012 que requiere que la ciudad aborde las acusaciones de fuerza excesiva y vigilancia parcial.
El huracán Hanna se formó en el Golfo de México como un huracán de categoría 1 con vientos sostenidos de 75 millas por hora (120 Kilometros por horas) alrededor de la pared del ojo.
Hanna se está fortaleciendo y el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos dice que se espera que toque tierra en el sur de Texas el sábado por la noche.
Se espera que las condiciones a lo largo de la costa suroeste del Golfo, en particular el sur de Texas, se deterioren hasta el sábado.
Las principales amenazas serán mareas peligrosas y una marejada ciclónica junto con precipitaciones extremas.
Advertencias de tormenta tropical, advertencias de huracán, advertencias de marejada ciclónica y varias alertas de inundación están en su lugar esta mañana a lo largo de la costa sur de Texas.
Las alertas de inundaciones están vigentes desde la frontera México / Texas hasta el suroeste de Louisiana, ya que se espera que Hanna traiga más de 12 pulgadas de lluvia localmente a partes del sur de Texas hasta el final del fin de semana.
–Recurro a usted porque quiero contarle mi historia –dijo el sujeto acostado sobre el diván del doctor Harper.
El hombre era Lester Billings, de Waterbury, Connecticut. Según la ficha de la enfermera Vickers, tenía veintiocho años, trabajaba para una empresa industrial de Nueva York, estaba divorciado, y había tenido tres hijos. Todos muertos.
–No puedo recurrir a un cura porque no soy católico. No puedo recurrir a un abogado porque no he hecho nada que deba consultar con él. Lo único que hice fue matar a mis hijos. De uno en uno. Los maté a todos.
El doctor Harper puso en marcha el magnetófono.
Billings estaba duro como una estaca sobre el diván, sin darle un ápice de sí. Sus pies sobresalían, rígidos, por el extremo. Era la imagen de un hombre que se sometía a una humillación necesaria. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, como un cadáver. Sus facciones se mantenían escrupulosamente compuestas. Miraba el simple cielo raso, blanco, de paneles, como si por su superficie desfilaran escenas e imágenes.
–Quiere decir que los mató realmente, o…
–No. –Un movimiento impaciente de la mano–. Pero fui el responsable. Denny en 1967. Shirl en 1971. Y Andy este año. Quiero contárselo.
El doctor Harper no dio nada. Le pareció que Billings tenía un aspecto demacrado y envejecido. Su cabello raleaba, su tez estaba pálida. Sus ojos encerraban todos los secretos miserables del whisky.
–Fueron asesinados, ¿entiende? Pero nadie lo cree. Si lo creyeran, todo se arreglaría.
–¿Por qué?
–Porque…
Billings se interrumpió y se irguió bruscamente sobre los codos, mirando hacia el otro extremo de la habitación.
–¿Qué es eso? –bramó. Sus ojos se habían entrecerrado, reduciéndose a dos tajos oscuros.
–¿Qué es qué?
–Esa puerta.
–El armario empotrado –respondió el doctor Harper–. Donde cuelgo mi abrigo y dejo mis chanclos.
–Ábralo. Quiero ver lo que hay dentro.
El doctor Harper se levantó en silencio, atravesó la habitación y abrió la puerta. Dentro, una gabardina marrón colgaba de una de las cuatro o cinco perchas. Abajo había un par de chanclos relucientes. Dentro de uno de ellos había un ejemplar cuidadosamente doblado del New York Times. Eso era todo.
–¿Conforme? –preguntó el doctor Harper.
–Sí. –Billings dejó de apoyarse sobre los codos y volvió a la posición anterior.
–Decía –manifestó el doctor Harper mientras volvía a su silla– que si se pudiera probar el asesinato de sus tres hijos, todos sus problemas se solucionarían. ¿Por qué?
–Me mandarían a la cárcel –explicó Billings inmediatamente–. Para toda la vida. Y en una cárcel uno puede ver lo que hay dentro de todas las habitaciones. Todas las habitaciones. –Sonrió a la nada.
–¿Cómo fueron asesinados sus hijos?
–¡No trate de arrancármelo por la fuerza!
Billings se volvió y miró a Harper con expresión aviesa.
–Se lo diré, no se preocupe. No soy uno de sus chalados que se pasean por el mundo y pretenden ser Napoleón o que justifican haberse aficionado a la heroína porque la madre no los quería. Sé que no me creerá. No me interesa. No importa. Me bastará con contárselo.
–Muy bien. –El doctor Harper extrajo su pipa.
–Me casé con Rita en 1965… Yo tenía veintiún años y ella dieciocho. Estaba embarazada. Ese hijo fue Denny. –Sus labios se contorsionaron para formar una sonrisa gomosa, grotesca, que desapareció en un abrir y cerrar de ojos–. Tuve que dejar la Universidad y buscar empleo, pero no me importó. Los amaba a los dos. Éramos muy felices. Rita volvió a quedarse embarazada poco después del nacimiento de Denny, y Shirl vino al mundo en diciembre de 1966. Andy nació en el verano de 1969, cuando Denny ya había muerto. Andy fue un accidente. Eso dijo Rita. Aseguró que a veces los anticonceptivos fallan. Yo sospecho que fue más que un accidente. Los hijos atan al hombre, usted sabe. Eso les gusta a las mujeres, sobre todo cuando el hombre es más inteligente que ellas. ¿No le parece?
Harper emitió un gruñido neutro.
–Pero no importa. A pesar de todo los quería. –Lo dijo con tono casi vengativo, como si hubiera amado a los niños para castigar a su esposa.
–¿Quién mató a los niños? –preguntó Harper.
–El coco –respondió inmediatamente Lester Billings–. El coco los mató a todos. Sencillamente, salió del armario y los mató. –Se volvió y sonrió–. Claro, usted cree que estoy loco. Lo leo en su cara. Pero no me importa. Lo único que deseo es desahogarme e irme.
–Le escucho –dijo Harper.
–Todo comenzó cuando Denny tenía casi dos años y Shirl era apenas un bebé. Denny empezó a llorar cuando Rita lo tenía en la cama. Verá, teníamos un apartamento de dos dormitorios. Shirl dormía en una cuna, en nuestra habitación. Al principio pensé que Denny lloraba porque ya no podía llevarse el biberón a la cama. Rita dijo que no nos obstináramos, que tuviéramos paciencia, que le diéramos el biberón y que él ya lo dejaría solo. Pero así es como los chicos se echan a perder. Si eres tolerante con ellos los malcrías. Después te hacen sufrir. Se dedican a violar chicas, sabe, o empiezan a drogarse. O se hacen maricas. ¿Se imagina lo horrible que es despertar una mañana y descubrir que su chico, su hijo varón, es marica?
»Sin embargo, después de un tiempo, cuando vimos que no se acostumbraba, empecé a acostarle yo mismo. Y si no dejaba de llorar le daba una palmada. Entonces Rita dijo que repetía a cada rato “luz, luz”. Bueno, no sé. ¿Quién entiende lo que dicen los niños tan pequeños? Sólo las madres lo saben.
»Rita quiso instalarle una lámpara de noche. Uno de esos artefactos que se adosan a la pared con la figura del Ratón Mikey o de Huckleberry Hound o de lo que sea. No se lo permití. Si un niño no le pierde el miedo a la oscuridad cuando es pequeño, nunca se acostumbrará a ella.
»De todos modos, murió el verano que siguió al nacimiento de Shirl. Esa noche lo metí en la cama y empezó a llorar en seguida. Esta vez entendí lo que decía. Señaló directamente el armario cuando lo dijo. “El coco –gritó–. El coco, papá.”
»Apagué la luz y salí de la habitación y le pregunté a Rita por qué le había enseñado esa palabra al niño. Sentí deseos de pegarle un par de bofetadas, pero me contuve. Juró que nunca se la había enseñado. La acusé de ser una condenada embustera.
»Verá, ése fue un mal verano para mí. Sólo conseguí que me emplearan para cargar camiones de Pepsi–Cola en un almacén, y estaba siempre cansado. Shirl se despertaba y lloraba todas las noches y Rita la tomaba en brazos y gimoteaba. Le aseguro que a veces tenía ganas de arrojarlas a las dos por la ventana. Jesús, a veces los mocosos te hacen perder la chaveta. Podrías matarlos.
»Bien, el niño me despertó a las tres de la mañana, puntualmente. Fui al baño, medio dormido, sabe, y Rita me preguntó si había ido a ver a Denny. Le contesté que lo hiciera ella y volví a acostarme. Estaba casi dormido cuando Rita empezó a gritar.
»Me levanté y entré en la habitación. El crío estaba acostado boca arriba, muerto. Blanco como la harina excepto donde la sangre se había…, se había acumulado, por efecto de la gravedad. La parte posterior de las piernas, la cabeza, las… eh… las nalgas. Tenía los ojos abiertos. Eso era lo peor, sabe. Muy dilatados y vidriosos, como los de las cabezas de alce que algunos tipos cuelgan sobre la repisa. Como en las fotos de esos chinitos de Vietnam. Pero un crío norteamericano no debería tener esa expresión. Muerto boca arriba. Con pañales y pantaloncitos de goma porque durante las últimas dos semanas había vuelto a orinarse encima. Qué espanto. Yo amaba a ese niño.
Billings meneó la cabeza lentamente y después volvió a ostentar la misma sonrisa gomosa, grotesca.
–Rita chillaba hasta desgañitarse. Trató de alzar a Denny y mecerlo, pero no se lo permití. A la poli no le gusta que uno toque las evidencias. Lo sé…
–¿Supo entonces que había sido el coco? –preguntó Harper apaciblemente.
–Oh, no. Entonces no. Pero vi algo. En ese momento no le di importancia, pero mi mente lo archivó.
–¿Qué fue?
–La puerta del armario estaba abierta. No mucho. Apenas una rendija. Pero verá, yo sabía que la había dejado cerrada. Dentro había bolsas de plástico. Un crío se pone a jugar con una de ellas y adiós. Se asfixia. ¿Lo sabía?
–Sí. ¿Qué sucedió después?
Billings se encogió de hombros.
–Lo enterramos. –Miró con morbosidad sus manos, que habían arrojado tierra sobre tres pequeños ataúdes.
–¿Hubo una investigación?
–Claro que sí. –Los ojos de Billings centellearon con un brillo sardónico–. Vino un jodido matasanos con un estetoscopio y un maletín negro lleno de chicles y una zamarra robada de alguna escuela veterinaria. ¡Colapso en la cuna, fue el diagnóstico! ¿Ha oído alguna vez semejante disparate? ¡El crío tenía tres años!
–El colapso en la cuna es muy común durante el primer año de vida –explicó Harper puntillosamente–, pero el diagnóstico ha aparecido en los certificados de defunción de niños de hasta cinco años, a falta de otro mejor…
–¡Mierda! –espetó Billings violentamente.
Harper volvió a encender su pipa.
–Un mes después del funeral instalamos a Shirl en la antigua habitación de Denny. Rita se resistió con uñas y dientes, pero yo dije la última palabra. Me dolió, por supuesto. Jesús, me encantaba tener a la mocosa con nosotros. Pero no hay que sobreproteger a los niños, pues en tal caso se convierten en lisiados. Cuando yo era niño mi madre me llevaba a la playa y después se ponía ronca gritando: «¡No te internes tanto! ¡No te metas allí! ¡Hay corrientes submarinas! ¡Has comido hace una hora! ¡No te zambullas de cabeza!». Le juro por Dios que incluso me decía que me cuidara de los tiburones. ¿Y cuál fue el resultado? Que ahora ni siquiera soy capaz de acercarme al agua. Es verdad. Si me arrimo a una playa me atacan los calambres. Cuando Denny vivía, Rita consiguió que la llevase una vez con los niños a Savin Rock. Se me descompuso el estómago. Lo sé, ¿entiende? No hay que sobreproteger a los niños. Y uno tampoco debe ser complaciente consigo mismo. La vida continúa. Shirl pasó directamente a la cuna de Denny. Claro que arrojamos el colchón viejo a la basura. No quería que mi pequeña se llenara de microbios.
Así transcurrió un año. Y una noche, cuando estoy metiendo a Shirl en su cuna, empieza a aullar y chillar y llorar. “¡El coco, papá, el coco!”
»Eso me sobresaltó. Decía lo mismo que Denny. Y empecé a recordar la puerta del armario, apenas entreabierta cuando lo encontramos. Quise llevarla por esa noche a nuestra habitación.
–¿Y la llevó?
–No. –Billings se miró las manos y las facciones se convulsionaron–. ¿Cómo podía confesarle a Rita que me había equivocado? Tenía que ser fuerte. Ella había sido siempre una marioneta…, recuerde con cuánta facilidad se acostó conmigo cuando aún no estábamos casados.
–Por otro lado –dijo Harper–, recuerde con cuánta facilidad usted se acostó con ella.
Billings, que estaba cambiando la posición de sus manos, se puso rígido y volvió lentamente la cabeza para mirar a Harper.
–¿Pretende tomarme el pelo?
–Claro que no –respondió Harper.
–Entonces deje que lo cuente a mi manera –espetó Billings–. Estoy aquí para desahogarme. Para contar mi historia. No hablaré de mi vida sexual, si eso es lo que usted espera. Rita y yo hemos tenido una vida sexual muy normal, sin perversiones. Sé que a algunas personas les excita hablar de eso, pero no soy una de ellas.
–De acuerdo –asintió Harper.
–De acuerdo –repitió Billings, con ofuscada arrogancia. Parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos, y sus ojos se desviaron, inquietos, hacia la puerta del armario, que estaba herméticamente cerrada.
–¿Prefiere que la abra? –preguntó Harper.
–¡No! –se apresuró a exclamar Billings. Lanzó una risita nerviosa–. ¿Qué interés podría tener en ver sus chanclos?
Y después de una pausa, dijo:
–El coco la mató también a ella. –Se frotó la frente, como si fuera ordenando sus recuerdos–. Un mes más tarde. Pero antes sucedió algo más. Una noche oí un ruido ahí dentro. Y después Shirl gritó. Abrí muy rápidamente la puerta… la luz del pasillo estaba encendida… y… ella estaba sentada en la cuna, llorando, y… algo se movió. En las sombras, junto al armario. Algo se deslizó.
–¿La puerta del armario estaba abierta?
–Un poco. Sólo una rendija. –Billings se humedeció los labios–. Shirl hablaba a gritos del coco. Y dijo algo más que sonó como «garras». Sólo que ella dijo «galas», sabe. A los niños les resulta difícil pronunciar la «erre». Rita vino corriendo y preguntó qué sucedía. Le contesté que la habían asustado las sombras de las ramas que se movían en el techo.
–¿Galochas? –preguntó Harper.
–¿Eh?
–Galas… galochas. Son una especie de chanclos. Quizás había visto las galochas en el armario y se refería a eso.
–Quizá –murmuró Billings–. Quizá se refería a eso. Pero yo no lo creo. Me pareció que decía «garras. –Sus ojos empezaron a buscar otra vez la puerta del armario–. Garras, largas garras –su voz se había reducido a un susurro.
–¿Miró dentro del armario?
–S-sí. –Las manos de Billings estaban fuertemente entrelazadas sobre su pecho, tan fuertemente que se veía una luna blanca en cada nudillo.
–¿Había algo dentro? ¿Vio al…?
–¡No vi nada! –chilló Billings de súbito. Y las palabras brotaron atropelladamente, como si hubieran arrancado un corcho negro del fondo de su alma–. Cuando murió la encontré yo, verá. Y estaba negra. Completamente negra. Se había tragado la lengua y estaba negra como una negra de un espectáculo de negros, y me miraba fijamente. Sus ojos parecían los de un animal embalsamado: muy brillantes y espantosos, como canicas vivas, como si estuvieran diciendo: «me pilló, papá, tú dejaste que me pillara, tú me mataste, tú le ayudaste a matarme».
Su voz se apagó gradualmente. Un solo lagrimón silencioso se deslizó por su mejilla.
–Fue una convulsión cerebral, ¿sabe? A veces les sucede a los niños. Una mala señal del cerebro. Le practicaron la autopsia en Hartford y nos dijeron que se había asfixiado al tragarse la lengua durante una convulsión. Y yo tuve que volver solo a casa porque Rita se quedó allí, bajo el efecto de los sedantes. Estaba fuera de sí. Tuve que volver solo a casa, y sé que a un crío no le atacan las convulsiones por una alteración cerebral. Las convulsiones pueden ser el producto de un susto. Y yo tuve que volver solo a la casa donde estaba eso. Dormí en el sofá –susurró–. Con la luz encendida.
–¿Sucedió algo?
–Tuve un sueño –contestó Billings–. Estaba en una habitación oscura y había algo que yo no podía…, no podía ver bien. Estaba en el armario. Hacía un ruido…, un ruido viscoso. Me recordaba un comic que había leído en mi infancia. Cuentos de la cripta. ¿Lo conoce? ¡Jesús! Había un personaje llamado Graham Ingles, capaz de invocar a los monstruos más abominables del mundo… y a algunos de otros mundos. De todos modos, en este relato una mujer ahogaba a su marido, ¿entiende? Le ataba unos bloques de cemento a los pies y lo arrojaba a una cantera inundada. Pero él volvía. Estaba totalmente podrido y de color negro verdoso y los peces le habían devorado un ojo y tenía algas enredadas en el pelo. Volvía y la mataba. Y cuando me desperté en mitad de la noche, pensé que lo encontraría inclinándose sobre mí. Con garras… largas garras…
El doctor Harper consultó su reloj digital embutido en su mesa. Lester Billings estaba hablando desde hacía casi media hora.
–Cuando su esposa volvió a casa –dijo–, ¿cuál fue su actitud respecto a usted?
–Aún me amaba –respondió Billings orgullosamente–. Seguía siendo una mujer sumisa. Ése es el deber de la esposa, ¿no le parece? La liberación femenina sólo sirve para aumentar el número de chalados. Lo más importante es que cada cual sepa ocupar su lugar… Su… su… eh…
–¿Su sitio en la vida?
–¡Eso es! –Billings hizo chasquear los dedos–. Y la mujer debe seguir al marido. Oh, durante los primeros cuatro o cinco meses que siguieron a la desgracia estuvo bastante mustia…, arrastraba los pies por la casa, no cantaba, no veía la TV, no reía. Yo sabía que se sobrepondría. Cuando los niños son tan pequeños, uno no llega a encariñarse tanto. Después de un tiempo hay que mirar su foto para recordar cómo eran, exactamente.
»Quería otro bebé –agregó, con tono lúgubre–. Le dije que era una mala idea. Oh, no de forma definitiva, sino por un tiempo. Le dije que era hora de que nos conformáramos y empezáramos a disfrutar el uno del otro. Antes nunca habíamos tenido la oportunidad de hacerlo. Si queríamos ir al cine, teníamos que buscar una babysitter. No podíamos ir a la ciudad a ver un partido de fútbol si los padres de ella no aceptaban cuidar a los críos, porque mi madre no quería tener tratos con nosotros. Denny había nacido demasiado poco tiempo después de que nos casamos, ¿entiende? Mi madre dijo que Rita era una zorra, una vulgar trotacalles. ¿Qué le parece? Una vez me hizo sentar y me recitó la lista de las enfermedades que podía pescarme si me acostaba con una tro… con una prostituta. Me explicó cómo un día aparecía una llaguita en la ver… en el pene, y al día siguiente se estaba pudriendo. Ni siquiera aceptó venir a la boda.
Billings tamborileó con los dedos sobre su pecho.
–El ginecólogo de Rita le vendió un chisme llamado DIU… dispositivo intrauterino. Absolutamente seguro, dijo el médico. Bastaba insertarlo en el…, en el aparato femenino, y listo. Si hay algo allí, el óvulo no se fecunda. Ni siquiera se nota. –Ni siquiera sabes que está allí. Y al año siguiente volvió a quedar embarazada. Vaya seguridad absoluta.
–Ningún método anticonceptivo es perfecto –explicó Harper–. La píldora sólo lo es en el noventa y ocho por ciento de los casos. El DIU puede ser expulsado por contracciones musculares, por un fuerte flujo menstrual y, en casos excepcionales, durante la evacuación.
–Sí. O la mujer se lo puede quitar.
–Es posible.
–¿Y entonces qué? Empieza a tejer prendas de bebé, canta bajo la ducha, y come encurtidos como una loca. Se sienta sobre mis rodillas y dice que debe ser la voluntad de Dios. Mierda.
–¿El bebé nació al finalizar el año que siguió a la muerte de Shirl?
–Exactamente. Un varón. Le llamó Andrew Lester Billings. Yo no quise tener nada que ver con él, por lo menos al principio. Decidí que puesto que ella había armado el jaleo, tenía que apañárselas sola. Sé que esto puede parecer brutal, pero no olvide cuánto había sufrido yo.
»Sin embargo terminé por cobrarle cariño, sabe. Para empezar, era el único de la camada que se parecía a mí. Denny guardaba parecido con su madre, y Shirley no se había parecido a nadie, excepto tal vez a la abuela Ann. Pero Andy era idéntico a mí.
»Cuando volvía de trabajar iba a jugar con él. Me cogía sólo el dedo y sonreía y gorgoteaba. A las nueve semanas ya sonreía como su papá. ¿Cree lo que le estoy contando?
»Y una noche, hete aquí que salgo de una tienda con un móvil para colgar sobre la cuna del crío. ¡Yo! Yo siempre he pensado que los críos no valoran los regalos hasta que tienen edad suficiente para dar las gracias. Pero ahí estaba yo, comprándole un chisme ridículo, y de pronto me di cuenta de que lo quería más que a nadie. Ya había conseguido un nuevo empleo, muy bueno: vendía taladros de la firma Cluett and Sons. Había prosperado mucho y cuando Andy cumplió un año nos mudamos a Waterbury. La vieja casa tenía demasiados malos recuerdos.
»Y demasiados armarios.
»El año siguiente fue el mejor para nosotros. Daría todos los dedos de la mano derecha por poder vivirlo de nuevo. Oh, aún había guerra en Vietnam, y los hippies seguían paseándose desnudos, y los negros vociferaban mucho, pero nada de eso nos afectaba. Vivíamos en una calle tranquila, con buenos vecinos. Éramos felices –resumió sencillamente–. Un día le pregunté a Rita si no estaba preocupada. Usted sabe, dicen que no hay dos sin tres. Contestó que eso no se aplicaba a nosotros. Que Andy era distinto, que Dios lo había rodeado con un círculo mágico.
Billings miró el techo con expresión morbosa.
–El año pasado no fue tan bueno. Algo cambió en la casa. Empecé a dejar los chanclos en el vestíbulo porque ya no me gustaba abrir la puerta del armario. Pensaba constantemente: ¿Y qué harás si está ahí dentro, agazapado y listo para abalanzarse apenas abras la puerta? Y empecé a imaginar que oía ruidos extraños, como si algo negro y verde y húmedo se estuviera moviendo apenas, ahí dentro.
»Rita me preguntaba si no trabajaba demasiado, y empecé a insultarla como antes. Me revolvía el estómago dejarlos solos para ir a trabajar, pero al mismo tiempo me alegraba salir. Que Dios me ayude, me alegraba salir. Verá, empecé a pensar que nos había perdido durante un tiempo cuando nos mudamos. Había tenido que buscarnos, deslizándose por las calles durante la noche y quizá reptando por las alcantarillas. Olfateando nuestro rastro. Necesitó un año, pero nos encontró. Ha vuelto, me dije. Le apetece Andy y le apetezco yo. Empecé a sospechar que quizá si piensas mucho tiempo en algo, y crees que existe, termina por corporizarse. Quizá todos los monstruos con los que nos asustaban cuando éramos niños, Frankenstein y el Hombre Lobo y la Momia, existían realmente. Existían en la medida suficiente para matar a los niños que aparentemente habían caído en un abismo o se habían ahogado en un lago o tan sólo habían desaparecido. Quizá…
–¿Se está evadiendo de algo, señor Billings?
Billings permaneció un largo rato callado. En el reloj digital pasaron dos minutos. Por fin dijo bruscamente:
–Andy murió en febrero. Rita no estaba en casa. Había recibido una llamada de su padre. Su madre había sufrido un accidente de coche un día después de Año Nuevo y creían que no se salvaría. Esa misma noche Rita cogió el autobús.
»Su madre no murió, pero estuvo mucho tiempo, dos meses, en la lista de pacientes graves. Yo tenía una niñera excelente que estaba con Andy durante el día. Pero por la noche nos quedábamos solos. Y las puertas de los armarios porfiaban en abrirse.
Billings se humedeció los labios.
–El niño dormía en la misma habitación que yo. Es curioso, además. Una vez, cuando cumplió dos años, Rita me preguntó si quería instalarlo en otro dormitorio. Spock u otro de esos charlatanes sostiene que es malo que los niños duerman con los padres, ¿entiende? Se supone que eso les produce traumas sexuales o algo parecido. Pero nosotros sólo lo hacíamos cuando el crío dormía. Y no quería mudarlo. Tenía miedo, despue´s de lo que les había pasado a Denny y a Shirl.
–¿Pero lo mudó, verdad? –preguntó el doctor Harper.
–Sí –respondió Billings. En sus facciones apareció una sonrisa enfermiza y amarilla–. Lo mudé.
Otra pausa. Billings hizo un esfuerzo por proseguir. –¡Tuve que hacerlo! –espetó por fin–. ¡Tuve que hacerlo! Todo había andado bien mientras Rita estaba en la casa, pero cuando ella se fue, eso empezó a envalentonarse. Empezó a… –Giró los ojos hacia Harper y mostró los dientes con una sonrisa feroz–. Oh, no me creerá. Sé qué es lo que piensa. No soy más que otro loco de su fichero. Lo sé. Pero usted no estaba allí, maldito fisgón.
»Una noche todas las puertas de la casa se abrieron de par en par. Una mañana, al levantarme, encontré un rastro de cieno e inmundicia en el vestíbulo, entre el armario de los abrigos y la puerta principal. ¿Eso salía? ¿O entraba? ¡No lo sé! ¡Juro ante Dios que no lo sé! Los discos aparecían totalmente rayados y cubiertos de limo, los espejos se rompían… y los ruidos… los ruidos…
Se pasó la mano por el cabello.
–Me despertaba a las tres de la mañana y miraba la oscuridad y al principio me decía: «Es sólo el reloj.» Pero por debajo del tic-tac oía que algo se movía sigilosamente. Pero no con demasiado sigilo, porque quería que yo lo oyera. Era un deslizamiento pegajoso, como el de algo salido del fregadero de la cocina. O un chasquido seco, como el de garras que se arrastraran suavemente sobre la baranda de la escalera. Y cerraba los ojos, pensando que si oírlo era espantoso, verlo sería…
»Y siempre temía que los ruidos se interrumpieran fugazmente, y que luego estallara una risa sobre mi cara, y una bocanada de aire con olor a coles rancias. Y que unas manos se cerraran sobre mi cuello.
Billings estaba pálido y tembloroso.
–De modo que lo mudé. Verá, sabía que primero iría a buscarle a él. Porque era más débil. Y así fue. La primera vez chilló en mitad de la noche y finalmente, cuando reuní los cojones suficientes para entrar, lo encontré de pie en la cama y gritando: «El coco, papá… el coco…, quiero ir con papá, quiero ir con papá.»
La voz de Billings sonaba atiplada, como la de un niño. Sus ojos parecían llenar toda su cara. Casi dio la impresión de haberse encogido en el diván.
–Pero no pude. –El tono atiplado infantil perduró–. No pude. Y una hora más tarde oí un alarido. Un alarido sobrecogedor, gorgoteante. Y me di cuenta de que le amaba mucho porque entré corriendo, sin siquiera encender la luz. Corrí, corrí, corrí, oh, Jesús María y José, le había atrapado. Le sacudía, le sacudía como un perro sacude un trapo y vi algo con unos repulsivos hombros encorvados y una cabeza de espantapájaros y sentí un olor parecido al que despide un ratón muerto en una botella de gaseosa y oí… –Su voz se apagó y después recobró el timbre de adulto–. Oí cómo se quebraba el cuello de Andy. –La voz de Billings sonó fría y muerta–. Fue un ruido semejante al del hielo que se quiebra cuando uno patina sobre un estanque en invierno.
–¿Qué sucedió después?
Oh, eché a correr –respondió Billings con la misma voz fría, muerta–. Fui a una cafetería que estaba abierta durante toda la noche. ¿Qué le parece esto, como prueba de cobardía? Me metí en una cafetería y bebí seis tazas de café. Después volví a casa. Ya amanecía. Llamé a la policía aun antes de subir al primer piso. Estaba tumbado en el suelo mirándome. Acusándome. Había perdido un poco de sangre por una oreja. Pero sólo una rendija.
Se calló. Harper miró el reloj digital. Habían pasado cincuenta minutos.
–Pídale una hora a la enfermera –dijo–. ¿Los martes y jueves?
–Sólo he venido a contarle mi historia –respondió Billings–. Para desahogarme. Le mentí a la policía ¿sabe? Dije que probablemente el crío había tratado de bajar de la cuna por la noche y…, se lo tragaron. Claro que sí. Eso era lo que parecía. Un accidente, como los otros. Pero Rita comprendió la verdad. Rita… comprendió… finalmente.
–Señor Billings, tenemos que conversar mucho –manifestó el doctor Harper después de una pausa–. Creo que podremos eliminar parte de sus sentimientos de culpa, pero antes tendrá que desear realmente librarse de ellos.
–¿Acaso piensa que no lo deseo? –exclamó Billings, apartando el antebrazo de sus ojos. Estaban rojos, irritados, doloridos.
–Aún no –prosiguió Harper afablemente–. ¿Los martes y jueves?
–Maldito curandero –masculló Billings después de un largo silencio–. Está bien. Está bien.
–Pídale hora a la enfermera, señor Billings. Adiós.
Billings soltó una risa hueca y salió rápidamente de la consulta, sin mirar atrás.
La silla de la enfermera estaba vacía. Sobre el secante del escritorio había un cartelito que decía «Vuelvo enseguida».
Billings se volvió y entró nuevamente en la consulta.
–Doctor, su enfermera ha…
Pero la puerta del armario estaba abierta. Sólo una pequeña rendija.
–Qué lindo –dijo la voz desde el interior del armario–. Qué lindo.
Las palabras sonaron como si hubieran sido articuladas por una boca llena de algas descompuestas.
Billings se quedó paralizado donde estaba mientras la puerta del armario se abría. Tuvo una vaga sensación de tibieza en el bajo vientre cuando se orinó encima.
–Qué lindo –dijo el coco mientras salía arrastrando los pies.
Aún sostenía su máscara del doctor Harper en una mano podrida, de garras espatuladas.
EL COVID 19 Y LA MEZQUINDAD DE LAS FUERZAS ARMADAS
♦
Por CLAUDIO KUSSMAN
LOS HOSPITALES MILITARES, SOLO, PARA PRISIONEROS MILITARES
En el siglo pasado cuando el terrorismo irrumpió en la Argentina, las fuerzas de seguridad y policiales, como era su obligación, les hicieron frente durante varios años. Cuando esas sanguinarias organizaciones, favorecidas inclusive desde el gobierno (presidencia de Héctor Cámpora) se volvieron más audaces, finalmente las fuerzas armadas requeridas por la sociedad salieron a la calle a recuperar la misma, imponiendo entonces teóricas estrategias de manual. Terminada la confrontación armada, los terroristas residuales fueron mutando, continuado su lucha “revolucionaria” sin que nadie se les opusiera, hasta que finalmente los militares terminaron en la cárcel. Algo había salido muy mal y en consecuencia junto con ellos también perdimos la libertad hasta el día de nuestra muerte, quienes pertenecimos a las fuerzas de seguridad, policiales, penitenciarias y civiles. En este 2020 llegó al país otra aberración devastadora conocida como Covid 19, que por supuesto también está contaminando a quienes están en prisión, con un riesgo de vida potenciado por la edad y enfermedades varias, lógicas de los adultos mayores imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad. En este caso y a pesar del silencio que se hace, quedó a la vista la monumental mezquindad de las Fuerzas Armadas con respecto a todos aquellos que no pertenecemos a las mismas. Tanto el Ejército como la Armada y la Aeronáutica, por haber sido gobierno en el pasado, tienen grandes centros de salud con instalaciones y profesionales de primer nivel que solo atienden a… sus miembros, inclusive a los que están privados de libertad. Entonces allí van los afectados por la pandemia de Coronavirus. El resto, a rodar por hospitales públicos, al mentiroso Hospital Penitenciario Central o a un pabellón aislado del resto de los cautivos como hoy es el caso del Comisario General MIGUEL ETCHECOLATZ. Mientras tanto los altos mandos militares públicamente se vanaglorian sobre la capacidad culinaria del Ejercito, para ayudar, como hacen los punteros barriales, a contener a amplios sectores de indigentes, condición a la que llegaron gracias al accionar de sus mandantes, el poder político. Ese poder que también sometió y somete a la iniquidad a sus camaradas y a quienes no lo somos, produciendo entre los uniformados prisioneros un muy lamentable, sálvese quien pueda. En las horas de plomo y bombas, los azules siempre dijeron presente, al punto que por cada militar asesinado murieron más de tres efectivos de seguridad y policiales, pero hoy el Hospital Militar Central, el Naval Central y el Aeronáutico Central que por nobleza obligatoriamente tendrían que ser utilizados por TODOS los prisioneros, no se comparten. La mezquindad es lo que se impone entre los uniformados, a la hora de esta muerte silenciosa que nos acosa.
Claudio Kussman
Comisario Mayor (R)
Policía Pcia. Buenos Aires
Julio 28, 2020
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Julio 28, 2020
¡NO!, PORQUE ¡NO! AL SOLDADO RAMÓN DE MARCHI
♦
Por CLAUDIO KUSSMAN
EL EXTERMINIO DE ADULTOS MAYORES CONTINUA
A raíz de la llegada del Coronavirus a la Argentina, con fecha 13 de abril de este año, la Cámara de Casación Penal firmó una acordada recomendando a los jueces, que rápidamente otorgaran arrestos domiciliarios a la población carcelaria no violenta, que pertenecieran a grupos de riesgo. Si bien se entendía que por excelencia eran los adultos mayores, viles jueces federales aprovecharon a mandar a la casa a el ex vicepresidente AMADO BOUDOU y otros impresentables, sin importar que estos no se encuadraran en grupo de riesgo alguno. Por supuesto también se les concedió a violadores, asesinos y depredadores en general, menos a los imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad, para ellos “ni justicia”. Pasaron los días y la Cámara de Casación Penal el 18 de junio pasado, sí otorgó la prisión domiciliaria al Teniente Primero del Ejército Argentino RAMÓN DE MARCHI de 71 años de edad, alojado en el mentiroso Hospital Penitenciario Federal Central.
[ezcol_1half]Lejos de dar cumplimiento, desprestigiados jueces como DANIEL DOFFO, ELIANA RATTÁ, CARLOS LASCANO, RAÚL FOURCADE, ALBERTO DANIEL CARELLI, ALEJANDRO PIÑA, GRETEL DIAMANTE, HÉCTOR CORTÉS y GUILLERMO FRIELE se opusieron a tal beneficio. El tiempo siguió transcurriendo y el día 19 de julio pasado, DE MARCHI, fue uno de los 11 desalojados del HPC que encerraron en el pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria 31, donde el Covid 19 diezmó a sus ocupantes. Hoy, solo él y otros 3 prisioneros, septuagenarios y octogenarios, quedan en el lugar.
[/ezcol_1half] [ezcol_1quarter] [/ezcol_1quarter] [ezcol_1quarter_end] [/ezcol_1quarter_end]A 20 metros, la treintena de presos “Vip” de la corrupción K, que ahora ocupan los pabellones uno, dos, tres, ruegan para que los saquen de allí. Sus vidas por supuesto que con la pandemia que circula sin control, corren peligro y así también la posibilidad de disfrutar a breve plazo de las fortunas que poseen, gracias a la “generosidad” de este territorio llamado Argentina. En el mismo que aparte de los derechos humanos (para algunos) mucho se verborrea sobre la “independencia del poder judicial”. Pese a ello JOSÉ LUIS GIOJA ex gobernador de San Juan, actual diputado y presidente del partido justicialista se presentó días pasados ante el Tribunal Oral Federal de San Juan, como víctima de la represión de estado, para que no se le otorgue el arresto domiciliario concedido por Casación a DE MARCHI, considerando que es peligroso y se va a fugar. Este político de 70 años de edad y larga y “provechosa” trayectoria es recordado por haber sobrevivido al accidente aéreo ocurrido en octubre de 2013, cuando el helicóptero en el que viajaba embistiera cables de alta tensión y se precipitara a tierra, falleciendo la diputada nacional MARGARITA FERRÁ DE BARTOL También por haber estado involucrado en el año 2014 en un hecho de coimas-dádivas pagadas entre el 2008 y 2012 por la empresa norteamericana DALLAS AIRMOTIVE, dedicada al mantenimiento de aviones. La empresa, fue multada en el país del norte, mientras que GIOGIA parece haber tenido mejor suerte por estas latitudes, donde si hay algo que es común y frecuente, son las coimas-dádivas a los funcionarios gubernamentales. Mientras tanto, entre negativas e inhumana burocracia judicial, RAMÓN DE MARCHI sigue esperando, el tiempo trascurre y con él la pandemia inexorablemente se extiende por los pabellones penitenciarios en donde la población de adulto mayores es la que más riesgo de vida corre, pese a lo cual los jueces del ¡NO!, se hacen los ciegos, sordos y mudos.
[ezcol_1half] [/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] [/ezcol_1half_end]Claudio Kussman
Comisario Mayor (R)
Policía Pcia. Buenos Aires
Julio 28, 2020
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Julio 28, 2020
Trump da marcha atrás
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Cuatro días después de emitir la frase “La pandemia se pondrá peor, para luego mejorar” e impulsar el uso de barbijos (El presidente personalmente lo estaba haciendo en la última semana), ahora urge la reapertura de los estados incluida la vuelta al colegio de estudiantes y minimiza el uso de máscaras preventivas.
El presidente Donald Trump y sus aliados en Capitol Hill todavía están luchando contra la peligrosidad o no de la pandemia , en lugar de un virus que se desarrolla a su propio ritmo y que es ajeno a sus horarios políticos y económicos artificiales.
A pesar de su supuesto giro para tomar el coronavirus más en serio, Trump advirtió ayer lunes que algunos gobernadores deberían ser más rápidos en la apertura de sus estados, ignorando el hecho de que sus consejos previos sobre tales guías ayudaron a provocar un aumento en los casos .
La última explosión de enfermedad en los estados del sur y oeste está en auge, la situación sigue siendo grave. A última hora de la noche del lunes, la cifra diaria era de 53,972 nuevas infecciones y 581 muertes reportadas.
Nuevos recordatorios de cómo el virus ha fracturado la vida estadounidense llegó con la noticia de nuevos brotes en Nueva Jersey, que soportaron muchas semanas dolorosas de suspensiones de actividad comercial para controlar Covid-19. Y el regreso del béisbol está en crisis después de solo tres días con los Miami Marlins cancelando dos juegos después de que varios entrenadores y jugadores dieron positivo.
Florida, en particular, se ha convertido en un punto de referencia mundial para los casos de Covid-19, dos meses después de que el gobernador Ron DeSantis se encontraba fuera de la Casa Blanca alardeando sobre el éxito de su estado sobre el virus.
Reflejando el hecho de que la normalidad está a muchos meses de distancia, Google dijo el lunes que sus empleados trabajarían desde su casa hasta al menos julio de 2021, lo que contradice la nueva afirmación del presidente de que ya está en marcha una rápida recuperación económica.
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Julio 28, 2020
Más de 150 expertos médicos instan a Trump, al Congreso y a los estados a que cierren nuevamente la economía de los Estados Unidos de América
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Más de 150 profesionales de la salud y expertos médicos están instando a los políticos a cerrar el país nuevamente en un esfuerzo por frenar la propagación del coronavirus.
“Lo mejor para la nación es no reabrir lo más rápido posible, es salvar tantas vidas como sea posible”, dijeron en una carta enviada a la administración Trump, miembros del Congreso y gobernadores estatales esta semana.
La carta critica a los funcionarios por reabrir demasiado pronto y no hacer lo suficiente durante el cierre para prepararse. Enfrentar la pandemia requiere una mayor capacidad de prueba y producción adicional de equipos de protección personal.
“En marzo, la gente se fue a casa y se quedó allí durante semanas, para mantenerse a sí mismos y a sus vecinos a salvo. No se usó el tiempo para prepararnos para vencer al virus. Y luego comenzó a reabrir de todos modos, sin pruebas, sin test eficientes y demasiado rápido”. decía la carta. “En este momento estamos en el camino de perder más de 200,000 vidas estadounidenses para el 1 de noviembre. Sin embargo, en muchos estados la gente puede beber en bares, cortarse el pelo, comer dentro de un restaurante, hacerse un tatuaje, hacerse un masaje y hacer miles de cosas, otras actividades normales, agradables, pero no esenciales “.
La carta es un marcado contraste con los mensajes del presidente Donald Trump, quien ha estado alentando a los estados y las escuelas a reabrir prontamente.
El jueves, el presidente dijo nuevamente que las escuelas necesitan traer a los estudiantes de regreso para el aprendizaje en persona para que los padres puedan volver al trabajo.
“El Consejo de Asesores Económicos estima que 5.6 millones de padres no podrán volver a trabajar si las escuelas no vuelven a abrir este año. Ese es un problema tremendo”, dijo en la Casa Blanca. “Es un problema gigante. Las escuelas tienen que abrir de manera segura, pero tienen que abrir”.
Los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades publicaron nuevas pautas escolares el jueves por la noche después de prometer los documentos durante más de una semana. La guía pone un gran énfasis en los niños que regresan a la escuela, pero recomienda que los funcionarios locales consideren cerrar las escuelas si hay una propagación sustancial e incontrolada del virus en el área.
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Julio 27, 2020
La Ahogada
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Por Agatha Christie
Don Henry Clithering, excomisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead.
El sábado por la mañana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezó con su anfitriona, la señora Bantry, en la puerta del comedor. Salía de la habitación evidentemente presa de una gran excitación y contrariedad.
El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro más enrojecido que de costumbre.
-Buenos días, Clithering -dijo-. Hermoso día, siéntese.
Don Henry obedeció y, al ocupar su sitio ante un plato de riñones con tocineta, su anfitrión continuó:
-Dolly está algo preocupada esta mañana.
-Sí… eso me ha parecido -dijo don Henry.
Y se preguntó a qué sería debido. Su anfitriona era una mujer de carácter apacible, poco dada a los cambios de humor y a la excitación. Que don Henry supiera, lo único que le preocupaba de verdad era su jardín.
-Sí -continuó el coronel Bantry-. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta mañana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueño del Blue Boar.
-Oh, sí, claro.
-Sí -dijo el coronel pensativo-. Una chica bonita que se metió en un lío. La historia de siempre. He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido común. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cómo son las mujeres, dicen que los hombres somos unos brutos, etc., etc. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en día. Las chicas saben lo que hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A mí me cae bastante bien el joven Sanford, un joven simplón, más bien que un donjuán.
-¿Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?
-Eso parece. Claro que yo no sé nada concreto -replicó el coronel-. Sólo son habladurías y chismorreos. ¡Ya sabe usted cómo es este pueblo! Como le digo, yo no sé nada. Y no soy como Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestra y siniestra. Maldita sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo demás…
-¿Encuesta?
El coronel Bantry lo miró.
-Sí. ¿No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.
-Qué asunto más desagradable -dijo don Henry.
-Por supuesto, me repugna tan sólo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos los aspectos e imagino que ella no se vio capaz de hacer frente a lo ocurrido.
Hizo una pausa.
-Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.
-¿Dónde se ahogó?
-En el río. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que lo cruza. Creen que se arrojó desde allí. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.
Y el coronel Bantry abrió el periódico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.
Don Henry no se interesó especialmente por aquella tragedia local. Después del desayuno, se instaló cómodamente en una tumbona sobre la hierba, se echó el sombrero sobre los ojos y se dispuso a contemplar la vida desde su cómodo asiento.
Eran las doce y media cuando una doncella se le acercó por el césped.
-Señor, ha llegado la señorita Marple y desea verlo.
-¿La señorita Marple?
Don Henry se incorporó y se colocó bien el sombrero. Recordaba perfectamente a la señorita Marple: sus modos anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, así como una docena de casos hipotéticos y sin resolver para los que aquella “típica solterona de pueblo” había encontrado la solución exacta. Don Henry sentía un profundo respeto por la señorita Marple y se preguntó para qué habría ido a verle.
La señorita Marple estaba sentada en el salón, tan erguida como siempre, y a su lado se veía un cesto de la compra de fabricación extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y parecía sumamente excitada.
-Don Henry, celebro mucho verlo. Qué suerte he tenido al encontrarlo. Acabo de saber que estaba pasando aquí unos días. Espero que me perdonará…
-Es un placer verla -dijo don Henry estrechándole la mano-. Lamento que la señora Bantry haya salido de compras.
-Sí -contestó la señorita Marple-. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos terrier pendencieros que al parecer tienen todos los carniceros.
-Sí -respondió don Henry sin saber a qué venía aquello.
-Celebro haber venido ahora que no está ella -continuó la señorita Marple-, porque a quien deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.
-¿Henry Footit? -preguntó don Henry extrañado.
La señorita Marple le dirigió una mirada de reproche.
-No, no. Me refiero a Rose Emmott, por supuesto. ¿Lo sabe usted ya?
Don Henry asintió.
-Bantry me lo ha contado. Es muy triste.
Estaba intrigado. No podía imaginar por qué quería verlo la señorita Marple para hablarle de Rose Emmott.
La señorita Marple volvió a tomar asiento y don Henry se sentó a su vez. Cuando la anciana habló de nuevo, su voz sonó grave.
-Debe usted recordar, don Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una solución. Usted tuvo la amabilidad de decir que yo no lo hacía del todo mal.
-Nos venció usted a todos -contestó don Henry con entusiasmo-. Demostró un ingenio extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.
Don Henry sonrió al decir esto, pero la señorita Marple permanecía muy seria.
-Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. Sé que si le hablo a usted… bueno, al menos no se reirá.
El excomisionado comprendió de pronto que estaba realmente apurada.
-Ciertamente, no me reiré -le dijo con toda amabilidad.
-Don Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicidó, fue asesinada. Y yo sé quién la ha matado.
El asombro dejó sin habla a don Henry durante unos segundos. La voz de la señorita Marple había sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa más normal del mundo.
-Ésa es una declaración muy seria, señorita Marple -dijo don Henry cuando se hubo recuperado.
Ella asintió varias veces.
-Lo sé, lo sé. Por eso he venido a verle.
-Pero mi querida señora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano más. Si usted está segura de lo que afirma debe acudir a la policía.
-No lo creo -replicó de inmediato la señorita Marple.
-¿Por qué no?
-Porque no tengo lo que ustedes llaman pruebas.
-¿Quiere decir que sólo es una opinión suya?
-Puede llamarse así, pero en realidad no es eso. Lo sé, estoy en posición de saberlo. Pero si le doy mis razones al inspector Drewitt, se echará a reír y no podré reprochárselo. Es muy difícil comprender lo que pudiéramos llamar un “conocimiento especializado”.
-¿Como cuál? -le sugirió don Henry.
La señorita Marple sonrió ligeramente.
-Si le dijera que lo sé porque un hombre llamado Peasegood [Buenguisante] dejó nabos en vez de zanahorias cuando vino con su carro a venderle verduras a mi sobrina hará varios años…
Se detuvo con ademán elocuente.
-Un nombre muy adecuado para su profesión -murmuró don Henry-. Quiere decir que juzga el caso sencillamente por los hechos ocurridos en un caso similar…
-Conozco la naturaleza humana -respondió la señorita Marple-. Es imposible no conocerla después de vivir tantos años en un pueblo. El caso es, ¿me cree usted o no?
Lo miró de hito en hito mientras se acentuaba el rubor de sus mejillas.
Don Henry era un hombre de gran experiencia y tomaba sus decisiones con gran rapidez, sin andarse por las ramas. Por fantástica que pareciese la declaración de la señorita Marple, se dio cuenta en seguida de que la había aceptado.
-Le creo, señorita Marple, pero no comprendo qué quiere que haga yo en este asunto ni por qué ha venido a verme.
-Le he estado dando vueltas y vueltas al asunto -explicó la anciana-. Y, como le digo, sería inútil acudir a la policía sin hechos concretos. Y no los tengo. Lo que quería pedirle es que se interese por este asunto, cosa que estoy segura halagará al inspector Drewitt. Y si la cosa prosperara, al coronel Melchett, el jefe de policía. Estoy segura de que sería como cera en sus manos.
Lo miró suplicante.
-¿Y qué datos va a darme usted para empezar a trabajar?
-He pensado escribir un nombre, el del culpable, en un pedazo de papel y dárselo a usted. Luego, si durante el transcurso de la investigación usted decide que esa persona no tiene nada que ver, pues me habré equivocado.
Hizo una breve pausa y agregó con un ligero estremecimiento:
-Sería terrible que ahorcaran a una persona inocente.
-¿Qué diablos? -exclamó don Henry sobresaltado.
Ella volvió su rostro preocupado hacia don Henry.
-Puedo equivocarme, aunque no lo creo. El inspector Drewitt es un hombre inteligente, pero algunas veces una inteligencia mediocre puede resultar peligrosa y no lleva a uno muy lejos.
Don Henry la contempló con curiosidad. La señorita Marple abrió un pequeño bolso del que extrajo una libretita y, arrancando una de las hojas, escribió unas palabras con todo cuidado.
Después de doblar la hoja en dos, se la entregó a don Henry.
Éste la abrió y leyó el nombre, que nada le decía, mas enarcó las cejas mirando a la señorita Marple mientras se guardaba el papel en el bolsillo.
-Bien, bien -dijo-. Es un asunto extraordinario. Nunca había intervenido en nada semejante, pero voy a confiar en la buena opinión que usted me merece, se lo aseguro, señorita Marple.
Don Henry se hallaba en la salita con el coronel Melchett, jefe de policía del condado, así como con el inspector Drewitt. El jefe de policía era un hombre de modales marciales y agresivos. El inspector Drewitt era corpulento y ancho de espaldas, y un hombre muy sensato.
-Tengo la sensación de que me estoy entrometiendo en su trabajo -decía don Henry con su cortés sonrisa-. Y en realidad no sabría decirles por qué lo hago -lo cual era rigurosamente cierto.
-Mi querido amigo, estamos encantados. Es un gran cumplido.
-Un honor, don Henry -dijo el inspector.
El coronel Melchett pensaba: “El pobre está aburridísimo en casa de los Bantry. El viejo criticando todo el santo día al gobierno, y ella hablando sin parar de sus bulbos”.
El inspector decía para sus adentros: “Es una lástima que no persigamos a un delincuente verdaderamente hábil. He oído decir que es uno de los mejores cerebros de Inglaterra. Qué lástima, realmente una lástima, que se trate de un caso tan sencillo”.
El jefe de policía dijo en voz alta:
-Me temo que se trata de un caso muy sórdido y claro. Primero se pensó que la chica se había suicidado. Estaba esperando un niño. Sin embargo, nuestro médico, el doctor Haydock, que es muy cuidadoso, observó que la víctima presentaba unos cardenales en la parte superior de cada brazo, ocasionados presumiblemente por una persona que la sujetó para arrojarla al río.
-¿Se hubiera necesitado mucha fuerza?
-Creo que no. Seguramente no hubo lucha, si la cogieron desprevenida. Es un puente de madera, muy resbaladizo. Tirarla debió de ser lo más sencillo del mundo, en un lado no hay barandilla.
-¿Saben con seguridad que la tragedia ocurrió allí?
-Sí, lo dijo un niño de doce años, Jimmy Brown. Estaba en los bosques del otro lado del río y oyó un grito y un chapuzón. Había oscurecido ya y era difícil distinguir nada. No tardó en ver algo blanco que flotaba en el agua y corrió en busca de ayuda. Lograron sacarla, pero era demasiado tarde para reanimarla.
Don Henry asintió.
-¿El niño no vio a nadie en el puente?
-No, pero como le digo era de noche y por allí siempre suele haber algo de niebla. Voy a preguntarle si vio a alguna persona por allí antes o después de ocurrir la tragedia. Naturalmente, él imagino que la joven se había suicidado. Todos lo pensamos al principio.
-Sin embargo, tenemos la nota -dijo el inspector Drewitt volviéndose a don Henry.
-Una nota que encontramos en el bolsillo de la víctima. Estaba escrita con un lápiz de dibujo y, aunque estaba empapada de agua, con algún esfuerzo pudimos leerla.
-¿Y qué decía?
-Era del joven Sandford. “De acuerdo -decía-. Me reuniré contigo en el puente a las ocho y media. R. S.” Bueno, fue muy cerca de esa hora, pocos minutos después de las ocho y media, cuando Jimmy Brown oyó el grito y el chapuzón.
-No sé si conocerá usted a Sandford -continuó el coronel Melchett-. Lleva aquí cosa de un mes. Es uno de esos jóvenes arquitectos que construyen casas extravagantes. Está edificando una para Allington. Dios sabe lo que resultará, supongo que alguna fantochada moderna de ésas, mesas de cristal y sillas de acero y lona. Bueno, eso no significa nada, por supuesto, pero demuestra la clase de individuo que es Sandford: un bolchevique, un tipo sin moral.
-La seducción es un crimen muy antiguo -dijo don Henry con calma-, aunque desde luego no tanto como el homicidio.
El coronel Melchett lo miró extrañado.
-¡Oh, sí! Desde luego, desde luego.
-Bien, don Henry -intervino Drewitt-, ahí lo tiene: es un asunto feo, pero claro como el agua. Este joven, Sandford, seduce a la chica y se dispone a regresar a Londres. Allí tiene novia, una señorita bien con la que está prometido. Naturalmente, si ella se entera de eso, puede dar por terminadas sus relaciones. Se encuentra con Rose en el puente. Es una noche oscura, no hay nadie por allí, la coge por los hombros y la arroja al agua. Un sinvergüenza que tendrá su merecido. Ésa es mi opinión.
Don Henry permaneció en silencio un par de minutos. Casi podía palpar los prejuicios subyacentes. No era probable que un arquitecto moderno fuese muy popular en un pueblo tan conservador como St. Mary Mead.
-Supongo que no existirá la menor duda de que ese hombre, Sandford, era el padre de la criatura… -preguntó.
-Lo era, desde luego -replicó Drewitt-. Rose Emmott se lo dijo a su padre, pensaba que se casaría con ella. ¡Casarse con ella! ¡Qué ingenua!
“¡Pobre de mí! -pensó don Henry-. Me parece estar viviendo un melodrama Victoriano. La joven confiada, el villano de Londres, el padre iracundo. Sólo falta el fiel amor pueblerino. Sí, creo que ya es hora de que pregunte por él”.
Y en voz alta añadió:
-¿Esa joven no tenía algún pretendiente en el pueblo?
-¿Se refiere a Joe Ellis? -dijo el inspector-. Joe es un buen muchacho, trabaja como carpintero. ¡Ah! Si ella se hubiera fijado en él…
El coronel Melchett asintió aprobador.
-Uno tiene que limitarse a los de su propia clase -sentenció.
-¿Cómo se tomó Joe Ellis todo el asunto? -quiso saber don Henry.
-Nadie lo sabe -contestó el inspector-. Joe es un muchacho muy tranquilo y reservado. Cualquier cosa que hiciera Rose le parecía bien. Lo tenía completamente dominado. Se limitaba a esperar que algún día volviera a él. Sí, creo que ésa era su manera de afrontar la situación.
-Me gustaría verlo -dijo don Henry.
-¡Oh! Nosotros vamos a interrogarlo -explicó el coronel Melchett-. No vamos a dejar ningún cabo suelto. Había pensado ver primero a Emmott, luego a Sandford y después podemos ir a hablar con Ellis. ¿Le parece bien, Clithering?
Don Henry respondió que le parecía estupendo.
Encontraron a Tom Emmott en la taberna el Blue Boar. Era un hombre corpulento, de mediana edad, mirada inquieta y mandíbula poderosa.
-Celebro verles, caballeros. Buenos días, coronel. Pasen aquí y podremos hablar en privado. ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? ¿No? Como quieran. Han venido por el asunto de mi pobre hija. ¡Ah! Rose era una buena chica. Siempre lo fue, hasta que ese cerdo… (perdónenme, pero eso es lo que es), hasta que ese cerdo vino aquí. Él le prometió que se casarían, eso hizo. Pero yo haré que lo pague muy caro. La arrojó al río. El cerdo asesino. Nos ha traído la desgracia a todos. ¡Mi pobre hija!
-¿Su hija le dijo claramente que Sandford era el responsable de su estado? -preguntó Melchett crispado.
-Sí, en esta misma habitación.
-¿Y qué le dijo usted? -quiso saber don Henry.
-¿Decirle? -el hombre pareció desconcertado.
-Sí, usted, por ejemplo, no la amenazaría con echarla de su casa o algo así.
-Me disgusté mucho, eso es natural. Supongo que estará de acuerdo en que eso era algo natural. Pero, desde luego, no la eché de casa. Yo no haría semejante cosa -dijo con virtuosa indignación-. No. ¿Para qué está la ley?, le dije. ¿Para qué está la ley? Ya lo obligarán a cumplir con su deber. Y si no lo hace, por mi vida que lo pagará.
Y dejó caer su puño con fuerza sobre la mesa.
-¿Cuándo vio a su hija por última vez? -preguntó Melchett.
-Ayer… a la hora del té.
-¿Cómo se comportaba?
-Pues como siempre. No noté nada. Si yo hubiera sabido…
-Pero no lo sabía -replicó el inspector en tono seco.
Y dicho esto se despidieron.
“Emmott no es un sujeto que resulte precisamente agradable”, pensó don Henry para sus adentros.
-Es un poco violento -contestó Melchett-. Si hubiera tenido oportunidad ya hubiese matado a Sandford, de eso estoy seguro.
La próxima visita fue para el arquitecto. Rex Sandford era muy distinto a la imagen que don Henry se había formado de él. Alto, muy rubio, delgado, de ojos azules y soñadores, y cabellos descuidados y demasiado largos. Su habla resultaba un tanto afeminada.
El coronel Melchett se presentó a sí mismo y a sus acompañantes y, pasando directamente al objeto de su visita, invitó al arquitecto a que aclarara cuáles habían sido sus actividades durante la noche anterior.
-Debe comprender -le dijo a modo de advertencia- que no tengo autoridad para obligarlo a declarar y que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Quiero dejar esto bien claro.
-Yo, no… no comprendo -dijo Sandford.
-¿Comprende que Rose Emmott murió ahogada ayer noche?
-Sí, lo sé. ¡Oh! Es demasiado… demasiado terrible. Apenas si he podido dormir en toda la noche, y he sido incapaz de trabajar nada hoy. Me siento responsable, terriblemente responsable.
Se pasó las manos por los cabellos, enmarañándolos todavía más.
-Nunca tuve intención de hacerle daño -dijo en tono plañidero-. Nunca lo pensé siquiera. Nunca pensé que se lo tomara de esa manera.
Y sentándose junto a la mesa escondió el rostro entre las manos.
-¿Debo entender, señor Sandford, que se niega a declarar dónde estaba ayer noche a las ocho y media?
-No, no, claro que no. Había salido. Salí a pasear.
-¿Fue a reunirse con la señorita Emmott?
-No, me fui solo. A través de los bosques. Muy lejos.
-Entonces, ¿cómo explica usted esta nota, que fue encontrada en el bolsillo de la difunta?
El inspector Drewitt la leyó en voz alta sin demostrar emoción alguna.
-Ahora -concluyó-, ¿niega haberla escrito?
-No… no. Tiene razón, la escribí yo. Rose me pidió que fuera a verla. Insistió, yo no sabía qué hacer, por eso le escribí esa nota.
-Ah, así está mejor -le dijo Drewitt.
-¡Pero no fui! -Sandford elevó la voz-. ¡No fui! Pensé que era mejor no ir. Mañana pensaba regresar a la ciudad. Tenía intención de escribirle desde Londres y hacer algún arreglo.
-¿Se da usted cuenta, señor, de que la chica iba a tener un niño y que había dicho que usted era el padre?
Sandford lanzó un gemido, pero nada respondió.
-¿Era eso cierto, señor?
Sandford escondió todavía más el rostro entre las manos.
-Supongo que sí -dijo con voz ahogada.
-¡Ah! -El inspector Drewitt no pudo disimular su satisfacción-. Ahora háblenos de ese paseo suyo. ¿Lo vio alguien anoche?
-No lo sé, pero no lo creo. Que yo recuerde, no me encontré a nadie.
-Es una lástima.
-¿Qué quiere usted decir? -Sandford abrió mucho los ojos-. ¿Qué importa si fui a pasear o no? ¿Qué tiene que ver eso con que Rose se suicidase?
-¡Ah! -exclamó el inspector-. Pero es que no se suicidó, la arrojaron al agua deliberadamente, señor Sandford.
-Que ella… -tardó un par de minutos en sobreponerse al horror que le produjo la noticia-. ¡Dios mío! Entonces…
Se desplomó en una silla.
El coronel Melchett hizo ademán de marcharse.
-Debe comprender, señor Sandford -le dijo-, que no le conviene abandonar esta casa.
Los tres hombres salieron juntos, y el inspector y el coronel Melchett intercambiaron una mirada.
-Creo que es suficiente, señor -dijo el inspector.
-Sí, vaya a buscar una orden de arresto y deténgalo.
-Discúlpenme -exclamó don Henry-. He olvidado mis guantes.
Y volvió a entrar en la casa rápidamente. Sandford seguía sentado donde lo habían dejado, con la mirada perdida en el vacío.
-He vuelto -le anunció don Henry- para decirle que yo, personalmente, haré cuanto pueda por ayudarle. No me está permitido revelar el motivo de mi interés por usted, pero debo pedirle que me refiera lo más brevemente posible todo lo que pasó entre usted y esa chica, Rose.
-Era muy bonita -contestó Sandford-, muy bonita y muy provocativa. Y… y me asediaba continuamente. Le juro que es cierto. No me dejaba ni un minuto. Y aquí yo me encontraba muy solo, no le caía simpático a nadie y, como le digo, ella era terriblemente bonita y parecía saber lo que hacía y… -su voz se apagó-. Y luego ocurrió esto. Quería que me casara con ella y yo ya estoy comprometido con una chica de Londres. Si llegara a enterarse de esto… y se enterará, por supuesto, todo habrá terminado. No lo comprenderá. ¿Cómo podría comprenderlo? Soy un depravado, desde luego. Como le digo, no sabía qué hacer y evitaba en la medida de lo posible a Rose. Pensé que si regresaba a la capital y veía a mi abogado, podría arreglarlo pasándole algún dinero. ¡Cielos, qué idiota! Y todo está tan claro, todo me acusa, pero se han equivocado. Ella tuvo que suicidarse.
-¿Le amenazó alguna vez con quitarse la vida?
Sandford negó con la cabeza.
-Nunca, y tampoco hubiera dicho que fuese capaz de hacerlo.
-¿Qué sabe de un hombre llamado Joe Ellis?
-¿El carpintero? El típico hombre de pueblo. Muy callado, pero estaba loco por Rose.
-¿Es posible que estuviera celoso? -insinuó don Henry.
-Supongo que estaba un poco celoso, pero pertenece al tipo bovino, es de los que sufren en silencio.
-Bueno -dijo don Henry-, debo marcharme.
Y se reunió con los otros.
-¿Sabe, Melchett? Creo que deberíamos ir a ver a ese otro individuo, Ellis, antes de tomar ninguna determinación. Sería una lástima que, después de realizar la detención, resultase ser un error. Al fin y al cabo, los celos siempre fueron un buen móvil para cometer un crimen. Y además bastante corriente.
-Es cierto -replicó el inspector-, pero Joe Ellis no es de esa clase. Es incapaz de hacer daño a una mosca. Nadie lo ha visto nunca fuera de sí. No obstante, estoy de acuerdo con usted en que será mejor preguntarle dónde estuvo ayer noche. Ahora debe de estar en su casa. Se hospeda en casa de la señora Bartlett, una persona muy decente, que era viuda y se ganaba la vida lavando ropa.
La casa adonde se dirigieron era inmaculadamente pulcra. Les abrió la puerta una mujer robusta de mediana edad, rostro afable y ojos azules.
-Buenos días, señora Bartlett -dijo el inspector-. ¿Está Joe Ellis?
-Ha regresado hará unos diez minutos -respondió la señora Bartlett-. Pasen, por favor.
Y secándose las manos en el delantal, los condujo hasta una salita llena de pájaros disecados, perros de porcelana, un sofá y varios muebles inútiles.
Se apresuró a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera más espacio, salió de la habitación gritando:
-Joe, hay tres caballeros que quieren verte.
Y una voz le contestó desde la cocina:
-Iré en cuanto termine de lavarme.
La señora Bartlett sonrió.
-Vamos, señora Bartlett -dijo el coronel Melchett-. Siéntese.
A la señora Bartlett le sorprendió la idea.
-Oh, no señor. Ni pensarlo.
-¿Es buen huésped Joe Ellis? -le preguntó Melchett en tono intrascendente.
-No podría ser mejor, señor. Es un joven muy formal. Nunca bebe ni una gota de vino y se toma muy en serio su trabajo. Siempre se muestra amable y me ayuda cuando hay cosas que reparar en la casa. Fue él quien me puso esos estantes y me ha hecho un nuevo aparador para la cocina. Siempre arregla esas cosillas que hace falta arreglar en las casas. Joe lo hace como cosa natural y ni siquiera quiere que le dé las gracias. ¡Ah! No hay muchos jóvenes como Joe, señor.
-Alguna muchacha será muy afortunada algún día -dijo Melchett-. Estaba bastante enamorado de esa pobre chica, Rose Emmott, ¿no es cierto?
La señora Bartlett suspiró.
-Me ponía de mal humor. Él besaba la tierra que pisaba y a ella sin importarle un comino los sentimientos de Joe.
-¿Dónde pasa las tardes, señora Bartlett?
-Generalmente aquí, señor. Algunas veces trabaja en alguna pieza difícil y, además, está estudiando contabilidad por correspondencia.
-¡Ah!, ¿de veras? ¿Estuvo aquí ayer noche?
-Sí, señor.
-¿Está segura, señora Bartlett? -preguntó don Henry secamente.
Se volvió hacia él para contestar:
-Completamente segura, señor.
-¿Por casualidad no saldría entre las ocho y las ocho y media?
-Oh, no -la señora Bartlett se echó a reír-. Estuvo en la cocina casi toda la noche, montando el aparador, y yo lo ayudé.
Don Henry miró su rostro sonriente y por primera vez sintió la sombra de una duda.
Un momento después entraba en la habitación el propio Ellis. Era un joven alto, de anchas espaldas y muy atractivo, de estilo rústico. Sus ojos azules eran tímidos y su sonrisa amable. Un gigante joven y agradable.
Melchett inició la conversación, y la señora Bartlett se marchó a la cocina.
-Estamos investigando la muerte de Rose Emmott. Usted la conocía, Ellis.
-Sí -vaciló y luego dijo en voz baja-: Esperaba casarme con ella, pobrecilla.
-¿Conocía su estado?
-Sí. -un relámpago de ira brilló en sus ojos-. Él la dejó tirada, pero fue lo mejor. No hubiera sido feliz casándose con él y confiaba en que cuando eso ocurriera acudiría a mí. Yo hubiera cuidado de ella.
-A pesar de…
-No fue culpa suya. Él la hizo caer con mil promesas. ¡Oh! Ella me lo contó. No tenía que haberse suicidado. Ese tipo no lo valía.
-Ellis, ¿dónde estaba usted ayer noche, alrededor de las ocho y media?
Tal vez fuese producto de la imaginación de don Henry, pero le pareció detectar una cierta turbación en su rápida, casi demasiado rápida, respuesta.
-Estuve aquí, montando el aparador de la señora Bartlett. Pregúnteselo a ella.
“Ha contestado con demasiado presteza -pensó don Henry-. Y él es un hombre lento. Eso demuestra que tenía preparada de antemano la respuesta”.
Pero se dijo a sí mismo que estaba dejándose llevar por la imaginación. Sí, demasiadas cosas imaginaba, hasta le había parecido ver un destello de aprensión en aquellos ojos azules.
Tras unas cuantas preguntas más, se marcharon. Don Henry buscó un pretexto para entrar en la cocina, donde encontró a la señora Bartlett ocupada en encender el fuego. Al verlo le sonrió con simpatía. En la pared había un nuevo armario, todavía sin terminar, y algunas herramientas y pedazos de madera.
-¿En eso estuvo trabajando Ellis anoche? -preguntó don Henry.
-Sí, señor. Está muy bien, ¿no le parece? Joe es muy buen carpintero.
Ni el menor recelo en su mirada. Pero Ellis… ¿Lo habría imaginado? No, había algo.
“Debo pescarlo”, pensó don Henry.
Y al volverse para marcharse, tropezó con un cochecito de niño.
-Espero que no habré despertado al niño -dijo.
La señora Bartlett lanzó una carcajada.
-Oh, no, señor. Yo no tengo niños, es una pena. En ese cochecito llevo la ropa que he lavado cuando voy a entregarla.
-¡Oh! Ya comprendo…
Hizo una pausa y luego dijo, dejándose llevar por un impulso.
-Señora Bartlett, usted conocía a Rose Emmott. Dígame lo que pensaba realmente de ella.
-Pues creo que era una caprichosa, pero está muerta y no me gusta hablar mal de los muertos.
-Pero yo tengo una razón, una razón poderosa para preguntárselo -su voz era persuasiva.
Ella pareció reflexionar, mientras lo observaba con suma atención. Finalmente se decidió.
-Era una mala persona, señor -dijo con calma-. No me atrevería a decirlo delante de Joe. Ella lo dominaba. Esa clase de mujeres saben hacerlo, es una pena, pero ya sabe lo que ocurre, señor.
Sí, don Henry lo sabía. Los Joe Ellis de este mundo son particularmente vulnerables, confían ciegamente. Pero precisamente por eso, el choque de descubrir la verdad es siempre más fuerte.
Abandonó aquella casa confundido y perplejo. Se hallaba ante un muro infranqueable. Joe Ellis había estado trabajando allí durante toda la noche anterior, bajo la vigilancia de la señora Bartlett. ¿Cómo era posible soslayar ese obstáculo? No había nada que oponer a eso, como no fuera la sospechosa presteza con que Joe Ellis había contestado, un claro indicio de que podía haber preparado aquella historia de antemano.
-Bueno -dijo Melchett-, esto parece dejar el asunto bastante claro, ¿no les parece?
-Sí, señor -convino el inspector-. Sandford es nuestro hombre. No tiene nada en que apoyar su defensa. Todo está claro como el día. En mi opinión, puesto que la chica y su padre estaban dispuestos a… a hacerle prácticamente víctima de un chantaje, y él no tenía dinero ni quería que el asunto llegara a oídos de su novia, se desesperó y actuó de acuerdo con su desesperación. ¿Qué opina usted de esto, señor? -agregó dirigiéndose a don Henry con deferencia.
-Eso parece -admitió don Henry-. Y, sin embargo, no puedo imaginarme a Sandford cometiendo ninguna acción violenta.
Pero sabía que su objeción apenas tendría validez.
El animal más manso, al verse acorralado, es capaz de las acciones más sorprendentes.
-Me gustaría ver a ese niño -dijo de pronto-. El que oyó el grito.
Jimmy Brown resultó ser un niño vivaracho, bastante menudo para su edad y de rostro delgado e inteligente. Estaba deseando ser interrogado y le decepcionó bastante ver que ya sabían lo que había oído en la fatídica noche.
-Tengo entendido que estabas al otro lado del puente -le dijo don Henry-, al otro lado del río. ¿Viste a alguien por ese lado mientras te acercabas al puente?
-Alguien andaba por el bosque. Creo que era el señor Sandford, el arquitecto que está construyendo esa casa tan rara.
Los tres hombres intercambiaron una mirada de inteligencia.
-¿Eso fue unos diez minutos antes de que oyeras el grito?
El muchacho asintió.
-¿Viste a alguien más en la orilla del río, del lado del pueblo?
-Un hombre venía por el camino por ese lado. Iba despacio, silbando. Tal vez fuese Joe Ellis.
-Tú no pudiste ver quién era -le dijo el inspector en tono seco-. Era de noche y había niebla.
-Lo digo por lo que silbaba -contestó el chico-. Joe Ellis siempre silba la misma tonadilla, “Quiero ser feliz”, es la única que sabe.
Habló con el desprecio que un vanguardista sentiría por alguien a quien considerara anticuado.
-Cualquiera pudo silbar eso -replicó Melchett-. ¿Iba en dirección al puente?
-No, al revés, hacia el pueblo.
-No creo que debamos preocuparnos por ese desconocido -dijo Melchett-. Tú oíste el grito y un chapuzón y, pocos minutos después, al ver un cuerpo que flotaba aguas abajo, corriste en busca de ayuda, regresaste al puente, lo cruzaste y te fuiste directamente al pueblo. ¿No viste a nadie por allí cerca a quien pedir ayuda?
-Creo que había dos hombres con una carretilla en la orilla del río, pero estaban bastante lejos y no podía distinguir si iban o venían, y como la casa del señor Giles estaba más cerca, corrí hacia allí.
-Hiciste muy bien, muchacho -le dijo Melchett-. Actuaste con gran entereza. Tú eres niño escucha, ¿verdad?
-Sí, señor.
-Muy bien.
Ddon Henry permanecía en silencio, reflexionando. Extrajo un pedazo de papel de su bolsillo y, tras mirarlo, meneó la cabeza. Parecía imposible y sin embargo…
Se decidió a visitar a la señorita Marple sin dilación.
Lo recibió en un saloncito de estilo antiguo, ligeramente recargado.
-He venido a darle cuenta de nuestros progresos -dijo don Henry-. Me temo que desde su punto de vista las cosas no marchan del todo bien. Van a detener a Sandford. Y debo confesar que, a juzgar por los indicios, con toda justicia.
-Entonces, ¿no ha encontrado nada, digamos, que justifique mi teoría? -parecía perpleja, ansiosa-. Quizás estuviera equivocada, completamente equivocada. Usted tiene tanta experiencia que, de no ser así, lo habría averiguado.
-En primer lugar -dijo don Henry-, apenas puedo creerlo. Y por otra parte, nos estrellamos contra una coartada infranqueable. Joe Ellis estuvo montando los estantes de un armario de la cocina toda la noche y la señora Bartlett estaba con él.
La señorita Marple se inclinó hacia delante presa de una gran agitación.
-Pero eso no es posible -exclamó con firmeza-. Era viernes.
-¿Viernes?
-Sí, fue la noche del viernes. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado durante la semana.
Don Henry se reclinó en su asiento. Recordaba la historia de Jimmy Brown sobre el hombre que silbaba y… sí, encajaba.
Se puso en pie, estrechando enérgicamente la mano de la señorita Marple.
-Creo que ya sé qué debo hacer -le dijo-. O por lo menos lo intentaré.
Cinco minutos después estaba en casa de la señora Bartlett, frente a Joe Ellis, en la salita de los perros de porcelana.
-Usted nos mintió, Ellis, con respecto a la noche pasada -le dijo crispado-. Entre las ocho y las ocho y media usted no estuvo en la cocina montando el armario. Lo vieron paseando por la orilla del río en dirección al pueblo pocos minutos antes de que Rose Emmott fuese asesinada.
El hombre se quedó atónito.
-No fue asesinada, no fue asesinada. Yo no tengo nada que ver. Ella se arrojó al río. Estaba desesperada. Yo no hubiera podido hacerle el menor daño, no hubiera podido.
-Entonces, ¿por qué nos mintió diciéndonos que estuvo aquí? -preguntó don Henry con astucia.
El joven alzó los ojos y luego los bajó con gesto nervioso.
-Estaba asustado. La señora Bartlett me vio por allí y, cuando supo lo que había ocurrido, pensó que las cosas podían ponerse feas para mí. Quedamos en que yo diría que había estado trabajando aquí y ella se avino a respaldarme. Es una persona muy buena. Siempre fue muy buena conmigo.
Sin añadir palabra don Henry abandonó la estancia para dirigirse a la cocina. La señora Bartlett estaba lavando los platos.
-Señora Bartlett -le dijo-, lo sé todo. Creo que será mejor que confíese, es decir, a menos que quiera que ahorquen a Joe Ellis por algo que no ha hecho. No, ya veo que no lo desea. Le diré lo que ocurrió. Usted salió a entregar la ropa y se encontró con Rose Emmott. Pensó que dejaba para siempre a Joe para marcharse con el forastero. Ella estaba en un apuro y Joe dispuesto a acudir en su ayuda, a casarse con ella si era preciso, y Rose lo tendría para siempre. Joe lleva cuatro años viviendo en su casa y se ha enamorado de él, lo quiere para usted sola. Odiaba a esa muchacha, no podía soportar la idea de que otra le arrebatara a su hombre. Usted es una mujer fuerte, señora Bartlett. Cogió a la chica por los hombros y la arrojó a la corriente. Pocos minutos después encontró a Joe Ellis. Jimmy los vio juntos a lo lejos, pero con la oscuridad y la niebla imaginó que el cochecito era una carretilla del que tiraban dos hombres. Y usted convenció a Joe de que podía resultar sospechoso y le propuso establecer una coartada para él, que en realidad lo era para usted. Ahora dígame sinceramente, ¿tengo o no razón?
Contuvo el aliento. Lo arriesgaba todo en aquella jugada.
Ella permaneció ante él unos momentos secándose las manos en el delantal mientras lentamente iba tomando una determinación.
-Ocurrió todo como usted dice -dijo al fin con su voz reposada, tanto que don Henry sintió de pronto lo peligrosa que podía ser-. No sé lo que me pasó por la cabeza. Una desvergonzada, eso es lo que era. No pude soportarlo, no me quitaría a Joe. No he tenido una vida muy feliz, señor. Mi esposo era un pobre inválido malhumorado. Lo cuidé siempre fielmente. Y luego vino Joe a hospedarse en mi casa. No soy muy vieja, señor, a pesar de mis cabellos grises. Sólo tengo cuarenta años y Joe es uno entre un millón. Hubiera hecho cualquier cosa por él, lo que fuera. Era como un niño pequeño, tan simpático y tan crédulo. Era mío, señor, y yo cuidaba de él, lo protegía. Y esto… esto… -tragó saliva para contener su emoción. Incluso en aquellos momentos era una mujer fuerte. Se irguió mirando a don Henry con una extraña determinación-. Estoy dispuesta a acompañarlo, señor. No pensé que nadie lo descubriera. No sé cómo lo ha sabido usted, no lo sé, se lo aseguro.
Don Henry negó con la cabeza.
-No fui yo quien lo averiguó -dijo pensando en el pedazo de papel que seguía en su bolsillo con unas palabras escritas con letra muy clara y pasada de moda:
Señora Bartlett, en cuya casa se hospeda Joe Ellis en el número 2 de Mill Cottages.
Una vez más, la señorita Marple había acertado.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 28, 2020
LO MÁS LEÍDO ♣ Julio 27, 2020
☻
Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 27, 2020
MIGUEL ETCHECOLATZ TRASLADADO DEL PABELLÓN SEIS – ÚLTIMO MOMENTO
♦
EL ENSAÑAMIENTO MÁS VIGENTE QUE NUNCA
En el día de hoy, sobre las 15 horas, el prisionero MIGUEL ETCHECOLATZ, de 91 años de edad, quien se moviliza en silla de ruedas y uno de los cinco ocupantes que quedaban en el Pabellón seis de la Unidad Penitenciaria Federal 31, por presentar tos y malestares varios, fue llevado al hospital público de Ezeiza. Allí se le realizaron estudios varios y de regreso quedó alojado AISLADO en el pabellón CUATRO, o sea en el sector de los presos VIP de la corrupción K, los cuales fueron replegados a los pabellones uno, dos y tres. Allí quedaría hasta mañana en que se tendrían los resultados de los estudios que se le realizaran para saber si está o no afectado por el Coronavirus. Es de destacar que en dicho lugar encontró instalada una computadora lo cual justifica la adjetivación de presos VIP a quienes también se los conoce como “Presos K”. Mientras, en el Pabellón seis donde solo quedan CUATRO de los ONCE prisioneros que días pasados llegaran al lugar, se impone un profundo silencio.
www.prisioneroenargentina.com
Julio 27, 2020
EL ENGAÑOSO DILEMA DEFENSA vs SEGURIDAD
♦
Por Alberto Asseff*
El Preámbulo de nuestra Constitución es la síntesis del programa de la nación. En doce breves renglones nos dice y le comunica al mundo para qué nos unimos y formamos un Estado-Nación. “Proveer la defensa común” reza uno de los objetivos, que como todos los otros, son de ejecución continuada y nos obliga a su cumplimiento sin plazos. Siempre nos faltará hacer mucho más para alcanzar metas tan trascendentes.
Como resultado de la decadencia del país – que arrastramos por décadas y que cada día se agudiza más – la defensa, como ‘afianzar la justicia’, ‘la unión nacional’, ‘promover el bienestar general’ y demás proclamas se nos presentan más lejanas. En la materia de la defensa nacional a la declinación se le aduna una decisión política de debilitarla como concepto y tornarla crecientemente adolescente en orden a sus capacidades. Y como si algo faltara, le trazaron por ley un deslinde arbitrario para disociarla de la seguridad interior y para maniatarla en caso de ataque exterior pues las fuerzas armadas sólo pueden defendernos en caso de que el agresor sea una ‘Estado extranjero’, ignorando la realidad variopintas amenazas como las bandas transnacionales no estatales o paraestatales organizadas para cometer los más graves y complejos delitos.
Es indudable que este menosprecio por la defensa nacional responde a una motivación ideológica – cuando no a comportamientos inspirados en la venganza- , fogoneados por el fracaso político, social, económico y sobre todo cultural de las fuerzas armadas en el ejercicio del poder político en los setenta. Obviamente, todo coronado por la derrota militar en las Malvinas.
A cuarenta años de esas frustraciones, parece llegada la hora de poner un cese al hostigamiento, reubicando a la Defensa nacional en su sitio.
Las tareas de colaboración que realizan las fuerzas armadas con motivo del Covid-19 las han rehabilitado sin necesidad de reformas legales. El alborozo y el respeto que inspira su presencia en las zonas más vulnerables de los conglomerados urbanos es la mejor reivindicación institucional. Sin embargo, en ese marco el gobierno dio un gran paso atrás al derogar la reforma que había impulsado el presidente Macri en 2018 mediante los decretos 683 y 703 de ese año. La abrogación del actual presidente se formalizó a través del decreto 571/2020 que retrotrae la normativa al DNU de Kirchner 727/2006.
La cuestión no es menor. El decreto de 2006 y su restauración por el de 2020 acotan la respuesta militar a un ataque o amenaza de una fuerza armada de un Estado extranjero. El decreto de 2018, en cambio, autorizaba la respuesta militar ‘ante cualquier forma de ataque extranjero’, extendiendo el eventual despliegue al apoyo en la lucha contra el narcotráfico con base fuera de nuestras fronteras.
La doctrina militar moderna recoge la experiencia de que las agresiones foráneas son más sofisticadas que la que corresponde a las fuerzas regulares de un Estado extranjero. Hoy una banda organizada para cualquier tráfico ilegal posee un poder letal que hasta supera a las capacidades de nuestras FFAA.
Este retroceso se suma al artificioso límite entre defensa nacional y seguridad interior. Es cierto que los militares no se preparan para perseguir malhechores u homicidas, pero existen ciertas zonas grises en las cuales el delito interior requiere por su gravedad, entidad o peligro social de la logística en inteligencia militar como un auxiliar indispensable. Una calamidad – provocada o natural – también reclama del apoyo militar. Esto es lo que la doctrina llama ‘seguridad ampliada’.
La pesca ilegal se lleva 1.500 millones de dólares ante nuestra flagrante indefensión. En momentos de famélicas finanzas públicas, la pasividad con la que se contempló el paso por el estrecho de Magallanes de 30 pesqueros de altura chinos hiere nuestra sensibilidad ciudadana. Este es solo uno de los ejemplos del daño que causa la ideología a nuestros intereses. Paradojalmente, el presidente se propone demarcar el límite exterior de nuestra plataforma marítima, extendiéndolo acordemente a la Convención del Mar auspiciada por la ONU ¿Será otra ley para la tribuna?
Recientemente Brasil aprobó su Nueva Política de Defensa, dándole el relieve que corresponde. Llamativamente – una lección para los ideólogos vernáculos – en esa política firmada por Bolsonaro sobresale la continuidad de lineamientos que hace una década estableció el presidente Lula. También en estos días, los británicos hicieron un ejercicio de simulación de la invasión de la isla Weddell perteneciente al archipiélago malvinense. La realidad extramuros nos obliga a repensar integralmente la defensa nacional y la seguridad interior. Las amenazas están. No son fantasmas.
Defensa con la vocación pacífica que es mandato constitucional y decisión estratégica de nuestro país. Pero, la paz exige asegurarla. No es un don que se recibe, sino una situación que se construye.
*Diputado nacional-Vicepresidente de la Comisión de Defensa
Colaboración: DR. FRANCISCO BÉNARD
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 27, 2020
La bebida olvidada que cafeinó a Norteamérica durante siglos
♦
Todas las mañanas, todos los días, el 85 por ciento de los estadounidenses alteran su estado de conciencia con una potente droga psicoactiva: la cafeína. Su fuente más común son las semillas tostadas de varias especies de arbustos africanos del género Coffea (café), mientras que otros estadounidenses usan las hojas secas de una especie de planta de Camelia de China (té).
Los estadounidenses aman la cafeína, pero pocos se dan cuenta de cuán antiguo es realmente el ansia de cafeína en América del Norte. Los norteamericanos han estado consumiendo con entusiasmo las bebidas con cafeína desde antes del Boston Tea Party, antes de que los ingleses fundaron Jamestown y antes de que Colón desembarcara en las Américas. Es decir: los norteamericanos descubrieron la cafeína mucho antes de que los europeos “descubrieran” América del Norte.
Cassina, o bebida negra, la bebida con cafeína de elección para los indígenas norteamericanos, fue elaborada a partir de una especie de acebo nativo de las zonas costeras desde la región de Tidewater de Virginia hasta la costa del Golfo de Texas. Era un producto valioso precolombino y ampliamente comercializado. Los análisis recientes de los residuos que quedan en las copas de conchas de Cahokia, la monumental ciudad precolombina a las afueras de la actual San Luis y muy lejos del área de distribución nativa de Cassina, indican que se estaba bebiendo allí. Los españoles, los franceses y los ingleses documentaron que los indios estadounidenses bebían cassina en todo el sur de los Estados Unidos, y algunos primeros colonos lo bebían a diario. Incluso lo exportaron a Europa.
Como el té hecho de una especie de acebo con cafeína, la cassina puede sonar inusual. Pero tiene un primo botánico familiar en la yerba mate, una especie de acebo de América del Sur con cafeína cuyo uso tradicional, preparación y sabor es similar. La principal diferencia entre cassina y mate es que, si bien el mate resistió la tormenta de la conquista europea, cassina cayó en la oscuridad.
Hoy es más conocido como yaupon, y se planta principalmente como ornamental en todo el sureste de los Estados Unidos. En los últimos años, un puñado de pequeños productores venden y promueven la cassina para el consumo, generalmente bajo el nombre de té yaupon. Los cafés en algunos lugares dispersos del sur lo están vendiendo y presionando por un avivamiento.
Esta no es la primera llamada para una reevaluación. Durante más de un siglo, botánicos, historiadores e incluso el Departamento de Agricultura de los EE. UU. Han llamado periódicamente la atención sobre lo absurdo del desuso de Cassina en su tierra natal.
Entonces, ¿por qué una planta de potencial tan bien documentado, que aparentemente debería haberse convertido en una alternativa doméstica a las costosas importaciones de té y café, fue ignorada por tanto tiempo? ¿Qué le pasó a Cassina?
Con los años, Cassina ha tenido muchos nombres. Pero solo uno le dio al té un golpe que disminuyó sus perspectivas comerciales durante siglos.
Los primeros colonos españoles en Florida que, según un relato contemporáneo, bebían cassina “todos los días por la mañana o por la noche”, lo conocían como té del indio o “cacina”. Los ingleses en Carolina del Norte lo llamaron yaupon, un término tomado del idioma Catawba que sigue siendo el nombre más común para la planta misma. En Carolina del Sur, “cassina” era la denominación habitual, posiblemente derivada de la lengua timucuana extinta. Y los colonos de todas las colonias de habla inglesa a menudo se conformaron simplemente con “bebida negra”.
Al exportarse a Europa, Cassina se comercializó en Inglaterra bajo los nombres de “Té de Carolina” y “Té del Mar del Sur”, y en Francia como “appalachina”, probablemente una referencia al pueblo de los Apalaches. Este conjunto confuso de nombres enfatiza la practicidad del sistema de clasificación linneano, que todavía estaba en su infancia cuando los europeos se enteraron de la cassina. A William Aiton, un eminente botánico y horticultor británico, director de Kew Gardens y “Jardinero de Su Majestad”, se le atribuye haberle dado a cassina el nombre científico que lleva en la actualidad: Ilex vomitoria. Ilex es el género comúnmente conocido como acebo. Vomitoria se traduce aproximadamente como “te hace vomitar”.
Cassina no hace vomitar. Tanto el análisis científico moderno como los siglos de uso regular por parte de los sureños lo confirman. Pero varios relatos europeos tempranos de cassina mencionan vómitos. Cassina parece haber sido utilizada en elaborados rituales de purificación donde los hombres se sentaban en círculo, cantaban o cantaban, y se turnaban para beber alcohol y luego vomitarlo con cassina caliente, para tener el estómago vacío y volver a los licores.
La medida en que el café y el té ahora se comercializan como éticos, justos y respetuosos con el medio ambiente, así como la creciente popularidad Estados Unidos de la prima de cassina, la yerba mate, parecen indicar que ha llegado el momento de cassina. Y, sin embargo, como lo demuestran las numerosas llamadas al redescubrimiento de Cassina durante el siglo pasado, se ha predicho que Cassina es la próxima gran novedad. Para que tenga éxito comercialmente, puede ser necesario un cambio en su nombre botánico: como un sospechoso absuelto, no importa cuántas veces se demuestre que la cassina es inocente, persiste un aire de sospecha y náuseas de la acusación original.
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Julio 27, 2020
COVID 19, PASO POR PASO, SU PROPAGACIÓN DEL HOSPITAL PENITENCIARIO A LA UP 31
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Por CLAUDIO KUSSMAN
CELDAS VACÍAS Y SILENCIOSAS
A mediados del corriente mes, mientras desprestigiados jueces federales aplicando la “política de estado-que se pudran en la cárcel”, negaban merecidos arrestos domiciliarios a los adultos mayores imputados por los bien o mal llamados delitos de lesa humanidad, el Covid 19 ingresaba al mentiroso Hospital Penitenciario Federal. Lo hacía, infestando al prisionero OJEDA FUENTES RAMÓN ALBERTO en el Hospital Interzonal de Ezeiza donde había sido llevado por sus problemas de salud. Es decir, en el colmo de la mentira y la hipocresía, sobre las bondades carcelarias, el prisionero fue sacado del hospital penitenciario para atenderlo en uno público. Muy poco después, el domingo 19 comenzaba como un día “normal” cuando a las 8.40 AM una decena de nerviosos agentes penitenciarios irrumpieron en el lugar ordenando a los 11 cautivos alojados allí, que rápidamente prepararan sus efectos personales porque de inmediato serían trasladados a otra prisión. Imposible en esos momentos enterarse a cuál, por su calidad de subhumanos estos no merecían saberlo. Algunos de estos efectivos usaban mascarilla y ninguno guantes, ¿el protocolo? Bien gracias, se lo debo. En medio de la sorpresa y urgencia, como pudieron, se armaron bultos, entre ellos una heladera de los cautivos, que luego serían transportados en camiones. Dos o tres prisioneros con sus sillas de ruedas, fueron subidos a sendas ambulancias y el resto (algunos con bastones) a una sucia “perrera” en la que también viajó el Coronavirus. Así, estos anonadados septuagenarios, octogenarios y nonagenarios luego de pasar años encerrados en el nosocomio penitenciario, llegaron a la UP 31, añorando lo que dejaban atrás. Allí estaba su espacio y su rutina, aún con goteras, cucarachas, paredes manchadas y cables eléctricos sueltos por doquier, ese era su “hogar”. No todos sus efectos fueron transportados, algunos de ellos también quedaron atrás, ahora, si ello es posible y la suerte los acompaña, tendrán la muy difícil tarea de recuperarlos. Luego vino lo que vino, la pandemia se hizo ver y hoy los ancianos que aún quedan en el pabellón seis, solo ocupan cinco celdas, las otras seis, por ahora, quedaron vacías y silenciosas.
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[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] [/ezcol_1half_end]Claudio Kussman
Comisario Mayor (R)
Policía Pcia. Buenos Aires
Julio 27, 2020
claudio@PrisioneroEnArgentina.com
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Julio 27, 2020
ASÍ CONTINÚA LA VENGANZA CONTRA LOS ADULTOS MAYORES
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Por SILVIO PEDRO PIZARRO
Nada ni nadie detiene la venganza inhumana desatada por el terrorismo derrotado por las fuerzas armadas y que se ha encaramado al poder con morboso resentimiento. Por las noticias del Corona virus que ahora leemos en los medios, nos enteramos horrorizados que hay centenares de ancianos de un promedio de 75 años de edad detenidos en condiciones infrahumanas por delitos de “lesa humanidad” vaya ironía, cuyas solicitudes de prisión domiciliaria les son negadas (1). Este es un cuadro dantesco que se presenta en nuestro país ante el silencio, la indolencia y la ingratitud de la sociedad, del periodismo, de sus mismos colegas que los han dejado abandonados, con un “espíritu de cuerpo ejemplar”, de la iglesia y de otros credos. Los ruegos elevados al Papa por el mismo Obispo Castrense en el Vaticano. por asociaciones civiles, de derechos humanos, por dignos abogados en nombre de la Justicia, por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, por los dignos abogados Alberto Solanet y Carlos Bosch al Presidente y al Secretario de la Corte Suprema, fueron desoídos (2). Después hablamos de solidaridad, ayuda, concordia, precisamente las virtudes de que carecemos, tan necesarias para el agradecimiento y atención de nuestros presos políticos que defendieron la libertad y la democracia, ferozmente atacadas por el comunismo apátrida que azotó el país. Acabamos de recibir la triste noticia del fallecimiento de un preso político a quien le rendimos honor y condolencias a sus familiares.
+ RIP – Suboficial Mayor (R) Juan Domingo Salerno (Policía de la Provincia de Buenos Aires), Preso Político en cautiverio
Ya son 570 (quinientos setenta) los fallecidos, pertenecientes a todas las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales, Fuerzas Penitenciarias y Civiles. Un verdadero Genocidio que quedará grabado con letras de bronce en nuestra historia
Silvio Pedro Pizarro
Publicadas por silviopedropizarro.blogspot.com
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Julio 27, 2020
NI PARACUELLOS NI KATYN. SIMPLEMENTE, ASESINATO PARALEGAL
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Por JOSÉ LUIS MILIA
La “justicia” argentina, ayudada por una pandemia ha sentado un nuevo precedente: la generosa aplicación del asesinato paralegal sin habeas corpus y sin necesidad de utilizar la “ley de fugas”. En estos 120 días de cautiverio que los argentinos llevamos cumplidos como consecuencia de la ignorancia y estupidez de un vicario presidencial, los personeros de la venganza han encontrado la manera de acelerar su cometido, la muerte de los presos políticos remanentes, el asesinato de aquellos a los que aún las enfermedades etarias y las condiciones precarias de los penales donde cumplen sus “condenas” no los han enviado a la tumba. Esta presunta pandemia es una duda en sí misma, solo sabíamos con seguridad- desde el inicio de la misma- dos cosas, la primera que ser anciano es pertenecer a un grupo de altísimo riesgo, la segunda que la mejor manera de que el virus se propagara es en lugares donde el hacinamiento favorecería la infestación. Sabido esto, las “autoridades”, argentinas, tanto nacionales como provinciales se pusieron a la tarea de alivianar la carga de las cárceles donde la vida de los presos comunes- chorros, violadores y asesinos- corría peligro. ¿Eran un grupo de riesgo?, dentro de los cánones sanitarios que este gobierno de “científicos” maneja, la respuesta es no, todos los liberados tenían menos de 45 años, porque en Argentina, cualquier preso accede, cumplidos los setenta años a “prisión domiciliaria”. Bueno, esto no es tan general, para acceder a ella, deben demostrar que están presos por delitos comunes, si están presos por defender a la Patria y a su pueblo, lo que se espera de ellos es que se mueran en la cárcel. La verdad de las prisiones donde son hacinados los presos políticos- Campo de Mayo, Ezeiza y otros lugares de la República- es que no solo los jueces no trataron de bajar la cantidad de presos, sino que, aprovechando la cuarentena, muchos de ellos “devolvieron” a los penales a presos políticos que habían logrado esta condición, generalmente acompañados de la broma infame de que estarían mejor cuidados en los penales que en su casa. Hoy, esa bomba esperada ha reventado, sin saber si hay más para estallar, ya que, por ejemplo, en Campo de Mayo, donde ya ha habido veintiocho infectados no se testeó a todos los presos por falta de presupuesto para ver si hay asintomáticos o no. Una catástrofe mundial ha habilitado a los jueces argentinos a cambiar su oficio, ahora son verdugos tan funcionales a la venganza como los gobiernos del rencor y del resentimiento que hemos votado desde 1983 a hoy.
JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com
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Julio 27, 2020
Mario Durquet: COVID-19, la carcel y los jueces (poco) responsables
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El profesor Mario Durquet habla directamente de la Unidad Penitenciaria de Campo de Mayo con respecto a la peligrosidad que están viviendo en un grave brote de coronavirus que ya ha afectado a más de treinta adultos mayores.
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Julio 26, 2020
GUARDA TU CORAZÓN POR SOBRE TODA COSA GUARDADA
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Por CLAUDIO VALERIO
Cuando hablamos sin pensar, sin consultar, mostramos que somos tontos, que no estamos preparados para ser una gran persona, con principios, con ganas de “construir”, de buenas intenciones y dispuesto a tender las manos a quien las necesite. Cuando abrimos nuestros corazones al amor, a la paz, lo preparamos a hacer su hogar con nosotros, por lo que seremos sabios y muchos menos errores cometeremos. Si nuestros corazones están llenos de amor, entonces están llenos de fe, esperanza, alegría, agradecimiento y sabiduría. Esto es de lo que hablaremos, esto es lo que dirán nuestras actitudes, esta es la luz que brillará donde quiera que vayamos. Cuando la sabiduría y la paz interior están en nuestras palabras, la buena energía estará siempre en nuestras conversaciones, en nuestro testimonio. Y muchos, cuando nos escuchen, se contagiarán con la alegría de caminar por el buen camino que conduce a la vida feliz y próspera. Y tu; ¿De Qué Hablas Habitualmente? ¿Cuál ha sido el tema principal de tus conversaciones? … ¿Has guardado tu corazón para buenas obras?
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires, Argentina), recibe un abrazo, junto a mi deseo de que dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas, y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Claudio Valerio.
® Valerius
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Julio 27, 2020
SOBRE ENCONTRARSE A LA CHICA 100% PERFECTA UNA BELLA MAÑANA DE ABRIL
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Por HARUKI MURAKAMI
Una bonita mañana de Abril, en una estrecha calle del barrio chic de Harujuku en Tokio, me crucé andando con la chica 100% perfecta.
Diciendo la verdad, ella no era tan guapa.
No destaca de una manera concreta. Sus ropas no tienen nada especial. La parte de atrás de su pelo todavía está aplastada por haber dormido. No es joven, tampoco. Debe estar cerca de los treinta, nada cercano a una chica, hablando con propiedad. Pero aún así, lo sé desde 50 metros a la distancia: Ella es la mujer 100% perfecta para mí.
En el momento en que la veo, siento un retumbar en mi pecho y mi boca está tan seca como un desierto.
Quizás ustedes tengan su particular tipo favorito de chica – perfecta con tobillos delgados, digamos, o grandes ojos, o dedos graciosos, o se vean atraídos sin una razón, por aquellas que se toman su tiempo con cada comida.
Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. Algunas veces en un restaurante, cuando me doy cuenta, estoy mirando a una chica de la mesa de al lado a la mía porque me gusta la forma de su nariz.
Pero nadie puede insistir en que la chica perfecta se corresponde con algún modelo preconcebido. Aunque me gustan mucho las narices, no puedo recordar la forma de la nariz de ella, o incluso si ella tenía una. Todo lo que puedo recordar con certeza es que ella no era una gran belleza. Es extraño.
“Ayer en la calle me crucé con una chica perfecta”, le digo a alguien.
“¿Sí?” el dice. “¿Guapa?”
“No realmente”
“¿Tu tipo favorito, entonces?”
“No lo sé. No parece que recuerde algo de ella: la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho”
“Extraño”
“Sí. Extraño”
“De cualquier manera”, él dice ya aburrido, “¿que hiciste, hablaste con ella? ¿La seguiste?”
“No. Solo me crucé con ella en la calle”.
Ella iba hacia el Oeste, y yo hacia el Este. Era una bonita mañana de Abril.
Hubiera deseado hablar con ella. Media hora hubiera sido todo: sólo preguntarle por ella, hablarle de mí, y – lo que más me habría gustado hacer -, explicarle las complejidades del destino que condujo a nuestro encuentro en una estrecha calle en Harajuku una bonita mañana de Abril de 1981.
Después de hablar, habríamos comido en cualquier sitio, quizás visto una película de Woody Allen, o parado en un bar de hotel para tomar unos cocktails. Con algo de suerte, podríamos haber acabado en la cama.
La potencialidad llama a la puerta de mi corazón.
¿Cómo me puedo aproximar a ella? ¿Qué le debería decir?
“Buenos días, señora. ¿Piensa que podría compartir media hora de conversación conmigo?”. Ridículo. Hubiera sonado como un vendedor de seguros.
“Perdóneme, ¿sabría por casualidad si hay una tintorería abierta las 24 horas en el barrio?”. No, igual de ridículo. No llevo ni ropa sucia, en primer lugar. ¿Quién va a creerse una cosa así?
Quizás, la simple verdad lo haría. ”Buenos días. Usted es la chica perfecta para mí.”
No, ella no lo creería. Incluso si lo creyese, ella no querría hablar conmigo.
“Perdón”, podría decir, “puede ser que sea la mujer perfecta para ti, pero tu no eres el hombre perfecto para mí.” Podría pasar. Y si me encontrase en esa situación, probablemente me querría morir. Nunca me recuperaría de ese shock. Tengo 32 y esto es lo que significa hacerse mayor.
Pasamos frente a una floristería. Una cálida, y suave brisa de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y siento el olor de las rosas. No me atrevo a hablarle. Ella viste un jersey blanco, y en su mano derecha sostiene un sobre blanco que carece de sello. Por lo que deduzco que ha escrito a alguien una carta, quizás estuvo toda la noche escribiendo, a juzgar por las ojeras en sus ojos. El sobre podría contener todos los secretos que ella hubiese tenido siempre.
Avanzo un poco más y me doy la vuelta. Ella se pierde entre la multitud.
Ahora, por supuesto, sé exactamente que debería haberle dicho. Habría sido un discurso largo, demasiado quizás para haberlo desarrollado adecuadamente. Las ideas que se pasan por la cabeza no son nunca muy prácticas.
Bien. Hubiera comenzado “Erase una vez” y terminado “Una triste historia, ¿no cree?”
Erase una vez, un chico y una chica. El chico tenia 18 años y la chica 16. Él no era especialmente guapo, y ella tampoco. Solo eran un hombre y una mujer solitarios como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en alguna parte del mundo había un hombre y una mujer perfectos para ellos. Sí, ellos creían en un milagro. Y ese milagro ocurrió realmente.
Un día los dos se encontraron en una esquina de una calle.
“Esto es increíble,” él dijo “Te he estado buscando toda mi vida. No lo creerás, pero tú eres la mujer perfecta para mí.”
“Y tú”, dijo ella, “eres el hombre perfecto para mí, exactamente como te había soñado en cada detalle. Es como un sueño.”
Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de las manos, y se contaron sus historias el uno al otro hora tras hora. Ellos ya no estaban más solos. Habían encontrado y sido encontrados por su pareja perfecta. Qué cosa maravillosa es encontrar y ser encontrado por tu pareja perfecta. Es un milagro, Un milagro cósmico.
Mientras conversaban sentados, sin embargo, una pequeña, pequeña sombra de duda enraizó en sus corazones: ¿Estaba bien que los sueños de alguien se hicieran realidad tan fácilmente?
Y así, cuando se produjo una pausa momentánea en su conversación, el chico le dijo a la chica: “Vamos a probarlo para nosotros una vez. Si realmente somos el amor perfecto del otro, entonces alguna vez, en algún lugar, nos encontraremos otra vez sin duda. Y cuando pase, sabremos que somos la pareja perfecta, y nos casaremos. ¿Qué piensas?”
“Sí,” dijo ella, “eso es exactamente lo que deberíamos hacer.”
Y entonces se separaron, ella fue al Este, y él al Oeste.
La prueba que habían acordado, sin embargo, era innecesaria. No la deberían haber realizado, porque eran real y verdaderamente la pareja perfecta, y era un milagro que se hubiesen encontrado Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran.
Las frías, indiferentes olas del destino continuaron sacudiéndolos despiadadamente.
Un invierno, el chico y la chica cayeron enfermos de una terrible gripe, y después de luchar entre la vida y la muerte, perdieron la memoria de sus años más tempranos. Cuando se dieron cuenta sus cabezas estaban vacías.
Fueron dos brillantes y decididos jóvenes, sin embargo, y gracias a sus esfuerzos constantes fueron capaces de adquirir otra vez el conocimiento y el sentimiento que les posibilitó volver como miembros hechos y derechos a la sociedad. Gracias a Dios, se convirtieron en ciudadanos que sabían como utilizar el metro, o ser capaces de enviar una carta especial al correo.
También experimentaron el amor otra vez; algunas veces, como mucho al 75% u 85%.
El tiempo pasó con una rapidez espantosa, y pronto el muchacho tuvo 32 años, la muchacha 30.
Una preciosa mañana de Abril, en busca de una taza de café para comenzar el día, el muchacho andaba del Oeste al Este, mientras la muchacha, teniendo la intención de enviar una carta, andaba del Este al Oeste, los dos sobre la misma estrecha calle del barrio de Harajuku en Tokio.
Se cruzaron en el centro mismo de la calle.
El destello más débil de sus memorias perdidas brilló tenuemente por un breve momento en sus corazones. Cada uno sintió un retumbar en su pecho. Y ellos supieron:
Ella es la mujer perfecta para mí
Él es el hombre perfecto para mí.
Pero el brillo de sus memorias era demasiado débil, y sus pensamientos ya no tenían la claridad de catorce años antes.
Sin una palabra, se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre.
Una triste historia, ¿no cree?
Si, eso es, eso es lo que debería haberle dicho.
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Julio 27, 2020
LO MÁS VISTO DE LA SEMANA ♣ Julio 26, 2020
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Las noticias más leídas en PrisioneroEnArgentina.com. Las más comentadas, las más polémicas. De que está la gente hablando…
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Julio 26, 2020
Elon Musk y el “Golpe de Estado” por el litio Boliviano
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El CEO del fabricante estadounidense de automóviles Telsa ha admitido su participación en lo que el presidente Morales ha denominado un “golpe de litio”.
¡Haremos golpe de estado a quien queramos! Entiéndalo” fue la respuesta de Elon Musk a una acusación en Twitter de que el gobierno de los Estados Unidos organizó un golpe de estado contra el presidente Evo Morales, para que Musk pudiera obtener el litio de Bolivia.
Un rumor de fuente desconocida dice que el saqueo extranjero del litio de Bolivia, en un país con las mayores reservas conocidas del mundo, es uno de los principales motivos del golpe del 10 de noviembre de 2019.
El litio, un componente crítico de las baterías utilizadas en los vehículos Tesla, se convertirá en uno de los recursos naturales más importantes del mundo, ya que los fabricantes buscan obtenerlo para usarlo en baterías para automóviles eléctricos, computadoras y equipos industriales.
La administración de Jeanine Añez ya ha anunciado su plan para invitar a numerosas multinacionales al Salar de Uyuni, las vastas salinas de Potosí, que contiene el precioso metal blando. El candidato a la vicepresidencia y compañero de fórmula de Añez, Samuel Doria Medina, propuso un proyecto brasileño-boliviano que usaría litio de la ciudad de Uyuni.
Mientras tanto, la carta de la ministra de Asuntos Exteriores del régimen golpista Karen Longaric a Elon Musk, fechada el 31 de marzo, dice que “cualquier corporación que usted o su empresa puedan proporcionar a nuestro país será bien recibida”.
Los movimientos sociales han advertido repetidamente que las autoridades entregarían el litio y los recursos naturales al capital extranjero, en una inversión de los planes de la administración del Movimiento hacia el Socialismo (MAS) de Evo Morales para procesar el litio dentro de Bolivia en lugar de exportar la materia prima.
El proyecto representó un rechazo de la relación neocolonial que los países latinoamericanos han tenido con los núcleos imperialistas.
El antiguo gobierno MAS de Bolivia supervisó la producción de baterías y su primer automóvil eléctrico por parte de la empresa estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB), en sociedad con la empresa alemana ACISA. En el acuerdo, el estado boliviano mantuvo el control mayoritario.
Con el acuerdo ahora desechado junto con innumerables proyectos estatales, y con las elecciones demoradas tres veces por las autoridades ilegítimas de facto, la gente de Uyuni y los movimientos sociales en todo el país dicen que continuarán oponiéndose a la privatización en curso y se están organizando contra el retorno del saqueo de los recursos naturales de Bolivia por capital extranjero despiadado y explotador.
Lo cierto es que todo comenzó con un mensaje en Twitter del usuario “Armani”, y no es claro de donde esta persona tomó la información y la réplica del sudafricano Musk, del que no es claro a quiense refirió con la palabra ”haremos” (Un golpe de estado a quien queramos).
Obviamente Musk es un individuo muy exitoso, pero no es la primera vez que lanza comentarios bizarros:
1. Sobre cómo calentar Marte para que sea hospitalario para los humanos: “La forma más rápida es lanzar armas termonucleares sobre los polos”.
2. Sobre por qué la oficina de Tesla necesita una montaña rusa: “Todos los que están por aquí tienen toboganes en sus vestíbulos. En realidad, me estoy preguntando acerca de cómo instalar una montaña rusa, como una montaña rusa funcional en la fábrica de Fremont. Entrarías , y te llevaría por la fábrica, pero también de arriba abajo. ¿Quién más tiene una montaña rusa? … Probablemente sería muy costoso, pero me gusta la idea “.
3. Sobre lo que le dijo a Ford cuando bloqueó el Modelo E de Tesla: “¿Por qué fuiste a robar el E de Tesla? ¿Como si fueras una especie de ejército fascista marchando por el alfabeto, una especie de ladrón de Plaza Sesamo?”
4. Al decidir cómo debería ir al espacio: “Así que a continuación fui a Rusia tres veces, a fines de 2001 y 2002, para ver si podía negociar la compra de dos misiles ICBM. Obviamente, sin las armas nucleares”.
5. Sobre cómo sostenía globos en sus manos y entre sus piernas en una de sus fiestas de cumpleaños, y dejaba que un lanzador de cuchillas explotara los globos: “Lo había visto antes pero me preocupaba que tal vez pudiera tener un día libre. Aún así , Pensé, tal vez golpearía una gónada pero no ambas “.
6. Sobre egipcios y extraterrestres: “Parece un momento oportuno para sacar a colación la paradoja de Fermi, alias ‘¿Dónde están los extraterrestres?’ Realmente extraño que no veamos ninguna señal de ellos. Por cierto, por favor no menciones las pirámides. Apilar bloques de piedra no es evidencia de una civilización avanzada. El rumor de que estoy construyendo una nave espacial para regresar a mi planeta natal Marte es totalmente falso. Los antiguos egipcios eran increíbles, pero si los extraterrestres construyeron las pirámides, habrían dejado una computadora o algo así “.
7. En el momento en que casi murió de malaria mientras estaba de vacaciones: “Esa es mi lección para tomar vacaciones: las vacaciones te matarán”.
8. En un sentido, podría morir: “Mi familia teme que los rusos me asesinen”.
9. Sobre cómo preferiría morir: “Me gustaría morir en Marte. Simplemente no en el impacto”.
10. Sobre las mujeres: “Sin embargo, me gustaría asignar más tiempo a las citas. Necesito encontrar una novia. Es por eso que necesito tener un poco más de tiempo. Creo que tal vez incluso otros cinco a diez – cuánto ¿Qué tiempo quiere una mujer una semana? ¿Tal vez 10 horas? ¿Eso es lo mínimo? No lo sé “.
Ahora está de vuelta junto con su esposa, Talulah Riley.
11. Sobre el futuro de los automóviles: “En el futuro distante, las personas pueden prohibir conducir automóviles porque es demasiado peligroso. No se puede tener a una persona conduciendo una máquina de muerte de dos toneladas”.
Más tarde aclaró que, obviamente, quiere que la gente siga conduciendo automóviles debido a Tesla.
12. Sobre los autos voladores: “Lo he pensado bastante … Definitivamente podríamos hacer un auto volador, pero esa no es la parte difícil … La parte difícil es cómo hacer un auto volador que sea súper seguro y tranquilo? Porque si se trata de un aullador, uno ruidoso, vas a hacer que la gente sea muy infeliz “.
13. Sobre por qué no solicita patentes: “Básicamente no tenemos patentes en SpaceX. Nuestra competencia principal a largo plazo es en China; si publicamos patentes, sería una farsa, porque los chinos simplemente las usarían como un libro de recetas “.
¿El golpe de Estado? Seriedad, una broma fallida, un día de furia, mucha María Juana (ver fotos)? Usted decide…
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Julio 26, 2020
Cuando nacía el F.B.I.
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El 26 de julio de 1908, la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) nace cuando el Fiscal General de los Estados Unidos, Charles Bonaparte, ordena a un grupo de investigadores federales recién contratados que se reporten al Examinador Jefe Stanley W. Finch del Departamento de Justicia. Un año después, la Oficina del Examinador Jefe pasó a llamarse Oficina de Investigación, y en 1935 se convirtió en la Oficina Federal de Investigación.
Cuando se creó el Departamento de Justicia en 1870 para hacer cumplir la ley federal y coordinar la política judicial, no tenía investigadores permanentes en su personal. Al principio, contrató detectives privados cuando necesitaba que se investigaran delitos federales y luego alquiló investigadores de otras agencias federales, como el Servicio Secreto, creado por el Departamento del Tesoro en 1865 para investigar la falsificación. A principios del siglo XX, el fiscal general estaba autorizado a contratar algunos investigadores permanentes, y se creó la Oficina del Examinador Jefe, que consistía principalmente en contadores, para revisar las transacciones financieras de los tribunales federales.
Buscando formar un brazo de investigación independiente y más eficiente, en 1908 el Departamento de Justicia contrató a 10 ex empleados del Servicio Secreto para unirse a una Oficina ampliada del Examinador Jefe. La fecha en que estos agentes se presentaron al servicio —el 26 de julio de 1908— se celebra como la génesis del FBI. Para marzo de 1909, la fuerza incluía a 34 agentes, y el Fiscal General George Wickersham, el sucesor de Bonaparte, lo renombró la Oficina de Investigación.
El gobierno federal utilizó la oficina como una herramienta para investigar a los delincuentes que evadieron el enjuiciamiento al pasar por encima de las líneas estatales, y en unos pocos años el número de agentes había aumentado a más de 300. Algunos agentes se opusieron a la agencia en el Congreso, que temían que su La creciente autoridad podría conducir al abuso de poder. Con la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1917, se le dio al buró la responsabilidad de investigar proyectos de resistencia, violadores de la Ley de Espionaje de 1917 e inmigrantes sospechosos de radicalismo.
Mientras tanto, J. Edgar Hoover, abogado y ex bibliotecario, se unió al Departamento de Justicia en 1917 y en dos años se convirtió en asistente especial del Fiscal General A. Mitchell Palmer. Profundamente antirradical en su ideología, Hoover llegó a la vanguardia de la aplicación de la ley federal durante el llamado “susto rojo” de 1919 a 1920. Estableció un sistema de índice de tarjetas que enumeraba a cada líder, organización y publicación radical en los Estados Unidos. Estados y en 1921 habían acumulado unos 450,000 archivos. Más de 10,000 presuntos comunistas también fueron arrestados durante este período, pero la gran mayoría de estas personas fueron interrogadas brevemente y luego liberadas. Aunque el fiscal general fue criticado por abusar de su poder durante las llamadas “incursiones de Palmer”, Hoover salió ileso y, el 10 de mayo de 1924, fue nombrado director interino de la Oficina de Investigación.
Durante la década de 1920, con la aprobación del Congreso, el Director Hoover reestructuró y amplió drásticamente la Oficina de Investigación. Construyó la agencia en una máquina eficiente para combatir el crimen, estableciendo un archivo centralizado de huellas digitales, un laboratorio de delitos y una escuela de capacitación para agentes. En la década de 1930, la Oficina de Investigación lanzó una batalla dramática contra la epidemia del crimen organizado provocada por la Prohibición. Gángsters notorios como George “Machine Gun” Kelly y John Dillinger se encontraron con sus extremos mirando los barriles de armas emitidas por la oficina, mientras que otros, como Louis “Lepke” Buchalter, el escurridizo jefe de Murder, Inc., fueron investigados y procesados con éxito. por “G-men” de Hoover. Hoover, que tenía un buen ojo para las relaciones públicas, participó en varios de estos arrestos ampliamente publicitados, y el Buró Federal de Investigaciones, como se conocía después de 1935, fue muy apreciado por el Congreso y el público estadounidense.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hoover revivió las técnicas antiespionaje que había desarrollado durante el primer susto rojo, y las escuchas telefónicas domésticas y otros sistemas de vigilancia electrónica se expandieron dramáticamente. Después de la Segunda Guerra Mundial, Hoover se centró en la amenaza de la subversión radical, especialmente comunista. El FBI compiló archivos sobre millones de estadounidenses sospechosos de actividad disidente, y Hoover trabajó en estrecha colaboración con el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC) y el senador Joseph McCarthy, el arquitecto del segundo Red Scare de Estados Unidos.
En 1956, Hoover inició COINTELPRO, un programa secreto de contrainteligencia que inicialmente se dirigió al Partido Comunista de EE. UU., Pero luego se expandió para infiltrarse e interrumpir cualquier organización radical en Estados Unidos. Durante la década de 1960, los inmensos recursos de COINTELPRO se utilizaron contra grupos peligrosos como el Ku Klux Klan, pero también contra organizaciones afroamericanas de derechos civiles y organizaciones liberales contra la guerra. Una figura especialmente dirigida fue el líder de derechos civiles Martin Luther King, Jr., quien sufrió el acoso sistemático del FBI.
Cuando Hoover entró en servicio bajo su octavo presidente en 1969, los medios, el público y el Congreso habían sospechado que el FBI podría estar abusando de su autoridad. Por primera vez en su carrera burocrática, Hoover sufrió críticas generalizadas y el Congreso respondió aprobando leyes que requerían la confirmación del Senado de los futuros directores del FBI y limitando su mandato a 10 años. El 2 de mayo de 1972, con el escándalo de Watergate a punto de explotar en el escenario nacional, J. Edgar Hoover murió de una enfermedad cardíaca a la edad de 77 años.
El asunto de Watergate reveló posteriormente que el FBI había protegido ilegalmente al presidente Richard Nixon de la investigación, y el Congreso investigó a fondo a la agencia. Las revelaciones de los abusos de poder y la vigilancia inconstitucional por parte del FBI motivaron al Congreso y a los medios a estar más atentos en el futuro monitoreo del FBI.
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Julio 26, 2020
EL COVID 19 ESTÁ DIEZMANDO EL PABELLÓN SEIS
LA MUERTE TRANSITA POR LA UNIDAD PENITENCIARA 31
Hoy 25 de julio, sobre las 21 horas, sorpresivamente llegaron al pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria 31 varios individuos cubiertos con trajes de aislamiento, máscaras y filtros para la respiración. Rápidamente y evitando todo contacto corporal, retiraron de allí a los prisioneros adultos mayores: JORGE ANTONIO OLIVERA, RUBÉN LOFIEGO, JOSÉ LUIS BENÍTEZ, JOSÉ AUGUSTO LÓPEZ y CARLOS RAMALLO. Estos están infectados con el COVID-19. Así de los once trasladados compulsivamente el día 19 de julio pasado desde el mentiroso Hospital penitenciario Central, ya quedan solo cinco ancianos en este lugar. Ahora las dudas sin respuestas y el silencio impera entre ellos. Del otro lado de las rejas, la de los presos K, imputados por corrupción, miraban asustados el operativo sanitario y el silencio también se imponía. La muerte está transitando el pasillo central de la Unidad Penitenciaria 31, mientras hipócritas y sádicos togados federales por ser sábado, lejos de allí están reunidos festivamente en sus hogares junto a sus seres queridos. Siniestro territorio este al que llamamos Argentina.
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Julio 25, 2020
El Caso Grace
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Una niña negra de 15 años que ha estado encarcelada en Michigan desde mediados de mayo después de que no pudo hacer su trabajo escolar online no volverá a casa, decidió una juez el lunes, en un caso que ha avivado la indignación de que es emblemático del racismo y la criminalización de los niños negros.
La juez del condado de Oakland, Mary Ellen Brennan, determinó que la niña se ha beneficiado de un programa de tratamiento residencial en un centro de detención juvenil, pero aún no está lista para estar con su madre. Brennan, el juez presidente de la División de Familia de la corte, programó otra audiencia para septiembre.
La niña, que está siendo identificada solo por su segundo nombre, Grace, fue de discusiones con políticos y activistas de la comunidad que expresaron su indignación por su encarcelamiento.
Durante un procedimiento de tres horas, Brennan le dijo a Grace que lo mejor para ella era permanecer en el programa después de todo el progreso que había estado haciendo.
“Regálate la oportunidad de seguir y terminar algo”, dijo Brennan.
La jueza adhirió: “Lo correcto es que tú y tu madre estén separadas por ahora”.
Grace, sin embargo, le dijo a la juez que quería irse a casa: “Extraño a mi madre. Puedo controlarme. Puedo ser obediente”.
Después de la audiencia, un abogado de la familia, Jonathan Biernat, confirmó que el caso de Grace había estado avanzando, pero la “lucha por su liberación” está en curso.
El año escolar próximo pasado, Grace fue estudiante de segundo año en la Escuela Secundaria Groves perteneciente al sistema educativo de Birmingham, cuya comunidad es 79 por ciento blanca, según datos del distrito escolar.
En los últimos días, los padres y estudiantes en los suburbios de Detroit han protestado en apoyo de la liberación de Grace del Instituto Children’s Village en el condado de Oakland, el centro de detención donde estuvo recluída en medio de la pandemia de coronavirus.
En la audiencia del lunes, Brennan hizo hincapié en que la policía había respondido a los incidentes entre la madre y la hija tres veces, y que la detención de Grace salió de violar la libertad condicional relacionada con los cargos de asalto y robo del año pasado.
“No fue detenida porque no entregó su tarea”, dijo Brennan. “Fue detenida porque descubrí que era una amenaza de daño para su madre en base a todo lo que sabía”.
Brennan también abordó el escrutinio del caso.
“Mi papel es tomar decisiones que sean en el mejor interés de esta joven, punto”, dijo Brennan. “Hice un juramento de que no me dejaría influir por el clamor público o el miedo de las críticas”.
La representante Debbie Dingell, demócrata de Michigan, es una de las personas que ha cuestionado si la raza fue un factor para detener a Grace. Los jóvenes negros en Michigan tienen cuatro veces más probabilidades de ser detenidos que los jóvenes blancos, según datos de 2015 analizados por el Proyecto de Sentencias, entidad sin fines de lucro.
“Si se tratara de un joven blanco, realmente me pregunto si el juez habría hecho esto”, dijo Dingell. “Poner a una persona joven en un área confinada en medio de COVID no es la respuesta”.
El jueves, la Corte Suprema de Michigan dijo que revisaría las circunstancias que rodearon la detención de Grace.
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Julio 26, 2020
LA GUERRA QUE VA A COMENZAR
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Por FRANCISCO BÉNARD
LOS QUE NO TIENEN CONTRA LOS QUE SÍ TIENEN
No me refiero a una guerra con otros países, no hemos llegado a esa extrema situación, pero si vivimos una tensa situación internacional manteniendo una mejor relación con los expresidentes de la región que con quienes hoy gobiernan a nuestros países vecinos. Son tiempos difíciles y no es aconsejable lo que hace el gobierno nacional, es necesario estar unidos y dejar las diferencias a un lado. Es esto así en cuanto al panorama internacional. Solo en dos países gobiernan miembros del Foro de San Pablo en la miseria latinoamericana, las tensiones serán aún mayores cuando estemos pisoteando el 50% de pobres e indigentes. El futuro de la Latinoamérica subdesarrollada es caótico e incluye a nuestro país.
Con el incremento de la pobreza de la que hablo viene el problema de la guerra interna, de dos argentinos uno será pobre y estos no necesariamente por ser malos sino por una necesidad de supervivencia no respetaran a los que algo tienen, serán impiadosos y no solo se incrementarán los delitos, sino que estos serán más graves. Lo estamos viendo con los recientes ataques a ancianos, con una violencia poco vista, matan por matar, a veces ni roban nada. La inseguridad personal, jurídica es una hipótesis cierta de la existencia de una “guerra interna”. Es la de los que no tienen contra los que sí tienen. La liberación de varios cientos de presos comunes condenados por delitos de extrema gravedad no ha sido.
debidamente evaluada por el Gobierno Nacional. De cada cien personas detenidas por haber cometido delitos un noventa por ciento son liberados. La Corte Suprema revoco la liberación de los presos – delincuentes comunes- pero lo cierto es que nadie hace nada al respecto. Algunos delitos son de una gravedad inaceptable. La pandemia, la falta de trabajo, el incremento del desempleo, la impunidad de los delincuentes- entran por una puerta y salen por la otra. Los enfrentamientos no solo los estamos viendo en el Conurbano Bonaerense adonde ya podemos decir que llegó Venezuela y avanzan hacia la Capital Federal.
Francisco Benard
Abogado
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Julio 26, 2020
juez bloquea la ley de Seattle que prohíbe a la policía el uso de spray de pimienta
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Un juez federal bloqueó el viernes por la noche la nueva ley de Seattle que prohíbe a la policía usar gas pimienta, bolas explosivas y armas similares que se aprobaron luego de enfrentamientos con manifestantes.
El juez de distrito de EE. UU. James Robart en una audiencia de emergencia concedió una solicitud del gobierno federal para bloquear la nueva ley, que el Consejo de la Ciudad de Seattle aprobó por unanimidad el mes pasado.
El Departamento de Justicia de EE. UU., citando el decreto de consentimiento policial de Seattle, argumentó que prohibir el uso de armas de control de multitudes podría conducir a un mayor uso policial de la fuerza, dejándolos solo con más armas mortales.
Robart dijo que el tema necesitaba más discusión entre los representantes del gobierno de la ciudad y el Departamento de Justicia antes de que el cambio entrara en vigencia el domingo. Al pronunciarse desde su puesto, justo antes de las 9 p.m., Robart dijo que la orden de restricción temporal que otorgó sería “muy breve”.
“Les insto a todos a usarlo como una ocasión para tratar de averiguar dónde estamos y hacia dónde vamos”, dijo Robart. “No puedo decirte hoy si las bolas de explosión (Granadas lacrimógenas) son una buena idea o una mala idea, pero sé que hace algún tiempo las aprobé”.
Robart está presidiendo un decreto de consentimiento de 2012 que requiere que la ciudad aborde las acusaciones de fuerza excesiva y vigilancia parcial.
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Julio 26, 2020
Huracán Hanna
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El huracán Hanna se formó en el Golfo de México como un huracán de categoría 1 con vientos sostenidos de 75 millas por hora (120 Kilometros por horas) alrededor de la pared del ojo.
Hanna se está fortaleciendo y el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos dice que se espera que toque tierra en el sur de Texas el sábado por la noche.
Se espera que las condiciones a lo largo de la costa suroeste del Golfo, en particular el sur de Texas, se deterioren hasta el sábado.
Las principales amenazas serán mareas peligrosas y una marejada ciclónica junto con precipitaciones extremas.
Advertencias de tormenta tropical, advertencias de huracán, advertencias de marejada ciclónica y varias alertas de inundación están en su lugar esta mañana a lo largo de la costa sur de Texas.
Las alertas de inundaciones están vigentes desde la frontera México / Texas hasta el suroeste de Louisiana, ya que se espera que Hanna traiga más de 12 pulgadas de lluvia localmente a partes del sur de Texas hasta el final del fin de semana.
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Julio 26, 2020
Coco
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Por STEPHEN KING
–Recurro a usted porque quiero contarle mi historia –dijo el sujeto acostado sobre el diván del doctor Harper.
El hombre era Lester Billings, de Waterbury, Connecticut. Según la ficha de la enfermera Vickers, tenía veintiocho años, trabajaba para una empresa industrial de Nueva York, estaba divorciado, y había tenido tres hijos. Todos muertos.
–No puedo recurrir a un cura porque no soy católico. No puedo recurrir a un abogado porque no he hecho nada que deba consultar con él. Lo único que hice fue matar a mis hijos. De uno en uno. Los maté a todos.
El doctor Harper puso en marcha el magnetófono.
Billings estaba duro como una estaca sobre el diván, sin darle un ápice de sí. Sus pies sobresalían, rígidos, por el extremo. Era la imagen de un hombre que se sometía a una humillación necesaria. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, como un cadáver. Sus facciones se mantenían escrupulosamente compuestas. Miraba el simple cielo raso, blanco, de paneles, como si por su superficie desfilaran escenas e imágenes.
–Quiere decir que los mató realmente, o…
–No. –Un movimiento impaciente de la mano–. Pero fui el responsable. Denny en 1967. Shirl en 1971. Y Andy este año. Quiero contárselo.
El doctor Harper no dio nada. Le pareció que Billings tenía un aspecto demacrado y envejecido. Su cabello raleaba, su tez estaba pálida. Sus ojos encerraban todos los secretos miserables del whisky.
–Fueron asesinados, ¿entiende? Pero nadie lo cree. Si lo creyeran, todo se arreglaría.
–¿Por qué?
–Porque…
Billings se interrumpió y se irguió bruscamente sobre los codos, mirando hacia el otro extremo de la habitación.
–¿Qué es eso? –bramó. Sus ojos se habían entrecerrado, reduciéndose a dos tajos oscuros.
–¿Qué es qué?
–Esa puerta.
–El armario empotrado –respondió el doctor Harper–. Donde cuelgo mi abrigo y dejo mis chanclos.
–Ábralo. Quiero ver lo que hay dentro.
El doctor Harper se levantó en silencio, atravesó la habitación y abrió la puerta. Dentro, una gabardina marrón colgaba de una de las cuatro o cinco perchas. Abajo había un par de chanclos relucientes. Dentro de uno de ellos había un ejemplar cuidadosamente doblado del New York Times. Eso era todo.
–¿Conforme? –preguntó el doctor Harper.
–Sí. –Billings dejó de apoyarse sobre los codos y volvió a la posición anterior.
–Decía –manifestó el doctor Harper mientras volvía a su silla– que si se pudiera probar el asesinato de sus tres hijos, todos sus problemas se solucionarían. ¿Por qué?
–Me mandarían a la cárcel –explicó Billings inmediatamente–. Para toda la vida. Y en una cárcel uno puede ver lo que hay dentro de todas las habitaciones. Todas las habitaciones. –Sonrió a la nada.
–¿Cómo fueron asesinados sus hijos?
–¡No trate de arrancármelo por la fuerza!
Billings se volvió y miró a Harper con expresión aviesa.
–Se lo diré, no se preocupe. No soy uno de sus chalados que se pasean por el mundo y pretenden ser Napoleón o que justifican haberse aficionado a la heroína porque la madre no los quería. Sé que no me creerá. No me interesa. No importa. Me bastará con contárselo.
–Muy bien. –El doctor Harper extrajo su pipa.
–Me casé con Rita en 1965… Yo tenía veintiún años y ella dieciocho. Estaba embarazada. Ese hijo fue Denny. –Sus labios se contorsionaron para formar una sonrisa gomosa, grotesca, que desapareció en un abrir y cerrar de ojos–. Tuve que dejar la Universidad y buscar empleo, pero no me importó. Los amaba a los dos. Éramos muy felices. Rita volvió a quedarse embarazada poco después del nacimiento de Denny, y Shirl vino al mundo en diciembre de 1966. Andy nació en el verano de 1969, cuando Denny ya había muerto. Andy fue un accidente. Eso dijo Rita. Aseguró que a veces los anticonceptivos fallan. Yo sospecho que fue más que un accidente. Los hijos atan al hombre, usted sabe. Eso les gusta a las mujeres, sobre todo cuando el hombre es más inteligente que ellas. ¿No le parece?
Harper emitió un gruñido neutro.
–Pero no importa. A pesar de todo los quería. –Lo dijo con tono casi vengativo, como si hubiera amado a los niños para castigar a su esposa.
–¿Quién mató a los niños? –preguntó Harper.
–El coco –respondió inmediatamente Lester Billings–. El coco los mató a todos. Sencillamente, salió del armario y los mató. –Se volvió y sonrió–. Claro, usted cree que estoy loco. Lo leo en su cara. Pero no me importa. Lo único que deseo es desahogarme e irme.
–Le escucho –dijo Harper.
–Todo comenzó cuando Denny tenía casi dos años y Shirl era apenas un bebé. Denny empezó a llorar cuando Rita lo tenía en la cama. Verá, teníamos un apartamento de dos dormitorios. Shirl dormía en una cuna, en nuestra habitación. Al principio pensé que Denny lloraba porque ya no podía llevarse el biberón a la cama. Rita dijo que no nos obstináramos, que tuviéramos paciencia, que le diéramos el biberón y que él ya lo dejaría solo. Pero así es como los chicos se echan a perder. Si eres tolerante con ellos los malcrías. Después te hacen sufrir. Se dedican a violar chicas, sabe, o empiezan a drogarse. O se hacen maricas. ¿Se imagina lo horrible que es despertar una mañana y descubrir que su chico, su hijo varón, es marica?
»Sin embargo, después de un tiempo, cuando vimos que no se acostumbraba, empecé a acostarle yo mismo. Y si no dejaba de llorar le daba una palmada. Entonces Rita dijo que repetía a cada rato “luz, luz”. Bueno, no sé. ¿Quién entiende lo que dicen los niños tan pequeños? Sólo las madres lo saben.
»Rita quiso instalarle una lámpara de noche. Uno de esos artefactos que se adosan a la pared con la figura del Ratón Mikey o de Huckleberry Hound o de lo que sea. No se lo permití. Si un niño no le pierde el miedo a la oscuridad cuando es pequeño, nunca se acostumbrará a ella.
»De todos modos, murió el verano que siguió al nacimiento de Shirl. Esa noche lo metí en la cama y empezó a llorar en seguida. Esta vez entendí lo que decía. Señaló directamente el armario cuando lo dijo. “El coco –gritó–. El coco, papá.”
»Apagué la luz y salí de la habitación y le pregunté a Rita por qué le había enseñado esa palabra al niño. Sentí deseos de pegarle un par de bofetadas, pero me contuve. Juró que nunca se la había enseñado. La acusé de ser una condenada embustera.
»Verá, ése fue un mal verano para mí. Sólo conseguí que me emplearan para cargar camiones de Pepsi–Cola en un almacén, y estaba siempre cansado. Shirl se despertaba y lloraba todas las noches y Rita la tomaba en brazos y gimoteaba. Le aseguro que a veces tenía ganas de arrojarlas a las dos por la ventana. Jesús, a veces los mocosos te hacen perder la chaveta. Podrías matarlos.
»Bien, el niño me despertó a las tres de la mañana, puntualmente. Fui al baño, medio dormido, sabe, y Rita me preguntó si había ido a ver a Denny. Le contesté que lo hiciera ella y volví a acostarme. Estaba casi dormido cuando Rita empezó a gritar.
»Me levanté y entré en la habitación. El crío estaba acostado boca arriba, muerto. Blanco como la harina excepto donde la sangre se había…, se había acumulado, por efecto de la gravedad. La parte posterior de las piernas, la cabeza, las… eh… las nalgas. Tenía los ojos abiertos. Eso era lo peor, sabe. Muy dilatados y vidriosos, como los de las cabezas de alce que algunos tipos cuelgan sobre la repisa. Como en las fotos de esos chinitos de Vietnam. Pero un crío norteamericano no debería tener esa expresión. Muerto boca arriba. Con pañales y pantaloncitos de goma porque durante las últimas dos semanas había vuelto a orinarse encima. Qué espanto. Yo amaba a ese niño.
Billings meneó la cabeza lentamente y después volvió a ostentar la misma sonrisa gomosa, grotesca.
–Rita chillaba hasta desgañitarse. Trató de alzar a Denny y mecerlo, pero no se lo permití. A la poli no le gusta que uno toque las evidencias. Lo sé…
–¿Supo entonces que había sido el coco? –preguntó Harper apaciblemente.
–Oh, no. Entonces no. Pero vi algo. En ese momento no le di importancia, pero mi mente lo archivó.
–¿Qué fue?
–La puerta del armario estaba abierta. No mucho. Apenas una rendija. Pero verá, yo sabía que la había dejado cerrada. Dentro había bolsas de plástico. Un crío se pone a jugar con una de ellas y adiós. Se asfixia. ¿Lo sabía?
–Sí. ¿Qué sucedió después?
Billings se encogió de hombros.
–Lo enterramos. –Miró con morbosidad sus manos, que habían arrojado tierra sobre tres pequeños ataúdes.
–¿Hubo una investigación?
–Claro que sí. –Los ojos de Billings centellearon con un brillo sardónico–. Vino un jodido matasanos con un estetoscopio y un maletín negro lleno de chicles y una zamarra robada de alguna escuela veterinaria. ¡Colapso en la cuna, fue el diagnóstico! ¿Ha oído alguna vez semejante disparate? ¡El crío tenía tres años!
–El colapso en la cuna es muy común durante el primer año de vida –explicó Harper puntillosamente–, pero el diagnóstico ha aparecido en los certificados de defunción de niños de hasta cinco años, a falta de otro mejor…
–¡Mierda! –espetó Billings violentamente.
Harper volvió a encender su pipa.
–Un mes después del funeral instalamos a Shirl en la antigua habitación de Denny. Rita se resistió con uñas y dientes, pero yo dije la última palabra. Me dolió, por supuesto. Jesús, me encantaba tener a la mocosa con nosotros. Pero no hay que sobreproteger a los niños, pues en tal caso se convierten en lisiados. Cuando yo era niño mi madre me llevaba a la playa y después se ponía ronca gritando: «¡No te internes tanto! ¡No te metas allí! ¡Hay corrientes submarinas! ¡Has comido hace una hora! ¡No te zambullas de cabeza!». Le juro por Dios que incluso me decía que me cuidara de los tiburones. ¿Y cuál fue el resultado? Que ahora ni siquiera soy capaz de acercarme al agua. Es verdad. Si me arrimo a una playa me atacan los calambres. Cuando Denny vivía, Rita consiguió que la llevase una vez con los niños a Savin Rock. Se me descompuso el estómago. Lo sé, ¿entiende? No hay que sobreproteger a los niños. Y uno tampoco debe ser complaciente consigo mismo. La vida continúa. Shirl pasó directamente a la cuna de Denny. Claro que arrojamos el colchón viejo a la basura. No quería que mi pequeña se llenara de microbios.
Así transcurrió un año. Y una noche, cuando estoy metiendo a Shirl en su cuna, empieza a aullar y chillar y llorar. “¡El coco, papá, el coco!”
»Eso me sobresaltó. Decía lo mismo que Denny. Y empecé a recordar la puerta del armario, apenas entreabierta cuando lo encontramos. Quise llevarla por esa noche a nuestra habitación.
–¿Y la llevó?
–No. –Billings se miró las manos y las facciones se convulsionaron–. ¿Cómo podía confesarle a Rita que me había equivocado? Tenía que ser fuerte. Ella había sido siempre una marioneta…, recuerde con cuánta facilidad se acostó conmigo cuando aún no estábamos casados.
–Por otro lado –dijo Harper–, recuerde con cuánta facilidad usted se acostó con ella.
Billings, que estaba cambiando la posición de sus manos, se puso rígido y volvió lentamente la cabeza para mirar a Harper.
–¿Pretende tomarme el pelo?
–Claro que no –respondió Harper.
–Entonces deje que lo cuente a mi manera –espetó Billings–. Estoy aquí para desahogarme. Para contar mi historia. No hablaré de mi vida sexual, si eso es lo que usted espera. Rita y yo hemos tenido una vida sexual muy normal, sin perversiones. Sé que a algunas personas les excita hablar de eso, pero no soy una de ellas.
–De acuerdo –asintió Harper.
–De acuerdo –repitió Billings, con ofuscada arrogancia. Parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos, y sus ojos se desviaron, inquietos, hacia la puerta del armario, que estaba herméticamente cerrada.
–¿Prefiere que la abra? –preguntó Harper.
–¡No! –se apresuró a exclamar Billings. Lanzó una risita nerviosa–. ¿Qué interés podría tener en ver sus chanclos?
Y después de una pausa, dijo:
–El coco la mató también a ella. –Se frotó la frente, como si fuera ordenando sus recuerdos–. Un mes más tarde. Pero antes sucedió algo más. Una noche oí un ruido ahí dentro. Y después Shirl gritó. Abrí muy rápidamente la puerta… la luz del pasillo estaba encendida… y… ella estaba sentada en la cuna, llorando, y… algo se movió. En las sombras, junto al armario. Algo se deslizó.
–¿La puerta del armario estaba abierta?
–Un poco. Sólo una rendija. –Billings se humedeció los labios–. Shirl hablaba a gritos del coco. Y dijo algo más que sonó como «garras». Sólo que ella dijo «galas», sabe. A los niños les resulta difícil pronunciar la «erre». Rita vino corriendo y preguntó qué sucedía. Le contesté que la habían asustado las sombras de las ramas que se movían en el techo.
–¿Galochas? –preguntó Harper.
–¿Eh?
–Galas… galochas. Son una especie de chanclos. Quizás había visto las galochas en el armario y se refería a eso.
–Quizá –murmuró Billings–. Quizá se refería a eso. Pero yo no lo creo. Me pareció que decía «garras. –Sus ojos empezaron a buscar otra vez la puerta del armario–. Garras, largas garras –su voz se había reducido a un susurro.
–¿Miró dentro del armario?
–S-sí. –Las manos de Billings estaban fuertemente entrelazadas sobre su pecho, tan fuertemente que se veía una luna blanca en cada nudillo.
–¿Había algo dentro? ¿Vio al…?
–¡No vi nada! –chilló Billings de súbito. Y las palabras brotaron atropelladamente, como si hubieran arrancado un corcho negro del fondo de su alma–. Cuando murió la encontré yo, verá. Y estaba negra. Completamente negra. Se había tragado la lengua y estaba negra como una negra de un espectáculo de negros, y me miraba fijamente. Sus ojos parecían los de un animal embalsamado: muy brillantes y espantosos, como canicas vivas, como si estuvieran diciendo: «me pilló, papá, tú dejaste que me pillara, tú me mataste, tú le ayudaste a matarme».
Su voz se apagó gradualmente. Un solo lagrimón silencioso se deslizó por su mejilla.
–Fue una convulsión cerebral, ¿sabe? A veces les sucede a los niños. Una mala señal del cerebro. Le practicaron la autopsia en Hartford y nos dijeron que se había asfixiado al tragarse la lengua durante una convulsión. Y yo tuve que volver solo a casa porque Rita se quedó allí, bajo el efecto de los sedantes. Estaba fuera de sí. Tuve que volver solo a casa, y sé que a un crío no le atacan las convulsiones por una alteración cerebral. Las convulsiones pueden ser el producto de un susto. Y yo tuve que volver solo a la casa donde estaba eso. Dormí en el sofá –susurró–. Con la luz encendida.
–¿Sucedió algo?
–Tuve un sueño –contestó Billings–. Estaba en una habitación oscura y había algo que yo no podía…, no podía ver bien. Estaba en el armario. Hacía un ruido…, un ruido viscoso. Me recordaba un comic que había leído en mi infancia. Cuentos de la cripta. ¿Lo conoce? ¡Jesús! Había un personaje llamado Graham Ingles, capaz de invocar a los monstruos más abominables del mundo… y a algunos de otros mundos. De todos modos, en este relato una mujer ahogaba a su marido, ¿entiende? Le ataba unos bloques de cemento a los pies y lo arrojaba a una cantera inundada. Pero él volvía. Estaba totalmente podrido y de color negro verdoso y los peces le habían devorado un ojo y tenía algas enredadas en el pelo. Volvía y la mataba. Y cuando me desperté en mitad de la noche, pensé que lo encontraría inclinándose sobre mí. Con garras… largas garras…
El doctor Harper consultó su reloj digital embutido en su mesa. Lester Billings estaba hablando desde hacía casi media hora.
–Cuando su esposa volvió a casa –dijo–, ¿cuál fue su actitud respecto a usted?
–Aún me amaba –respondió Billings orgullosamente–. Seguía siendo una mujer sumisa. Ése es el deber de la esposa, ¿no le parece? La liberación femenina sólo sirve para aumentar el número de chalados. Lo más importante es que cada cual sepa ocupar su lugar… Su… su… eh…
–¿Su sitio en la vida?
–¡Eso es! –Billings hizo chasquear los dedos–. Y la mujer debe seguir al marido. Oh, durante los primeros cuatro o cinco meses que siguieron a la desgracia estuvo bastante mustia…, arrastraba los pies por la casa, no cantaba, no veía la TV, no reía. Yo sabía que se sobrepondría. Cuando los niños son tan pequeños, uno no llega a encariñarse tanto. Después de un tiempo hay que mirar su foto para recordar cómo eran, exactamente.
»Quería otro bebé –agregó, con tono lúgubre–. Le dije que era una mala idea. Oh, no de forma definitiva, sino por un tiempo. Le dije que era hora de que nos conformáramos y empezáramos a disfrutar el uno del otro. Antes nunca habíamos tenido la oportunidad de hacerlo. Si queríamos ir al cine, teníamos que buscar una babysitter. No podíamos ir a la ciudad a ver un partido de fútbol si los padres de ella no aceptaban cuidar a los críos, porque mi madre no quería tener tratos con nosotros. Denny había nacido demasiado poco tiempo después de que nos casamos, ¿entiende? Mi madre dijo que Rita era una zorra, una vulgar trotacalles. ¿Qué le parece? Una vez me hizo sentar y me recitó la lista de las enfermedades que podía pescarme si me acostaba con una tro… con una prostituta. Me explicó cómo un día aparecía una llaguita en la ver… en el pene, y al día siguiente se estaba pudriendo. Ni siquiera aceptó venir a la boda.
Billings tamborileó con los dedos sobre su pecho.
–El ginecólogo de Rita le vendió un chisme llamado DIU… dispositivo intrauterino. Absolutamente seguro, dijo el médico. Bastaba insertarlo en el…, en el aparato femenino, y listo. Si hay algo allí, el óvulo no se fecunda. Ni siquiera se nota. –Ni siquiera sabes que está allí. Y al año siguiente volvió a quedar embarazada. Vaya seguridad absoluta.
–Ningún método anticonceptivo es perfecto –explicó Harper–. La píldora sólo lo es en el noventa y ocho por ciento de los casos. El DIU puede ser expulsado por contracciones musculares, por un fuerte flujo menstrual y, en casos excepcionales, durante la evacuación.
–Sí. O la mujer se lo puede quitar.
–Es posible.
–¿Y entonces qué? Empieza a tejer prendas de bebé, canta bajo la ducha, y come encurtidos como una loca. Se sienta sobre mis rodillas y dice que debe ser la voluntad de Dios. Mierda.
–¿El bebé nació al finalizar el año que siguió a la muerte de Shirl?
–Exactamente. Un varón. Le llamó Andrew Lester Billings. Yo no quise tener nada que ver con él, por lo menos al principio. Decidí que puesto que ella había armado el jaleo, tenía que apañárselas sola. Sé que esto puede parecer brutal, pero no olvide cuánto había sufrido yo.
»Sin embargo terminé por cobrarle cariño, sabe. Para empezar, era el único de la camada que se parecía a mí. Denny guardaba parecido con su madre, y Shirley no se había parecido a nadie, excepto tal vez a la abuela Ann. Pero Andy era idéntico a mí.
»Cuando volvía de trabajar iba a jugar con él. Me cogía sólo el dedo y sonreía y gorgoteaba. A las nueve semanas ya sonreía como su papá. ¿Cree lo que le estoy contando?
»Y una noche, hete aquí que salgo de una tienda con un móvil para colgar sobre la cuna del crío. ¡Yo! Yo siempre he pensado que los críos no valoran los regalos hasta que tienen edad suficiente para dar las gracias. Pero ahí estaba yo, comprándole un chisme ridículo, y de pronto me di cuenta de que lo quería más que a nadie. Ya había conseguido un nuevo empleo, muy bueno: vendía taladros de la firma Cluett and Sons. Había prosperado mucho y cuando Andy cumplió un año nos mudamos a Waterbury. La vieja casa tenía demasiados malos recuerdos.
»Y demasiados armarios.
»El año siguiente fue el mejor para nosotros. Daría todos los dedos de la mano derecha por poder vivirlo de nuevo. Oh, aún había guerra en Vietnam, y los hippies seguían paseándose desnudos, y los negros vociferaban mucho, pero nada de eso nos afectaba. Vivíamos en una calle tranquila, con buenos vecinos. Éramos felices –resumió sencillamente–. Un día le pregunté a Rita si no estaba preocupada. Usted sabe, dicen que no hay dos sin tres. Contestó que eso no se aplicaba a nosotros. Que Andy era distinto, que Dios lo había rodeado con un círculo mágico.
Billings miró el techo con expresión morbosa.
–El año pasado no fue tan bueno. Algo cambió en la casa. Empecé a dejar los chanclos en el vestíbulo porque ya no me gustaba abrir la puerta del armario. Pensaba constantemente: ¿Y qué harás si está ahí dentro, agazapado y listo para abalanzarse apenas abras la puerta? Y empecé a imaginar que oía ruidos extraños, como si algo negro y verde y húmedo se estuviera moviendo apenas, ahí dentro.
»Rita me preguntaba si no trabajaba demasiado, y empecé a insultarla como antes. Me revolvía el estómago dejarlos solos para ir a trabajar, pero al mismo tiempo me alegraba salir. Que Dios me ayude, me alegraba salir. Verá, empecé a pensar que nos había perdido durante un tiempo cuando nos mudamos. Había tenido que buscarnos, deslizándose por las calles durante la noche y quizá reptando por las alcantarillas. Olfateando nuestro rastro. Necesitó un año, pero nos encontró. Ha vuelto, me dije. Le apetece Andy y le apetezco yo. Empecé a sospechar que quizá si piensas mucho tiempo en algo, y crees que existe, termina por corporizarse. Quizá todos los monstruos con los que nos asustaban cuando éramos niños, Frankenstein y el Hombre Lobo y la Momia, existían realmente. Existían en la medida suficiente para matar a los niños que aparentemente habían caído en un abismo o se habían ahogado en un lago o tan sólo habían desaparecido. Quizá…
–¿Se está evadiendo de algo, señor Billings?
Billings permaneció un largo rato callado. En el reloj digital pasaron dos minutos. Por fin dijo bruscamente:
–Andy murió en febrero. Rita no estaba en casa. Había recibido una llamada de su padre. Su madre había sufrido un accidente de coche un día después de Año Nuevo y creían que no se salvaría. Esa misma noche Rita cogió el autobús.
»Su madre no murió, pero estuvo mucho tiempo, dos meses, en la lista de pacientes graves. Yo tenía una niñera excelente que estaba con Andy durante el día. Pero por la noche nos quedábamos solos. Y las puertas de los armarios porfiaban en abrirse.
Billings se humedeció los labios.
–El niño dormía en la misma habitación que yo. Es curioso, además. Una vez, cuando cumplió dos años, Rita me preguntó si quería instalarlo en otro dormitorio. Spock u otro de esos charlatanes sostiene que es malo que los niños duerman con los padres, ¿entiende? Se supone que eso les produce traumas sexuales o algo parecido. Pero nosotros sólo lo hacíamos cuando el crío dormía. Y no quería mudarlo. Tenía miedo, despue´s de lo que les había pasado a Denny y a Shirl.
–¿Pero lo mudó, verdad? –preguntó el doctor Harper.
–Sí –respondió Billings. En sus facciones apareció una sonrisa enfermiza y amarilla–. Lo mudé.
Otra pausa. Billings hizo un esfuerzo por proseguir. –¡Tuve que hacerlo! –espetó por fin–. ¡Tuve que hacerlo! Todo había andado bien mientras Rita estaba en la casa, pero cuando ella se fue, eso empezó a envalentonarse. Empezó a… –Giró los ojos hacia Harper y mostró los dientes con una sonrisa feroz–. Oh, no me creerá. Sé qué es lo que piensa. No soy más que otro loco de su fichero. Lo sé. Pero usted no estaba allí, maldito fisgón.
»Una noche todas las puertas de la casa se abrieron de par en par. Una mañana, al levantarme, encontré un rastro de cieno e inmundicia en el vestíbulo, entre el armario de los abrigos y la puerta principal. ¿Eso salía? ¿O entraba? ¡No lo sé! ¡Juro ante Dios que no lo sé! Los discos aparecían totalmente rayados y cubiertos de limo, los espejos se rompían… y los ruidos… los ruidos…
Se pasó la mano por el cabello.
–Me despertaba a las tres de la mañana y miraba la oscuridad y al principio me decía: «Es sólo el reloj.» Pero por debajo del tic-tac oía que algo se movía sigilosamente. Pero no con demasiado sigilo, porque quería que yo lo oyera. Era un deslizamiento pegajoso, como el de algo salido del fregadero de la cocina. O un chasquido seco, como el de garras que se arrastraran suavemente sobre la baranda de la escalera. Y cerraba los ojos, pensando que si oírlo era espantoso, verlo sería…
»Y siempre temía que los ruidos se interrumpieran fugazmente, y que luego estallara una risa sobre mi cara, y una bocanada de aire con olor a coles rancias. Y que unas manos se cerraran sobre mi cuello.
Billings estaba pálido y tembloroso.
–De modo que lo mudé. Verá, sabía que primero iría a buscarle a él. Porque era más débil. Y así fue. La primera vez chilló en mitad de la noche y finalmente, cuando reuní los cojones suficientes para entrar, lo encontré de pie en la cama y gritando: «El coco, papá… el coco…, quiero ir con papá, quiero ir con papá.»
La voz de Billings sonaba atiplada, como la de un niño. Sus ojos parecían llenar toda su cara. Casi dio la impresión de haberse encogido en el diván.
–Pero no pude. –El tono atiplado infantil perduró–. No pude. Y una hora más tarde oí un alarido. Un alarido sobrecogedor, gorgoteante. Y me di cuenta de que le amaba mucho porque entré corriendo, sin siquiera encender la luz. Corrí, corrí, corrí, oh, Jesús María y José, le había atrapado. Le sacudía, le sacudía como un perro sacude un trapo y vi algo con unos repulsivos hombros encorvados y una cabeza de espantapájaros y sentí un olor parecido al que despide un ratón muerto en una botella de gaseosa y oí… –Su voz se apagó y después recobró el timbre de adulto–. Oí cómo se quebraba el cuello de Andy. –La voz de Billings sonó fría y muerta–. Fue un ruido semejante al del hielo que se quiebra cuando uno patina sobre un estanque en invierno.
–¿Qué sucedió después?
Oh, eché a correr –respondió Billings con la misma voz fría, muerta–. Fui a una cafetería que estaba abierta durante toda la noche. ¿Qué le parece esto, como prueba de cobardía? Me metí en una cafetería y bebí seis tazas de café. Después volví a casa. Ya amanecía. Llamé a la policía aun antes de subir al primer piso. Estaba tumbado en el suelo mirándome. Acusándome. Había perdido un poco de sangre por una oreja. Pero sólo una rendija.
Se calló. Harper miró el reloj digital. Habían pasado cincuenta minutos.
–Pídale una hora a la enfermera –dijo–. ¿Los martes y jueves?
–Sólo he venido a contarle mi historia –respondió Billings–. Para desahogarme. Le mentí a la policía ¿sabe? Dije que probablemente el crío había tratado de bajar de la cuna por la noche y…, se lo tragaron. Claro que sí. Eso era lo que parecía. Un accidente, como los otros. Pero Rita comprendió la verdad. Rita… comprendió… finalmente.
–Señor Billings, tenemos que conversar mucho –manifestó el doctor Harper después de una pausa–. Creo que podremos eliminar parte de sus sentimientos de culpa, pero antes tendrá que desear realmente librarse de ellos.
–¿Acaso piensa que no lo deseo? –exclamó Billings, apartando el antebrazo de sus ojos. Estaban rojos, irritados, doloridos.
–Aún no –prosiguió Harper afablemente–. ¿Los martes y jueves?
–Maldito curandero –masculló Billings después de un largo silencio–. Está bien. Está bien.
–Pídale hora a la enfermera, señor Billings. Adiós.
Billings soltó una risa hueca y salió rápidamente de la consulta, sin mirar atrás.
La silla de la enfermera estaba vacía. Sobre el secante del escritorio había un cartelito que decía «Vuelvo enseguida».
Billings se volvió y entró nuevamente en la consulta.
–Doctor, su enfermera ha…
Pero la puerta del armario estaba abierta. Sólo una pequeña rendija.
–Qué lindo –dijo la voz desde el interior del armario–. Qué lindo.
Las palabras sonaron como si hubieran sido articuladas por una boca llena de algas descompuestas.
Billings se quedó paralizado donde estaba mientras la puerta del armario se abría. Tuvo una vaga sensación de tibieza en el bajo vientre cuando se orinó encima.
–Qué lindo –dijo el coco mientras salía arrastrando los pies.
Aún sostenía su máscara del doctor Harper en una mano podrida, de garras espatuladas.
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Julio 25, 2020